Demasiado jóvenes para votar, viendo su futuro en juego, los estudiantes se han organizado orgánicamente para hacerse oír.
Fuera de Downing Street, frente a una línea de policías antidisturbios, me siento ante una hoguera improvisada con los estudiantes que han abandonado las aulas que se reúnen a su alrededor mientras uno de ellos rasga las maltrechas cuerdas de una guitarra de tres a los acordes de Talkin’ Bout a Revolution de Tracy Chapman. Los chavales comienzan a cantar -algunos dulce, otros desafinadamente- formando un coro apocalíptico, unido en derredor a un pequeño y brillante círculo de calor y de energía. «Finally the tables are starting to turn», cantan, mientras el sonido de sus voces queda ahogado por el zumbido de las aspas de los helicópteros de la policía y los gritos de quienes están frente al cordón de seguridad. [1] «Finally the tables are starting to turn.» Finalmente se empiezan a girar las tornas.
Entonces un agente irrumpe en el círculo. La policía nos saca a empellones y el campo se evapora como el humo de la hoguera se desvanecía hasta hace un momento en el aire, forzándonos a avanzar. No todos nosotros sabemos cómo llegamos hasta allí, pero poco a poco estamos siendo hacinados con brutal eficacia: la presión de los cuerpos es cada vez mayor y los policías siguen gritándonos para que nos movamos hacia adelante. A mi lado, una estudiante llora. Tiene catorce años.
«Seguimos a la multitud», dice. Como todos. Aquí no hay líderes: los miles de estudiantes y jóvenes que acudieron a Whitehall hace tres horas en protesta por los ataques del gobierno a la educación secundaria y superior estaban completamente fuera de guión. Un grito, sin palabras, salió de algún lado de la multitud y entonces comenzamos a marchar, como un hombre solo, sin instrucciones, en dirección al parlamento.
Pero que no haya líderes no quiere decir que no haya objetivos. Estos chavales -porque la mayoría de ellos son chavales, sin ninguna experiencia en acción directa, que abandonaron simultáneamente las clases en todo el país justo antes de la pausa de la mañana- quieren que se les escuche. «Nuestros votos no valen nada», dice un joven simpático con corbata. La diversidad de la protesta es extraordinaria: blancos, negros y asiáticos, ricos y pobres. Muchachas de escuelas estatales de uniforme con minifalda posan delante de una furgoneta saqueada de la policía mientras sus amigos les toman fotos. Detrás de ellos un chico con pasamontañas sostiene una pancarta: «Quemad Eton».
«Ni siquiera podemos todavía votar», dice Leyla, de catorce años. «Así que, ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿Se supone que tenemos que sentarnos al fondo mientras destruyen nuestro futuro y nos impiden ir a la universidad? Yo quería estudiar Bellas Artes, pero no puedo permitírmelo sin un EMA.» [2]
Le pregunto quién cree que está al cargo. Su amigo, un joven con una sudadera de las de capucha, sonríe, y con un gesto señala al frente del cordón, donde los jóvenes gritan «¡Qué vergüenza!» (shame on you) mientras se lanzan contra las porras de la policía. «Nosotros», responde.
Ésta es una protesta sin líderes, sin otro objetivo que la justicia: es una nueva cruzada de los niños, épica y trágica. Se van encendiendo más hogueras a medida que los chavales no quieren que les entre frío: están quemando pancartas y páginas de sus agendas escolares. Una pancarta que reza «¡Dumbledore no aguantaría esta mierda!» [3] es devorada por las llamas.
Es éste, pues, un movimiento orgánico: a diferencia de las manifestaciones anteriores, aquí no hay organizadores socialistas que lleven la batuta, ni banderas del partido apiñándose detrás. La convocatoria se difundió a través de Twitter y Facebook; los rumores se transmitieron por las clases y por los pasillos: ve a Westminster, muéstrales tu enojo.
De repente, estalla una escaramuza delante y oímos a la policía gritando mientras cientos de manifestantes corren hacia atrás, asustados. «¡No lancéis nada!» implora un joven manifestante con barba a través de un megáfono. «Proteged a vuestros amigos, ¡no les deis una excusa!» Pero nadie le escucha. Comienzan a volar las astas de banderas y pancartas: la rabia crece a medida que la gente ve a sus amigos retrocediendo o cayendo bajo las porras. «¡Basura tory!», gritan. «Ojalá no estuvieran rompiendo cosas», dice Leyla, «pero eso es lo que pasa cuando les arruinas el futuro a la gente.»
NOTA T.: [1] ‘Kettling‘ en el original, como metáfora del agua hirviendo contenida en una tetera. Esta táctica policial consiste en cercar a los manifestantes con un cordón de agentes, impidiéndoles el movimiento durante horas. El objetivo declarado es agotar a los manifestantes hasta que no contemplen otra opción que regresar a sus casas. La táctica -que se emplea en el Reino Unido, Alemania, Dinamarca y Canadá, y que en nuestro país emplea desde el 2007 los Mossos d’esquadra, la policía autonómica catalana (y más concretamente, desde el tristemente recordado ‘caso kubotán‘)- ha sido criticada por los juristas como una forma de detención ilegal, al restringir el derecho a la manifestación y circulación de las personas, a las que por añadido se les deniega el acceso a comida, agua y lavabos, así como la presunción de inocencia, al ser declarados como «potencialmente peligrosos». [2] Siglas de Education Maintenance Allowance, una ayuda financiera que el gobierno británico concede a los estudiantes procedentes familias modestas así como trabajadores precarios. Destinada a todos los grados educativos, la ayuda, de entre 10 y 30 libras esterlinas (al cambio, de entre 11 y 35 euros aproximadamente, respectivamente) a la semana, está sujeta a numerosos y estrictos controles por parte de la administración. El gobierno conservador-liberal planea recortar las ayudas y endurecer los trámites de acceso. [3] Albus Dumbledore es el director de la escuela Hogwarts de la célebre serie de novelas Harry Potter, de la escritora británica J.K. Rowlings.
Laurie Penny es una periodista y anaista política británica.
Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3750