Los estados de la burguesía europea son los herederos de los reinos feudales, siempre enfrentados por guerras de religión, litigando por fronteras, posesiones territoriales, alianzas y lealtades. Las burguesías europeas construyeron sus estados, tanto en confrontación, como aliadas a sus respectivas castas nobiliarias; en todo caso, presas del militarismo y patriotismo feudales, de lo que […]
Los estados de la burguesía europea son los herederos de los reinos feudales, siempre enfrentados por guerras de religión, litigando por fronteras, posesiones territoriales, alianzas y lealtades. Las burguesías europeas construyeron sus estados, tanto en confrontación, como aliadas a sus respectivas castas nobiliarias; en todo caso, presas del militarismo y patriotismo feudales, de lo que fueron nefastas consecuencias las dos grandes guerras europeas del siglo XX.
Entre tanto, la burguesía norteamericana, una vez declarada su independencia de la feudal Gran Bretaña, en vastísimo territorio, alcanzó, libre de estructuras feudales y nobleza con la que transigir, a construir, en el marco del capitalismo, unos auténticos Estados Unidos. El chovinismo francés; el revanchismo y militarismo alemanes; las ínfulas romano imperialistas de Italia; el aislacionismo inglés y el «no estar nunca» de españoles y portugueses, más preocupados por sus dominios de ultramar, han impedido la construcción de unos verdaderos Estados Unidos de Europa.
La ilusión de la actual UE se desvanece; nació para evitar una nueva contienda franco alemana a propósito del acero y el carbón; para sustituir el tanque y artillería germanos, como acompañantes de la industria alemana, por el desarme arancelario y la libre circulación (sobre todo) de capitales (alemanes), de lo que pueden dar cuenta los sufridos helenos, obligados a mal vender su sector público al (mejor) postor (alemán). Y, sobre todo, nació la UE de la libre circulación de capitales para hacer frente a la Unión Soviética; frente al peligro del socialismo, las distintas burguesías europeas supieron arrinconar sus desavenencias y egoísmos particulares y dejarse cobijar bajo el manto de la protección militar norteamericana.
En realidad, las burguesías europeas, desde el 17, son unas clases sociales trasnochadas y fenecidas; y, desde el 45, enterradas bajo el manto militar estadounidense. Como ha afirmado el presidente Putin, pocos son los países que cuentan con soberanía en el mundo; y, precisamente, uno de ellos no es Alemania, potencia derrotada en la segunda guerra mundial, y sujeta a un estricto régimen de limitaciones, en orden a actos que definen la soberanía, como son una política internacional y militar propios. Luego, la Unión Europea, en realidad, no es una ninguna potencia mundial, porque la falta de soberanía germana termina afectando a todos sus aliados. A ello hay que sumar, en este proceso de agonía soberanista, la eliminación de soberanía monetaria (y, consecuentemente, industrial) que Alemania ha impuesto a sus estados socios, con la introducción de la moneda única, el euro, controlado por el BCE, a su vez, dominado por el capital financiero alemán.
Y todo ello lo ha ejecutado Alemania para preservar y acrecentar su brutal superávit comercial y arrolladora máquina exportadora. Pero ya hay a quienes, en el escenario internacional, molesta, sobremanera, que el gigante industrial germano inunde sus mercados y compita exitosamente con la industria nacional. Son, nada más y nada menos, que los EE.UU de Trump. Y el Emperador ha anunciado que las cosas cambiarán; o sea, proteccionismo y obstáculos para la entrada de mercancía alemana en EE.UU. Es el inicio de la desglobalización, del que quieren culpabilizar unánimemente al Sr. Trump.
Sin embargo, Alemania, si quiere sobrevivir como potencia económica de primer orden, habrá de jugar el papel más decididamente desglobalizador. Sólo puede, desde su estatus de potencia derrotada y tutelada militarmente (precisamente, por su principal competidor económico, los EEUU), y carente de soberanía, recuperar ésta, a condición de empoderar, como sujeto internacional plenamente soberano, a los EE.UU de Europa. Mas la construcción de esta nueva realidad estatal, exigirá de Alemania exportar a sus socios, especialmente, a los estados del sur, los elementos básicos de su sólido estado de bienestar. El capital alemán está obligado a abrazar el Estado Social y abandonar el austericidio fiscal y presupuestario, si quiere recuperar su soberanía bajo el paraguas de los EEUU de Europa.
Y he aquí, que la preservación del Estado Social es incompatible con la globalización capitalista, con las importaciones masivas de productos baratos de países emergentes, en los que no se cumplen legislaciones sociales básicas; incompatible con las deslocalizaciones y con la loca y brutal libertad de capitales.
O es el Estado Social Europeo el que evitará que Alemania languidezca y se suma en una grave crisis económica y creciente desempleo, cuando empiece a sufrir los primeros obstáculos a su potencial exportador, o, por el contrario, como ya sentenciara Lenin, los Estados Unidos de Europa serán socialistas o no lo serán nunca.
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