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Fortaleza Europa

Muertes en directo, sufrimiento en diferido

Fuentes: Rebelión

Son cifras que destripan, que espantan, aunque casi nadie se conmocione. A lo sumo, los saltimbanquis del sentimiento, los frígidos de razón o los nostálgicos del infortunio. Como si la desgracia y Caronte fueran compañeros bien avenidos de un viaje a la ignorancia o la impunidad más absoluta. Son los números de la vergüenza mejor […]

Son cifras que destripan, que espantan, aunque casi nadie se conmocione. A lo sumo, los saltimbanquis del sentimiento, los frígidos de razón o los nostálgicos del infortunio. Como si la desgracia y Caronte fueran compañeros bien avenidos de un viaje a la ignorancia o la impunidad más absoluta. Son los números de la vergüenza mejor llevada por esta Europa que es demasiado soberbia para rendirse a la evidencia. Números que esconden la raíz cuadrada del infinito sufrimiento, series encadenadas de logaritmos de adversidades y biografías maltrechas cuya rentabilidad emocional aumenta las cifras de audiencia. Cifras incorporadas a la estadística altisonante y exculpatoria o al buenrollismo intercultural, cifras de escándalo para una sociedad amnésica y autocomplaciente. Vidas y muertes narradas en directo pero sentidas en diferido. Muertes en las fronteras de la inclemente verdad, la que retumba sin eco. Porque allí, en los confines de los mares, en las periferias de los desiertos, en las aristas más afiladas de las fronteras de la satisfacción, se muere día a día sin dejar rastro. Y no pasa nada. Apenas una lágrima de sangre congelada en la noche del desierto.

Son los números rojos de la excedencia, de ese mundo amargo y duro que expulsa 160 millones de inmigrantes que llegan aquí para limpiar los culos de nuestros abuelos, para levantar nuestras casas o recoger las frutas que luego comemos. Son los números de la pobreza mejor escondida y maquillada del mundo, los números de la insondable verdad de un mundo que ya sólo sabe gestionar su propia crisis. Y es que las fronteras de esta Europa amnésica y fastuosa que ha celebrado 20 años sin muro, se han cerrado a cal y canto para aquellos que sobreviven con el cuerpo a la intemperie. Porque entre ellos y nosotros hay un cortafuegos inmenso. Yo me puedo desplazar de Bilbao a Dakar por 380 euros. Me basta un carné de identidad y 7 horas de vuelo. Ibrahima necesitó cuatro meses para cruzar el desierto, 10 días zozobrado en el Atlántico y 4000 euros de deuda con el pirata que puso precio a su aventura. Todavía está devolviendo esa hipoteca sin euribor pero con un alto coste a su cabeza.

Ese viaje, el de la inmigración, se salda con números rojos. Son las cifras aportadas por L’osservatorio sulle vittime dell’emigrazione. Y es que desde 1988, es decir, un año antes de que ese muro cayera, hasta hoy, han muerto 14.714  inmigrantes intentando llegar a las fronteras de Europa. De ellos, 6.344  yacen para siempre en el fondo del mar, en ese Mediterráneo que cantara Ovidio, que fascinara a Homero y que tanto ha seducido a Llach. Por otro lado, 4.445 hombres y mujeres que un día abandonaron a sus familias en Marruecos, Argelia, Mauritania y Senegal, tierras de fuego y sal, de arena y viento, murieron en la larga travesía del desierto tratando de llegar a al Reino de España a través de las islas Canarias. Justo en ese paraíso de jubilados norteños bronceados por un sol amistoso que dulcifica su futuro perfecto. Y es que mientras ellos buscaban un lugar donde caerse vivos, cada año el sonrojante Paris-Dakar les pasaba por el morro su poderío tecnológico en forma de competición hacia una nada sin sentido. Sus insignificantes biografías, marchitadas en la periferia del corazón de África, apenas provocarán lágrima alguna. A lo sumo un prolongado y lejano suspiro que se saldará con ese insignificante 0,7% penitencial.

 

No lejos de allí, en el Canal de Sicilia, han muerto 4.100 personas entre las costas de Libia, Túnez y Malta. El 10 de agosto de 2007 fueron rescatados catorce cadáveres por la tripulación de una nave de lujo, el Julio Verne, quien también recogió a 12 náufragos a la deriva. La noticia posterior no fue el drama de los náufragos, sino la solidaridad que desplegaron los turistas y la conmoción que supuso para sus vidas. ¿Hay quien de más en este espectáculo mediático al servicio de una moral limpia de polvo y paja?

No pocas muertes se han producido también en los insospechados escondites que la pobreza es capaz de inventar. Santiago Alba Rico, quizá el intelectual español más lucido y comprometido de la actual y pringosa realidad cultural española, ha dicho que los turistas cuando viajan son corderos, los inmigrantes aventureros, nosotros somos cómicos en nuestros viajes y ellos épicos en sus desplazamientos, los turistas visitamos, los inmigrantes viajan, los turistas son seres anónimos, los inmigrantes concreciones individuales. Aquí está la diferencia. Y esa necesidad épica del desplazamiento en el capitalismo de última generación y global es la que ha provocado que, al menos desde el año 2000, hayan muerto por asfixia, escondidos en los camiones, 357 personas aplastadas por el peso de la carga o a causa de accidentes en Albania, Francia, Alemania, Grecia, Inglaterra, Irlanda, Italia, Holanda, España y Hungría. Que 300 personas hayan muerto ahogadas en los ríos que hacen frontera entre Croacia y Bosnia; Turquía y Grecia; Eslovaquia y Austria y entre Eslovenia e Italia. Que otras 112 personas hayan muerto congeladas intentando cruzar las montañas de las fronteras de Grecia, Turquía, Italia y Eslovaquia durante los duros inviernos pasados. El Canal de la Mancha también acoge no pocos cadáveres, 30 personas han muerto en Calais cayendo a las vías del eurotúnel que une las orillas de Francia e Inglaterra. La lista sigue como si el infinito no se derritiera: 217 personas, entre las cuales se sabe que había mujeres y menores, han sido abatidos por los militares de Turquía, Grecia, Francia, Alemania, Gambia, Egipto, Sahara occidental, Libia, España y la antigua Yugoslavia. Mientras tanto, la flamante Declaración de los Derechos Humanos que aboga por la igualdad de todos los seres humanos se arruga impasible. O mira para otro lado.

Cada año, la sociedad norteamericana recuerda en Nueva York a sus muertos en las Torres Gemelas. Todavía esta sociedad de recuerdos fáciles y memorias débiles, está esperando que las capitales europeas evoquen a los miles de inmigrantes muertos tratando de llegar a sus fronteras huyendo del terrorismo globalizador del capitalismo actual. Como dice el teólogo Fraz Hinkelammer, esos miles de muertos que yacen en la antesala de los nuevos campos de concentración y desiertos en Europa y en el Norte de África son, sin ninguna exageración, el nuevo genocidio estructural de esta sociedad a la deriva.

11 noviembre de 2009

©Paco Roda

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.