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Turquía ¿en el banquillo o a la cola de Europa?

Occidente y su cabeza de turco

Fuentes: Pueblos

¿Fuerza supletoria de Occidente o miembro de pleno derecho de la familia europea? Turquía ha sido requerida para contribuir a la estabilización de la situación en la región fronteriza libano-israelí en el marco de la FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano). Este requerimiento, si tenemos en cuenta el rol regional de este país […]

¿Fuerza supletoria de Occidente o miembro de pleno derecho de la familia europea? Turquía ha sido requerida para contribuir a la estabilización de la situación en la región fronteriza libano-israelí en el marco de la FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano). Este requerimiento, si tenemos en cuenta el rol regional de este país musulmán sunnita (regido no obstante por una constitución laica) traduce antes que nada la preocupación de Europa, Estados Unidos y sus aliados árabes por dar un aval musulmán a una fuerza eminentemente europea y por servir de contrapunto a la influencia creciente del Irán chiita galvanizada por el éxito de su pupilo libanés, Hezbollah, en su confrontación con Israel.

El «emerger» diplomático de Turquía resulta de la constatación de la dislocación existente en el mundo árabe tras la sexta guerra árabe-israelí, (guerra Hezbollah-Israel/julio 2006), marcada especialmente por la desaprobación por parte de los grandes países sunnitas árabes del «aventurismo» de la guerrilla chiita libanesa. Desde un punto de vista estratégico, la petición hecha a Turquía aspira a cortar las vías de avituallamiento de Hezbollah a partir de la neutralización del territorio turco, que se ha convertido desde el dominio americano sobre Irak y la inclusión de Siria en la agenda occidental, en uno de los lugares de tránsito de bienes iraníes hacia el Líbano. Esta demanda supone, sin embargo, una paradoja para la diplomacia occidental, que esconde mal su desasosiego ante los reveses militares israelíes frente al Hezbollah libanés.

Turquía lleva presentando su candidatura a la Unión Europea desde 1987 y su petición se mantiene en suspenso desde entonces, esto es, desde hace cerca de diez años. Potencia militar, torre de agua del Medio Oriente, en el punto de confluencia de dos continentes, Europa y Asia, Turquía, por su candidatura a la UE, constituye una ilustración perfecta de las contradicciones internas de la opinión occidental, que se debate entre el temor ante un «desbordamiento» musulmán hacia Europa y la preocupación por conservar su asociación estratégica con un Estado que ha sido, durante medio siglo, el escudo de Occidente en su flanco meridional, en el paroxismo de la guerra fría soviético-americana (1945-2000).

Su candidatura se encuentra supeditada al cumplimiento de ciertas condiciones políticas y económicas, especialmente una mayor democratización de la vida pública, una mayor flexibilidad en la gestión del problema kurdo, así como un saneamiento de sus finanzas públicas, sin olvidar el reconocimiento del «genocidio armenio». El partido armenio Tachnag, que pasa generalmente por ser el portavoz de la comunidad armenia en el Líbano, se ha opuesto a la participación turca en la FINUL invocando el pasado genocida de Turquía. En seis años, de 1984 a 2000, cerca de 30.000 independentistas kurdos fueron asesinados, dos millones desplazados y 3.000 pueblos destruidos debido a una política de asimilación, apoyada en el ejército, con respecto a los kurdos.

En cuanto al plano económico, la situación no es mucho mejor: Turquía se maneja con una inflación media del 50 por ciento desde hace 20 años, una de las tasas más altas de Europa, un endeudamiento exterior de 120.000 millones de dólares, y sobre todo, una corrupción que supone el 15 por ciento del valor de los contratos públicos. Estos problemas, graves, tomados individual o colectivamente, habrían justificado en cualquier otro lugar una campaña mediática de denuncia. Sin embargo, la prensa occidental lo ha silenciado durante mucho tiempo, en razón de la alianza privilegiada entre Turquía e Israel, bajo los auspicios de los Estados Unidos. Hasta 1999, Turquía era el tercer país beneficiario de la ayuda militar estadounidense tras Israel y Egipto. Sólo en 1997 la ayuda americana a Turquía, en guerra contra los independentistas kurdos, superó la que este país obtuvo durante todo el periodo de la guerra fría (1950-1989).

Auténtico portaaviones americano en el Mediterráneo oriental, Turquía, por su parte, ha servido siempre lealmente a Occidente, incluida Francia, pues llegó a pronunciarse contra la independencia de Argelia, negándole, contra toda evidencia, el carácter de guerra de liberación a la lucha de los nacionalistas argelinos, e incluso puso a disposición de la aviación israelí sus bases militares y su espacio aéreo para el entrenamiento de sus cazabombarderos en operaciones contra el mundo árabe.

No obstante, Turquía acaba de anular en agosto de 2006 un contrato de 500 millones de dólares con Israel destinado a la modernización de su aviación militar en signo de protesta contra las violaciones del derecho internacional humanitario cometidas por Israel en Líbano. Hasta el momento ninguna potencia militar musulmana había colaborado tan estrechamente con Occidente. Hasta el punto de que Washington y sus «repetidores» mediáticos en los países occidentales habían celebrado la asociación entre Turquía y el Estado hebreo, concluida en 1993, como «una asociación de las grandes democracias del Medio Oriente», sin disgustarse lo más mínimo ante una alianza contranatura entre el primer Estado «genocida» del siglo XX (el genocidio armenio negado siempre por Turquía) y los supervivientes del genocidio hitleriano.

El principal objetivo, más allá de otra consideración moral: el cierre del mundo árabe, dirigido por el viejo colonizador otomano de los Árabes y el Estado de Israel, que es percibido en el entorno árabe como «el usurpador de Palestina». Su rol de pívot en el seno de la alianza atlántica justifica, según Ankara, todos los abusos, y, según la prensa occidental, todos los perdones.

La situación ha cambiado un poco tras la guerra de Irak, en marzo de 2003, debido también al belicismo del primer ministro Ariel Sharon y los asesinatos extra-judiciales de figuras históricas de la lucha nacional palestina, Cheikh Ahmad Yassine y Abdel Aziz Al-Rantissi, jefes sucesivos del movimiento. Tras estos hechos, Ankara tomó distancia de Washington en su aventura iraquí, de acuerdo con la prioridad en la lucha contra el irredentismo manifestado por los nuevos socios de América, los kurdos iraquíes, lo que ha comportado, por un efecto balanza, un relativo acercamiento entre Siria y Turquía. Tan alabada hasta ahora, Turquía se descubre ante la opinión pública europea, no como ese Estado laico con un gobierno de tintes islamistas moderados con vocación de servir de unión entre el Islam y Occidente, sino como una vasta reserva de 70 millones de musulmanes cuya entrada en Europa pondría en riesgo de desnaturalización la esencia judeo-cristiana de la civilización europea. La imagen del «coco» de nuestra infancia, aun cuando todas las grandes reformas han sido llevadas a cabo por un islamista moderado, el primer ministro Reccip Tayyib Erdogan, tanto la abolición de la pena de muerte, como la puesta en marcha de la autonomía cultural en las zonas kurdófonas de Turquía.

Desde esta perspectiva, la admisión de Turquía en el seno de la Unión Europea constituiría un test a tamaño real de la compatibilidad entre Islam y democracia y del pluralismo cultural en el seno de una civilización mundializada. Su rechazo marcaría, más o menos, la división interna de Europa y una ruptura duradera entre Islam y Occidente, sostienen los partidarios de Ankara. Alimentándose de la islamofobia que inunda la opinión pública europea tras los atentados antiamericanos de septiembre de 2001, Valéry Giscard d’Estaing, ex presidente de la República francesa y padre del proyecto de la nueva constitución europea, fue el primero en avivar la alarma ante la posible disolución europea, seguido, en Francia, por el antiguo primer ministro gaullista Alain Juppé y el dirigente soberanista Philippe de Villiers, así como por Angela Merkel en Alemania, canciller y presidente de la CDU, la Unión Democrática Cristiana. Es cierto que la admisión de Turquía (70 millones de personas), y después de Albania (5 millones), sumada a los 12 millones de musulmanes ya presentes en Europa, haría que el número de musulmanes en Europa ascendiese a 90 millones, lo que significaría el 15 por ciento de la población total del conjunto europeo.

Pero lo que estas cuatro personalidades europeas (V.Giscard d’Estaing, A.Juppé, Ph.de Villiers y A.Merkel), olvidan, o fingen olvidar, es que Turquía, la segunda fuerza militar de la OTAN, con un ejército de 750.000 hombres que absorbe el 10% del presupuesto anual del Estado, hace ya tiempo que constituye el escudo meridional de Occidente en el flanco sur del bloque soviético y que el marco político, religioso y cultural de dos millones de musulmanes turcos de Europa, 200.000 sólo en Francia, está asegurado por una institución religiosa dependiente del ministerio de Asuntos Exteriores turco. Creado en 1984, este dispositivo ha sido puesto en marcha en acuerdo con las autoridades alemanas. Este organismo, «Diyanet Isleri Baskanligi», tiene la potestad sobre la formación y el nombramiento de los imanes turcos adscritos a los 800 centros de culto musulmán en Alemania. En el plano cultural, la comunidad turca de Alemania se ha dotado en Francfort de una auténtica imprenta internacional «Ter Druckerei» para editar no sólo los periódicos turcos, sino también la prensa occidental, principalmente las ediciones continentales del International Herald Tribune y del Financial Times.

Contra toda previsión, los dirigentes de la UMP se han alzado contra la admisión de Turquía, lo contrario al jefe de Estado, Jacques Chirac, que proviene de la misma arena política, pero favorable a la candidatura turca. ¿Se trata de repartir papeles por motivos electorales, como sugiere la prensa francesa? Sea lo que sea, el hecho es que, sin reestablecerse aún de su agria derrota en las últimas elecciones regionales francesas y europeas, en 2004 y 2005, los dirigentes de la UMP, particularmente su presidente Nicolas Sarkozy, temen que una confluencia de las voces de la extrema derecha y la derecha francesas, suponga un revés añadido al partido gaullista, que fragilizaría más al presidente Jacques Chirac y al candidato de la derecha republicana en las próximas elecciones presidenciales francesas (2007). A costa de una demagogia electoralista, enmascarada tras la Realpolitik, sin tener en cuenta los compromisos internacionales de Francia, y a riesgo de disgustar a Turquía y desarrollar una campaña xenófoba contraria a los principios universalistas preconizados por Francia y los surgidos de la Revolución Francesa, fundamentalmente el principio de laicidad, el partido del presidente de Francia piensa evitar así un nuevo desastre, si es que consigue evitarlo.

En suma, los europeos aprecian a Turquía para su propia defensa, pero no para una cohabitación. Más crudamente, se inclinarían a decir «sí à Turquía en tanto fuerza supletoria de Occidente, pero, no en tanto miembro de su familia». En Turquía, y más allá, en los países árabes preocupados por contar con el respeto de Occidente se verán las consecuencias. Las apuestas geopolíticas de la ampliación europea. Más allá de la coyuntura electoral, la ampliación de la Unión Europea marca incontestablemente la revancha de Europa sobre el acuerdo soviético-americano de Yalta y consagra, al término de una ruptura de medio siglo, la reunificación de un continente, antiguamente en primera fila del mundo a inicios del siglo XX, y a partir de entonces relegada a un tercer puesto de los continentes debido a las dos guerras mundiales que ella misma inició.

Con una población de 450 millones de habitantes, el espacio europeo dotado de una moneda única ambiciona convertirse en la primera zona económica del mundo. Pero eso sin contar con las ambiciones contrarias de América. Fuertemente presente en Albania tras la guerra de Kosovo (1999) aliada de Turquía, América se ha asegurado así, en su zona de influencia, a los dos únicos países musulmanes de Europa, una posición que la sitúa en disposición de hacer fuerza sobre el juego europeo. Más fácil aún, la inclusión de diez nuevos miembros europeos en el dispositivo militar de la OTAN debería comportar un desplazamiento del centro de gravedad de la alianza atlántica hacia el sudeste europeo, y debido a las reticencias alemanas durante la guerra contra Irak, provocar un redespliegue hacia Bulgaria y Rumanía de los efectivos americanos radicados en Alemania.

Las consecuencias para el mundo árabe, la extensión de la zona Otan y del territorio de «Eurolandia» cerca de las fronteras orientales del mundo árabe debería incitar a los países árabes a tomar ejemplo de los europeos en vistas a superar las divisiones, no menos importantes que las rivalidad que hubo entre Alemania y Francia y que están en el origen de las dos Guerras Mundiales del siglo XX y de la consecuente relegación del continente europeo en la clasificación mundial de las naciones.

Europa, tercera potencia económica del mundo, y su prolongación estratégica en el franco sur, la orilla musulmana del Mediterráneo, representa un mercado potencial de 700 millones de consumidores, en la intersección entre tres continentes (Europa-Asia-África). Más allá de las divisiones religiosas, el hecho es que entre Turquía, Irán y la Liga Árabe se presenta una fuerte convergencia de intereses en esta fase de recomposición regional. Zona de transición entre Asia y Europa, en el punto de confluencia de las grandes vías de comunicación internacionales, en la ruta del petróleo; el Mundo árabe, corazón histórico del Mundo musulmán, delimita el flanco meridional de la Unión Europea sobre un litoral marítimo de 12.000 km. de Mauritania, vía Gibraltar (Marruecos) a Lattaquieh (Siria).

Esta vasta reserva humana, sigue siendo, a pesar de su fragmentación actual y la multiplicación de bases americanas en su suelo, una zona estratégica de primera importancia. Debido a los combates en Irak y en Palestina, así como en Líbano, éste es el principal punto de confrontación a la hegemonía americana.

Por su parte, Turquía, uno de los países más poblados de Europa (y el más pobre) será, ineluctablemente, una carga financiera para la Unión Europea, una carga más importante que los 10 nuevos miembros admitidos el 1 de mayo de 2004 en el seno de la Unión. La emergencia de un poder chiita en Irak en la continuidad territorial del Iran chiita constituiría un escenario de pesadilla para Turquía, que vería su liderazgo regional seriamente dañado y su posición geostratégica desvalorizada. Desde esta perspectiva, la conformación de un conjunto homogéneo que asociase a la Liga Árabe con los antiguos «capataces» del eje continental de la ruta de las Indias, (Turquía, Irán) crearía una instancia geopolítica intermediaria de 250 millones de personas, con objeto de hacer confluir el conjunto europeo, Rusia y la inmensidad asiática representada por la India y China. Un conjunto en condiciones de instaurar una asociación global entre las dos orillas del Mediterráneo, y, sostener, frente a la hegemonía anglosajona, un objetivo más político: la afirmación de una latinidad mediterránea con vocación de servir de puente entre el Islam y Occidente y de módulo estabilizador en la zona, con vistas a superar la división entre el islam y el cristianismo.

En justificación de esa asociación transmediterránea, los principales cambios radicales que modificarán las bases estratégicas de la zona:

- Demográficamente: en una inversión de tendencias sin precedentes en la historia, la orilla sur del Mediterráneo está en camino de registrar un excedente demográfico en relación al norte europeo. En una generación, hacia el año 2.025, la población de cuatro Estados europeos miembros de la Unión Europea (Francia, Italia, España, Portugal) apenas habrá aumentado- 170 millones mientras que la de los otros países del entorno se incrementará un 70 por ciento y se aproximará a los 400 millones, comportando un nuevo peso sobre la ecología política y económica de la cuenca mediterránea.

- Religiosamente, el Islam, hecho sin precedentes también, se pone en primera fila de las religiones en cuanto a número de fieles (1.500 millones de creyentes en el año 2000 frente a 1.200 de católicos). Un ascenso que se vale de la implantación duradera y permanente del Islam en el espacio occidental y por una subida espectacular en Europa de la tercera generación de inmigrantes. Con su apoyo militar y diplomático a los Estados Unidos, subestimando su capacidad de influencia, Europa, (salvo el paréntesis franco-alemán de la guerra de Irak), aparece a la vista de la comunidad internacional como el apéndice de América. Hasta el punto de que se plantea en toda su brutalidad, la cuestión de saber si Europa ha renunciado a su independencia para decidirse por el rol de promontorio ultra-Atlántico de América, o bien, reestablecer su antigua vocación de cuna de la civilización, desarrollará su propia autonomía frente a los Estados Unidos para crear una «isla entre las dos orillas de Eurasia», por retomar la expresión del geógrafo Michel Foucher.

En cuanto a los Árabes, los sinsabores europeos de Turquía, así como los combates de Fallouja y Najaf, en Irak, de Jenine y Gaza, en Palestina, y de Bint Jbeil, Khiam y Aytaroune, en el sur del Líbano, lo prueban: la búsqueda permanente de la protección occidental no tiene espacio en la política. Kuwait, Bahrein, Jordania y Egipto, titulares recientes de la etiqueta de «aliados mayores de la OTAN» y más allá, el conjunto de los dirigentes árabes, deben tener cuidado: el aval americano o europeo no será suficiente. Estos no valen tanto como el de sus pueblos. La historia reciente lo demuestra: lejos de la unidad, no habrá salvación, y a falta de unidad, más dura será la caída.

* René Naba es periodista y escritor. Su última obra es: Aux origines de la tragédie arabe, Editions Bachari-Juin 2006. Este artículo ha sido publicado en Altermonde-Levillage el pasado 20 de agosto y traducido del francés para Pueblos por Aloia Álvarez.