Byron Castellón tiene 25 años. Es originario de Condega, al norte de Nicaragua. Le encanta la poesía y trabaja en comunicación. Unos amigos de Palacagüina le avisaron que estaban contratando gente para ir a Costa Rica «a sembrar caña» que pagaban muy bien. Byron entrevió la posibilidad de mejorar su situación económica y aceptó. «Sólo […]
Byron Castellón tiene 25 años. Es originario de Condega, al norte de Nicaragua. Le encanta la poesía y trabaja en comunicación. Unos amigos de Palacagüina le avisaron que estaban contratando gente para ir a Costa Rica «a sembrar caña» que pagaban muy bien. Byron entrevió la posibilidad de mejorar su situación económica y aceptó. «Sólo son cuatro meses», pensó. Así comenzó su odisea.
«Nos reunimos varias personas y fuimos a la ciudad de Somoto (unos 200 kilómetros de Managua) donde nos esperaba un tal David del Ingenio Taboga. Nos enseñó un papel, nos dijo que era el contrato y que firmáramos ya.
Nos aseguró que todo estaba bien, que la empresa se iba a encargar del transporte, de los documentos, del permiso de trabajo y de nuestro alojamiento.
También nos dijo que íbamos a sembrar caña y que las condiciones de trabajo eran muy buenas. En fin, que no nos preocupáramos porque nos iba a ir muy bien», recordó Byron.
Viaje a ciegas. Mentiras y más mentiras
El 9 de diciembre, varios buses repletos de personas salieron rumbo a la ciudad de Cañas, Guanacaste. Ya pasada la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, los encargados de la empresa se apoderaron de los documentos de los trabajadores.
No se los devolverían hasta terminar la zafra.
Luego el sindicato denunciaría que la mayoría de trabajadores migrantes había sido introducida ilegalmente en el país, y que casi nadie tenía permiso de trabajo.
Además, el número de inscriptos al Seguro Social resultaría muy inferior a la cantidad real de trabajadores contratados por el Ingenio Taboga.
Indocumentados, sin permiso de trabajo, ni cobertura sanitaria, Byron y cientos de trabajadores atraídos por la expectativa de un buen salario cayeron en la trampa. Como tantos otros, hombres y mujeres, que caen en las redes de la trata de personas.
«Nos llevaron a unos dormitorios angostos, calientes, sucios y poco iluminados. Nos dijeron que la estadía era gratis, pero que por la comida iban a cobrarnos 42.000 colones (74 dólares) cada quince días. Una enormidad.
Los camarotes eran de pura tabla, sin colchonetas, ni almohadas, ni nada. Me acosté cansado, esperando que al siguiente día todo fuera mejor, pero no fue así».
Al despertar, Byron y sus compañeros fueron repartidos entre diferentes contratistas y llevados a cortar -y no a sembrar- caña.
También les explicaron que les iban a descalfar de su salario el valor de las herramientas de trabajo. Hasta la pichinga para agua les cobraron.
Jornadas extenuantes. Trabajo semiesclavo
Las jornadas de trabajo eran largas y masacrantes.
«Nos levantábamos a las 3.30 de la mañana, abordábamos los buses y a las 5 comenzábamos a cortar caña hasta las 5 o 6 de la tarde.
Contrariamente a lo prometido, el pago era por metro cortado y no por tonelada. Esto nos confundía y era difícil entender de qué manera calculaban lo que íbamos a recibir», explicó Byron.
Un trabajo muy pesado, bajo un sol inclemente y con muy poca agua para hidratarse.
«El agua se nos acababa rápido. Pasábamos horas aguantando sed y sin poder parar de trabajar porque teníamos que cumplir con la meta. Cuantas veces le dijimos al contratista que nos trajera agua con un camión, pero nunca nos hizo caso», lamentó el joven nicaragüense.
En febrero, comenzó a sentirse mal. Las pésimas condiciones de trabajo, la deshidratación constante y la mala alimentación empeoraron su situación. En tres meses había bajado casi 10 kilos.
«Ya tenía varios días que me ardía el estómago. Casi no podía comer, ni dormir. Sin embargo tenía que seguir trabajando.
El 20 de febrero, mientras estaba terminando mi meta de 1000 metros de corte de caña negra, se me nubló la vista, me dio mareo y casi me desmayo. Le dije al capataz que ya no podía seguir y me fui», narró Byron.
Pasó toda la noche vomitando y en la mañana se reportó al Centro de Atención Integral (CAI) del ingenio donde lo internaron. Lentamente fue recuperándose, pero cuando quiso integrarse nuevamente al trabajo, Martín Tijerino -el contratista- le dijo que ya estaba despachado.
«Le reclamé con fuerza porque lo que me estaba haciendo no era justo. Él se puso a reír y sólo me dijo que fuera a retirar mi última quincena.
Su hija hasta me echó de la oficina y me ofendió cuando le exigí que me entregara mi liquidación y me demostrara que me habían inscrito al Seguro Social. Fue humillante».
Byron se quedó casi sin dinero porque tuvo que pagar medicinas y exámenes médicos. Ahora con el apoyo del sindicato está peleando sus derechos.
«Todos merecemos un pago justo y condiciones de trabajo dignas. Viví en carne propia la discriminación, la explotación, el desprecio por la dignidad humana.
Voy a pelear para que me paguen lo que me deben y voy a denunciar ante las autoridades todas las injusticias que he sufrido. Hay que sentar un precedente para que a nadie más le pase lo que a mí me ha tocado vivir».
Fuente: http://www.rel-uita.org/costa-
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