Estados fallidos son aquellos estados aparentes que no logran garantizar los mecanismos básicos para la satisfacción de derechos y libertades de sus habitantes. Incumplen sistemáticamente los acuerdos internacionales sobre los derechos fundamentales. Y no tienen capacidad para el ejercicio del monopolio de la violencia en sus territorios. De los siete países que geográficamente conforman Centroamérica […]
Estados fallidos son aquellos estados aparentes que no logran garantizar los mecanismos básicos para la satisfacción de derechos y libertades de sus habitantes. Incumplen sistemáticamente los acuerdos internacionales sobre los derechos fundamentales. Y no tienen capacidad para el ejercicio del monopolio de la violencia en sus territorios.
De los siete países que geográficamente conforman Centroamérica (Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá), Guatemala, Honduras y El Salvador, en la primera década del milenio en curso, se convirtieron en el tenebroso Triángulo de la Muerte, consecuencia de su ejemplar obediencia a los dictados del Consejo de Washington. En estos tres países, cada 60 minutos se asesina a bala a un ser humano en algún punto de sus territorios. Aunque en El Salvador, en los últimos años, esta estadística decrece.
La miseria y violencia generalizadas, corrupción pública a tope, desempleo incontenible, narcotráfico y crimen organizado, y saqueo violento de los bienes comunes del país, convirtieron a esta cintura de Abya Yala en un peligroso Triángulo del Norte. La juventud expulsada del Centro y del Norte se articulan en redes (pandillas) criminales. Familias completas ensanchan las olas de estampida migratorias hacia el Norte, incluso utilizando a las y los niños como escudos y pasaportes para franquear el muro de la vergüenza. Organizaciones criminales cobran impuestos de guerra en grandes bolsones territoriales y sociales, incluso a las mismas instituciones públicas de los estados.
Las frágiles instituciones estatales fueron diluidas casi por completo por el frenético sistema neoliberal. Los estados «invierten» hasta el 10% de sus presupuestos para temas de seguridad, pero son las empresas privadas de seguridad quienes se apropian de dichos fondos (por cada agente de policía nacional existen 10 agentes privados).
Magistrados, fiscales y jueces son defensores y promotores de los intereses de las corporaciones financieras. Gobernantes y legisladores se redujeron en serviles tramitadores de contratos de concesión de bienes y servicios para las empresas multinacionales. En este Triángulo de la Muerte, los aparentes estados castigan a las víctimas y premian y defienden a los verdugos criminales. Aquí, cada instante de vida es prácticamente un acto de fe.
En este contexto de creciente disolución de los aparentes estados (más en Guatemala y Honduras), sectores excluidos, especialmente indígenas y campesinos, se organizan y movilizan (en una contienda desigual frente a las corporaciones que saquean el país y diluyen a los estados) enarbolando la vida, la dignidad y la soñada soberanía de los pueblos. Pero, los gobiernos de turno (financiados por las empresas extranjeras) los criminalizan y agreden acusándolos de «enemigos internos de la nación». Otra evidencia más del fracaso de los supuestos estados democráticos.
Este Triángulo de la Muerte (zona franca para el «cargamento» hacia el Norte y el armamento hacia el Sur) es la más burda materialización de las políticas persistentes del Consenso de Washington impuestas por el Imperio de la Muerte. En otras palabras, el Triángulo de la Muerte es la sombra letal del Imperio de la Muerte. Pero, también buena parte de la responsabilidad recae en las obtusas oligarquías nacionales (y sus gobernante peones), y buena parte de las sociedades, que asumen como dogma de fe el violento (ecocida) estilo de vida norteamericano como un mítico modelo de vida a seguir.
Aquí, la colonialidad del poder y del saber se materializa en su máxima expresión cuando los gobernantes del Triángulo de la Muerte mendigan ayuda financiera nada menos que en la Casa Blanca para humanizar las nefastas consecuencias del sistema neoliberal en sus países de origen. Habrase visto semejante humillación. Para el verdugo sicópata, las víctimas no son sujetos de conmiseración. Es más, el verdugo imperial vive del abuso y del saqueo.
Mientras en el Triángulo de la Muerte se acumula, muerte, miseria, incertidumbre, sin sentido, corrupción, vergüenza, anulación de derechos y disolución de los estados; en los países vecinos, fuera de la órbita mortal imperial, el contexto es diametralmente diferente.
Los diabólicos comunistas lograron convertir a Cuba en una sociedad modelo (libre de analfabetismo, miseria, muerte e incertidumbre). Mientras en el Triángulo de la Muerte cada año millones de personas caen en la miseria, en Venezuela, Bolivia, Ecuador, millones de personas salen de la miseria. En estos países, la seguridad, paz y tranquilidad no son privilegios reservados para los muertos y los ricos.
Mientras el Triángulo de la Muerte naufraga solitario tras el tenue espejismo de la lumbrera del Imperio de la Muerte que muere, Cuba, Nicaragua, Costa Rica, Brasil, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Ecuador, Argentina, etc. firman millonarios contratos de inversión para la cooperación-integración con gobiernos de China y Rusia y otros países, como nunca antes.
Últimamente, El Salvador comienza a zafarse de este vorágine triangular porque su élite política, aunque tímidamente, comienza a articularse en el Sur.
Estos países, si desean recuperar la esperanza y la dignidad que por derecho les asiste, deben alejarse de la órbita del Imperio de la Muerte. La propuesta de la razón sintiente emerge desde el Sur. La efervescencia de la vida y de la esperanza irradia desde el vecino Sur. Si acaso les asiste el instinto de la preservación como pueblos dignos, tienen que dejar de gustar del veneno del Norte que ensangrienta a la Pachamama.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.