El miércoles 29 de junio de 2011, eran alrededor de las 12:30 h. cuando los gases lacrimógenos de las fuerzas especiales invadieron la Plaza de la Constitución, en Atenas, provocando así espasmos de asfixia en una multitud que era mayoritariamente pacífica. Algunos minutos más tarde, la siniestra nube cubría todo el centro de la capital. […]
El miércoles 29 de junio de 2011, eran alrededor de las 12:30 h. cuando los gases lacrimógenos de las fuerzas especiales invadieron la Plaza de la Constitución, en Atenas, provocando así espasmos de asfixia en una multitud que era mayoritariamente pacífica. Algunos minutos más tarde, la siniestra nube cubría todo el centro de la capital. En ese momento preciso, las declaraciones hechas dos días antes por el ministro de Estado, Theodoros Pangalos, tomaron un sentido más concreto y más negro.
En efecto, el jefe adjunto del gobierno había declarado que si el nuevo plan de austeridad no fuera adoptado por el parlamento griego y, por consiguiente, el país estuviera entonces considerado como en suspensión de pagos, habría que hacer intervenir a los blindados para proteger a los bancos. Como la palabra «blindados» sigue despertando en la memoria colectiva griega la pesadilla de la tortura y de las cárceles del tiempo de los coroneles, la dictadura militar de 1967, muchos de sus compañeros diputados del Pasok (Movimiento Socialista Panhelénico, en el gobierno) protestaron -más bien tímidamente, es cierto- contra el mal gusto de esta impactante fórmula. Sin embargo, los acontecimientos que Atenas ha conocido este miércoles no pueden ser contemplados en términos de gusto o de estilo.
Al margen de la manifestación ha habido, indudablemente, algunos individuos excitados y violentos, pero también numerosos provocadores que, según el director del muy serio semanario Epikaira, han sido filmados saliendo de los coches de la policía. Las fuerzas de represión colocadas bajo la autoridad de un Ministerio cínicamente encargado de la «Protección del Ciudadano» han invadido los cafés y las entradas de los edificios y han apaleado con saña a todos los que se encontraban en ellos. Las sustancias echadas por la policía han transformado al estación del metro en una cámara de gas, a pesar de la presencia, en el vestíbulo, de un centro de socorro improvisado que acogía a centenares de manifestantes heridos. Además, los gases lacrimógenos se han propagado por los túneles del metro a varios kilómetros, hasta lugares que no merecían en forma alguna ser gaseados en nombre de la protección del edificio de la Asamblea Nacional, que está en la Plaza de la Constitución.
Después de la disolución de la manifestación, el lugar se parecía a un decorado de una hollywoodiana película de catástrofes. ¿Por qué ocurre todo esto? La respuesta es que era absolutamente necesario imponer a Grecia condiciones de pago de su deuda moral y técnicamente insostenibles y que, para hacerlo, era preciso que el país perdiera una parte sustancial de su independencia. Como el «memorándum» del 8 de mayo de 2010, que ya ha llevado a un fiasco, las medidas previstas por el nuevo plan de austeridad, votado el 29 de junio por el Parlamento, son no solo inhumanas sino también, como lo constatan analistas serios y una parte de la prensa internacional, inaplicables e ineficaces, puesto que no hacen sino retrasar una quiebra que habrá sido hecha aún más dolorosa por esas maniobras dilatorias.
Para imponer estas medidas a una sociedad que resiste con firmeza, era preciso sin duda este deslizamiento continuo hacia una especie de «dictadura económica». Este cambio de régimen es visible no solo en la acción de las fuerzas del orden, sino también en la marginación sistemática de la Asamblea Nacional, transformada en cámara de registro, y en el control total de la casi totalidad de los medios, transformados en medios de difusión de una propaganda abyecta. Lo ocurrido el miércoles 29 de junio no es sino la derogación del derecho constitucional a reunirse -todos los totalitarismo hacen de él su primer objetivo- y era absolutamente necesario para llevar a la práctica este plan de austeridad. Por otra parte, incluso si no es el caso, incluso si el gobierno es empujado al desastre a su pesar por agentes locales o extranjeros que, cada vez más claramente, gobiernan en su lugar, el resultado es el mismo: se trata del nacimiento de la primera dictadura económica en Europa, un régimen que, dada la evolución socio-económica del continente, corre el riesgo de ser copiado a menudo.
Pero, ¿porqué esta rabia contra los ciudadanos concentrados en la Plaza de la Constitución? ¿Eran tan peligrosos estos grupos de manifestantes afirmando alto y claro su determinación, pero también su opción por la no violencia, así como su convicción de que una asamblea del pueblo, una ecclesia, es posible en el siglo XXI? La respuesta es que el gobierno así como una gran parte de la oposición funcionan en circuito cerrado y son defensores de ideas, valores y prácticas del pasado, incapaces de responder a las necesidades reales de los ciudadanos.
Las prácticas deliberativas en curso en la Plaza de la Constitución desde hace una cuarentena de días hacen eco de experiencias europeas de democracia directa y a prácticas de solidaridad conocidas en América Latina y constituyen, a pesar de todos sus defectos, un ejemplo para todos los que, con o sin etiqueta, intentan responder realmente al desastre que golpea Grecia. Para muchos -comenzando por los gobernantes- la Plaza de la Constitución y el estado de espíritu que representa pueden tomar la amplitud de una epidemia que amenace al conjunto del sistema político actual. Y esta epidemia hecha de insumisión, de responsabilidad y de autonomía da miedo porque suscita la esperanza.
Tribuna publicada en el periódico francés Libération el 11/07/2011.
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4148