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Los fallos del mercado

Fuentes: Rebelión

En este texto valoro algunas ideas vinculadas con la tradición ideológica de las izquierdas sobre la economía, la gestión política y la transformación social y su reinterpretación liberal según la llamada Tercera Vía (Blair) o Nuevo Centro (Schroeder), dominantes en la socialdemocracia.

La izquierda socialdemócrata europea, en general, se ha ido deslizando, particularmente desde mitad de los años noventa, a la tercera vía o socioliberalismo, es decir, hacia su colaboración en el proceso de desregulación de los mercados financieros y el debilitamiento del Estado de bienestar y los derechos socioeconómicos y laborales, según las exigencias de la globalización neoliberal. ¿Eso era lo único posible? Su responsabilidad en la actual crisis económica, su fracaso de gestión y la desafección de parte de la ciudadanía europea han sido claros. Su giro hacia el centro, hacia el liberalismo económico y el embellecimiento de los mercados financieros, es una de las causas de la actual crisis de la socialdemocracia europea.

Comentemos la idea del mercado y sus fallos, discutida ampliamente en la tradición socialista y keynesiana. El mercado en determinados ámbitos ha demostrado ser la técnica más eficiente, y no se puede ser fundamentalista del Estado. El tema para debatir es que el mercado, en ámbitos y aspectos cruciales, también ha sido ineficiente y, sobre todo, injusto. La idea de asumir el mercado, aunque sea solo como la técnica más eficiente, no valora ni se distancia adecuadamente de ese componente negativo, ni refuerza el aspecto principal de defensa de lo público: un sector público potente y eficaz, unos servicios públicos de calidad y una intervención o regulación pública de la actividad económica privada.

El asunto no es, fundamentalmente, técnico, sino político y ético: Qué medios, económicos y productivos, son mejores para conseguir el fin, el bienestar de la población, el bien común, la sostenibilidad medioambiental… La economía debe subordinarse a la sociedad, a la política democrática y a la regulación institucional. El mercado ha demostrado las dos cosas: que funciona y que no funciona, es decir, que tiene graves ‘fallos’. No podemos dejar que sus leyes, la prioridad al beneficio privado, se impongan a la ciudadanía. Nos centramos en el actual tipo de mercado, en el marco capitalista y dominado por el capital financiero. Dejamos aparte el mercado en general, en ámbitos menores –consumo…- o bajo otros regímenes o procesos históricos.

Pues bien, la actual crisis económica y social, ampliada por la crisis sanitaria, viene derivada de esos ‘fallos’ de los mercados financieros desregulados y desbocados, es decir, que han seguido sus propias leyes de la prioridad por los intereses (egoísmo) de unos pocos, a costa de la mayoría de la población. No ha sido una buena forma de gestionar la economía, ni la más eficiente, y menos para el conjunto de la política y la sociedad y la sostenibilidad del planeta. El desastre y la incertidumbre para las capas trabajadoras y vulnerables, e incluso medias, es evidente.

La tradición reguladora, redistribuidora y protectora

El estatalismo soviético se hundió con el estancamiento económico y la burocratización, con unas nuevas élites poderosas y corruptas, e hizo crac. No representa una alternativa y menos un ideal.

Pero tenemos otra corriente fructífera en el siglo XX, fundamental para la izquierda europea y el liberalismo social keynesiano, con dos ejes: 1) la ‘regulación’ del mercado por parte del Estado, la sociedad y la política; 2) la ‘redistribución’ y la ‘protección social pública’. Se trata del pacto keynesiano con hegemonía de las derechas, en el modelo anglosajón y, especialmente, el centroeuropeo, partidarias sobre todo de lo primero y poco de lo segundo, y la participación de las izquierdas, con mayor énfasis en lo segundo. Ese tipo de economía mixta y Estado de bienestar se resquebrajó con la crisis de los años setenta y ha sido un blanco para destruir o recortar por el tipo de globalización neoliberal y la ofensiva liberal-conservadora.

No obstante, todavía existe esa realidad institucional y los derechos económicos, laborales y sociales, aunque estén en proceso de reestructuración regresiva, desregulación y privatización; especialmente, persisten en la cultura popular y ciudadana. Esa tradición progresista, desconsiderada por la familia socialista europea desde los años ochenta por poco posibilista, convenientemente renovada, puede ser fructífera para definir nuevos proyectos transformadores: revalorización de la sociedad, la participación democrática, la política y la ética, frente a los mercados financieros y las élites poderosas y privilegiadas.

Hoy, la perspectiva política y teórica fundamental, en esa materia, desde un enfoque social y crítico, debería ser la crítica y superación de esos fallos del mercado, el rechazo a los planes de ajuste y austeridad y los recortes sociales, así como la defensa de lo público y su función regulatoria.

Por tanto, se deben señalar las deficiencias sustantivas de los mercados (financieros y otros) y esta globalización neoliberal, con la desregulación económica y la privatización de servicios públicos. Al no resaltar suficientemente las deficiencias de los mercados, la llamada tercera vía o el enfoque socioliberal lleva a su embellecimiento, cosa más grave en el actual contexto, donde hay que poner el acento en la exigencia de responsabilidades a sus gestores económicos e institucionales, en su regulación y en las garantías democráticas y de bienestar para la sociedad. Así, hay que distanciarse del dogma liberal de la prioridad del mercado, y volver a considerar la tradición intervencionista y reformadora de las izquierdas democráticas. En definitiva, hay que poner el acento en la crítica a los fallos de los mercados y el cuestionamiento de la gestión antisocial de la política económica liberal dominante y su discurso, lo que facilitaría a las izquierdas y fuerzas progresivas avanzar en una alternativa realista y justa a la crisis económica.

Cómo afrontar la ofensiva neoliberal

La izquierda ha cometido grandes errores, particularmente con tendencias autoritarias y anti pluralistas. El error ha sido más de unos que de otros y más en unos momentos históricos que en otros en que distintas corrientes de izquierdas han tenido comportamientos burocráticos y autoritarios, así como errores doctrinales izquierdistas o antidemocráticos. En todo caso, también habría que recordar la acción igualitaria y liberadora de las izquierdas, parte de ella de inspiración marxista, en los dos últimos siglos.

Igualmente, se debería hacer una valoración equilibrada de la historia del liberalismo. Así, hay que distinguir elementos positivos y comunes de las izquierdas con esa tradición, especialmente respecto de la relevancia de las libertades públicas, el liberalismo político y el estado de derecho. Junto con ello, existen otros aspectos negativos o antisociales, particularmente, en el liberalismo económico, con su prioridad de la propiedad y el beneficio privados, así como el dominio y los privilegios de las élites poderosas. Las personas tenemos actitudes muy diversas, en distintas esferas, e influencias de dos grandes corrientes ideológicas: liberal y de izquierdas (junto con otras variantes más o menos conservadoras y postmodernas). Pero la gente de izquierdas y progresista, en general, sigue siendo mejor, en su actitud igualitaria, que la población de centroderecha y conservadora, por mucho que personas y grupos del primer tipo sean peores en muchos aspectos que gente identificada con el segundo.

Las izquierdas son víctimas de una ofensiva ideológica conservadora, pero también de una ofensiva ideológica liberal. La cuestión es ¿cómo y de dónde renovar –o superar- la ideología de izquierdas –o elaborar otro pensamiento crítico-? A. Giddens, renovador del social-liberalismo, se opone a las dos corrientes extremas, el pensamiento neoliberal o conservador y la ideología marxista. Su respuesta es recoger la vía intermedia, la tradición del liberalismo social para formular las bases teóricas de su tercera vía. Su apuesta desde los años noventa, aplicada por el británico Blair y el alemán Schroeder, e influyente en el socialismo español, es incorporar ese pensamiento como eje central de la orientación ideológica de la nueva socialdemocracia, y disputárselo a la derecha neoliberal y conservadora. Encaja con la idea de la tercera (o nueva) vía de ocupar el ‘centro’ político e ideológico, de carácter liberal, minusvalorando incluso la tradición socialista reformadora y democrática, a la que sus partidarios estigmatizan como obsoleta o radical.

Una cultura de izquierdas basada en la justicia social

Del liberalismo (político) se pueden recoger muchos aspectos positivos, particularmente su defensa de los derechos civiles y democráticos. No se trata de menospreciarlo. También las izquierdas han realizado grandes aportaciones a las libertades individuales y colectivas y la lucha democrática. Pero, tratándose precisamente de la solidaridad y el prestigio y la consolidación de lo público, componentes centrales para una economía justa y la igualdad social, la opción por esa tradición liberal es poco adecuada. Dicho de otro modo, ante los fallos del mercado y su prioridad por el beneficio privado y el interés individual, es insuficiente el exclusivo hincapié en las libertades; junto con la democracia política es imprescindible poner el acento en la igualdad y la solidaridad, en los derechos sociales y económicos, aspecto clave en la tradición de las izquierdas. El liberalismo no resuelve la desigualdad social derivada de la prioridad a lo privado y la libertad de empresa, y el liberalismo social de la tercera vía, en particular, sólo la palia levemente… utilizando las instituciones públicas en condiciones favorables.

Pero, como se ha señalado, en gran parte de la sociedad, la izquierda social o progresista, todavía persiste un substrato cultural de izquierdas: justicia social, igualdad, redistribución, protección social, importancia de lo público, derechos sociolaborales… Así, el giro liberal de las direcciones socialdemócratas le genera a estas una brecha o una desafección de sectores significativos de la izquierda social, aun cuando ha permanecido cierta orfandad representativa en el ámbito político-electoral hasta la constitución de las fuerzas políticas del cambio.

La opción política de los aparatos socialistas, en estas décadas, sigue siendo ocupar el centro y menospreciar o instrumentalizar esa cultura de izquierdas. Su aceptación de un gobierno de coalición progresista deriva de la necesidad imperiosa de no contar con suficientes apoyos propios y tener que enfrentarse a las derechas. Pero, no hay todavía un diseño estratégico a medio y largo plazo por un proyecto social y democrático avanzado. Su distanciamiento con esa conciencia social, mayoritariamente de izquierdas de las bases sociales progresistas, lo ha intentado cubrir, sin éxito, con la socialización (comunicación) de su nuevo discurso centrista entre esa base popular, para reducirla y asentar la cultura liberal, creyendo que tendría réditos electorales por el centro, cosa que la realidad europea y española ha demostrado irreal.

Esa alternativa pretende ser posibilista, por sus equilibrios con los grandes poderes. Su problema es que han incorporado esa tradición liberal sin las correspondientes prevenciones, no se han apoyado de forma realista en los sectores sociales progresistas y de izquierda, en sus intereses y su cultura, han perdido legitimidad ciudadana y tampoco han recuperado electorado centrista. De ahí la conformación de un amplio espacio crítico a su izquierda y su necesidad de apoyo en las fuerzas alternativas de progreso.

El nuevo programa económico compartido y de progreso del Gobierno de coalición y sus apoyos de investidura, en el marco de una política europea más expansionista, es una oportunidad, no exenta de dificultades y oposiciones, para superar las inclinaciones y condicionamientos del liberalismo económico dominante y la influencia de los grandes poderes económico-financieros, y apostar por una modernización productiva en beneficio de la mayoría y un refuerzo de los servicios públicos y el Estado de bienestar.

Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.

@antonioantonUAM