De golpes de Estado y de dictaduras militares están plagadas las historias de la mayoría de los países centroamericanos siempre fraguadas y dirigidas desde Washington que se encargó durante décadas de entrenar a militares de la región en la represión y lucha contra cualquier movimiento progresista que amenazara su dominación política y económica en la […]
De golpes de Estado y de dictaduras militares están plagadas las historias de la mayoría de los países centroamericanos siempre fraguadas y dirigidas desde Washington que se encargó durante décadas de entrenar a militares de la región en la represión y lucha contra cualquier movimiento progresista que amenazara su dominación política y económica en la región.
Tras varias invasiones directas norteamericanas en Nicaragua de donde fue expulsado por la resistencia ofrecida por los hombres de Augusto César Sandino, Washington dejó una Guardia Nacional dirigida por Anastasio Somoza García que en 1934 ordenó el asesinato de Sandino y en 1936 dio un golpe de Estado.
El dictador se instaló en el poder con el respaldo de Estados Unidos y de esa forma quedó establecida la dinastía somocista que duró 43 años, y que llevó al pueblo nicaragüense hambre, miseria, endeudamiento, represión, asesinatos y sufrimientos.
En 1954 la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana dirig ió y organizño un golpe de Estado en Guatemala contra el gobierno de Jacobo Arbenz (1944-1954) por el delito de haber decretado en junio de 1952 una reforma agraria que entregó tierras a medio millón de personas lo cual afectaba los intereses y latifundios de la United Fruit Company. Subía al poder el teniente coronel Carlos Castillo Armas
La prensa nortea mericana apoyabó abiertamente el golpe y el diario más influyente, The New York Times escribía a dos meses del hecho. «Arbenz era un prisionero de la acogida que hacía tanto tiempo les había dado a los comunistas».
Con este panorama regional donde los militares entrenados por Estados Unidos para contener cualquier movimiento nacionalista cumplían las orientaciones y gozaban del apoyo incondicional del poderoso vecino del norte, le tocó el turno a Honduras.
En octubre de 1956, un golpe militar destituyó al presidente Julio Lozano Díaz y una cúpula militar integrada por el general Roque J. Rodríguez, el coronel Héctor Caraccioli y el ingeniero Roberto Gálvez Barnes se adueñó del poder hasta 1957.
En la mayoría de los casos, los uniformados buscan algún representante civil de las oligarquías criollas para tratar de dar una imagen más edulcorada de sus excesos.
Restablecido en 1957 un limitado y estrecho orden institucional, siempre bajo la mirada de los militares y de Washington, e n octubre de 1963, el presidente Ramón Villena es derrocado por el coronel Osvaldo López Arellano quien dirige al país con mano de hierro hasta 1971.
Después de un brevísimo mandato del presidente Ramón Ernesto Cruz, López Arellano perpetró un nuevo golpe de Estado que lo mantuvo en el poder hasta 1975, cuando por estar involucrado en un escándalo de corrupción con una empresa estadounidense, lo sustituyó el coronel Juan Alberto Melgar Castro por decisión del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas.
Melgar Castro, aunque formaba parte de la cúpula de poder, también fue derrocado en 1978 por un triunvirato militar compuesto por Policarpo Paz García, Domingo Álvarez Cruz y Amílcar Zelaya Rodríguez que anhelaban más poder para adueñarse de las pocas riquezas del país. Esta junta, siempre con el beneplácito de Washington, encabezó la dirección del país hasta 1980.
En una componenda con la oligarquía, Policarpo Paz García es «elegido» por los partidos políticos en el Congreso y ejerce como «presidente» hasta 1982.
Ese año lo sustituyó Roberto Suazo Córdova, un liberal elegido en las urnas que formó el primer gobierno civil hondureño en más de un siglo. Sin embargo, la enorme influencia del Ejército en la política del país no desapareció.
En este junio de 2009 los excesos volvieron a aparecer cuando los militares y la burguesía, descontenta con las políticas a favor y en beneficio de la mayoría pobre de Honduras que desde 2005 estaba llevando a cabo el presidente electo José Manuel Zelaya, secuestraron al mandatario, lo llevaron hasta Costa Rica y comenzaron a reprimir a las masas populares que lo apoyan.
En plena coordinación con la burguesía criolla que tilda a Zalaya de aliarse a las políticas nacionalistas llevadas a cabo en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba, nombraron inmediatamente como presidente de facto a Roberto Micheletti que hasta entonces encabezaba el Congreso.
Pero en América Latina los tiempos no son los mismos que cuando Somoza, Castillo Armas, López Arellano, Augusto Pinochet, Jose Videla y otros muchos más entrenados por Estados Unidos durante décadas en la tristemente célebre Escuela de las Américas.
El apoyo del pueblo hondureño al presidente electo Zelaya y el espaldarazo internacional que ha recibido por parte de todas las organizaciones internacionales y regionales, encabezadas por la rápida iniciativa de apoyo de los presidentes de la Alianza Bolivariana de Nuestra América (ALBA), y secundada por la OEA, CICA, UNASUR, Grupo de Río y las Naciones Unidas, auguran que los militares y los miembros de la oligarquía que usurparon el poder, no lo podrán mantener por mucho tiempo.
Los pueblos de América Latina han despertado, y con se ha opuesto con las diferentes uniones, Estados Unidos no será el omnipotente.