Mi agradecimiento a Héctor Gómez Martínez y a Pablo Otero Jiménez por su colaboración, su ayuda y su paciencia. El 14 de junio de 2012, y en el marco de la Eurocopa, la Selección Española de fútbol se enfrentó a la Selección Irlandesa. En una de las gradas, los aficionados irlandeses desplegaban esta pancarta: […]
Mi agradecimiento a Héctor Gómez Martínez y a Pablo Otero Jiménez por su colaboración, su ayuda y su paciencia.
El 14 de junio de 2012, y en el marco de la Eurocopa, la Selección Española de fútbol se enfrentó a la Selección Irlandesa. En una de las gradas, los aficionados irlandeses desplegaban esta pancarta:
En ella se hace referencia a la coincidencia de Irlanda, España e Italia en el Grupo C (junto con Croacia). Era la primera en mucho tiempo que una cuestión política de estas características aparecía tan abiertamente, en medio de un partido, durante un torneo internacional. Esta fue sólo una de las maneras en que se manifestó la enorme importancia simbólica que adquirió que durante la Eurocopa el hecho que un país del sur ganara a Alemania2, a Francia o a Inglaterra. La final entre Italia y España tomó en algunos momentos un cierto cariz de «victoria del sur».
Unos meses más tarde, la huelga general del 14 de noviembre de 2012 se convirtió en la primera huelga internacional del siglo XXI y tuvo como protagonistas a España, Portugal, Italia, Malta y Chipre, apoyados por movilizaciones en Grecia y por la izquierda contestataria del resto de Europa3. En las diversas manifestaciones que tuvieron lugar esa tarde, las banderas de Irlanda, Portugal, España, Italia y Grecia ondearon juntas en varias ocasiones:
Fuente4: msn.com
Fuente5: larepublica.pe
Fuente6: Facebook.com
Hace unos meses, el día 28 de enero de 2013, la Sexta7 emitía un reportaje sobre las desventuras de los hombres de negro, los enviados de la troika formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI, en los países rescatados o cercanos al rescate: Portugal, Irlanda, España, Grecia e Italia.
Estos sucesos tan dispares tienen en común que son indicios, síntomas o señales de que «algo se mueve en el sur de Europa8«. Es posible que esté articulándose una conciencia común en el sur de Europa, una identidad sureuropea, vinculada la crisis económica, a los problemas de deuda, a la aparición de nuevos movimientos sociales, etc. Esta identidad compartida tendría su origen en algunas condiciones históricas, políticas y económicas que Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y España tienen en común, y constituiría un «nosotros» sureuropeo como elemento de resistencia frente al poder económico que podría llegar a erigirse en agente político.
No resulta fácil encontrar patrones comunes compartidos a la vez por Italia, Grecia, España, Portugal e Irlanda, ya que no todos compartimos los mismos rasgos ni estos son exclusivamente nuestros, por lo que no es fácil encontrar un «hecho diferencial» sureuropeo.
Partiendo del elemento aparentemente más obvio, si sólo consideráramos la situación geográfica Irlanda quedaría fuera, a pesar de que comparte otros rasgos con los países mediterráneos y de que los irlandeses han sido pioneros en reclamar esa identidad de países endeudados.
Si consideráramos la religión, el catolicismo es la religión dominante en Irlanda, Portugal, España e Italia, pero denominarnos «países católicos» dejaría fuera a Grecia. Si embargo, es cierto que se trata de países no protestantes. Dada la relevancia del protestantismo para el desarrollo del liberalismo y la economía capitalista (Weber, 2004 [1903]), esto tiene cierta importancia. Ahora bien, no somos los únicos países no-protestantes de Europa.
Por otra parte, tanto españoles (con Francia) como irlandeses (con Inglaterra) nos hemos visto envueltos en guerras de liberación contra las potencias centrales europeas con las que mantenían una relación cuasi-colonial o colonial. A esto hay que añadir los enfrentamientos de Alemania con Italia por los territorios del norte de Italia. Sin embargo, Grecia no se vio en esta situación, ya que su guerra de liberación no tuvo nada que ver con las potencias del norte, sino con Turquía, y la independencia de Portugal se remonta muy atrás en el tiempo y no conllevó una guerra de independencia al uso.
Desde el punto de vista de la formación de los Estados, es cierto que hemos tenido construcciones nacionales que como mínimo se podrían calificar de complejas: Recientes, parciales, carentes de una revolución liberal-democrática. Pero, una vez más, no somos los únicos: los países de Europa Central han atravesado procesos de construcción nacional igualmente complicados.
A esto hay que añadir que durante el siglo XX Portugal, España, Italia y Grecia pasamos en algún momento por una dictadura de inspiración fascista. Pero Irlanda no se encontró en esta situación, aunque algunos sectores del independentismo irlandés apoyaran al fascismo y que otros sectores del independentismo irlandés lucharan en las Brigadas Internacionales. Sin embargo, Alemania sí vivió dictadura de estas características, y Francia sufrió el régimen colaboracionista de Vichy
Esto no es más que una pequeña muestra de lo complicado que es encontrar un nexo común que nos vincule, aunque compartamos patrones similares de manera diversa. Por este motivo nos tenemos que trasladar al momento de crisis actual si queremos encontrar un hecho diferencial, una base objetiva de condiciones compartidas que nos permita identificarnos, reconocernos.
En este contexto, lo que nos une es la relación de dependencia con respecto a países económicamente más fuertes del proyecto (Alemania, Francia y el Reino Unido). Para entender esta relación y no cometer el error de atribuir la fortaleza o debilidad económica actual a características o capacidades internas de los países es necesario atender a la construcción histórica de la Unión Europea, y en concreto a cómo se produjo la entrada de Grecia, Irlanda, España, Portugal o Italia en la UE. El núcleo de la UE es el mercado común (Habermas, 2000), y cuando estos países solicitaron entrar en la Unión, los países con mayor capacidad de decisión (Alemania y Francia) plantearon una redistribución de las funciones económicas dentro del dicho mercado para no perder competitividad. En el caso de España, por ejemplo, eso significó el desmantelamiento de las infraestructuras agrícolas e industriales. El motor económico que quedó para España fue el que había puesto en marcha el desarrollismo franquista: La construcción y el turismo «de sol y playa» ligado a la hostelería de baja calidad, dos sectores que se caracterizan por la baja productividad, por la sobreexplotación de mano de obra poco cualificada y por ser de los que más resienten en momentos de crisis. A partir de esta redistribución de funciones, que colocó a los países ahora endeudados en posiciones de debilidad económica, se estableció una relación de dependencia entre estos y los países «fuertes» de la UE, que en este momento se manifiesta en la forma de los mecanismos de deuda.
En este contexto, la deuda y los mecanismos de control del déficit están sirviendo como un dispositivo de dominación/explotación similar a los que el neocolonialismo empleó en los años 60, 70 y 80 contra África, América Latina y Asia, dando lugar a políticas similares de ajuste fiscal y recortes sociales de corte neoliberal (Correa, 2012). Lo que marca entonces a los países sureuropeos como tales es esa explotación económica, ese es el denominador común o hecho diferencial que nos permite identificarnos. Lo que se está configurando en Europa, pues, no es un sur geográfico, sino un sur económico marcado por la subalteridad con respecto a los países del norte económico.
Es este proceso el que permite llamar «sur» a Irlanda, puesto que a pesar de su posición geográfica ha pasado por una etapa de crecimiento y una etapa de crisis que bien podrían considerarse paradigmáticas de este modelo de Europa. El «tigre celta» como se conoció a la etapa de crecimiento económico de Irlanda, basada en el sector de la construcción y en la aplicación de políticas neoliberales de debilitamiento de las regulaciones fiscales, terminó con el hundimiento de varios bancos irlandeses. El rescate de la Unión Europea salvó precariamente a los bancos irlandeses y trajo consigo políticas de recorte y subidas de impuestos indirectos que han empobrecido a la población.
Ese conflicto centro-periferia dentro de Europa es el que se estaba escenificando en el partido de fútbol, en las banderas de la huelga y también en una especie de «odio compartido» hacia la UE, hacia Alemania y hacia Ángela Merkel, la representación metonímica de las dos anteriores. Por ejemplo, en las siguientes dos imágenes aparece una bandera de la UE quemada por manifestantes griegos en una protesta, y una caricatura, de entre las muchas que han proliferado últimamente, que equipara a Ángela Merkel con Adolf Hitler.
Fuente9: es.123rf.com
Fuente10: 972mag.com
Sin embargo, aunque el conflicto entre norte y sur de Europa establece unas condiciones objetivas que sitúan a los países del sur económico europeo en una posición subalterna compartida con respecto al norte económico, este proceso va más allá de la mera posición como subalterno y construye un «nosotros», una categoría identitaria reconocida por los propios actores.
En este sentido, la construcción de la identidad pasa por un proceso de creación de categorías sociales (Tajfel, 1978; Turner, 1990). Las identidades, tanto individuales como colectivas, se construyen mediante procesos cognitivos de categorización, en la medida en que se considera que existen conjuntos de elementos que tienen en común una o varias características, frente a conjuntos que no las tienen. Las categorías subyacen a las identidades, y condicionan así el modo en que se organizan y valoran esas identidades y a los agentes adscritos a las mismas. En otras palabras, orientan perceptiva y conductualmente al sujetos y grupos en su relación con otros.
La percepción categorial que sustenta la construcción de identidad puede entenderse como un proceso doble de identificación intragrupal e intracategorial con el propio grupo, y de comparación y diferenciación respecto a otros grupos (Becker, 2010): «<
Es decir, que aparte de las condiciones objetivas encontramos un proceso subjetivo de construcción de la identidad (un «nosotros» frente a un «ellos») que tiene un componente emocional, afectivo. En esta clave debemos entender la reivindicación de la distancia cultural («nosotros somos así»11) con respecto a los países del norte de Europa como elemento de identificación y diferenciación con respecto a lo que en ocasiones se percibe como una imposición cultural vinculado a la imposición económica.
Pero hay una cuestión central con respecto a ese «nosotros», y es que su construcción tiene que ver con las poblaciones sureuropeos, no con sus elites. Las elites, los gobiernos sureuropeos, se alinean en el discurso europeísta más convencional, cuyo corazón es el mercado común (Habermas, 2000). Para el discurso sureuropeo emergente, el europeísmo clásico es sinónimo de cesión de la soberanía a instituciones alejadas de la población y contrarias a sus intereses12.
Mientras escribía este artículo (4 de enero de 2013), el presidente del gobierno de España Mariano Rajoy comparecía junto a Ángela Merkel, permitiendo a la prensa internacional preguntas que hacía menos de una semana no había permitido a la prensa española. Tan sólo unos meses después, el Presidente del Gobierno sigue rindiendo cuentas ante el FMI y el BCE, y limita sus apariciones ante la prensa española a grabaciones proyectadas en una pantalla de plasma.
Así, las elites de los países sureuropeos, nuestras elites, quedan enmarcadas en el «ellos». Esa fractura entre elites y pueblos se entreteje con la fractura entre norte y sur de Europa, abriendo un espacio para, como señalaba, la construcción de un «nosotros» marcado por la resistencia popular.
En el caso de España resulta particularmente interesante considerar el efecto que un hipotético discurso identitario sureuropeo puede tener sobre la construcción de la «españolidad», dado que el discurso nacionalista español convencional que promueven nuestras élites políticas, y las prácticas asociadas a él no han conseguido incorporar a amplios grupos de la población española.
En muchos aspectos, el discurso nacionalista español sólo funciona para un sector de la población, mientras que otra parte, considerablemente amplia, de la población no se siente interpelada por él, no se adhiere a él. Aunque el nacionalismo españolista clásico «»recluta» sujetos entre los individuos (los recluta a todos), o «transforma» a los individuos en sujetos (los transforma a todos) por medio de esta operación muy precisa que llamamos interpelación» (Althusser, 1988: 23), y aunque cuente para ello con todo tipo de herramientas, como medios de comunicación o la misma Selección de fútbol con la que abría este ensayo, si un amplio sector de la población no nos reconocemos en él, no consigue su objetivo. En cierta medida, fracasa.
Pero parte de esa población que no asumíamos esa españolidad, sí asumimos el ser español en el marco de pertenecer a una región, el sur de Europa, dominada y que resiste13. Esta otra idea de España es un marco aglutinador distinto, que conecta con otras subjetividades que no se reconocían en el «ser español» tradicional. Por ejemplo, la pancarta en la que se leía «nobody expects the SPANISH REVOLUTION», y que dio la vuelta al mundo tras el 15M, generó un debate acalorado, puesto que desde algunos sectores se rechazaba el «spanish», pero era más fuerte la adhesión al «revolution», a la imagen del pueblo que se levanta contra una situación de opresión.
Fuente14: cenizasdesuburbia.blogspot.com.es
Y es que el «Spanish Revolution» no nos interpela como el «yo soy español, español, español» del discurso nacionalista españolista tradicional, sino como miembro de una comunidad que se levanta desde una situación de subordinación. De esta manera es más probable que algunos sectores de la población nos reconozcamos en él. A su escala, se puede considerar que la aceptación del «Spanish Revolution» es un punto de inflexión en la reelaboración de la narrativa identitaria española que se inserta en el marco de la narrativa sureuropea.
Esta narración entronca en cierta medida, además, con la narración republicana, conecta con la recuperación de la memoria republicana como memoria de resistencia. Desde 1939 la memoria/identidad republicana, que era el relato en el que un sector amplio de la población podíamos reconocernos había sido negada. En parte el nuevo relato que se está construyendo puede conectarse a esas otras narrativas. Hay que tener en cuenta que, además de en categorías, las identidades se forjan a través de la memoria. Esta ofrece referencias a un pasado sobre el cual construirse: recuerdos que nos permiten identificarnos, reconocernos como idénticos a nosotros mismos en todos los momentos del tiempo, responder a preguntas como «¿quiénes somos nosotros», «¿de dónde venimos?», [y sobre todo] «¿adónde vamos?» (Gaulejac, 2002).
Esta última cuestión, la de «¿a dónde vamos?», puede proyectarse más allá del ámbito español, y es que si ese «nosotros» sureuropeo resulta capaz de articular una narrativa propia y de reconocerse a sí mismo como sujeto colectivo puede reclamar para sí su derecho a gobernarse, puede constituirse en agente político. En la medida en que esto sucede mientras el discurso europeísta y los discursos nacionalistas tradicionales pierden fuerza (en el caso de España) o se reconfiguran bajo nuevas premisas (como podría ser el caso de Irlanda), puede estar produciéndose un cambio en las relaciones de fuerza.
El hecho de que este nuevo agente vaya ganando terreno puede tener importantes consecuencias políticas: En el momento actual, las capacidades de los pueblos son mayores que nunca (gente mejor formada, mejor alimentada, etc.). Nuestra generación es capaz de hacer cosas que nuestros abuelos no creerían, y que nos capacitan para la ruptura con el modelo actual, para desbordar las instituciones tradicionales. En definitiva, podríamos encontrarnos ante un proceso similar al que se ha producido en la última década en América Latina, ante la aparición de una coalición periférica a escala europea por la que reclamemos nuestro derecho a decidir sobre nuestra propia existencia.
Bibliografía
Althusser, L. (1988): «Acerca de la reproducción de las condiciones de producción» en Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado. Freud y Lacan. Buenos Aires, Nueva Visión.
Becker, H. (2010): Trucos del oficio. Buenos Aires, Siglo XXI.
Correa, R. (2012): Intervención en la XXII Cumbre Iberoamericana. Cádiz.
Gargarella, R. (1995): Nos, los representantes: Crítica a los fundamentos del sistema representativo. Buenos Aires, Miño y Dávila Editores.
Gaulejac, V. (2002): «Memoria e historicidad», en Revista Mexicana de Sociología, vol. 64, nº 2. Instituto de Investigaciones Sociales.
Habermas, J. (2000): «El Estado-nación europeo y las presiones de la globalización», en New Left Review, nº 1, pp. 121-134.
Hobsbawm, E. (2000): «La izquierda y la política de la identidad», en New Left Review, nº 0, pp. 114-126.
Moore, B. (1976): «La Guerra Civil americana: la última revolución capitalista» en Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, pp. 99-133.
Tajfel, H. (1978): Differentiation between social groups . Londres, AcademicPress.
Turner, J. C. (1990): Redescubrir el grupo social. Madrid, Morata.
Weber, M. (2004 [1903]): La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid, Alianza.
Notas:
1 http://www.londonlovesbusiness.com/business-news/economic/can-london-businesses-ignore-the-eurozone-crisis/2689.article
2 El hecho de que, en el partido contra Portugal, el gol que valió la victoria a Alemania lo marcara un jugador con un nombre tan poco alemán como Mario Gómez García suscitó todo un catálogo de chistes sobre la ineptitud futbolística germana.
3 Por ejemplo, se convocaron paros parciales y movilizaciones en Francia y en la Bélgica francófona.
4 http://www.euroxpress.es/index.php/noticias/2012/11/8/otro-ajuste-griego-para-cumplir-con-la-troika/
5 http://www.larepublica.pe/15-11-2012/14n-huelgas-y-protestas-sacuden-europa
6 https://www.facebook.com/photo.php?fbid=491272160904227&set=a.375887552442689.92118.372424486122329&type=1&theater
7 http://www.lasexta.com/videos/mas-vale-tarde/2013-enero-28-2013012800029.html (desde el principio hasta el minuto 0.36 y del minuto 4.50 al 7.52 aproximadamente).
8 Como argumentaré más adelante, se trata de un sur económico, no de un sur geográfico.
9 http://es.123rf.com/photo_16497057_salonica-grecia–nov-20-2012-manifestantes-queman-una-bandera-europea-durante-una-protesta-contra-is.html
10 http://972mag.com/italian-communists-liken-merkel-to-hitler/49458/
11 Algo similar sucedió con el Sur de EEUU durante la Guerra Civil (Moore, 1976)
12 En esa clave puede entenderse también el «no nos representan» del 15M, como una acusación hacia unas instituciones contramayoritarias (Gargarella, 1995), dominadas por la élite.
13 No corresponde ahora entrar en consideraciones sobre qué relación mantiene ese nuevo marco aglutinador con nacionalismos periféricos como el vasco o el catalán, aunque hay que tener en cuenta que la unidad territorial no parece estar entre los puntos clave sobre los que se asentaría esta otra españolidad.
14 http://cenizasdesuburbia.blogspot.com.es/2011/05/nobody-expects-spanish-revolution-but.html
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