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Noruega

Musulmanes y metáforas (I)

Fuentes: Al-Jazera

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Valladares

Después del atentado en Noruega los musulmanes han sido los primeros en ser señalados, como lo fueron anteriormente tras otros muchos atentados.

El espantoso atentado de Noruega del 22 de Julio de 2011 y la respuesta instintiva de varios de las principales medios de comunicación europeos y estadounidenses, como la BBC, el Financial Times, el New York Times, el Wall Street Journal, el Washington Post, y de una amplia variedad de emisoras de radio y televisión, de páginas web y de blogs… los cuales daban por sentado, y además hacían pública globalmente su suposición, que ese atroz atentado había sido cometido por terroristas musulmanes (antes de que se conocieran o se confirmaran las informaciones oficiales sobre el sospechoso o los sospechosos), trae a la memoria los, conveniente y largamente silenciados, ecos del atentado con bomba de Oklahoma de 1995 en el que asimismo otro terrorista blanco, y rubio, provocó una masacre que causó la muerte de cientos de personas y de muchos más heridos, aterrorizando a todo un país- y cuando de igual manera se disparó el mismo reflejo racista que desató una campaña de los medios de comunicación de tierra quemada contra los musulmanes hasta que se supo que el terrorista resultó ser un hombre blanco, un cristiano fundamentalista estadounidense de la mejor estirpe llamado Timothy James McVeigh. Todavía recuerdo a un colega de la Universidad de Columbia (un varón blanco y anglosajón) que se me encaró en el campus cuando iba de una clase a mi despacho aquel miércoles 19 de abril de 1995 de infausto recuerdo espetándome que se había cometido un atentado terrorista de grandes proporciones en Oklahoma y que se había arrestado a «tres iraníes» en el aeropuerto sospechosos de tener relación con el hecho, y como se me quedo mirando esperando a que el desconcierto me dejara el rostro petrificado de vergüenza y de culpa. Todavía debe de seguir esperando.

Estas dos idénticas reacciones distantes una de la otra dieciséis años que enmarcan, una antes y otra después, los acontecimientos del 11 de Septiembre han dejado en evidencia una vez más estas actitudes políticas racistas, no sólo de los medios de comunicación, sino, de hecho, del núcleo central de las sociedades a las que estos medios representan.

Ahora que la polvareda de las primeras reacciones tras la masacre de Noruega se ha disipado, que el sospechoso ha sido arrestado, que ha sido identificado como un noruego rubio y de ojos azules llamado Anders Behring Breivik y que ha confesado oficialmente los crímenes, y ahora que sabemos que es un hombre que tenía un pasado de odio a la izquierda y a los musulmanes (a la izquierda por permitir, en su opinión, que los musulmanes vinieran a europa y a Estados Unidos a ensuciaran su raza, y a los musulmanes simplemente por ser musulmanes) necesitamos prestar atención a esta persistente enfermedad que está en la raíz de esas reacciones automáticas y preguntarse definitivamente por qué cada vez que se comente un horrible crimen de esta magnitud en europa occidental o en norteamérica, las tripas y las reacciones instintivas de estas sociedades, presentadas y perpetuadas como evidencias de sentido común por sus medios de comunicación, concuerdan en apuntar como sospechosos a los musulmanes.

No es una pregunta fácil, pero la respuesta sí lo es. Afortunadamente esta vez ya no estamos a merced de estos terribles medios de comunicación que lanzan a toda máquina sus campañas de odio, que aterrorizan a nuestras comunidades con sus simpáticas ocurrencias, y que cuando se les coge con las manos en la masa de su repulsivo racismo se conforman con publicar una mera y superficial «rectificación» que en sus mentes se convierte en una justa compensación por los daños causados. Esta vez el milagro de los nuevos medios -desde Al Jazira y Jadaliyya hasta los innumerables blogs, cuentas de Facebook, vídeos de Youtube, mensajes de Twitter, etc.- ha hecho posible que se pueda agarrar por el pescuezo a estos engreídos farsantes defensores de la supremacía racial blanca y obligarles a verse en el espejo como los monstruos que realmente son. La época de la altanería colonial europea y de la arrogancia imperial estadounidense ha llegado a su fin. Esta es la era de la primavera árabe. Hemos tomado la palabra. Esta pandilla de iletrados, que no saben más idioma que el suyo, de macarras de barrio que se hacen pasar por periodistas sensatos y que corren prestos a adoptar la pose de miembros de una institución respetable, y que incluso se vanaglorian de ser el periódico de referencia y que se siguen otorgando a si mismos el premio Pulitzer, y que han atemorizado durante generaciones a nuestros padres e hijos no se irán, no deberían irse, de rositas una vez más. Ellos han amedrentado a la generación de nuestros padres sumiéndolos en el silencio. No permitiremos más que nuestros hijos sean intimidados en las escuelas por sus nombres o por la fe de sus mayores o por ser quién son o por ser lo qué son. Ya nos han asustado bastante. Este es el momento de cambiar las tornas y de contar al mundo quiénes son ellos.

Los musulmanes y la izquierda.

Piense en los siguientes títulos: La Alianza demoniaca: El islam radical y la izquierda estadounidense de David Horowitz (2004); El enemigo en casa: La izquierda cultural y su responsabilidad en el 11-S de Dineroso D’Souza (2007); La gran yihad: Como el islam y la izquierda sabotean Estados Unidos de Andrew C. McCarthy (2010). La lista es larga, casi interminable, ad nauseum, nada más tiene uno que fisgar un rato en Internet, en Amazon, o en multitud de páginas web que crecen más que los hongos, o simplemente ir a la librería más cercana de cualquier lugar de norteamérica o de europa. Esos libros suelen estar en las estanterías en donde se colocan los libros más vendidos. Los títulos son fulminantes: La izquierna moderna y el fascismo islámico, la demoniaca alianza de el Islam y los izquierdistas, Dejando en evidencia las mentiras progresistas: el estrambótico matrimonio entre el Islam y la izquierda. Es toda una industria. Libros, artículos, páginas web, blogs, twiters, think tanks, defensores de la supremacía racial blanca, informantes nativos, intelectuales de saldo, expertos en terrorismo, francotiradores sionistas, neo-conservadores a sueldo. El mensaje es simple: La izquierda y los islamistas se han unido para destruir la civilización occidental, empezando por su primera y definitiva linea de defensa, el noble estado de Israel. Uno de sus mayores charlatanes publicó un libro que llamó Los profesores: los 101 académicos más peligrosos de Estados Unidos (2006) -yo soy uno de ellos- en el que enumeraba a los académicos estadounidenses de más prestigio que o bien son de izquierdas o que son caracterizados como musulmanes.

«Izquierda» aquí se utiliza como un término esponja. Incluye a las feministas, a los que luchan por los derechos de los gays, y a los profesores universitarios, además de a la gente tanto en el mundo de la política como en el de la universidad que se dedica al campo de los estudios afroamericanos, o a los estudios de raza y etnicidad; incluye a cualquiera al que la imaginación blanca y machista desee etiquetar como multiculturalista, en resumidas cuentas a todos los indeseables (siendo prudentes en la utilización del término) que pueblan las pesadillas de los escritores que escriben esos libros, de los editores que los publican, y de la gente que compra y lee esos libros. Si ven la película 300 de Zach Snyder’s (2007) todas las criaturas del ejército de Jerjes… pues bien, son el compendio visual de los musulmanes y la izquierda.

Prestemos atención a uno de estos escritores superventas -un tipo llamado Dinesh D’Souza. Observen los nombres de algunos de sus libros: Qué es lo que hace grande al cristianismo, Qué es lo que hace grande a los Estados Unidos, Ronald Reagan: O como una persona corriente se convirtió en un líder extraordinario, La vida después de la muerte: Las pruebas. Este individuo tiene una idea bien sencilla: Estados Unidos y el cristianismo son las mejores cosas que le han pasado a la humanidad, y todo lo demás, la izquierda y el islam en particular, es lo peor que ha existido jamás, cosa que los hace merecer la condena sin remisión a arder en las llamas del infierno a no ser que uno vea la luz, se convierta a su iglesia, y se salve. Este sujeto solía rodearse de gente de similar pelaje en el Instituto Hoover de California que obviamente alberga una completa colección de esta clase de mamarrachadas. Ahora es el rector de toda una universidad, el responsable de la educación de toda una generación de estudiantes.

Valoren esos títulos y pregúntense: ¿Es Dinesh D’Souza una persona de verdad? ¿Es un vendedor de coches usados? ¿Se cree realmente lo que escribe? ¿Debemos considerarle un delirante, deseoso de adoptar esa pose? ¿O debemos creer en la posibilidad de que sea un oportunista haciéndose un currículum?¿Debemos pensar que el hombre se da cuenta de que las tonterías que dice se venden bien? D’Souza es cristiano fundamentalista, agresivo militante que odia a los gays, que odia a los musulmanes, que odia a las feministas, que odia a la izquierda, que odia de hecho todo lo que no sea cristiano, tal y como él entiende el ser cristiano, pero que adora a una abstracción que él llama «América», que para él es una América blanca, pero ahí viene el problema: él no es blanco. ¿Ante qué tipo de enfermedad mental nos encontramos aquí? Este personaje es un indio de piel oscura. Pero él se ve a si mismo como un mitológico guerrero blanco como los griegos que salen en la película de Zach Synder. Musulmanes e izquierdistas, gays y negros, feministas y multiculturalistas; esas son las criaturas a las que se enfrenta, su pesadilla. Pero no está sólo. Él es, como se suele decir, un superventas del New York Times. La gente en Estados Unidos compra lo que él vende y así importantes editores le buscan, le ofrecen lucrativos contratos, publican sus libros con pompa y ceremonia, y venden innumerables ejemplares de sus libros; dichos libros se leen, se comentan, se publican reseñas sobre ellos en papel y en la red, sobre la base de las cuales recibe entonces invitaciones para dar conferencias, entrevistas, etc. Este fenómeno cíclico se retroalimenta hasta el infinito, implicando a toda una industria, no sólo a una persona y sus quizás extravagantes ideas, o quizás plausibles para los seguidores de este tipo de opiniones…

Varias perlas de D’Souza: «La izquierda cultural de este país (Estados Unidos) es responsable de provocar el 11-S … la izquierda cultural y sus aliados en el Congreso, los medios de comunicación, Hollywood, las organizaciones sin ánimo de lucro y las universidades son la causa principal del estallido de ese volcán de odio contra América que está entrando en erupción en el mundo islámico»

Así se retrata a la denominada izquierda cultural y al islam: unidos junto a sus aliados en el gobierno, los medios de comunicación… responsables de causar atentados terroristas. ¿No les recuerda esto a Noruega? Antes que de que se proponga y se acepte una eximente de locura para Anders Behring Breivik, la cual parece ser la estrategia de defensa de su abogado, el señor Geir Lippestad, puede que la oficina del fiscal general de Noruega esté interesada en echar un vistazo a este tipo de libros, a sus autores, a sus editores, y a su público y a sus lectores. Hay montada una lucrativa industria que se dedica a abastecer de esa clase de «locura», la misma que sufre el terrorista noruego, una industria que basa su modelo de negocio en fundir a la izquierda y a los musulmanes y presentar el resultado como la metáfora suprema de la amenaza a la civilización occidental.

Una visión más general

La historia de las terminologías de jerga en los Estados Unidos está llena de insultos raciales que reflejan el condescendiente desprecio hacia la gente que ha sido el sujeto paciente de las invasiones y/o conquistas estadounidenses: Commie, Brownie, Buffie, Camel Jockey, Chinaman, Chinky, Coolie, Darkie, Gooky, etc., y justo después de la invasión estadounidense de Irak se empezó a usar Haji que se refiere a cualquier iraquí o árabe que aparezca en, o se esconda de, el punto de mira de los soldados estadounidenses1. Estos son términos despectivos que muestran el desprecio y el desdén con los que se pone distancia y se denigra a la gente contra la que se lucha, a la que se subyuga y se conquista. Son términos deshumanizantes – expresiones que convierten al enemigo en una cosa de la que se puede prescindir con la conciencia tranquila.

Desde los años 50 del siglo pasado, el periodo de la caza de brujas del macartismo, la derecha ha convertido a la izquierda en la pesadilla de Estados Unidos. Laizquierda es la quinta columna, el enemigo interior. Si la Unión Soviética era el enemigo exterior, la izquierda era el enemigo doméstico, una entidad que pretendía sabotear el sistema para beneficiar a la causa del enemigo exterior, de la misma manera que al principio se acusaba a los católicos de ser mas leales al Papa de Roma que a la constitución americana, y de la misma manera que ahora los musulmanes son vistos como el enemigo interior, el enemigo que ha llegado hasta el corazón del imperio, amenazándolo desde dentro, en nombre de todos los musulmanes del mundo. Se percibe aquí un discurso de asedio. Occidente, según el mensaje dado a ese lucrativo mercado del que hablábamos antes por gente que va de Bernard Lewis a Niall Ferguson, está amenazado por esos musulmanes que están en el mismo corazón del imperio. Esa busca del enemigo interno bebe directamente de la figura de la caza de brujas. Arthur Miller en Las brujas de Salem (1953) se trasladó al pasado, a la caza de brujas acaecida en 1692 en Salem, una localidad del estado de Massachusetts para diagnosticar este miedo patológico en el que los estadounidenses habían quedado sumidos en los años 50 durante el denominado terror rojo (hubo un primer terror rojo entre 1919 y 1920 y un segundo entre 1947 y 1957). Hoy en día la identificación de la izquierda con los musulmanes, de la manera en la que la vemos articulada por gente que va desde estos autores superventas estadounidenses hasta el terrorista noruego Anders Behring Breivik, entra de lleno en el género de la caza de brujas, de igual modo que los sucesos de Salem en 1692, el atentado de Oklahoma de 1995, o de igual manera que lo que escriben estos exitosos escritores neo-conservadores y sionistas.

Lo que Dinesh D’Souza y toda esta plétora de neo-conservadores del que forma parte, de menor talento pero de mayor nivel de repugnancia, han estado haciendo durante estás ultimas décadas ha sido ayudar a transferir el miedo y la aversión a la izquierda contra los musulmanes. Esta transmutación de la izquierda en el islam, y viceversa, es un fenómeno reciente que data del periodo anterior a los horribles sucesos del 11-S y que comenzó a ser algo serio justo después de la crisis de los rehenes de 1979-1980, siendo su manera de funcionar la aplicación de una simple operación mental de analogía en el que el clima de sospecha y odio contra la izquierda del macartismo se traslada sin más hacia los musulmanes. Por supuesto que un factor clave en este proceso es la maquinaria de propaganda israelí que ha tenido un gran éxito al conseguir persuadir a los estadounidenses (mediante una interpretación sesgada de los hechos) de que todos los palestinos

son musulmanes, que los musulmanes son terroristas, y por lo tanto que Israel está en realidad luchando por los estadounidenses en la primera linea de frente contra la barbarie. El hecho de que Samuel Huntington, uno de los principales teóricos del imperialismo estadounidense, perciba desde su tesis de La guerra de civilizaciones al islam como el principal enemigo de occidente supone un momento clave de esta transformación. Su marco conceptual proviene directamente del filósofo político nazi Karl Schmitt (1888-1985): sin un enemigo es imposible concebir la política. El mismo concepto de política sólo puede ser concebido en relación a un enemigo (existente o fabricado).

Este odio combinado hacia la izquierda y hacia los musulmanes (convirtiendo a alguien que fuera a la vez negro, gay, musulmán y radical en la joya de esta corona diabólica) nos habla del carácter de gran parte de los debates y los comentarios públicos en los Estados Unidos, fenómeno que van mas allá de Dinesh D’Souza y Samuel Huntington y que ha empleado a toda una legión de intelectuales de poca monta pero de gran verborrea. Estos dos iconos neo-conservadores no son sino el síntoma de un síndrome más ampliamente extendido.