17 de noviembre de 2018: tras un llamamiento en las redes sociales miles de personas se movilizaron en todo el país en contra de un nuevo impuesto sobre el combustible que dio lugar a un descenso de los ingresos de millones de personas ya afectadas por una política salarial y fiscal que beneficiaba a los […]
17 de noviembre de 2018: tras un llamamiento en las redes sociales miles de personas se movilizaron en todo el país en contra de un nuevo impuesto sobre el combustible que dio lugar a un descenso de los ingresos de millones de personas ya afectadas por una política salarial y fiscal que beneficiaba a los más ricos. Estos hombres y mujeres decidieron enfundarse el chaleco amarillo que era obligatorio llevar en los vehículos. Este es el origen del movimiento de los «chalecos amarillos», un movimiento social inédito, inesperado y sorprendente. Nadie anticipaba un movimiento respuesta de tal magnitud y duración, un movimiento radical y que desemboca en la lucha contra el orden neoliberal y capitalista. Un movimiento que, a su paso, ha cosechado algunos logros, ciertamente insuficientes, pero reales. Un movimiento que no se ha visto desestabilizado por el «gran debate» lanzado por Macron.
La ira popular
En las barricadas (2), constituidas a partir de mediados de noviembre, no solo se habla del precio de la gasolina o de los impuestos: se reivindica también el aumento de los salarios, las pensiones y los mínimos sociales, se denuncian las desigualdades, se critica el escandaloso reparto de la riqueza y los privilegios de aquellos y aquellas que explotan el trabajo del prójimo. Se articulan debates en torno al transporte público, su mejora, la posibilidad de que sean gratuitos. También sobre el mantenimiento y la creación de servicios públicos. Se debate, incluso, sobre el papel que desempeñan los impuestos, el saqueo de las arcas públicas perpetrado por la clase más rica gracias al fraude fiscal, a la supresión del impuesto sobre las fortunas…
El anunciado incremento del precio del combustible se suma a muchas otras subidas: productos alimentarios, vivienda, gas, electricidad, la Contribución Social General (CSG)… Todos estos incrementos, que afectan a productos o servicios de primera necesidad, tienen un mayor impacto en aquellos hombres y mujeres con rentas más bajas que las de los más ricos. Como escribía el 31 de octubre la Unión local Solidaires de Comminges (en la región de los Altos Pirineos) en un panfleto sobre el incipiente movimiento: «mientras que el gobierno nos mete las manos en los bolsillos, esa reducida minoría que se beneficia del trabajo de otros (patrones, accionistas, rentistas…) no cesa de medrar. Ese debe ser el objeto de la lucha: las flagrantes desigualdades sobre las que se apoya el sistema vigente. No existe razón alguna por la cual las personas asalariadas, desempleadas o jóvenes no puedan llenar el depósito de su vehículo mientras que los mayores beneficiados se dedican a pensar en qué coche van a ir a su yate».
Sí, hace falta reducir el número de coches. Es necesario luchar contra la contaminación, reducir los gases de efecto invernadero y el número de vehículos. ¡El futuro del planeta pende de un hilo! Pero para tomar todas esas medidas es necesario que se desarrolle el transporte público, en particular los menos contaminantes, como el tren. Hay que reforzar los servicios públicos tanto en la ciudad como en el medio rural. El gobierno ha hecho todo lo contrario: se han suprimido estaciones, líneas del Servicio Nacional Francés de Ferrocarriles (SNCF), se han cerrado hospitales, oficinas de correos, centros educativos, etc. Para limitar el kilometraje en coche es necesario un transporte público de calidad accesible a todos y todas, así como servicios públicos en la totalidad del territorio nacional. Eso será mucho más eficaz que aumentar el precio del combustible a aquellas personas que no tienen otra opción que coger el coche para ir a trabajar, buscar un empleo o cumplir con otras obligaciones de su día a día.
¡Socorro, el pueblo! (3)
Así podría resumirse la actitud de numerosas fuerzas sindicales y políticas (4) tras la irrupción de los chalecos amarillos (5). Es cierto que la extrema derecha se puso manos a la obra desde el principio, pero hacerle hueco en el seno de un movimiento tal hubiese sido catastrófico. Los patrones expresaron su apoyo el 17 de noviembre; al día siguiente ya reclamaban la «vuelta a la normalidad»: ¡bajo ninguna circunstancia hay que poner en riesgo los beneficios! La verdad es que son los hombres y las mujeres de los «últimos eslabones de la cadena» quienes protestan. Las mujeres han tenido una presencia muy importante en el movimiento, mucho más que en gran parte de las acciones que organizamos las fuerzas sindicales o políticas.
Una parte notable de las reivindicaciones coincide con lo que defendemos a través de nuestros sindicatos. Otras entran en contradicción con nuestra lucha: será a través del debate como conseguiremos convencer para que queden en punto muerto. Hacerlo entraña constituirse en parte activa del movimiento en lugar de comentarlo desde las gradas. Estamos a favor de que las negociaciones se entablen bajo control directo de aquellos y aquellas que las han hecho posibles gracias a sus acciones; la decisión de que los chalecos amarillos solo hablarán con el gobierno a condición de que todo se retransmita en directo, nos dan pie a valorar muy positivamente esta práctica. En las barricadas se pone en entredicho la legitimidad de las delegaciones. Federalismo, asambleas generales, mandatos limitados y controlados, convergencia de las luchas… sin hacer uso de nuestro lenguaje militante, es eso lo que se está llevando a la práctica.
¡Que los apoyos se limiten a apoyar sin tratar de controlar! La acción directa y la autonomía del movimiento son las murallas más efectivas contra la apropiación, así como factores desestabilizantes para las organizaciones que aceptan o sufren presiones institucionales. Se presenta en este movimiento una ocasión de volver a debatir, por una parte, el tiempo dedicado a las actividades sobre el terreno, la reflexión, la elaboración de nuestras herramientas, y, por otra, las reuniones acordadas por patrones o por los poderes públicos en encuentros en los que se simula la democracia; o la preparación perpetua de unos comicios que en nada contribuyen a la ruptura con el sistema.
Aquellas y aquellos que han participado en huelgas saben que los movimientos más sólidos son aquellos a los que se unen compañeros y compañeras que nunca antes habían participado, compañeros y compañeras que votan a la derecha o, peor aún, compañeros y compañeras para quienes el antirracismo o el feminismo no son referentes. Es el momento de la lucha mancomunada, el intercambio de experiencias, a veces la confrontación, todo lo cual nos hará avanzar.
La extrema derecha
Claro está, la realidad es más compleja que las simplificaciones a las que recurrimos demasiado a menudo. Es cierto que la extrema derecha ha tratado de infiltrarse en el movimiento, pero, ¿acaso no trató de infiltrarse en los sindicatos, incluso en los más combativos? Lo peor hubiera sido hacerle sitio. Tanto en las rotondas como en las manifestaciones de los sábados, los y las militantes sindicales han contribuido significativamente a la lucha contra la extrema derecha. Esta lucha ha sido eficaz gracias a la plena implicación de estos compañeros y estas compañeras con el movimiento: han podido explicar, demostrar y convencer. No se trataba de dar lecciones de purismo desde fuera. Lo mismo ocurrió con los insultos racistas, homofóbicos o sexistas (que no son prerrogativa de la extrema derecha): existen como en todos los movimientos masivos (incluidas las huelgas en el seno de empresas cuando no las desarrollan solo los y las militantes), y es necesario combatirlos de forma activa.
La violencia
La violencia en alguna de las manifestaciones ha suscitado numerosos comentarios. Sí, ha habido violencia inútil, pero no se pueden equiparar con la violencia del Estado, especialmente importante desde mediados de noviembre. Además, ¿qué es la violencia? ¿Escaparates hecho añicos, barricadas en las calles o miles de personas tiritando de frío o sufriendo el hambre en esta supuesta «normalidad»? La violencia más cruda, la que se ha convertido en sistémica, la que se ejerce de forma calculada, es la violencia del estado. Las personas que han resultado mutiladas y heridas graves y las detenciones violentas y arbitrarias ya se cuentan por miles. Tal y como ocurrió después de mayo del 68, la burguesía proclama una ley «anti-vándalos» que permite criminalizar toda resistencia, manifestación o desobediencia. Debe imperar el orden (su orden) a cualquier precio. Más allá de los círculos de militantes, muchos chalecos amarillos lo llevan comprobando desde hace seis meses.
La patronal
Una pequeña parte de la patronal prestó apoyo al movimiento en sus inicios, pero desaprobó su carácter continuado. Rápidamente quedó patente que la inmensa mayoría de los chalecos amarillos forma parte del proletariado: personas que lo único que pueden vender es su fuerza de trabajo y que no poseen medios de producción. Todo esto dentro de una diversidad: personas asalariadas con contratos indefinidos, pero sobre todo temporales o en interinidad, desempleadas, jubiladas o dedicadas a la artesanía… A falta de una clase social homogénea que cumpla todos los criterios preestablecidos, se trata de un movimiento popular cuyo núcleo principal es el proletariado de comienzos del siglo XXI.
La patronal no ha manipulado el movimiento de los chalecos amarillos, eso es ostensible. Lo evidencia el hecho de que sale bastante bien parado de estos seis meses de lucha. Las reivindicaciones se han concentra-do en torno al gobierno y los reproches y denuncias se han dirigido a «la clase política». Lo que ha echado leña al fuego han sido los anuncios gubernamentales (sobre el precio del combustible, etc.); el debate sobre la democracia fue la respuesta al desdén de los «políticos y políticas». Una cosa lleva a la otra. Esto no quita, sin embargo, que se trate de una debilidad debido a la magnitud del movimiento: incluso aunque se plantee la cuestión de la distribución de la riqueza (y se plantea a menudo), se olvida el robo perpetrado por aquellos y aquellas que se benefician del trabajo ajeno: la patronal, la banca y personas rentistas. Si bien se analiza en profundidad el tema de la «democracia» (algo que se ha realizado de forma extensiva y fructífera) se obvia la democracia empresarial, es decir, la titularidad social de los medios de producción, su autogestión por parte de todos y todas, etc. Es un punto débil del sindicalismo en el seno de este movimiento.
El ejercicio de la democracia
¿El ejercicio o los ejercicios? Inventar y practicar la democracia a gran escala nos obliga, sin duda alguna, a imaginar soluciones diferentes y complementarias, según hablemos del colectivo de trabajo, de comunidades federadas, de una producción a nivel nacional o incluso del uso de las riquezas naturales. Si el principio de base es la asamblea general, ¿cómo garantizar su emanación cuando se trata de federarse? Mandatos imperativos, controles, revocatorios, sorteos, votación o consenso… la solución radica en la complementariedad de los métodos, no en la búsqueda de «la solución» milagrosa aplicable a cualquier situación o contexto. Muchos grupos de chalecos amarillos han trabajado estos y otros temas (entre ellos el referendo). Las «asambleas de asambleas» de Commercy y, más tarde, Saint-Nazaire son un ejemplo de ello. Cuidémonos, sin embargo, de dos trampas: dichas asambleas no representan al movimiento en su conjunto y los tex-tos emanados de las mismas no son una referencia para muchos grupos locales. Por el contrario, la democracia activa lleva presente desde noviembre en muchas ciudades, pueblos y barrios. Ahí, una vez más, nuestro sindicalismo tiene su lugar preciso (6).
Las patéticas tentativas por presentar listas electora-les de los chalecos amarillos dejan patente que el sistema sigue siendo un potente imán para aquellos y aquellas que los medios de comunicación insisten en calificar de «líderes». Sin embargo, el rechazo a los mismos por el grueso de los chalecos amarillos confirma que otras opciones y esperanzas son posibles y ampliamente compartidas. La contribución de los chalecos amarillos a la renovación del debate sobre la democracia y, sobre todo, a que haya echado raíces en diferentes sectores de la población es innegable. Pero todos ellos descubren elementos a los que el movimiento obrero se lleva enfrentando mucho tiempo. Una de las resoluciones de la asamblea de Saint-Nazaire preveía por ejemplo «una semana amarilla de acciones a partir del 1 de mayo». Dejando el color a un lado, la formulación nos recuerda al lenguaje sindical más tradicional…
El sindicalismo
El movimiento deja patente la profunda exasperación de millones de personas que han ocupado rotondas, peajes o zonas comerciales y que se han manifestado todos los sábados por la tarde en toda Francia. A nivel nacional, las organizaciones sindicales se han quedado a la expectativa (7) durante un largo periodo. La unión sindical Solidaires pasó de una cierta reserva a un principio de apoyo tras los primeros sábados de manifestación; algunas uniones locales de Solidaires se pusieron a disposición del movimiento desde comienzos de noviembre, antes del posicionamiento a nivel nacional. Por parte de la CGT, hubo que esperar casi un mes. El 6 de diciembre, la CGT emitió un comunicado (junto con CFDT, CGT, FO, CFTC, CGC, UNSA y FSU) en el que se hacía hincapié en la condena de la violencia en las manifestaciones sin mencionar la violencia del estado, su policía y su ejército, como si la violencia no fuera en primer lugar social y debida a las políticas gubernamentales llevadas a cabo desde hace años (8). Unos días más tarde, la CGT lanzaba un llamamiento a jornadas de acción (9), haciendo referencia explícita a los chalecos amarillos.
El movimiento de los chalecos amarillos proclama alto y claro que no desea que haya ninguna apropiación del movimiento, ni política ni sindical. Existe una profunda desconfianza hacia lo que la «neo-lengua» denomina,- los «órganos constituidos». (10) Algunas organizaciones sindicales(11) enmarcan su estrategia en el acompañamiento de las políticas neoliberales y al hacerlo rechazan toda posibilidad de apoyo a un movimiento que pone en entredicho las elecciones que estos sindicatos han defendido. Pero, ¿cómo comprender las dificultades a las que se han enfrentado aquellos y aquellas sobre quienes versa este artículo? Podemos poner sobre la mesa algunos elementos:
-La mayoría de las empresas en Francia cuenta con menos de 20 trabajadores, y el movimiento sindical no termina de cuajar en ese sector. Lo mismo ocurre con la mayoría de los desempleados y desempleadas, los trabajadores y las trabajadoras interinas, quienes tienen contratos temporales, los trabajadores y las trabajadoras de la economía «uberizada»… todas esas personas cuentan con nutrida representación entre los chalecos amarillos.
– Lo que lleva sucediendo desde noviembre en casi la totalidad del país no tiene relación con la capital París y zonas del extrarradio más próximas. El movimiento de los chalecos amarillos no está presente allá donde se concentran las sedes nacionales de las organizaciones sindicales; y si bien el federalismo es la ley, también es cierto que muchas decisiones se adoptan de acuerdo con reflexiones ligadas a lo más conocido, en este caso París. Desde esta perspectiva, la falta de colectivos de los chalecos amarillos durante un gran número de semanas y las particularidades de las manifestaciones semanales (11) en París han contribuido a los posicionamientos ya conocidos. (12)
– Este movimiento se desarrolla al margen de las empresas. La debilidad de las uniones locales inter-profesionales ha contribuido a que los colectivos sindicales no lo comprendan correctamente. Sobre todo, teniendo en cuenta que, como ya se ha dicho, hay un problema con las exigencias manifestadas: incluso aunque desaparecieran rápidamente ciertas reivindicaciones reaccionarias y lo que se debate en las asambleas generales de los chalecos amarillos sea un reparto diferente de la riqueza, la crítica al sistema capitalista, la igualdad social o la democracia radical, sigue siendo cierto que apenas se ha interpelado a la patronal. Es una de las razones que explica la ausencia de los sindicatos, pero a la vez es una consecuencia de dicha ausencia.
– Numerosas organizaciones sindicales se han comportado de forma inapropiada, incluso cuando decidieron prestar apoyo a los chalecos amarillos: en lugar de invitarlos a unirse a las movilizaciones sindicales, ¿no sería necesario que el sindicalismo se pusiera al servicio del movimiento ya existente?
Una parte nada desdeñable de las dificultades para posicionarse concretamente en relación con el movimiento de los chalecos amarillos está indudablemente ligada a la reticencia a actuar en calidad de fuerza colectiva social y política, política y social. Porque se trata de un todo, y la organización sindical, debido a su componente de clase inherente a su composición, es una herramienta indispensable para actuar en estos campos.
Redactado a finales de abril, este breve artículo no pretende en absoluto ser holístico. Podremos enriquecerlo acudiendo a otras fuentes; por ejemplo, el número 11 de la publicación Les utopiques, «Gilets jaunes: un mouvement social» («Chalecos amarillos: un movimiento social») o Des clés pour comprendre («Claves para la comprensión») (en dos tomos).(13)
Notas
1) Christian Mahieux, miembro del comité editorial de la revista Les utopiques (www.lesu-topiques.org) y la publicación Cerises (www.ceriseslacooperative.org). Forma parte de la comisión internacional de la Unión sindical Solidaires (www.solidaires.org) y participa en la coordinación de la Red Sindical Internacional de Solidaridad y de Luchas (www.labourso-lidarity.org).
2) Rápidamente, las barricadas se tornan en ocupación de rotondas, apertura de peajes, en ocasiones «casas del pueblo» …
3) Este párrafo retoma un texto escrito a finales de noviembre de 2018 para el mensual Cerises. Otros elementos de este artículo también figuraron en dicha publicación, vinculada a la Red Se féderer pour l’émancipation («Federarse para la emancipación») (www.ceriseslacooperative.org)
4) Aquí se hace mención a las organizaciones que, en su diversidad, adoptan una perspectiva emancipadora de ruptura con el sistema capitalista.
5) Indiferencia, análisis erróneo, incluso desdén: las comunicaciones de ciertas organizaciones sindicales y políticas de izquierda y extrema izquierda antes del éxito del 17 de noviembre son vergonzantes.
6) Véase el número 10 de Les utopiques, «Sur les chemins de l’émancipation, l’autogestion» («En los caminos de la emancipación, la autogestión»), Ediciones Syllepse, primavera de 2018.
7) Citamos a la CGT y a Solidaires, pero la FSU y la CNT han sido muy discretas para con este movimiento. La CNT-SO se posicionó a su favor en enero.
8) Organizaciones de la CGT (uniones departamentales y federaciones) des-aprobaron el texto firmado por la confederación y se implicaron en el movimiento desde comienzos de diciembre.
9) Ni el 14, ni mucho menos el 18 de diciembre tuvieron éxito, pero no se le puede reprochar a la confederación CGT el haber tratado de impulsar una dinámica. Sin embargo, ¿podría debatirse quizás la relación entre estos llamamientos casi místicos (reiterados el 5 de febrero y en menos medida el 19 de marzo) y las dificultades del militantismo sindical cotidiano en las empresas, servicios y localidades o incluso el estado de los enfoques unitarios? Dos elementos determinantes para el éxito de las huelgas.
10) Desde hace años, la propaganda del estado y la patronal asemeja los sindicatos a «cuerpos constituidos» también llamados «órganos intermediarios», cosa que no son. Un sindicato es una agrupación de trabajadores y trabajadoras, sea cual sea su estatus y su actividad, que se organizan para defender sus reivindicaciones y cambiar la sociedad; no se puede hacer de ellos unos intermediarios para gestionar el orden capitalista. Sabemos, claro está, que la neo-lengua se apoya para la imposición de sus términos en las elecciones realizadas por muchas organizaciones sindicales que se han institucionalizado. No es una cuestión de «base» o de «cumbre».
11) En diferente grado, se trata de la CFDT, la UNSA, la CFTC o la CGC.
12) Ello no justifica los comentarios de ciertas organizaciones políticas especialmente desdeñosas para con el pueblo que protestaba.
13) www.syllepse.net
Les Utopiques N° 11, junio 2019
https://solidaires.org/Les-
Libre Pensamiento N° 98, junio 2019