Los datos que se manejan en portada de casi todos los medios de comunicación en el mundo para realzar el triunfo de Macron en las presidenciales francesas están distorsionados. De los 47 millones de personas llamadas a votar en Francia en la segunda vuelta, 20.7 millones se han inclinado por Macron, el 44 por ciento, […]
Los datos que se manejan en portada de casi todos los medios de comunicación en el mundo para realzar el triunfo de Macron en las presidenciales francesas están distorsionados.
De los 47 millones de personas llamadas a votar en Francia en la segunda vuelta, 20.7 millones se han inclinado por Macron, el 44 por ciento, 10.6 millones por Le Pen, más del 22 por ciento, y uno de cada tres electores, por encima del 33 por ciento, no han dado su apoyo a ninguno de los dos candidatos, unos por que se han abstenido y otros porque su sufragio se ha contabilizado como voto en blanco o nulo.
Casi 12 millones de franceses se han abstenido, 3 millones han entregado su papel en blanco en las urnas y se ha registrado un millón de papeletas nulas. En total, 15.8 millones de electores no se han decantado por ninguno de los aspirantes en liza. La abstención es una de las mayores en la historia del país galo.
Se puede decir entonces que:
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Macron no cuenta con la mayoría absoluta del electorado.
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El segundo partido más votado es la abstención, a los que si sumamos lo votos en blanco y nulos superan a Le Pen en más de 5 millones de electores.
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El virtual presidente Macron consiguió en la primera vuelta 8.7 millones de votos. Hasta alcanzar los 20.7 millones de la segunda ronda, muy previsiblemente habrá movilizado a los votantes del socialista Hamon, gran parte de los derechistas republicanos de Fillon y, si nos atenemos a las votaciones previas de los militantes de la formación izquierdista de Mélenchon, que en una cuarta parte se decantaron por Macron, 1.8 millones de sus votantes habrían otorgado su sufragio al nuevo inquilino del Elíseo.
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Le Pen, por su parte, habría recabado segundos apoyos, previsiblemente, de las huestes de Fillon, unos 3 millones, casi la mitad de los votos recibidos por el candidato republicano en primera instancia.
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Alrededor de 5.3 millones de votantes de la Francia Insumisa se habrían abstenido o votado nulo o en blanco: un millón no acudió a los colegios electorales y el resto emitió su voluntad expresa de no decantarse ni por Macron ni Le Pen.
El mapa político francés tiene una tercera vuelta en las legislativas del mes de junio. La victoria de Macron, un candidato de laboratorio de las elites parecido en su origen artificial a Albert Rivera, debe intentar ahora un sucedáneo de partido de urgencia para contar con escaños fieles a su misión de futuro, si bien las tradicionales organizaciones socialistas y republicanas, con mayor o menor intensidad, están asimismo por la labor de hacer la vida fácil al presidente electo.
El peligro real para el orden establecido y los mercados internacionales reside en el proyecto liderado por Mélenchon, una vez conjurado el enemigo Le Pen, un adversario que jugaba a favor de la unión coyuntural de todos contra el fascismo. En realidad, la victoria de Macron estaba casi cantada. Le Pen desempeñaba el miedo al ogro para hacer buenos a las elites causantes de la actual crisis política y económica provocada por el neoliberalismo hace una década.
Con un panorama tan fraccionado, de cara a las elecciones generales del verano, el establishment ha encontrado en Macron un parapeto perfecto para enjugar el deterioro de derechistas republicanos y la opción clásica socialdemócrata. En torno a esa coalición de facto, y con el sistema mayoritario de su lado, Francia Insumisa lo tiene muy difícil para abrir una perspectiva de izquierdas en París. Además, Le Pen y su Frente Nacional le hace competencia en su propio caladero de votos, las clases trabajadoras y las gentes más castigadas por la crisis.
Macron, en definitiva, viene a ser la solución táctica para las nuevas privatizaciones en el horizonte, la merma en aumento de derechos sociales y una mayor precariedad laboral en ciernes. Todo ello con incentivos secretos a Le Pen para que reste influencia estratégica a alternativas de izquierda en torno a la Francia Insumisa de Mélenchon.
Da la sensación de que todo está bien atado para el porvenir inmediato por Bruselas, la OTAN, el FMI, los mercados bursátiles y Merkel. Formaciones como las de Le Pen son tácticamente imprescindibles para dividir al electorado de izquierdas y hacer buenos con el miedo al fascismo a los auténticos responsables de la situación de deterioro actual.
Cualquier político frente a la imagen de Le Pen, resulta un cándido candidato. Hasta las derechas más elitistas y los socialistas de salón.
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