Los errores cometidos en la elección de autoridades no se deben dejar pasar sin extraer de ellos lecciones valiosas. El arrepentimiento de nada sirve si se repiten los esquemas aprendidos -votar por los (o las) mejor preparados para los debates, los mejor vestidos, los más acaudalados o las caras más retocadas- porque conducen en línea […]
Los errores cometidos en la elección de autoridades no se deben dejar pasar sin extraer de ellos lecciones valiosas. El arrepentimiento de nada sirve si se repiten los esquemas aprendidos -votar por los (o las) mejor preparados para los debates, los mejor vestidos, los más acaudalados o las caras más retocadas- porque conducen en línea recta hacia otro sonado y lamentable fracaso.
Guatemala ha pasado por esto muchas más veces de lo soportable, y luego los votantes, con rabia y frustración, vuelven a votar bajo premisas semejantes, sin tomarse el tiempo para leer e investigar más a fondo para no tragar el anzuelo de las promesas y los regalos de campaña. ¡Pero claro! a eso le apuestan una y otra vez los partidos políticos cuyos representantes han alcanzado las primeras posiciones en los puestos de elección popular: mantener a la población encandilada con sus promesas, desinformada, sometida a un analfabetismo político que ya ha cruzado generaciones.
Durante los acontecimientos más recientes, marcados por una multitudinaria exigencia ciudadana y una actitud de masiva participación política, da la impresión de que estas elecciones -de realizarse el próximo domingo, tal como están programadas- deberían constituir una respuesta a la mentira electorera y los vicios recurrentes de los partidos políticos. Se supone que la lección ha sido aprendida y quienes acudan a las urnas sabrán elegir mejor a sus autoridades.
Entregar el voto sin realizar el ejercicio indispensable de reflexionar sobre la base de información confiable y bien documentada es una especie de suicidio ciudadano. Es una ruleta rusa que ya ha cobrado demasiadas víctimas mortales a través de la violencia criminal, la carencia de servicios de salud, la pobreza extrema, la desnutrición infantil, la muerte materna, el hambre de los mil días, la pérdida de recursos, la contaminación de las fuentes de agua y se podrían seguir contando las innumerables maneras de perder la vida sin que alcanzara el papel.
El destino de este país está en manos de un pueblo que ha pasado por muchas decepciones pero sigue de pie, intentándolo de nuevo. Esta vez el milagro sería ver cómo el derroche obsceno de algunos candidatos cae en el vacío. Ver cómo la ciudadanía pone a trabajar su memoria y hace cuentas de cuánto de esa inversión publicitaria deberá pagar el Estado a partir de enero en beneficios y prebendas, contratos, comisiones por compras sin licitación o, simplemente, el robo abierto y descarado del tesoro nacional por parte de un novato recién investido.
No hay cartel ni spot de televisión que no arrastre una deuda por pagar. Por eso, en lugar de creer que lo más visible y lo más colorido es lo mejor, es indispensable pensar en la enorme trascendencia de ese voto cuya suma con el de otros podría marcar ese giro esencial hacia la ética política y, eventualmente, cambiar para siempre el destino de la Nación. Hoy son muchos los arrepentidos por haber creído en promesas vacías y en campañas sonoras y espectaculares. Está en sus manos que eso no vuelva a suceder.
Fuente original: Prensa Libre