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Los nuevos mercenarios (I, II y III y última)

Fuentes: La Jornada

En las últimas décadas, las compañías militares privadas están presentes en todos los escenarios bélicos del mundo y, sin duda, se han convertido en una suerte de minas de oro internacionales. No sólo han adquirido enormes sumas de dinero, sino también han cambiado, al parecer, el rumbo de la política internacional. El instituto de investigaciones […]

En las últimas décadas, las compañías militares privadas están presentes en todos los escenarios bélicos del mundo y, sin duda, se han convertido en una suerte de minas de oro internacionales. No sólo han adquirido enormes sumas de dinero, sino también han cambiado, al parecer, el rumbo de la política internacional. El instituto de investigaciones British American Security Information Council (BASIC) publicó, en septiembre de 2005, un amplio informe en el que revela que sólo en Irak se encuentran 68 compañías militares privadas oficiales con diferentes contratos y mandatos secretos específicos -la cifra no oficial asciende a más de 105 compañías militares privadas.

Las compañías militares privadas cuentan con 25 mil efectivos en Irak, constituyen la segunda fuerza de ocupación, después de Estados Unidos y superior al Ejército británico. Un recuento hasta 2005 arroja el suguiente resultado: 928 mercenarios muertos y unos 4 mil heridos. Según un informe de la Oficina de la Contraloría de Estados Unidos (Government Accountability Office) desde 2003 se han otorgado contratos por un valor de más de 766 millones de dólares a las compañías privadas de seguridad.

El informe de BASIC resume las actividades de las compañías militares privadas en Irak: la compañía Airscan vigila por la noche con cámaras especiales los oleoductos y los pozos petroleros; la Blackwater vigiló y protegió, entre muchos otros políticos, a Paul Bremer, director de Reconstrucción y Asistencia Humanitaria en Irak -de abril a mayo de 2004- y puso a su disposición «grupos móviles de seguridad». La ISI Group tiene a su cargo la protección de personas y edificios dentro de la llamada zona verde , donde están los edificios del gobierno de Irak. La Cochise y la OS&S han custodiado a personalidades importantes (VIP), y la Centurion Risk entrena a personas de organizaciones internacionales y humanitarias, así como también a varios corresponsales de la prensa extranjera y medios televisivos, para enfrentarse a situaciones de extremo riesgo y peligro.

Triple Canopy obtuvo el resguardo armado de convoyes y transportes militares irakíes. Las firmas Titán y WWLR han enviado equipos de traductores, han efectuado tareas de traducción durante los interrogatorios a prisioneros de guerra y han enseñado a las tropas no sólo los principios elementales del árabe, sino de otros dialectos; la CACI International y la MZM enviaron también especialistas en lengua árabe a Bagdad, fueron asistentes en interrogatorios y «operaciones sicológicas»; la Vinell debía reconstruir y entrenar al nuevo ejército irakí; la Dyn Corp reorganizar a la policía de Bagdad y sus escuelas de aprendizaje; la Ronco desarmar, desmovilizar y reintegrar al antiguo ejército iraquí. De acuerdo con el contrato de Group 4 Securiror (G4S), su tarea la desempeñan hombres armados y vigilan personas, objetos, edificios y custodian pilotos aviadores de combate. Combat Support brinda apoyo al ejército estadunidense en acciones de combate, sobre todo a las unidades de asalto. Mantech mantiene 44 especialistas en radiotransmisiones en un centro de telecomunicación cerca de Bagdad. Kellog, Brown &Root es responsable de la logística en territorio de Irak, cuenta con algo más de 50 mil personas, desde albañiles hasta mecánicos de automóviles, ingenieros electricistas y cocineros. «En su mayoría son individuos reclutados en los países del tercer mundo -sostiene el informe de BASIC-, sobre todo filipinos.»

Las compañías militares privadas no sólo se han establecido en Irak, sino en casi toda la península árabe. Un ejemplo contundente: en Arabia Saudita han cubierto casi todos los frentes y han desplazado al ejército o la policía nacionales. La lucha contra el terrorismo, la planeación estratégica y táctica militares, las recomendaciones de seguridad y las informaciones secretas, la red de espionaje contra los grupos islámicos integristas, la guerra sicológica, todas estas actividades están en las manos de corporaciones militares privadas. La Vinnell tiene a su cargo el entrenamiento de la guardia nacional y brinda protección a las zonas de máxima seguridad; la Bozz Allen dirige y controla la Academia Militar Saudita; la O’Gara custodia y protege a la familia real y se dedica a formar fuerzas de seguridad locales; la Cable and Wireless se encarga del entrenamiento de las fuerzas de seguridad en el combate contra el terrorismo y adiestra comandos en la guerra urbana.

Tim Spicer, ex oficial británico, es el creador de las «compañías militares privadas contemporáneas», y además uno de sus más grandes empresarios. En su autobiografía: An unortodox Soldier. Peace and war and the Sandline Affair ( Un soldado poco ortodoxo. Paz y guerra y la aventura de Sandline ) describió sus experiencias como soldado raso en las filas de los Scott Guards, la guardia escocesa, los cursos en la reconocida academia militar Sandhurst, las misiones suicidas como miembro de los comandos especiales británicos; además combatió en la guerra civil en Irlanda del Norte, en Chipre, en las islas Malvinas y, al paso el tiempo, luchó también en Bosnia, en la guerra de los Balcanes y participó en la destrucción de Yugoslavia.

Spicer ha sido distinguido con altas condecoraciones, abandonó el Ejército de su majestad a los 43 años y se convirtió en director para Medio Oriente de la compañía de inversiones británica Foreign and Colonial. Durante 10 meses visitó todos los países árabes, estableció multiples relaciones políticas y militares y fundó su propia compañía militar privada: Sandline International.

A finales de 1975, el Estado de Papúa-Nueva Guínea, al norte de Australia, declaró su independencia; sin embargo, en marzo de 1989 dio comienzo una sangrienta guerra civil en el Estado independiente, sobre todo en una de sus provincias lejanas, la isla de Bougainville, donde se encuentran grandes minas de cobre en manos de ingleses y australianos, verdadera causa de la disputa. Durante nueve años (1989-1997), la guerra civil en Papúa-Nueva Guínea cobró la vida de miles de personas; el movimiento independentista Bra se fortaleció, ocupó varias ciudades y sus guerrilleros avanzaron sobre Kieta. En 1997 Julius Chan, jefe de gobierno de Papúa-Nueva Guínea, llamó en su ayuda a Sandline International, firmó con esta compañía militar privada un contrato de tres meses por 45 millones de dólares. Así nació la historia contemporánea de las compañías militares privadas.

En febrero de 1997, Julius Chan, jefe de Gobierno del Estado Independiente de Papúa-Nueva Guinea, admitió que no tenía otra alternativa que contratar a Sandline International para someter a las fuerzas insurgentes. La compañía militar privada debía prestar los siguientes servicios: poner a su disposición unidades de mercenarios con vasta experiencia, capacidad de fuego de largo alcance y grupos selectos de combate que instruyeran a las tropas papúas en tácticas militares y operaciones de inteligencia y espionaje. Sin embargo, una desafortunada indiscreción en el gabinete de Julius Chan dio a conocer el contrato a los medios de comunicación. De modo que Australia se interpuso para defender sus importantes inversiones financieras en Papúa-Nueva Guínea, y el ejército nacional papuense se opuso con toda energía al compromiso con Sandline International. El golpe de Estado de los militares papuenses terminó con el contrato; 48 mercenarios fueron detenidos -ingleses, sudafricanos, italianos, franceses, etíopes, noruegos y filipinos-, sus armas, entre ellas cuatro helicópteros de origen bielorruso, fueron decomisadas; pero cuatro semanas después, por presiones políticas inexplicables, los 48 mercenarios fueron puestos en libertad y expulsados de la isla.

Tim Spicer, dueño de Sandline International, presentó ante los tribunales internacionales una demanda por incumplimiento de contrato y, para sorpresa de muchos jueces, se le dio la razón y ganó el litigio: el nuevo gobierno de Papúa debió pagar los 18 millones de dólares restantes. El escándalo levantó un torbellino en la prensa británica; se hablaba de los nuevos mercenarios patrocinados por gobiernos y consorcios financieros. En su autobiografía, Spicer afirmó que el gobierno británico estaba informado con todo detalle de la Operación Bougainville , la intervención mercenaria en Papúa-Nueva Guínea. A principios de 1998, un nuevo escándalo político sacudió a Inglaterra y casi llevó a Robin Cook, ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, a presentar su renuncia irrevocable. A pesar del embargo de armas impuesto por la ONU a Sierra Leona, Tim Spicer y la Sandline transportaron en un Boing 727 de carga 30 toneladas de armas de fuego -de fabricación búlgara- con destino a Freetown, capital de Sierra Leona, país donde la guerra civil se desplegaba con toda furia, un genocidio perpetrado por los señores de la guerra. Spicer había firmado un contrato millonario con el depuesto presidente Ahmad Tejan Kabbah, exilado en Inglaterra para restituir su gobierno.

Tim Spicer fue acusado y se declaró inocente. Por esos días argumentó que no sólo había informado a su gobierno, sino que la política británica era clara y distinta: restablecer el gobierno del presidente Kabbah. Los escándalos no arruinaron los negocios de Spicer, sino, por el contrario, lo acreditaron como «un empresario de una seriedad incuestionable».

En mayo de 2001 fundó otra compañía militar privada, Trident Maritime, dedicada a la protección de las compañías aseguradoras de navieras; el caso más sonado y espectacular fue su intervención en Sri Lanka. Lloyds of London, la conocida marca de seguros, rehusaba firmar la prima para proteger a la flota mercante de Sri Lanka, porque la guerrilla tamil multiplicaba las condiciones de inseguridad, y la piratería de los Tigers of Tamil Eleam en el océano Índico se había vuelto un verdadero peligro. Los piratas acechaban a las flotas de Sri Lanka, en cualquier momento sucedían los ataques; por ejemplo, en agosto de 1997, el asalto al contenedor Nedlloyd Sao Paolo frente al puerto de Colombo puso en alerta a la compañía de seguros. Seis lanchas se lanzaron al abordaje cuando las alarmas sonaron, los piratas habían saqueado el inmenso contenedor y habían dejado marineros asesinados y heridos.

La compañía Lloyds exigió una sola condición para firmar el contrato: Trident Maritime se haría cargo de la custodia de las flotas mercantes. El gobierno de Sri Lanka debatió durante tres días y al final aceptó las condiciones de Lloyds ante el temor de un colapso inminente del abastecimiento nacional. A partir de ese día, los buques blindados de Trident Maritime escoltaron a las flotas mercantes de Sri Lanka y controlaron la corriente de mercancías por el golfo de Mannar. Al principiar la guerra de Irak, Tim Spicer estrenó y se puso al frente de una nueva compañía militar privada, Aegis Defence Services, quizá la más célebre de sus empresas. Durante la guerra de Irak, las compensaciones netas de Aegis Defence Services sumaron 293 millones de dólares, uno de los contratos más lucrativos de una compañía militar privada.

En Guerreros corporativos: el ascenso de la industria militar privada, Peter W. Singer señala que uno de los rasgos distintivos de los estados democráticos reside en el control de la violencia militar dentro de un marco establecido, y la restricción de su influencia en el mundo de la política y de la sociedad civil. La privatización de la violencia ha llevado, sin embargo, al dominio de las compañías militares privadas, a su reglamentación de modo directo o indirecto de los conflictos bélicos internacionales, imponiendo sus estrategias y tácticas militares. Por lo común estas compañías tienen sus cuarteles generales en los países ricos e industriales de Occidente; pero sus campos de acción y dominio se encuentran en las naciones pobres y hambrientas, que antes se llamaban «tercer mundo», entidades caóticas e ingobernables que necesitan sólo de un pantano de miseria, corrupción, trafico de influencias, fraudes fiscales y señores de la guerra energúmenos, como en el caso de Sierra Leona, para disponer el arribo de los comandos militares privados al servicio de intereses particulares o estatales. El monopolio de la violencia legítima, como Max Weber definía al Estado, parece haber desaparecido.

El 27 de abril de 1961, la república de Sierra Leona declaró su independencia. Un pequeño país africano frente al Atlántico -71 mil kilómetros cuadrados y 5 millones de habitantes-, las fronteras con Liberia y Guinea son casi inexistentes, los refugiados se cuentan por cientos de miles. Gobiernos miserables y déspotas iluminados han asolado su historia, golpes de Estado y una guerra civil permanente consumaron el saqueo del país. La maldición nacional: Sierra Leona es uno de los primeros productores de diamantes del mundo, piedra imán de toda la codicia internacional.

En marzo de 1995, el presidente Valentin Strasser contrató los servicios de la compañía militar privada Executive Outcomes (EO), para contener la oleada de violencia del Revolutionary United Front (Frente Unido Revolucionario), bajo el mando de Foday Sankoh (RUF), un verdadero sicópata fundador de los ejércitos de niños. Durante los años de la guerra civil, 4 mil niños desaparecieron sólo en la ciudad de Freetown, capital de Sierra Leona. Unos meses después reaparecieron combatiendo en los Small Boys Units (Unidades Militares de Niños Pequeños), niños entre los 7 y los 12 años armados con metralletas AK 47. «Tienen que aprender pronto», decía Foday Sankoh, «la guerra no respeta edades.» A principios de 1998, el ejército nigeriano entregó a la UNICEF 79 soldados niños -de 7 a 14 años de edad-, raptados por la guerrilla de Sankoh.

Los mercenarios del EO desplazaron a los guerrilleros del RUF, después de feroces combates liberaron la zona de los diamantes, destruyeron sus campamentos y eliminaron un buen número de carros blindados. Un trabajo de eficacia ejemplar. Al poco tiempo, uno más de los muchos golpes militares derrocó al presidente Strasser, luego el caos de la violencia desintegró al país: el exterminio sistemático de etnias diferentes. Cuando los EO abandonaron Sierra Leona, la mayoría de los jóvenes y los soldados pasaron a formar parte del Frente Unido Revolucionario Reformado. Los rebeldes acosaron al ejército nacional, que no tenía salidas de emergencia, y sólo con la ayuda de la ECOMOG -la Coalición Militar de África Occidental- pudo mantener Freetown, la capital, y meses más tarde la misma Coalición (invadió) ocupó todo el país. En los años siguientes y por mandato de la ONU, los ejércitos de la Organización para la Unidad de África (OUA) conquistaron Sierra Leona. Los sucesivos gobiernos llamaron de nuevo a las compañías militares privadas, primero a la EO y, al poco tiempo, se presentó Tim Spicer y su Sandline International. En Sierra Leona nada había cambiado: los masivos asesinatos fratricidas, la devastadora epidemia de sida y la gigantesca miseria.

A principios del año 2000, Foday Sankoh había secuestrado por unas semanas a 500 cascos azules de la ONU y, según documentos encontrados después de su muerte, había robado más de 2 mil diamantes y buscaba desesperado un comprador en Amberes, centro internacional del comercio de piedras preciosas. Sankoh trabajó durante algún tiempo como el jefe de la Comisión de Recursos Mineros. Según cálculos de la ONU, 85 por ciento de la producción de diamantes en Sierra Leona pasa de contrabando por la frontera de Liberia. En abril de 1969, la producción oficial de diamantes de Sierra Leona llegó a ser de 2 millones de quilates. A partir de mayo de 1999, la producción alcanzaba sólo 700 mil. Desde junio de 2003, un frágil armisticio mantiene a las corporaciones militares privadas como garantes de la paz; pero los rebeldes del RUF siguen ocupando la mitad de los campos de diamantes.

Sierra Leona no es una excepción. Peter W. Singer afirma que Ruanda, Liberia y Angola se encuentran en situación semejante. Las compañías militares privadas decidieron siempre en el último momento los conflictos armados a favor de un partido o de un grupo de consorcios internacionales. Algunos países como la República Democrática del Congo, Filipinas, Chechenia o Angola ofrecen la atmósfera propicia a las intervenciones de las compañías militares privadas, que conducen a una escalada del conflicto y se transforman en graves crisis políticas. Las poblaciones han vivido siempre a las orillas de un volcán, la amenaza de exterminio es su pan cotidiano.

En marzo de 2004, un grupo de ex empleados de la compañía militar privada EO intentó dar un golpe de Estado en Guinea Ecuatorial y fracasó de modo espectacular. Se trataba de expatriar al dictador Obiang Nguema -que contaba con el apoyo de Estados Unidos y de la compañía militar privada MPRI- y llevar a la presidencia al político de oposición Severo Moto, exilado en España. El verdadero motivo del conflicto eran, en realidad, los intereses petroleros de los grandes consorcios, y de los gobiernos que favorecían al grupo de ex empleados de EO, porque la antigua colonia española de Guinea Ecuatorial se había convertido desde hace algún tiempo en «El Dorado» de la economía petrolera. Los financieros de todo el mundo se dan cita en la ciudad de Malabo, capital de Guinea, a la espera de grandes negocios y ganancias astronómicas en la explotación del petróleo. Todos los conjurados del fallido golpe se encuentran en prisión -cumplen largas condenas-, salvo Mark Thatcher, uno de lo autores financieros de la conspiración, quien se encuentra en libertad gracias a la oportuna intervención de su madre: Margaret Thatcher.

Las compañías militares privadas se han puesto por encima de los tratados de la Convención de Ginebra y han crecido a la sombra de Estados en guerra o poderes que hoy llamamos «fácticos». Su estrategia indirecta es tan antigua como la de los condotieros, capitanes de las tropas mercenarias en el siglo XV, cuyo origen es la condotta , el contrato entre el capitán de los mercenarios y el gobierno de las ciudades-Estado italianas que los alquilaba. El principal mandamiento de los condotieros: todo arte militar se basa en el engaño. Por esa razón, cuando estamos en condiciones de atacar debemos simular que no lo estamos; cuando nos movilicemos con las tropas, debemos parecer inactivos; cuando nos aproximemos, el enemigo debe pensar que nos encontramos lejos; cuando estemos lejos, debe pensar que nos hallamos muy cerca, ofrecer señuelos para atraer al enemigo, simular desorden para aniquilarlo.