En familias campesinas mandaban a callar a los niños cuando se entrometían en conversaciones de adultos. “Los niños hablan cuando la gallina mea”, les decían. Es cierto que las gallinas no mean, porque carecen de aparato urinario, pero sí expulsan líquidos junto con las heces en la cloaca.
A nadie le gusta que le prohíban hablar, mucho menos en una democracia que tiene en la libre expresión una de sus banderas. Pero en EEUU, en la década de los años 50, en el fragor de la Guerra de Corea, la revolución china de Mao Zjuedong y el temor a la Unión Soviética, surgió un senador republicano — Joseph McCarthy (1908-1957) — quien, a cargo del temible Comité de Actividades Antiestadounidenses, “desencadenó un extendido proceso de declaraciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de ser comunistas.” (Wikipedia).
La paranoia que produjo fue tal que, “los sectores que se opusieron a los métodos irregulares e indiscriminados de McCarthy denunciaron el proceso como una «caza de brujas», episodio que quedó descrito en, Las Brujas de Salem (1953), del dramaturgo Arthur Miller, obra que leí en 1961 en su versión francesa — Les Sorcieres de Salem — a instancias de Brigitte, mi maestra de francés.
Salem era un poblado de Massachusetts del siglo XVII — uno entre tantos — donde una paranoia desatada por fanatismo religioso entre puritanos hizo que muchos hombres y mujeres fueran acusados de brujería, sin mayores evidencias.
El mismo Arthur Miller sufrió el macartismo en carne propia al negarse a delatar a un círculo de amigos comunistas, aunque él mismo no lo era. No solo fue intimidación, descrédito y ostracismo, sino cárcel y hasta asesinatos.
Jacobo Arbenz, un nacionalista y patriota no comunista de Guatemala, fue derrocado en 1954, por EEUU, que entregó el país a la bananera United Fruit Company y a los militares genocidas que masacraron a la población indígena (Rigoberta Menchú).
Nada hay más infame que una calumnia, arma favorita del macartismo. Desazón profunda sentí en los años 60 cuando le escuché decir en la radio de Domplín a un pariente mío, un campesino: “Julio es muy inteligente. ¡Lástima que sea comunista!”, sin tener la más remota idea de qué era el comunismo.
En EEUU, fuente de nuestra desfigurada ideología nacional, persiguieron, amenazaron, despidieron, desterraron y encarcelaron sin evidencia alguna a personalidades notables del cine, la cultura y la política, pese a la Primera Enmienda (libertad de expresión) y la Quinta (derecho a no testificar en contra de uno mismo).
Uno de los episodios más célebres del periodo fue el proceso seguido a los esposos Ethel y Julius Rosenberg, acusados de haber entregado a la Unión Soviética el secreto de la bomba atómica, lo cual ellos negaron. A pesar de una campaña en su favor, el proceso terminó con la ejecución en la silla eléctrica de la pareja en junio de 1953.
Robert Oppenheimer fue expulsado de la Comisión de Energía Atómica por haberse opuesto al proyecto de la bomba de hidrógeno. Asimismo, Klaus Fuchs fue condenado por “pasar información secreta a la Unión Soviética”, ¡aunque Moscú era a la sazón aliado de EEUU!
Ni los Rosenberg ni Oppenheimer ni Fuchs eran comunistas, sino científicos preocupados por la humanidad en vista del peligro que significaba el entonces monopolio nuclear en manos de EEUU.
Uno de los actores más acosados fue el comediante inglés Charles Chaplin, el cual describió un interrogatorio en el que, sorprendido por la pregunta de, «qué quería dar a entender en un discurso cuando dijo: «camaradas»», el comediante respondió: “Exactamente eso. Busqué la palabra en el diccionario. Los comunistas no tienen la exclusividad de esa palabra.” Con el mote de comunista se reprime todo pensamiento social crítico del status quo.
Bertold Brecht debió huir de EEUU hacia Europa por la atmósfera macartista, sin olvidar a Albert Einstein, acosado tenazmente y vigilado enfermizamente por Herbert Hoover, Director del FBI, quien sospechaba de sus simpatizantes, en su mayoría afroamericanos.
Entre la víctimas del macartismo en Hollywood figuran Humphrey Bogart, Edward R. Murrow, Walt Disney, Elia Kazan, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster, Gene Kelly, John Huston, Orson Welles, Thomas Mann y Frank Sinatra.
Del lado de los anticomunistas no podía faltar el expresidente Ronald Reagan, el invasor de Panamá y carcelero de Manuel Antonio Noriega.
El anticomunismo asesinó a más de 30,000 latinoamericanos alrededor del mundo bajo el Plan Cóndor (sin contar a las víctimas en Chile), ejecutado por cuatro dictaduras militares del Cono Sur.
La pregunta es: ¿qué harán los Estados Unidos con los millones de personas que alzan su voz contra el unilateralismo hegemónico y el neoliberalismo de Washington y que no son socialistas, comunistas, trotskistas, marxistas, socialistas libertarios, anarcosindicalistas o humanistas, sino gente sin definición ideológica, liberales de izquierda, socialdemócratas, democristianos e incluso conservadores?
EEUU tiene opciones racionales: acatar las resoluciones de la ONU que obligan a observar los principios de Derecho Internacional concernientes a la Amistad entre los Pueblos y a respetar su soberanía permanente sobre sus recursos y riquezas naturales.
Pero EEUU hace justamente lo contrario: redefine las líneas rojas en su patio trasero, remilitariza la región (Panamá, Perú y Colombia) y empobrece a nuestros pueblos.
¡EEUU no se sentará a esperar a que las gallinas meen u orinen, pero de que cagan, cagan!
Julio Yao. Analista Internacional, Presidente Honorario y Encargado del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP); ex Asesor de Política Exterior del General Omar Torrijos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.