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No es menester el fascismo

Fuentes: Sin Permiso

No creo que el fascismo esté en puertas. Si las palabras conservan su significado, y buena cosa es que lo mantengan, fascismo es lo que conocimos entre 1922 y 1943: partido único que se hace Estado, fin de las elecciones y de la división de poderes, fin de los sindicatos, ilegitimidad del conflicto laboral, fin […]

No creo que el fascismo esté en puertas. Si las palabras conservan su significado, y buena cosa es que lo mantengan, fascismo es lo que conocimos entre 1922 y 1943: partido único que se hace Estado, fin de las elecciones y de la división de poderes, fin de los sindicatos, ilegitimidad del conflicto laboral, fin de la libertad de asociación y de prensa, racismo y, señaladamente, antisemitismo. Un régimen de este tipo resulta hoy inconcebible en Europa. Al evocar engolosinadamente dos aspectos del mismo -a saber: poderes ampliados del primer ministro sin el contrapoder de un parlamento y de una magistratura independiente-, Berlusconi la ha pifiado.

Que a Fini le haya venido bien, es obvio. Como lo es que se beneficia de ello con la intención de sucederlo, tanto más, cuanto que il Cavaliere no deja espacio a los suyos, exceptuado Letta, eminencia gris capaz de sacarlo discretamente de líos, con estilo opuesto al cultivado por el boss para atraerse a la «gente». Y que le funciona, teniendo como tienen los italianos una vieja tendencia a convertirse, de pueblo, en plebe; hoy ya no al modo andrajoso, sino pequeño y medioburgués, egoísta y sordo.

Esa masa estaría también dispuesta a bendecir, como sus abuelos liberales, a un fascismo tal cual, pero Fini, que es más inteligente, ha comprendido que no sólo resultaría fuera de época, sino que ni siquiera es necesario para un musculoso dominio de clase. Para debilitar a partidos y sindicatos, basta una democracia electiva enervada de ideas fuertes, una opinión, cultivada con libérrimo celo por los medios de comunicación, inclinada a la antipolítica, al decisionismo, a los privilegios y al racismo; el antisemitismo, luego de la Shoa y en presencia de Israel, no resulta ya usadero. Por lo demás, basta una democracia presidencial, tendencialmente bipolar, tendencialmente de opinión, espontáneamente no participada con contrapoderes más que legitimados, pero redimensionables en situaciones definidas consensualmente como de emergencia. ¿De qué otra cosa ha precisado Bush? ¿De qué precisa Sarkozy, a quien De Gaulle proporcionó ya en 1958 lo que Berlusconi querría, y está desposeyendo a la magistratura de la decisión de abrir o archivar procesos? La democracia electiva ha permitido a Bevan y a Thatcher, a Bush y a Obama. Puede oscilar entre la apertura social pacifista y la represión social belicista. Sin desgarros institucionales. Depende del carácter del presidente.

Fini tiene muchas posibilidades de abrirse camino como el líder más presentable de la derecha, y Berlusconi lo comprendió ayer. Asistiremos al duelo. Al menos, hasta que no se presente otro escenario distinto. Hoy no hay oposición capaz de imponerlo. No la moderada, tirada al garete por Veltroni y difícilmente resucitable por el voluntarioso Franceschini y sus modestos suboficiales. No la llamada radical, que todo lo que se propone es dar una representatividad y alguna razonable esperanza al bloque social de los asalariados, de los precarios, de las mujeres más conscientes de sí propias, de los católicos no ratzingerianos, de los movimientos. Ni siquiera ahora, cuando crece en toda Europa de los despedidos del trabajo y del sostén, de toda una generación de jóvenes sin perspectiva; una masa que podrá sumarse o, al revés, a falta de cualquier referencia, chocar con una inmigración seguramente creciente. Nunca la izquierda ha estado tan vergonzosamente ausente, nunca ha abandonado a tal punto la protesta a la derrota o revueltas reducibles a cuestiones de orden público.

Nunca, ante un sistema social acorralado, no ya por sus contradicciones, sino por los embrollos más desvergonzados y, a lo que parece, más incontrolables. A eso hemos llegado veinte años después del liberador 1989.