En una sobria ceremonia, el comandante Daniel Ortega inició este lunes su cuarto mandato presidencial. En presencia de delegaciones internacionales que representaban a 21 países, y de más de 300 representantes de partidos y movimientos de Europa, Estados Unidos y América Latina, entre pañuelos rojos y negros y guayaberas blancas, el Comandante lució por cuarta vez consecutiva la banda presidencial.
Esto marcó el inicio de un nuevo mandato para el líder sandinista, que devolvió al FSLN a su papel natural, el de gobierno.
Celebrando el evento, junto a su gente están sus amigos, compañeros y hermanos. Los que siempre y para siempre han sido el escudo, los más recientes se convertirán en él. Son la parte delantera de las espaldas rectas, personas verticales que montan ideas circulares. Mujeres y hombres que han cambiado el destino de sus respectivos países, no las cuentas de sus respectivos banqueros. Se trata de análisis y objetivos compartidos, internacionalismo y amistad; es un frente común basado en el respeto mutuo y la solidaridad recíproca, que es la implicación concreta de la amistad.
Ahí está Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, asediado pero victorioso, capaz de descender a los infiernos y resurgir utilizando la vía rápida. Ahí está Miguel Díaz Canel, presidente de Cuba, expresión del socialismo cubano bloqueado pero nunca aislado, que gana incluso cuando está rodeado. Está el presidente de Honduras, todavía en funciones, que sabe que se arriesga mucho al participar en esta inauguración. Están los ex presidentes de Guatemala y El Salvador y, sobre todo, están los ministros de China, Rusia e Irán, que vienen a dar testimonio de la centralidad política de Nicaragua en el tablero latinoamericano. Se hizo especial hincapié en la presencia del Vicepresidente de la Asamblea Popular China (Parlamento), enviado especial de Xi, con quien Nicaragua, en las horas previas, había firmado numerosos contratos de suministros y servicios en diversos ámbitos.
La presencia de gran parte del continente en la toma de posesión de un gobierno que las instituciones estadounidenses y de la OEA dicen no reconocer es también fruto de un inicio de recomposición de las relaciones entre los países progresistas y socialistas que dio sus primeros pasos significativos en la reciente reunión de la CELAC en Buenos Aires. Se abrió un importante camino de escucha y respeto mutuo, de prevalencia de la solidaridad y el encuentro sobre la exacerbación de las diferencias, del punto de vista latinoamericano sobre la interpretación del derecho internacional y del sentido profundo de lo que significa una comunidad política.
Los ausentes
En las celebraciones de la toma de posesión de Daniel Ortega y Rosario Murillo están ausentes Estados Unidos, la Unión Europea y la OEA, lo que demuestra cómo los prejuicios políticos son la clave del sistema de relaciones que adoptan: si eres independentista, si eres sandinista, socialista, antiimperialista, entonces no eres reconocido. Si no te ofreces a ceder tu soberanía nacional a los organismos que el nuevo sistema imperial propone para velar por sus intereses, entonces no eres respetado, a lo sumo indicado; no eres un país, eres un enemigo.
La OEA dice que no reconoce las elecciones sin su supervisión, pero cuando las supervisa organiza golpes de Estado. Dice que respeta la democracia pero reconoce a los gobiernos golpistas. También dice que no reconoce las elecciones irregulares, pero tiene como representante de Venezuela a un don nadie que nunca fue elegido para nada. Y, paradoja entre las paradojas, los países latinoamericanos que no reconocen a Guaido también dejan que sus embajadores voten con él en la OEA en contra de los gobiernos de países legítimamente elegidos. Un lío de hipocresía y estupidez política, un auténtico ejemplo de chapuza jurídica.
La derecha afirma que la ausencia de Europa y Estados Unidos indica el aislamiento del gobierno sandinista, pero la verdad es exactamente lo contrario: las ausencias, al igual que las presencias, son un hecho político. Y si los primeros confirman la hostilidad del imperio y de sus seguidores, los segundos muestran cómo Nicaragua puede situarse ahora en una órbita precisa de la confrontación internacional, o más bien en la que considera el multilateralismo y el respeto del derecho internacional como las dos patas de la gobernanza mundial. El hecho de que un país de seis millones de habitantes, del tamaño de una región de Italia y con un PIB que ocupa el puesto 140 del mundo, reúna a representantes de 2.500 millones de personas en una ceremonia que tiene poco de protocolaria y mucho de política, demuestra la capacidad del Comandante Ortega para situar a Nicaragua en el centro del tablero internacional.
Cinco años más
El mandato de Daniel Ortega es claro: continuar y mejorar un experimento político y social que ya ha conseguido resultados extraordinarios, mucho mayores de lo que muchos habían previsto la noche del 7 de noviembre de 2006, cuando el CNE anunció que, tras dieciséis sangrientos años de hambre y miseria, de inanición, corrupción y represión en nombre del liberalismo, el sandinismo volvía a gobernar el país. Tras dieciséis años de noche oscura, las luces volvieron a encenderse: el pueblo fue elegido Presidente.
Ese voto que dio la victoria el 7 de noviembre de 2006 casi se ha duplicado. Haciendo oídos sordos al descenso fisiológico del consenso que acompaña al establishment en todas partes, aquí los porcentajes de consenso fueron los más altos de todas las elecciones de los últimos 14 años. Más del 65% de participación y el 76% de apoyo al FSLN hacen que las elecciones de noviembre de 2021 sean un triunfo para el sandinismo y una fiesta cívica para el país. Desde Miami, como desde Bruselas, se habló de abstención, pero los nicaragüenses acudieron en masa a las urnas, rechazando la cobardía de la indiferencia, propuesta por quienes no son nada, ni tienen nada que proponer.
Se trata de la tasa de participación más alta registrada en América del Norte, América Central, América del Sur y Europa, lo que confirma el sentimiento entre gobernantes y gobernados. El mensaje que llegó a Washington y a Bruselas era fácil de descifrar: Nicaragua ejerce la democracia y no rehúye defenderla; es una tierra de libertad y oportunidades para todos, pero no a costa de los derechos de todos. Por eso se permite todo menos la traición a la patria, se tolera todo pero no la violencia y la opresión, se entiende todo pero no el intento de anular la voluntad del pueblo por la fuerza. ¿No reconoces el valor de este mensaje? Paciencia, los sordos profesionales, que escuchan música sin sonido, seguirán siendo un detalle insignificante.
El 76% de los votos obtenidos, aproximadamente, no se puede dar por sentado. Vinieron como consecuencia de lo que se había hecho, mereciendo el qué, el por qué, el cómo y el cuándo del más formidable, amplio y extenso proyecto de modernización del país jamás concebido en la historia secular de Nicaragua. Han demostrado que no ha habido un apagón entre las promesas y su cumplimiento, que la materialidad de las condiciones de vida de la población es ahora diferente.
El flujo del gasto corriente se ha garantizado con el impuesto sobre la renta, mientras que los créditos internacionales han financiado las grandes obras y proyectos que han marcado a la nueva Nicaragua en todos los ámbitos. Es cierto que la labor de modernización del país continúa, en parte porque las ambiciones compiten con la realidad y casi siempre la superan. Pero mirando al «antes» y al hoy, no cabe duda: no se ha desperdiciado ni un día, ni un dólar se ha malgastado, ni un problema ha quedado sin solución, al menos parcial, ni un temor ha quedado sin atender.
Nicaragua, a través de la entrega de tierras y viviendas, ha vuelto a ser propiedad de los nicaragüenses. Las carreteras, la electricidad, el agua potable, el transporte, la educación y la salud, los apoyos económicos y los planes de intervención social han dado un nuevo rostro a la población, que se ha convertido en titular de derechos públicos inalienables, de principios que se convierten en política. Ha desterrado de una vez por todas la resignación, ha declarado improcedente la impotencia y ha declarado ilegal la tristeza.
Estos 14 años de la tercera etapa de la revolución sandinista han sido también la reafirmación constante de su institucionalidad, terminando la época en que las instituciones se dedicaban al derecho exclusivo del latifundio; hoy se han convertido progresivamente en la representación de la sociedad nicaragüense. El país se ha convertido en adulto, y en el juego de espejos ha tomado la apariencia de su propio pueblo. Ha asumido indefinidamente la soberanía y la independencia, elementos inseparables de cualquier futuro posible. Ha abierto los brazos cuando ha sido necesario y ha cerrado los puños cuando ha sido inevitable, porque los nicaragüenses son hombres de paz con espíritu guerrero.
Los ausentes de hoy son ausentes porque la ausencia sirve para cubrir la impotencia. Gritan, amenazan, sancionan en vano. Nicaragua es libre, soberana, solidaria y sandinista. Y no hay nada ni nadie que pueda cambiar este estado de gracia.
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