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Crónica de un realidad evitada por la prensa hegemónica

Los neonazis patrullan Kiev

Fuentes: Rebelión

Es media noche y la columna de encapuchados sale de uno de los aledaños de la plaza de la Independencia, hoy más conocida como «Euromaidán». Son unos sesenta, con ropa militar, chalecos antibalas, barras de acero, cascos y hasta cartucheras que podrían albergar pistolas. Aquí fue donde el pasado veintiuno de noviembre se iniciaron las […]

Es media noche y la columna de encapuchados sale de uno de los aledaños de la plaza de la Independencia, hoy más conocida como «Euromaidán». Son unos sesenta, con ropa militar, chalecos antibalas, barras de acero, cascos y hasta cartucheras que podrían albergar pistolas. Aquí fue donde el pasado veintiuno de noviembre se iniciaron las protestas a favor de la asociación de Ucrania con la Unión Europea, las cuales terminaron en golpe de Estado contra Viktor Yanukóvich, un presidente electo pero corrupto. Según Oleksander, un vecino que aplaude al paso de lo que él llama «brigadas de luchadores», la actividad de estos hombres alzados en armas comienza a las doce y termina a las seis de la mañana, y como esta «brigada», horas antes se divisaban con facilidad otras columnas de los diferentes grupos ultraderechistas que dominan la zona durante las veinticuatro horas. «Tienen dividido todo el centro histórico de Kiev para evitar la presencia de extranjeros, comunistas, homosexuales y rusos», afirma este vecino que dice ser «un simple defensor de una Ucrania unida y disciplinada a la que le hace falta orden y honor». Desde hace unos días, en Internet ya se pueden ver los videos de violentos «operativos de limpieza» llevados a cabo por estos grupos contra simples transeúntes, cargos públicos y hasta un blindado del ejército paseándose por el centro de la ciudad con la bandera de Svoboda, el partido neonazi que hoy está en el gobierno con un vice primer ministro, tres ministros, el fiscal general del Estado y cinco gobernadores de provincias entre otras decenas de importantes cargos públicos con responsabilidades en el Estado. «Pero ellos no son los únicos que están luchando. Nosotros somos tan patriotas como ellos o más. De hecho muchos militantes de Svoboda se han cambiado a nuestro movimiento». Mykola, que se encarga de «evitar que vengan espías extranjeros» a la plaza de la Independencia, viste ropa militar, dice esconder una Makarov de 9mm y lleva un radio transmisor adherido al pecho. Es miembro del nuevo partido Pravy Sektor (Sector Derecho) y se acerca a hacer preguntas «a todo aquel que pueda suponer una amenaza para la revolución que hemos comenzado». Sereno a pesar de un aliento que destila vodka, enumera las alianzas que hasta el momento les han ayudado. «La Unión Europea nos ha sido favorable y sería bueno ingresar en ella más adelante, por eso algunos ponen las estrellitas alrededor de nuestro escudo nacional. Sin embargo nosotros somos más bien tercera vía, eso sí, dentro de la OTAN. Si nos apoyan los americanos hasta lucharíamos contra Rusia». El partido nacionalsocialista Svoboda, aunque en este momento vive el punto álgido de su historia lleva desde principios de los noventa en activo (bajo las siglas de partido «nacional social») y tiempo en las instituciones, pero otros, como Pravy Sektor, se fundó al calor de las primeras protestas europeístas del pasado noviembre, y se estima que hoy cuenta con más de cinco mil miembros entrenados y bien pertrechados de su característica indumentaria bélica. No obstante, desde finales del año pasado ambos se han beneficiado de una articulación, financiación y crecimiento difícil de explicar, y atribuida por el exjefe de los servicios de inteligencia, Alexánder Yakimenko, «a la obvia llegada de donantes extranjeros que a través de algunas embajadas que distribuyeron grandes cantidades de divisas. Eso se pudo comprobar por sus visitas a embajadas como la de Polonia y Estados Unidos o en cómo se cambiaron dólares alrededor de Maidan». Miles de chalecos antibalas a 1200 dólares la unidad, equipos de radio para comunicarse, ranchos con los que alimentar a todas sus «brigadas» o los rifles con mira telescópica que utilizaron durante el «Euromaidán» suponen un gasto muy considerable que choca con la realidad de unos grupos surgidos de la marginalidad y el paro. Precisamente en uno de esos ranchos, «la patriota Sofiya», como le llaman sus compañeros, sirve sopa, café y bocadillos a los militantes de guardia. Al ser preguntada por quien financia estas cantinas que abastecen veinticuatro horas al día a unos pocos miles de neonazis, responde con un escueto, «nos quiere mucha gente, dentro y fuera».

La plaza del «Euromaidán» es un rosario de tiendas de campaña color caqui, remolques-caldera del ejército que sirven para calentar las estancias de los paramilitares, barricadas tan altas como casas, fogatas donde se cocina las veinticuatro horas y edificios ocupados en los que los centinelas son jóvenes y adultos con cascos militares, pasamontañas y rosarios colgados de los antebrazos. En la puerta de lo que antes era un edificio de la administración pública, los hombres de Pravy Sektor que lo ocupan ya están borrachos, y han dejado sus porras y escudos sobre una suerte de sacos terreros que a modo de trinchera protegen la entrada. Sobreexcitados, cada uno de ellos tiene su propia versión de lo que sucedió durante lo que ellos llaman «la revolución», y aunque casi todos hablan a favor de continuar en alianza con Estados Unidos o Alemania (países que tuvieron y vuelven a tener conexión directa con estos grupos ultras) otros prefieren mantener relaciones internacionales de un perfil más bajo, lo que llaman «la solidaridad de las naciones europeas», en alusión a las alianzas que han construido tras recibir las visitas de emergentes grupos neonazis como los Nordisk Ungdom de Suecia, el NPD de Alemania o Jobbik de Hungría entre otras docenas de organizaciones de extrema derecha que han hecho de Kiev su nueva meca. A pocos metros de ahí, tras el check point paramilitar que a falta de autoridad legal controla uno de los accesos a la plaza, Vasyl vende recuerdos de «la revolución ucraniana», así como souvenirs de Svoboda, banderas de Ucrania mezcladas con la de la Unión Europea y parches de Pravy Sektor. Los compradores de dicha simbología ultranacionalista no son tanto los skin heads venidos de todo el mundo o uniformados locales, sino familias con niños, visitantes de provincias y algunos jóvenes que dicen no estar de acuerdo con Pravy Sektor o Svoboda, «aunque son patriotas y en cierta medida les entendemos», asegura Nataliya, estudiante de bellas artes y fervorosa defensora «de los valores que representa la Unión Europea». Uno de los productos que más se vende en estos puestos es la efigie que en la nueva Kiev ha desplazado el escaso culto que aún se rendía a la figura de Lenin. Se trata de Stepan Bandera, héroe nacional para gran parte del nuevo Gobierno y fundador del «Ejército Insurgente Ucraniano», la agrupación armada que durante la segunda guerra mundial colaboró con los nazis alemanes en el extermino de polacos, comunistas y sobre todo judíos, el colectivo minoritario más contradictorio bajo el nuevo Gobierno. Días después de que un líder de Pravy Sektor, Aleksandr Muzychko -fallecido esta semana en un tiroteo aún por aclarar- diese un discurso incendiario -Kalashnikov en mano- sobre los judíos, Reuven Din El, el embajador de Israel en Ucrania se reunió con Dmytro Yaros (otra cabeza visible de Pravy Sektor) zanjando en algún tipo de acuerdo no revelado toda posible confrontación entre la comunidad judía y los ultraderechistas que hoy gobiernan el país. En este sentido, la «Agencia de Noticias Judía» llega aún más lejos, publicando informaciones (que diarios israelíes como Haaretz también han difundido) según las cuales varios miembros relacionados con el ejército israelí estuvieron bajo las ordenes de Svoboda durante los combates acaecidos en el «Euromaidán», destacando una pequeña unidad israelí llamada «los cascos azules» que eran de origen ucraniano (como tantos israelíes) lo cual facilitaba su perfecta mimetización en la sociedad. Su líder, un exmilitar que hablando en hebreo no quiso aclarar si acudió a Kiev como contratista del gobierno sionista o como voluntario, declaró, «no pertenezco a Svoboda aunque he operado bajo sus ordenes. Para mí, son como hermanos, y no olvidemos que en las protestas había muchos judíos», extremo confirmado desde diciembre por el diario conservador, Jerusalem Post quien publicó un reportaje en el que afirmaban que «judíos jóvenes de organizaciones internacionales han prestado apoyo logístico así como organizativo en las barricadas». El encuentro entre el embajador israelí en Kiev con Dymitro Yarosh (que se produjo poco antes del de Netanyahu con Obama en la Casa Blanca) es posible que responda, no sólo a contener cualquier posible ataque descontrolado contra miembros de la comunidad judía, si no a tratar el tema de «la seguridad» como una estrategia local de participación internacional, pues hoy, Dymitro Yarosh no sólo es un alto cargo en Pravy Sektor, sino secretario para la seguridad nacional, y por ende, responsabilidad de gran interés para Estados Unidos y Europa Occidental.

Ya de madrugada, a varias manzanas del «Euromaidán», donde las pintadas de las SS (en clara alusión a las Waffen-SS de Hitler) son menos frecuentes, algunas oscuras calles son controladas por «pequeñas unidades patrióticas» de cuatro o cinco hombres en estado de embriaguez, como la que lidera esta madrugada de sábado el joven Bodan. «A veces tenemos discusiones con ellos, pero casi toda la policía confía en nosotros. Donde nosotros estamos no se roba, no hay crimen sino orden y respeto por la verdadera Ley». A la pregunta de cuál es la verdadera ley, responde. «Nosotros somos la ley. Tenemos la fiscalía del Estado con Svoboda, la jefatura de seguridad nacional con Pravy Sektor y a Ihor tenyukh también de Svoboda como Ministro de Defensa. ¿Qué más quieres?». La pandilla paramilitar continúa su errático tránsito en busca de un que hacer. En la zona no se divisa policía, tan sólo una coche patrulla vacío que tratan como si fuese suyo. Tampoco se aprecia ni un décimo de toda la prensa extranjera que desde esta plaza y estas calles legitimó «la revolución» contra el anterior gobierno. Así, el fascismo campa por Kiev a sus anchas, sin policía que los reduzca ni prensa que lo denuncie.

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