Está claro que Mohamed Merah no es el monstruo bárbaro surgido de la nada, súbita encarnación de un terrorismo islámico -vinculado a Al Qaeda- abstracto, cuando no fantasmal. Las primeras informaciones sobre este hombre, que ha reivindicado de viva voz, según la policía, las matanzas de Toulouse y Montauban, dibujan una imagen totalmente distinta. Cuentan […]
Está claro que Mohamed Merah no es el monstruo bárbaro surgido de la nada, súbita encarnación de un terrorismo islámico -vinculado a Al Qaeda- abstracto, cuando no fantasmal. Las primeras informaciones sobre este hombre, que ha reivindicado de viva voz, según la policía, las matanzas de Toulouse y Montauban, dibujan una imagen totalmente distinta. Cuentan una historia francesa. Nos muestran en qué puede convertirse nuestra sociedad y cuáles pueden ser las responsabilidades públicas.
Cuando el Elíseo y algunos editorialistas quieren vetar cualquier debate sobre lo que este acontecimiento revela de nuestra sociedad, lo que hay que hacer es justo lo contrario. El asesinato de niños judíos, de militares, el ataque contra una escuela no son un simple suceso cuya excepcionalidad impida situarlo en un contexto. Al contrario, entran dramáticamente en resonancia con un país en crisis y fracturado.
Los primeros elementos disponibles sobre el asesino y su historial recuerdan mucho otra historia francesa, la de Jaled Kelkal, uno de los responsables de la ola de atentados cometidos en Francia en 1995. Murió en septiembre del mismo año a manos de los gendarmes en condiciones controvertidas, una muerte que fue filmada en directo por una cámara de la cadena de televisión France2. Diecisiete años después, el paralelismo es inquietante (inclusive el asalto de los RAID y la muerte de Merah), como si la Francia desgarrada de 1995 encontrara su eco en una Francia de 2012 todavía más degradada.
Mohamed Merah, joven francés de 23 años de edad, criado en un arrabal popular de Toulouse, de esos que hoy se califican de zonas en crisis, olvidadas por los poderes públicos. Jaled Kelkal, argelino, tenía 24 años en 1995 y se había criado en un barrio de Vaulx-en-Velin, una ciudad degradada a finales de la década de 1980. Se le considera uno de los principales organizadores de los atentados cometidos en el verano de 1995, el más espectacular de los cuales fue la explosión provocada en un tren de cercanías en la estación de Saint-Michel (ocho muertos). Se le atribuye asimismo la explosión de un coche bomba, el 7 de septiembre, aparcado delante de una escuela judía de Villeurbanne. Milagrosamente no hubo víctimas porque el mecanismo de relojería de la bomba se había estropeado.
Kelkal había optado por el terrorismo islamista y acabó siendo reclutado por el GIA argelino, que trataba entonces de exportar a Francia la guerra civil argelina y las masacres masivas. Merah entró, en palabras del fiscal, en un proceso de «autorradicalización salafista atípico» para convertirse finalmente, tras dos estancias en Afganistan, en un asesino fanático solitario.
A diferencia de Merah, parece ser, Kelkal había avanzado en sus estudios hasta entrar en el instituto de secundaria de la Martinière, en Lyon. No pudo llegar más lejos, cayendo en una delincuencia común a base de robos de coches y alardes con el volante, que le condujeron a la cárcel durante dos años, de 1990 a 1992. Merah, según el fiscal, encajó varias condenas de un tribunal de menores por robo y violencia antes de cumplir 18 meses de prisión.
El itinerario de Jaled Kelkal
La monstruosidad de los crímenes cometidos por Merah no tiene nada que envidiar a la de los perpetrados por Kelkal. Sin embargo, en 1995, la muerte de Kelkal provocó un intenso debate sobre el historial de aquel joven inmigrante, nacido en Mostaganem (Argelia), llegado a Francia en 1973 y criado en uno de tantos «barrios de aluvión». El debate fue alimentado por un testimonio fuera de lo común del propio Kelkal: en efecto, Le Monde publicó pocos días después de su muerte, una larga entrevista con el joven realizada por un investigador alemán en ciencias sociales y políticas, Dietmar Loch. La entrevista se había llevado a cabo el 3 de octubre de 1992 en el marco de un estudio de campo sobre las políticas públicas aplicadas en Vaulx-en-Velin.
Kelkal contó en ella su historia, la historia de la imposible integración de un hombre joven en la sociedad, como en el instituto de Lyon donde «no encontraba su lugar», expresión que repite en relación con otros muchos temas. La «enorme muralla» que separa el extrarradio de la ciudad de Lyon, las discriminaciones sociales y raciales… Kelkal cuenta entonces la historia normal y corriente de un joven de barrio. Y Dietmar Loch considera a su vez que «Jaled Kelkal habla por la juventud de Vaulx-en-Velin. Jaled Kelkal era un francomagrebí que buscaba el reconocimiento y la dignidad, pero no los halló».
Aquella publicación desencadenaría una violenta polémica, no en vano metía el dedo en la llaga: ¿cómo se puede dar así la palabra a un terrorista e interrogar a la sociedad y a los políticos sobre sus responsabilidades en esa locura criminal? Pero el debate tuvo lugar. Jacques Chirac visitó Vaulx-en-Velin. Se conminó a agentes de la política municipal de la ciudad a que respondieran, mientras los responsables políticos escurrían el bulto. Eric Raoult, entonces ministro de las Ciudades, anunció un «programa nacional de integración urbana» , primera etapa del Plan Marshall para los barrios que prometió Jacques Chirac en su campaña para la elección presidencial, pero que jamás vio la luz. Alcaldes, responsables de asociaciones y fuerzas vivas municipales se hicieron entonces muchas preguntas. Y la prensa se hizo eco de una vasta reflexión sobre los barrios pobres del extrarradio de las ciudades, la integración, la igualdad de oportunidades. El contexto de 1995 se prestaba a ello por una razón muy sencilla: el futuro de los barrios populares, de los barrios de inmigrantes como guetos étnicos artificiales, era entonces todavía un aspecto central del debate público.
Algunos años antes, en 1991, el consejero de Estado Jean-Marie Delarue (actualmente responsable del control de los centros de reclusión), publicó un estudio sobre las políticas municipales y de desarrollo social que relanzaría las reflexiones: su libro, La relégation , analizaba las lentas crisis que bullían en la sociedad. «Los barrios se han ido a la deriva, en silencio, por la noche» , escribió. Al describir las confusiones e incoherencias de la acción pública, lanzó una advertencia sobre las explosiones sociales en ciernes, concluyendo que «esos objetivos (los enunciados en el informe) no se alcanzarán si no se pone remedio a los desórdenes de los políticos.»
Otro ejemplo de la atención y la reflexión renovadas que marcó aquellos años fue, en las elecciones de 1995, unos meses antes de los atentados de Kelkal, la aparición de un libro del sociólogo Adil Yazuli, Une saison en banlieue , el balance de un largo trabajo de análisis social realizado por la asociación Banlieuescopies. En el prólogo, el escritor Tahar ben Jelloun resumió muy bien el estado de esos territorios y esas poblaciones: «Es una tragedia que empieza a brotar ante nuestros ojos; está en ciernes y se sabe que surgirá de la incomprensión y de la pena, que se regará con sangre y con palabras y que será el infinito desespero dispuesto a cualquier aventura.»
Un «mal» más amplio
Ahí es donde estamos ahora. ¡Y luego dicen que no es lícito o que es obsceno preguntarse sobre los «desórdenes de los políticos» , por retomar la expresión de Jean-Marie Delarue! Diecisiete años después, el poder ejecutivo reclama silencio, improvisando al mismo tiempo una nueva salva de proyectos de ley supuestamente antiterroristas, en un momento en que se multiplican las preguntas sobre un posible fracaso de diez días de investigación policial seguidos del asalto de los RAID.
«Hemos de estar unidos y… (no) ceder ni a la amalgama, ni a la venganza. Ante un hecho como este, Francia solo puede ser grande en la unidad nacional», asegura el presidente candidato. Más que esa unión nacional de circunstancias decretada por un poder ejecutivo en plena campaña electoral, lo que urge es poner en marcha una verdadera solidaridad nacional. Y sustituir esa democracia puesta entre paréntesis por un verdadero debate público.
El candidato centrista François Bayrou no se equivocó cuando el lunes por la noche decidió convertir su mítin de Grenoble en una «reunión de reflexión nacional». «El hecho de señalarse unos a otros con el dedo en función de su origen es inflamar las pasiones, y se hace porque en esa hoguera hay votos que ganar», declaró el candidato del MoDem. «Se lanzan temas al debate, se dicen palabras que ruedan como una avalancha y a veces caen en la cabeza de un loco.» Tachadas de «innobles» por Alain Juppé, ministro de Asuntos Exteriores, las palabras de François Bayrou dan, por el contrario, en el clavo. Como las de Jean-Luc Mélenchon o de Eva Joly [candidatos presidenciales del Frente de Izquierdas y de los Verdes, respectivamente] , que recordaba el miércoles que «sin duda hay discursos que discriminan y estigmatizan por parte de Nicolas Sarkozy y de Claude Guéant (ministro del Interior). Esto no arregla nada. Creo que estamos saliendo de un periodo de cinco años que se ha enfrentado a los franceses unos contra otros».
François Bayrou lo repitió el viernes por la mañana en la radio RMC, evocando un «mal» más amplio: «En los arrabales, lo que ocurre en relación con el empleo, en relación con la escuela, es que nuestra sociedad ya no logra integrar a quienes nacen en su suelo y a menudo (son) hijos de padres también nacidos en Francia» . Es hora -mientras Marine Le Pen agita de nuevo la idea de un referendo sobre la pena de muerte- que los candidatos que pretenden encarnar una alternancia progresista a cinco años de presidencia de Sarkozy aborden estas cuestiones. Para recuperar las políticas de integración. Para hacer de los barrios populares la cuestión central, por la que hoy se pasa de puntillas. Para volver a enseñar a este país a vivir juntos, cuando desde hace cinco años se está haciendo todo lo posible por dividirlo y organizar las exclusiones.
22/3/2012
Traducción: VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=5012