Las elecciones presidenciales francesas se juegan sobre un tablero retórico novedoso en el que los dos favoritos están dispuestos a pelear por los mismos significantes: el cambio, la reforma, la recuperación, la unión, la protección y el liderazgo. ¿Sobre qué terreno compiten Emmanuel Macron y Marine Le Pen? Las próximas elecciones presidenciales francesas se juegan […]
Las elecciones presidenciales francesas se juegan sobre un tablero retórico novedoso en el que los dos favoritos están dispuestos a pelear por los mismos significantes: el cambio, la reforma, la recuperación, la unión, la protección y el liderazgo.
¿Sobre qué terreno compiten Emmanuel Macron y Marine Le Pen? Las próximas elecciones presidenciales francesas se juegan sobre un tablero retórico novedoso en el que los dos candidatos favoritos están dispuestos a pelear por los mismos significantes: el cambio, la reforma, la recuperación, la unión, la protección y el liderazgo.
Francia atraviesa aguas desconocidas y eso hace que los analistas califiquen el momento actual de inédito, raro, confuso, pero al mismo tiempo apasionante y repleto de matices; un período, señalan, extrañamente excepcional. Hay, en efecto, rasgos anómalos en el retrato actual de la política francesa, como si el pintor encargado de organizar la variedad cromática de la realidad hubiera perdido el temple y a base de rayajos estuviera a punto de arruinar el cuadro bipartidista. El candidato conservador se encuentra embarrado en graves asuntos de corrupción y ha sido recientemente imputado, mientras que el candidato socialista atraviesa el desierto de la invisibilidad mediática y la deserción en sus propias filas. Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda alternativa, no consigue atravesar el «techo de cristal» del 12% de apoyo en intención de voto, a pesar del desencanto que para la izquierda ha supuesto la presidencia de François Hollande. Un escenario que cada vez recuerda más al vivido en Austria en diciembre pasado: sin los partidos tradicionales en la segunda vuelta y con un partido nuevo compitiendo con la ultraderecha.
En estas circunstancias, se ha hablado todavía poco (o no lo suficiente) de Emmanuel Macron, exministro de Economía del gobierno socialista de François Hollande y ahora candidato a la presidencia de la República por la plataforma En Marche (En Marcha) creada por él mismo en abril del año pasado y cuyas siglas –fíjense bien– coinciden con el nombre y apellidos del candidato. Su figura en estos momentos vuela. Y lo hace con el viento a favor de haber pillado a sus rivales por sorpresa y a contrapié. Los últimos sondeos muestran un empate técnico entre su candidatura y la de Marine Le Pen, a una distancia importante respecto de François Fillon e imposible para Benoît Hamon. Su notoriedad creciente (su «remontada», por así decir) tiene que ver con un éxito simbólico: competir en el territorio de las representaciones con Marine Le Pen y hacerlo desde lugares de enunciación atractivos.
Lo llamativo del fenómeno Macron es que retoma algunos de los principales lugares comunes del discurso del Frente Nacional y los ancla en un sentido común vinculado a lo que podríamos llamar, junto a Nancy Fraser, «neoliberalismo progresista«. De este modo compite con la retórica de Le Pen en lo que ésta tiene de outsider, de unión por encima de las ideologías, de proyecto novedoso y de ruptura con los partidos tradicionales. Permite engancharse a una forma light de sopapo a los poderosos.
¿Cuáles son esos terrenos comunes que pisan Emmanuel Macron y Marine Le Pen?
1. El agotamiento del eje izquierda/derecha
Tanto Emmanuel Macron como Marine Le Pen afirman regularmente que el eje izquierda/derecha sobre el que ha pivotado la política del último siglo está liquidando sus últimas existencias. Puede que aún nos suene, conceden ambos candidatos, puede que aún alguien lo use; sin embargo le ocurre como a las expresiones pasadas de moda: las entendemos, incluso nos provocan una leve sonrisa, pero (y este es el punto decisivo) ya no nos sirven para hablar de la realidad que nos rodea con nuestros contemporáneos.
Macron se esfuerza por situar la disputa política en un plano que atraviesa tangencialmente el eje derecha/izquierda. Sostiene que su proyecto se propone luchar por «la superación de la oposición izquierda/derecha», puesto que, según él, esta es la única «condición para la reforma del país». Su objetivo es la unión de todos los «progresistas», entendiendo que esta categoría: 1) no está necesariamente asociada a la izquierda, 2) es más amplia que la categoría «izquierda». Para Emmanuel Macron la identidad política «progresista» trasciende los límites de la izquierda puesto que «existen progresistas tanto en la izquierda como en la derecha». Son quienes «quieren entrar en el nuevo siglo, en la economía de las competencias, la cualificación y la innovación (preservando la justicia social) y se sienten vinculados a la laicidad y a Europa». Como contraposición a los progresistas, los conservadores son quienes, tanto en la derecha como en la izquierda, «desean proteger un orden antiguo y dicen «no cambiemos las cosas», «no nos preocupemos por el problema de la producción pero pidamos antes que se reparta lo que aún no se ha producido». Conservadores también son, insiste Macron, quienes «desde el lado de la derecha afirman: ‘Ayudemos a los que ya han triunfado a triunfar más’, ‘vayamos a un mundo más injusto’, y no creen en la verdadera movilidad económica y social».
Marine Le Pen desplaza el centro de la pelea política hacia otro eje distinto al derecha e izquierda: el que enfrenta a «los privilegiados» (en la jerga ultraderechista dícese del conjunto de personas que viven «por encima de la ley», o sea: élites e inmigrantes irregulares) con «los olvidados» (también denominados «olvidados» o «invisibles»). Esta organización del campo político en torno a la oposición privilegio/abandono es paralela a otro clivaje más antiguo que concibe la disputa política como enfrentamiento entre «nación» y «cosmopolitismo»; esto es, como lucha entre los partidarios de la nación y los partidarios del neoliberalismo. Toda la historia de la extrema derecha francesa del siglo XX (desde Maurras y Doriot hasta Alain de Benoist) se encuadra dentro de estas coordenadas.
En esto, ambos líderes surfean cómodamente una corriente mayoritaria entre la sociedad francesa que ya no se reconoce en las distinciones izquierda/derecha. De acuerdo con el último barómetro de confianza política elaborado por el centro de investigación Cevipof-Opinionway, el 75% de los ciudadanos está de acuerdo con la afirmación de que «las nociones de izquierda y derecha ya no quieren decir nada»; en lo que supone un incremento de un 2% en una tendencia de fondo que no deja de aumentar desde 2011.
2. Una Francia herida y decadente
El retrato de la Francia actual que hacen Macron y Le Pen tiene los mismos tintes oscuros. Ambos coinciden en hablar de una Francia decadente, fracasada y carente de grandeur, pero mientras Macron lo achaca a la falta de confianza, Le Pen culpa a los gobiernos precedentes de haber sido demasiado dóciles a la hora de transferir soberanía a Bruselas. Para Macron se trata de renovar y moralizar la vida política, para Le Pen de recuperar la libertad. Curiosamente, en sus mítines, los dos enaltecen la Historia de Francia (Macron adoptando un estilo florido, literario, de antiguo hombre de letras doctorando de Paul Ricoeur; Le Pen prefiriendo el enfoque épico, bien trabajado por la extrema derecha) para a continuación subrayar que nos encontramos en un momento histórico dramático, decisivo, en una verdadera encrucijada; un momento, insisten, de extrema gravedad que hace que las próximas elecciones presidenciales no sean como las demás.
Este momento de excepcionalidad, según ambos, reclama un proyecto fuerte, de nueva planta, inaugural. «Mi proyecto es edificar una Francia nueva», una «República contractual» que sea capaz de «reconciliar a los franceses», señalaba Emmanuel Macron en un mitin reciente celebrado en Reims ante un auditorio mayoritariamente juvenil. Para Marine Le Pen, la construcción de una nueva Francia pasa necesariamente por la recuperación de la soberanía nacional para «no sucumbir ante dos amenazas: el dominio del rey-dinero y la dictadura de la reina-religión». Lo nuevo, se esfuerza en afianzar la candidata ultraderechista, es abrirse a la «primavera patriótica», es el retorno a la Europa de las naciones de la que hablaba en la ciudad alemana de Coblenza a finales de enero junto a otros líderes de la extrema derecha europea como el holandés Geert Wilders, la vicepresidente de Alternativa para Alemania, Frauke Petry, el eurodiputado de la Liga Norte Matteo Salvini y el secretario general del Partido Liberal de Austria (FPÖ), Harald Vilinsky.
La orientación del relato de Le Pen y Macron es diversa (incluso antitética), pero la estructura es la misma: 1) toman como punto de partida una Francia fracasada, 2) señalan como responsables a los gobiernos precedentes, 3) afirman haber llegado a un punto de inflexión, 4) caracterizan los próximos comicios presidenciales como cruciales, 5) se proponen como protagonistas de la refundación del país. Con estas bases, el pulso es entre una apelación ciudadanista y una apelación popular-identitaria.
3. Ciudadanía versus pueblo
Emmanuel Macron no es el candidato de ningún partido, no es apoyado por ninguna maquinaria burocrática ni lleva décadas en política; ni siquiera ha sido nunca miembro del Partido Socialista. Es el líder de un movimiento ciudadano que comenzó organizándose en círculos nacidos espontáneamente, adoptó un nombre (¡En Marcha!) que enfatiza el carácter dinámico del proyecto, presume de financiarse con donativos individuales (aunque el resto de candidatos ponen en cuestión el origen de la financiación de su campaña) y cuenta con miles de militantes que gustan de llamarse marcheurs (caminantes) en un proceso de identificación que mezcla la taumaturgia con el vocabulario típico del management. Macron apunta alto cuando afirma que «nuestra política carece de la trascendencia que la filosofía y la literatura aportan» y se propone reintroducir algo de ese espíritu «en nuestra sociedad cansada».
El tono dulce, templado, pausado en el ritmo y caballero cuando afea a quienes durante sus actos abuchean el nombre de sus contrincantes, parece querer decirnos «no soy como los demás». En sus apelaciones al gran público la sociedad civil tiene un papel central. Es ella la que conforma su movimiento, es ella a quien se dirige cuando habla y será ella quien protagonice el cambio ciudadano cuando acceda a la presidencia de la República. Macron pone el acento en la sociedad civil, entendida de modo genérico englobando a agentes sociales, empresas, ciudadanos, asociaciones o ONG, para resaltar que el suyo es un proyecto cuyo aliente viene de abajo y que, gracias a ello, está en condiciones de unir a los franceses en algo así como un nuevo contrato social. Además, también se compromete a conformar un gobierno en el que la mitad de sus componentes provengan de la sociedad civil. Está convencido, dice, de que hay más inteligencia colectiva en la sociedad civil que en los partidos políticos. De momento ha conseguido convencer a una parte de la sociedad francesa, especialmente a los jóvenes, a cuyo voto aspira también Marine Le Pen.
Ella, la candidata del Frente Nacional, no apela tanto a la ciudadanía como al «pueblo de Francia». Un pueblo inmemorial que lucha por su libertad y protección, que se defiende de la amenaza del «totalitarismo neoliberal» (cuyo objetivo sería la conversión de todo en mercancía) y que desea preservar su identidad nacional. Marine Le Pen llama a la «revuelta» del pueblo francés contra unas élites que «pretenden crear un país de esclavos que produzcan barato para que consuman desempleados» y justifica su convocatoria en la ruptura del pacto social: «en estas circunstancias en las que las supuestas élites han fallado y traicionado, el único recurso es el pueblo: su poder, su determinación y su sentido común».
Esta situación reclama una nueva conducción del país. Macron justifica su propuesta en una suerte de «ética de la convicción» que se sustenta en los riesgos que ha tomado decidiendo salir del gobierno, fundar un movimiento y desvincularse de sus puestos precedentes. Inscribe este paso en una trayectoria más amplia que le ha llevado sucesivamente desde la carrera universitaria hasta la responsabilidad ministerial, pasando por la banca Rothschild, siempre guiado por la convicción de sus compromisos. «Siempre he actuado de acuerdo a lo que dictara mi conciencia», viene a decir Macron. Y añaden sus partidarios: «créanle porque ha perdido mucho dinero por hacerlo». Por ese camino Macron proyecta su figura como antítesis del «político profesional». Marine Le Pen, en cambio, fundamenta su legitimidad de líder en los ataques que ha recibido y en no haberse amilanado ante ellos. Su mayor credencial son las críticas de sus adversarios, a los que juzga pertenecientes a una «élite mundialista» ajena a los problemas del pueblo. Por eso ella, enemiga de las élites, se permite autodenominarse como «la candidata de la Francia del pueblo llano: de los olvidados, las ciudades y pueblos pequeños, de las áreas desertificadas».
4. Choque de trenes
Los dos candidatos pelean por el liderazgo de una renovación profunda de la vida política francesa. Y lo decisivo es que ambos lo hacen desde terrenos discursivos paralelos que, sin embargo, se enfrentan bajo la forma de una apelación ciudadanista de corte neoliberal y una convocatoria populista de raigambre identitaria. Mismos mimbres retóricos para proyectos de orientación contraria. Dos estilos, dos movilizaciones, que caminan en direcciones opuestas nutriéndose de los mismos componentes. Entre las palabras clave que resaltan del discurso de Macron encontramos: ciudadanía, reforma, responsabilidad, progresismo, modernización, flexibilidad, crecimiento, pragmatismo, eficacia. Por el contrario, Le Pen estructura sus intervenciones públicas en torno a los siguientes conceptos: soberanía, libertad, pueblo, protección, identidad, nación, orden y seguridad. Entre medias, el resto de candidatos encuentra dificultades para afianzar una voz propia.
Las próximas elecciones francesas ponen en juego una disputa discursiva cada vez más frecuente en Europa entre neoliberalismo cosmopolita y proteccionismo identitario; y de, paso, dejan en evidencia a una izquierda rezagada a la hora de elegir los marcos, las palabras, las metáforas y los símbolos con los que dirigirse a la sociedad. Una izquierda, tanto la de Benoît Hamon como la de Jean-Luc Mélenchon, que sí es audaz en los programas pero cuyo mensaje está encapsulado en fórmulas y estilos antiguos fácilmente neutralizables y estigmatizables por sus adversarios.
El último debate en TF1 entre los cinco principales candidatos dejó un escenario aún abierto. Ni Emmanuel Macron ni Marine Le Pen descollaron. Se neutralizaron mutuamente: primero Macron saliendo bien parado de dos encontronazos dialécticos con Le Pen a cuenta de la polémica del burkini que el verano pasado sacudió Francia; y posteriormente Le Pen subrayando, ante la sonrisa aquiescente de los demás candidatos, que Macron había estado hablando «durante siete minutos sin decir absolutamente nada». Lo que ocurra de aquí al 7 de mayo es un enigma, pero parece claro que Francia es hoy un buen laboratorio para entender qué está ocurriendo en Europa con las viejas identidades políticas. Por eso conviene seguir de cerca lo que dicen y cómo lo dicen estos dos líderes inéditos que no se reclaman ni de la izquierda ni de la derecha.
Fuente original: http://ctxt.es/es/20170322/Politica/11814/elecciones-francia-macron-le-pen-discurso-guillermo-fernandez.htm