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Cuatro trabajadores muertos, de momento, en Turín

Luto por la explosión en una acerería

Fuentes: Rebelión

El sábado 08 de diciembre de 2007 hubo una explosión en la fábrica de aceros Thyssen Krupp, en el centro de Turín (Italia). A las 3 de la mañana, llevándose a cabo ya la cuarta hora extraordinaria de trabajo, se produce un incendio por el mal estado de las maquinarias. En esta acerería se da […]

El sábado 08 de diciembre de 2007 hubo una explosión en la fábrica de aceros Thyssen Krupp, en el centro de Turín (Italia). A las 3 de la mañana, llevándose a cabo ya la cuarta hora extraordinaria de trabajo, se produce un incendio por el mal estado de las maquinarias. En esta acerería se da prioridad a la producción y no a la manutención. Saltan por los aires las normas de seguridad laboral y quienes sufren las consecuencias son los obreros: 4 italianos atrapados y quemados vivos. Tres trabajadores más siguen en el hospital con pocas esperanzas de poder salir (90% de quemaduras en el cuerpo), según el último parte de los médicos italianos de hace unas horas.

En un país donde la media de obreros muertos en el trabajo raya los dedos de la mano: cada día, cinco trabajadores seguros de que van a morir para que -por medio de un contrato basura- pueda llegar su familia a fin de mes. Ironías del centro del sistema. Mientras que los altos dirigentes responden a la policía por qué los extintores estaban vacíos (cuesta recargarlos sólo diez euros), los obreros -centenares de ellos- se quedan dos días sin trabajo por el cierre policial y sin conseguir el parné que aprieta para pagar la vivienda.

En la misma mañana en que Silvio Berlusconi se pasea ufano por los televisores con el pin de su nuevo partido («Il partito del popolo» -sic-, análogo a los Populares españoles), en Turín salen a la calle 20.000 manifestantes con la rabia de los homicidios gratuitos, muertes perfectamente evitables. En la plaza central de la ciudad, Piazza Castello, se alzan gritos unánimes: «¡qué vergüenza!». Nadie sale a responder. El padre de Bruno Santino, uno de los jóvenes muertos, tres días después de la pérdida, lo dice fuerte con el megáfono: «¿quién, quién me va a devolver a mi hijo?». Los abogados de la acerería incendiada intentan esconder que los obreros trabajaban varias horas extraordinarias al día, que las máquinas estaban en condiciones calamitosas (se han comparado por su estado con las de la Segunda guerra mundial), que los trabajadores hacían cuatro horas extraordinarias por chantaje a perder el sustento o ser trasladados a la fábrica de otra ciudad -o lo toma o lo deja-.

Desde algunos sindicatos se piden 3 días de luto nacional y que se apaguen -en señal de duelo- las luces callejeras de navidad, pero las respuestas de la política son inadecuadas. Así esta mañana, a las diez, en Roma, un grupo de encapuchados ha lanzado a la sede central del nuevo «Partito Democratico» (centro) unas bombas de crema pastelera: «Krapfen Attack». Luego, en la sede de la RAI han vuelto a estrellar pasteles de nata y crema contra los cristales de los reporteros del servicio del Estado.

Con esta laxitud en la seguridad laboral, la vida de quien trabaja está siempre en peligro, llegando a una muerte por ganarse un sustento. La lógica del sistema. Los medios de información oficiales se baten en duelo cuando de tarde en tarde muere un soldado italiano en la guerra de Afganistán. Nada dicen de la precariedad real que pesa diariamente a los trabajadores. Mientras que estoy escribiendo estas líneas, la radio declara la muerte de un peón de la construcción, rumano esta vez. Ir al trabajo -en Italia- causa más muertes que ir a la guerra de Afganistán.

El luctuoso lavoricidio de Turín ha mostrado la cruda realidad de cada día. No basta con las lágrimas póstumas, ni el crespón negro institucional, tampoco la necesaria solidaridad con las familias de las víctimas. Es necesario dar un paso adelante. Para ello no se precisa un extintor nuevo o un control más. La ausencia de medidas de seguridad es la punta del iceberg de una tómbola laboral. A siete obreros de Turín se les ha borrado el futuro de una llamarada. Y la lista continúa. O le ponemos remedio o seguiremos escribiendo necrológicas.