La caída del Gobierno de Letonia en febrero ha puesto en alerta a los países de su entorno. Los movimientos, desestructurados, aún no han mostrado un sesgo político definido.
- Grecia: a la vanguardia de la crisis europea
Recorre Europa del Este un descontento primario contra la fantasía neoliberal. El Gobierno de Letonia ha descarrilado, a imagen y semejanza del ejecutivo islandés; las otras repúblicas bálticas, Bulgaria, Rumanía, y también los gobiernos más poderosos de la región, aquellos que conforman el grupo de Visegrad, ven cómo avanza hacia ellos el descontento de las clases populares. Los ciudadanos hacen ruido y de una semana a otra constatan que no ha disminuido la efectividad de las protestas a pie de calle. Por su parte, las élites reclaman ayuda inmediata a la UE, no tanto para salvar su patrimonio -embalado y dispuesto para una apresurada salida hacia cualquier paraíso fiscal- como para calmar el exaltado ánimo de las miles de personas que reclaman un cambio. ¿Qué clase de cambio? En un artículo reciente, Mike Whitney, periodista de Counter Punch, expresaba aquello que flota en el inconsciente colectivo ante las confusas noticias que llegan desde países que llevan semanas instalados en la incertidumbre política, la rabia social y la debacle económica. Asegura Whitney que «el auge del fascismo ya no es descartable».
Diferencias territoriales
Ramón Fernández Durán, de Ecologistas en Acción, explica a DIAGONAL que a pesar de que hay puntos comunes, la situación de los países bálticos es peor, dado que, descompuesta la URSS, la transición al capitalismo de Letonia, Lituania y Estonia se produjo sin ningún colchón social. Explica Fernández Durán que el capital extranjero «promovió un crecimiento al tipo chino, de un 7%, un 8%, y hasta un 9% por año». Por el contrario, señala, «se produjo un casi total desmantelamiento de la política social estatal, del sistema de pensiones, etc.».
Consultado por este periódico, Jaime Pastor, profesor de Ciencia Política de la UNED, emplea un término de psicología para explicar lo que ha sucedido. Sobrevenido el desmoronamiento financiero, el paso desde el «despotismo burocrático» de la URSS al capitalismo neoliberal a través del neocolonialismo de Occidente ha generado, explica Pastor, una «disonancia cognitiva».
Este término hace referencia a una tensión en el sistema de creencias provocada por el conflicto de ideas opuestas: «En esos países se ha producido una nueva clase rica muy minoritaria, pero muy opulenta. Hay un contraste enorme entre la exhibición de riqueza, con coches, nuevas casas…, y por otro lado unas condiciones de sobreexplotación de la población, cuando no de inmigración enorme, y una corrupción política y económica escandalosa».
La enorme deuda (que en Hungría supera el 100% del producto interior bruto) es, como declara Josep Bel, del sindicato de Comisiones de Base (Co.Bas), el resultado de 15 años de capitalismo: «Lo mismo que ocurrió en México en 1994, en Asia en el ’97 o en Argentina en 2001, pasará en 2009 en los países del este. Son países que se ven ahora en la pobreza más absoluta, con un brutal descenso de la calidad de vida».
Para Durán, la trampa en que cayeron los gobiernos del este «es que tenían un déficit por cuenta corriente, es decir, que importaban más de lo que exportaban, sobre todo productos de consumo. Y ese déficit lo equilibraban porque seguía entrando con fuerza capital, sobre todo en el sector inmobiliario, que fue el último en acoger inversiones de una manera intensa». La devaluación de la moneda, combinada con el hecho de que en estos países las hipotecas se miden en divisas (principalmente en euros, aunque también en dólares) ha llevado a que la ratonera se cierre también sobre aquellos Estados cuyos bancos financiaron las operaciones inmobiliarias. Es el caso de Austria y Alemania, y también el de Grecia, cuyas financieras concedieron créditos a Bulgaria y Rumanía.
Estos días, el empeño de las potencias centroeuropeas es que la UE apruebe el rescate de los países bálticos, ya que su caída podría provocar el temido «efecto dominó».
Movimiento, ¿hacia dónde?
Las noticias que llegan de países del este están muy mediatizadas, opina Bel, que relaciona las reuniones de Zapatero con los medios con el escaso seguimiento de los procesos de cambio en Islandia, Letonia o Grecia. A esto se une que una de las características de los países que pertenecían al bloque soviético es que, hasta ahora, no ha vuelto a producirse una articulación social. En palabras de Durán: «No hay ni sindicatos ni movimientos sociales fuertes sino que todo es bastante débil. Por eso las protestas adoptan un carácter espontáneo». Pastor apunta al riesgo de que crezcan movimientos de tipo fascista populista: «Vemos cómo en distintos países resurge el racismo con el pueblo gitano». En su opinión, las protestas «pueden provocar dimisiones de gobiernos, pero no parece que tengan una alternativa creíble en función de lo que demandan».
Estos días llegan desde el este los ecos de una explosión de hastío contra el sistema. No obstante, matiza Pastor, «esa digna rabia tiene que organizarse, tiene que racionalizarse y tiene que expresarse con iniciativas comunes, porque, si las resistencias son parciales, dado el estado actual de los sindicatos y de la izquierda en general, van ser mucho más fáciles de dominar y de reprimir por parte de los poderes establecidos».