El pasado 21 de diciembre tuvo lugar en un alto Centro Universitario de Lima un evento de reconocimiento a Max Hernández, una de las figuras más destacadas del pensamiento peruano en los últimos sesenta años, en el que se presentó un libro de singular valor, titulado «En el juego de la vida». En verdad, conocí […]
El pasado 21 de diciembre tuvo lugar en un alto Centro Universitario de Lima un evento de reconocimiento a Max Hernández, una de las figuras más destacadas del pensamiento peruano en los últimos sesenta años, en el que se presentó un libro de singular valor, titulado «En el juego de la vida».
En verdad, conocí a Max casi en la misma fecha, pero en 1960, es decir, 58 años antes. Y aunque no pudimos mantener entre nosotros una relación permanente -optamos en buena medida por derroteros diferentes- procuré seguir su itinerario de vida, convencido, desde un inicio, que estaba llamado a destinos más altos.
Eran años duros, pero también sugerentes. Había concluido la Huelga Nacional Estudiantil de 1960 por La Cantuta y Medicina y se había producido, poco después, el descabezamiento de la Federación Universitaria de San Marcos, cuando Campos Lama fue corrido de La Casona -aún no funcionaba la Ciudad Universitaria- por una aviesa campaña difamatoria impulsada por Pedro Beltrán desde el diario «La Prensa», en colusión con los destacamentos más agresivos del APRA de entonces.
Ante el «vacío de Poder», se convocó a nueva elección para la FUSM, y la fómula progresista Hernández-Macedo se impuso al reducto aprista. Desde La Cantuta, nosotros -que acabábamos de ganar también las elecciones estudiantiles- saludamos esta victoria.
Así se dio el encuentro que se selló pocas semanas más tarde, en enero de 1961, cuando en el VII Congreso de la FEP celebrado en Arequipa, Max fue electo presidente de la Central Estudiantil, y yo asumí también allí funciones dirigentes.
Tuvimos la ocasión de compartir acciones, anhelos, ideales, peligros y victorias. Construimos una relación que nunca se rompió, y que renovamos siempre «en el juego de la vida», en periódicos encuentros.
De aquellos años, se podría decir, como Espronceda: «Aquí, para vivir en santa calma / o sobra la materia, o sobra el alma».
En los 70, Max estudio en Londres y se convirtió en un destacado Psicoanalista, bajo la influencia de su maestro, el Dr. Saúl Peña.
De retorno al país, buscó reinsertarse en el escenario nacional y poco a poco logró ubicarse cómodamente en su condición de Psiquiatra de innegable calidad académica.
Publicó libros -el más importante, referido al Inca Garcilaso de la Vega- y reasumió una opción política, sólo que desde otro tendedero.
Se vinculó con éxito a las tareas del Acuerdo Nacional y se convirtió en pieza indispensable en la función de concertar voluntades, sumar esfuerzos y unir acciones. Por eso, unos y otros gobiernos, debieron tomarlo en cuenta siempre.
Haciendo un recuento, bien podría decirse que Max ha mantenido su estilo, pero también su esencia. «En el juego de la vida», fue un hombre de unidad pero nunca abdicó de valores y principios.
Por eso, el recordar su trayectoria, podríamos decir como Camus: «Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen«. Ese es el caso.
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