Desde 1945, un objetivo primario de la política exterior de EEUU ha sido mantener a Europa oriental como un subordinado, una parte altamente integrada de sus recursos estratégicos geopolíticos. Esto fue fácil de lograr en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba económicamente exhausta por los efectos de la guerra, y cuando […]
Desde 1945, un objetivo primario de la política exterior de EEUU ha sido mantener a Europa oriental como un subordinado, una parte altamente integrada de sus recursos estratégicos geopolíticos. Esto fue fácil de lograr en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba económicamente exhausta por los efectos de la guerra, y cuando la mayoría de sus poblaciones, y aun más de su elite económica y política, tenía miedo de las fuerzas comunistas, tanto por el poder militar soviético como por la fortaleza popular de los partidos comunistas de Europa oriental. El programa norteamericano tomó la forma de la asistencia económica del Plan Marshall para la recuperación europea y la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Fue dentro de este contexto que las movidas para crear instituciones europeas tomaron lugar. Al principio, esos esfuerzos estuvieron limitados a seis países: Francia, Alemania Occidental, Italia, y tres de los Países Bajos – y envolvió acuerdos económicos limitados.
También hubieron tempranos esfuerzos para crear estructuras militares europeas, los cuales no tuvieron éxito. La movida en esta dirección fue fuertemente apoyada por los partidos Cristiano-Democráticos europeos, pero también por partidos Socialdemócratas. Estos estuvieron fuertemente opuestos a los Partidos Comunistas en esos países, quienes veían estas estructuras como parte de la guerra fría. Desde un punto de vista norteamericano, las estructuras europeas parecían deseables, ya sea porque fortalecían las economías europeas (y así las hacían mejores compradores de las exportaciones e inversiones norteamericanas), como porque parecían ser una vía de apaciguar los miedos franceses por el rearme alemán y su integración a la OTAN.
Por los 1960’s, dos elementos en la ecuación comenzaron a cambiar desde el punto de vista norteamericano. Primero, Europa Occidental se estaba volviendo demasiado fuerte. Estaba emergiendo como un igual económico de los EEUU y por lo tanto un potencial competidor serio en la economía mundial. Segundo, Charles de Gaulle llegó al poder por segunda vez en Francia. Y Charles De Gaulle quería tener estructuras europeas que serían políticamente autónomas, esto es, no segmentos subordinados de recursos estratégicos geopolíticos de los EEUU. En este punto, el entusiasmo norteamericano sobre la unidad europeas comenzó a enfriarse. Pero los EEUU se encontraron a sí mismos políticamente incapaces de expresarlo abiertamente. Hubieron aún más cambios en la situación. Los Partidos Comunistas de Europa Occidental crecieron débiles electoralmente. Y sus políticas comenzaron a cambiar en la dirección de lo que fue entonces llamado eurocomunismo. Una de las consecuencias fue un cambio en la posición de esos partidos sobre las estructuras europeas, a las que comenzaron a apoyar cautelosamente, o al menos tolerarlas.
Este fue el período en el cual EEUU estaba perdiendo la guerra en Vietnam, lo cual impuso un serio revés en la posición geopolítica norteamericana. La combinación de este retroceso político-militar, combinado con la emergencia de Europa Occidental y Japón como competidores económicos mayores, significaron el fin de una hegemonía norteamericana incuestionada en el sistema mundial y el comienzo de un lento declinar. Esto requirió un cambio mayor en la política exterior norteamericana desde una simple dominación absoluta en los primeros momentos. El cambio comenzó con Níxon – relajación con la Unión Soviética y más importantemente el viaje a Beijing y la transformación de las relaciones EEUU-China. Níxon inició la política de lo que yo llamo multilateralismo suave, «una política que fue impulsada por cada presidente sucesivo desde Níxon hasta Clinton, incluyendo a Reagan y George H. W. Bush.
En términos de Europa, la mayor consideración fue como disminuir lo que parecía ser una tendencia creciente hacia la autonomía política europea. Para hacer esto, los EEUU ofrecieron a Europa «acompañamiento» geopolítico (esto es, un grado de consulta política) en dos frentes: la continua Guerra Fría con la Unión Soviética, y las luchas económico-políticas del Norte contra el Sur. Esto se suponía que fuera implementado por una multitud de instituciones – entre otras, la comisión trilateral, los encuentros del G7, y el Foro Económico Mundial en Davos. El programa sobre la Guerra Fría resulto en los acuerdos de Helsinki. El programa Norte-Sur resultó en la tendencia contra la proliferación nuclear, el Consenso de Washington (a favor del neoliberalismo, contra el desarrollismo), y la construcción del Organización Mundial del Comercio.
En los 1970’s y los 1980’s, uno podía decir que la ajustada política exterior norteamericana era parcialmente exitosa. Aunque la autonomía política europea se incrementó – recuerde la Ostpolitik alemana y la ligadura del gazoduc entre la Unión Soviética y Europa Occidental – Europa no paseaba geopolíticamente demasiado lejos de EEUU. En particular, los intentos para crear una armada europea fueron bloqueados efectivamente por la continua oposición de los EEUU. En la práctica, aunque no en palabras, los EEUU se habían vuelto hostiles a la unidad europea.
La política norteamericana parecía aún más exitosa en el frente Norte-Sur. La mayoría de los países del tercer mundo se sentían alineados con las políticas de ajuste estructural del FMI, y aun los países socialistas de Europa central y del este se movía en esta dirección. La desilusión popular con los movimientos de liberación nacional en el poder y con los regímenes comunistas en el bloque socialista enmudecieron cualquier militancia remanente y crearon un sentido de pesimismo moroso entre la izquierda mundial. Y por supuesto, el «triunfo» final fue el colapso de la URSS.
Pero este «triunfo» no sirvió del todo a los intereses de la política exterior norteamericana, menos que menos en Europa occidental. Pues éste removió los últimos argumentos principales sobre por qué Europa occidental debería aceptar una subordinación al «liderazgo» geopolítico norteamericano a los largo del mundo. Saddam Hussein aprovechó el momento para plantear un desafío abierto a los EEUU, algo que el nunca habría sido capaz de hacer en los días previos de la Guerra Fría. La Guerra del Golfo terminó en una tregua en la línea de partida, la cual, en tanto la década avanzó, pareció menos y menos aceptable para los EEUU. Clinton no obstante llevó a cabo la política de Níxon de «multilateralismo suave» en los Balcanes, Medio Oriente, y Asia del Este; y los europeos orientales aún declinaban a romper abiertamente con los EEUU en temas mayores. Mientras tanto, para asegurarse que Europa occidental estaría en línea, los EEUU presionaron duro por la incorporación en instituciones europeas (y en la OTAN) de los ahora no-comunistas Estados de Europa central y oriental, sintiendo que estos Estados estarían ansiosos de mantener y reforzar lazos con EEUU y serían así un contrabalance a los emergentes sentimientos autonomistas en Europa.
Entran George W. Bush y los halcones. Su visión de las política exterior desde Níxon hasta Clinton como increíblemente débil y una mayor contribución a la declinación del poder norteamericano en el mundo. Estaban particularmente desdeñosos de cualquier confianza en las estructurar de la ONU y especialmente ansiosos de contener las aspiraciones europeas de autonomía política. En su visión, la manera de hacerlo era asegurar el poder de EEUU unilateralmente, y militarmente, en una vía descaradamente forzosa. Su blanco por opción, bien anunciado con antelación durante los 1990’s, fue Irak, por tres razones: la Guerra del Golfo había sido «humillante» para los EEUU en tanto Saddam Hussein sobrevivió; Irak serían un sitio excelente para bases norteamericanas permanentes en Medio Oriente; Irak era un objetivo fácil, militarmente, precisamente porque no tenía armas de destrucción masiva.
La teoría de los halcones era que la conquista de Irak demostraría la superioridad imbatible de los EEUU, y tendría así tres efectos: intimidaría a los europeos occidentales (y secundariamente a los de Asia del Este) y terminaría con todas las aspiraciones de autonomía política. Esto intimidaría a todos los aspirantes a poderes nucleares y los induciría a abandonar cualquier pretensión de obtener tales armas. Esto intimidaría a todos los estados de Medio Oriente, y los induciría a terminar con todas sus aspiraciones de autodeterminación política tanto como a hacerlos aceptar la instalación de cuestión Israelí-Palestina en términos aceptables para Israel y para los EEUU.
Esta política fue un completo fiasco. El blanco fácil que parecía Irak ha demostrado no ser tal. En este momento, la ocupación norteamericana enfrenta resistencia y un creciente levantamiento que de mínima terminará con un gobierno iraquí no del todo del gusto de EEUU y de máxima con una retirada total de las fuerzas norteamericanas, como pasó en Vietnam. El intento de dividir Europa en dos campos: la así llamada «vieja Europa» y «nueva Europa», tuvo un éxito momentáneo. Pero con las elecciones españolas, la corriente había girado completamente, y Europa está al borde de establecer su autonomía geopolítica por primera vez desde 1945. la proliferación nuclear no ha sido disminuida. En todo caso, si fue algo, fue acelerada. Y los Estados de Medio Oriente se están alejando de, y no yendo hacia, los EEUU (con excepción de Libia, una política que no puede durar). E Israel-Palestina se encuentra en total punto muerto, el cual persistirá hasta que explote de una manera que no podrá ser contenida.
El unilateralismo macho de los halcones ha fallado, y el apoyo para tal política dentro de los EEUU ha declinado considerablemente, aun entre los conservadores republicanos. Como sea, ¿ Cuál es la alternativa? ¿Lo que los republicanos moderados, y aun mas los demócratas centristas, liderados por John F. Kerry, ofrecen en su lugar es una vuelta al «multilateralismo suave» de los años de Níxon a Clinton?¿Puede funcionar esto ahora? Es muy dudoso. Es casi seguro que, en la próxima década, la sirena del armamento nuclear atraerá a menos a una docena de estados, y que podemos estar yendo a entre 8 y 25 potencias nucleares en el próximo cuarto de siglo. Esto provee una restricción al poderío militar norteamericano. Parece no haber probabilidades de que las realidades de Medio Oriente se muevan en cualquier dirección que desearía EEUU. Esto es particularmente cierto para Israel-Palestina.
¿Qué hay de Europa? Europa es el gran signo de pregunta de las geopolíticas mundiales en este momento. Aun los más «atlanticistas» de los europeos se han hecho cautelosos del gobierno norteamericano, y aun de unos EEUU «multilateralistas». Pero Europa aun comparte un interés con los EEUU – las lucha Norte-Sur. La adopción de una constitución europea seria aun está en duda, especialmente desde que un solo voto negativo en el referéndum de un país puede deshacer cualquier acuerdo. Y en particular, la izquierda europea aun no está curada de sus dudas post-1945 sobre la unidad europea, y no está así lista para lanzarse sinceramente a la construcción europea. Esto es particularmente cierto en los países nórdicos y en Francia, pero hay algunas reservas similares casi en todas partes.
Una Europa autónoma fuerte es una primera, y esencial, ladrillo constitutivo de un mundo multipolar. Una Europa autónoma que desearía trabajar hacia una reestructuración fundamental de las economía mundial en direcciones que de hecho comenzaran a superar la continua polarización Norte-Sur constituiría un cambio aun mayor en el escenario mundial. Ambos son eminentemente posibles. Ninguna es del todo seguro.
Traductor: Juan Waits, especial para PI