Las formas a partir de las cuales se construyen los liderazgos responden inseparablemente a las condiciones históricas y sociales al interior de las cuales éstos emergen. Las tradiciones políticas y culturales de cada país son las que posibilitan que un determinado liderazgo emerja en un contexto determinado, expresando -como señala Laclau- ciertas demandas sociales insatisfechas. […]
Las formas a partir de las cuales se construyen los liderazgos responden inseparablemente a las condiciones históricas y sociales al interior de las cuales éstos emergen. Las tradiciones políticas y culturales de cada país son las que posibilitan que un determinado liderazgo emerja en un contexto determinado, expresando -como señala Laclau- ciertas demandas sociales insatisfechas. El sociólogo alemán Max Weber señalaba que el carisma es una relación entre el líder y las masas que lo aclaman, producida en particulares contextos históricos, que forjan esta relación que atribuye al líder cualidades extraordinarias. Esta relación carismática está vinculada con el ejercicio de la representación. Como se ha podido observar a partir de las recientes rebeliones en el Mundo Árabe, la relación carismática no es eterna, pues aquellos que son percibidos como fundadores de procesos de transformación pueden posteriormente tornarse blancos del descontento popular, que rechaza el lazo de identificación previamente constituido.
En América Latina, distintas condiciones signaron, entre fines del siglo pasado y principios de esta década, la aparición de particulares liderazgos populares de signo progresista.
En el caso venezolano, el acceso al poder de Chávez se produce a fines de los años ’90, a partir del estallido del sistema de partidos venezolano, recuperando el descontento social existente desde el denominado Caracazo de 1989. Un proceso similar sucedió en Bolivia, a partir de las movilizaciones en El Alto y otros escenarios del país que, a partir de las Guerras del Gas y del Agua a principios de la década, produjeron la renuncia del gobierno neoliberal de Sanchez de Lozada. Este contexto, de fuerte exigencia de nacionalización de los recursos naturales por parte de los movimientos sociales y su canalización electoral a partir del Instrumento Político-Movimiento al Socialismo (MAS), produjeron las condiciones para la constitución del liderazgo de Evo Morales. En Ecuador, el liderazgo de Rafael Correa ha emergido a la escena política en la expresión inorgánica de Alianza País, a partir de las protestas de una intensa y heterogénea movilización ciudadana junto a la CONAIE, las cuales marcaron los últimos años y jaquearon a varios gobernantes, incluido el populista de derecha Lucio Gutierrez.
Según nuestra visión, estos tres procesos populares, que se caracterizan por poseer una matriz común, podrían ser concebidos como «liderazgos populares refundacionales».
Por su parte, en el caso de Lula en Brasil, su gobierno se ha caracterizado por dos cuestiones que nos permiten concebirlo como un «liderazgo popular institucional»: la continuidad del Plan Real de Fernando Henrique Cardoso y la sucesión de Dilma, que fue construida como candidata cuando ésta no resultaba conocida para la población. Actualmente, en la campaña brasileña para las elecciones municipales, Lula hace anuncios señalando que confíen en su elección por Fernando Haddad -su candidato para la intendencia de San Pablo-, pues habría tomado en este caso una buena decisión al igual que con Dilma, cuando resolvió el difícil problema que -según Weber- planteaba la sucesión de un líder carismático. Dilma surgió a la escena luego de la renuncia de Antonio Palocci y José Dirceu, que eran indicados como los dos posibles sucesores de Lula. La actual presidenta de Brasil, que ocupaba en ese entonces el cargo de Ministra de Minas y Energía, pasó a ser Jefa de la Casa Civil. Finalmente resultó la candidata petista en 2010, triunfando en el segundo término de las elecciones con el 56% de los votos.
Según podemos observar a partir de estos distintos caminos esbozados, no hay una matriz única para la construcción del liderazgo que se amoldaría a una «esencia» latinoamericana, sino que éstos se constituyen en contextos históricos específicos que permiten su emergencia en relación con las demandas de la ciudadanía. Sin pretender caer entonces en el reduccionismo de las «dos izquierdas» en la región, donde una poseería atributos positivos y la otra negativos -como bien señala Marco Aurelio García-, sí resulta importante diferenciar la especificidad de cada uno de los procesos sin añadirles prejuicios valorativos.
Sedimentaciones institucionales
Los gobiernos progresistas de la región debaten actualmente su concepción de las instituciones en relación con los procesos populares y los nuevos liderazgos que han emergido. Como bien han señalado varios intelectuales que apoyan los procesos en curso, las instituciones en las sociedades contemporáneas son expresiones de las correlaciones de fuerzas entre distintos sectores y grupos sociales en un momento determinado. Por algo, los procesos refundacionales de Bolivia, Ecuador y Venezuela han decidido añadir a su carácter refundacional en el plano social la emergencia de nuevas constituciones, como bien ha señalado Marco Aurelio García. Pero también, las instituciones son más que cristalizaciones de la conciencia colectiva: estas devienen en sedimentaciones que se hacen carne, que crean memorias de la cultura política y delimitan los marcos de actuación. Estas, por supuesto, se modifican, pero en la temporalidad propia de los marcos que éstas mismas sedimentaciones lo permiten.
En este sentido, García Linera advertía que actualmente la izquierda ha dejado de lado la visión «instrumental» de la democracia, que suponía aceptarla sólo como una «cáscara burguesa» para la toma del poder, y ha decidido aceptarla como un fin en sí misma. Por esta misma razón, las sedimentaciones institucionales que regulan y constituyen los marcos democráticos deben ser respetadas, y no ser concebidas únicamente como recubrimiento de una correlación de fuerzas o como el preludio para la toma del poder.
En este contexto, es preciso señalar que ciertas visiones plantean el problema instituyente y refundacional en los términos de lo que estimamos una falsa dicotomía: o el proceso popular es el fundamento único para la creación de nuevas instituciones en su integridad, o las instituciones existentes suponen una restricción en toda la línea para las transformaciones populares. Sin embargo, sería importante superar esta dicotomía. Es en la compleja interacción entre los liderazgos que dirigen estos procesos de transformación y las sedimentaciones institucionales propias de cada país que se podrá encontrar la conjunción necesaria para avanzar en los procesos de igualación, al mismo tiempo que se preservan los mecanismos que regulan la existencia colectiva de las sociedades latinoamericanas.
Ariel Goldstein. Sociólogo (UBA). Becario Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Iealc).
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