Hace ya muchos años, para presentar un pequeño libro sus editores me invitaron a un stand de la feria anual del libro de la capital federal. Durante una semana tenía la editorial, y sus autores, un pequeño espacio compartido con otras editoriales. Las editoriales grandes, tenían, ciertamente, un puesto exclusivo, pero para nuestra Imago Mundo […]
Hace ya muchos años, para presentar un pequeño libro sus editores me invitaron a un stand de la feria anual del libro de la capital federal. Durante una semana tenía la editorial, y sus autores, un pequeño espacio compartido con otras editoriales. Las editoriales grandes, tenían, ciertamente, un puesto exclusivo, pero para nuestra Imago Mundo no era el caso.
Me tocó compartir el espacio con tres o cuatro editoriales o sellos; uno de ellos era el de la embajada saudí, que presentaba toda su propaganda oficial.
El encargado era un joven árabe, morrocotudo, con apariencia mucho más de boxeador peso pesado o lanzador de martillo, pero que paradójicamente estaba allí para difundir las páginas de la cultura saudí.
Con una convivencia continua de horas, cruzamos pareceres, envites; al fin y al cabo en nuestro tenderete estaba más el tiempo vacío que con candidatos a lectores.
Conservo un recuerdo imborrable: del enorme orgullo, la vehemencia, que el saudí ponía para explicar, destacar que en su país los adolescentes, los jóvenes de 13 o 14 años hasta terminar la década, aprendían de memoria el Corán. Que estaban años ejercitándose y que era la señal…
No me pregunten a mí de qué. Porque lo considero de empobrecimiento conceptual (aunque a la vez se hicieran eruditos coránicos), de triste y superflua memoria, de falta de creatividad, de discernimiento, en una palabra de seguidismo mental…
Esa preparación saudí a principios del s. XXI calzaba como el guante en la mano con una teocracia retardataria, represora, hiperautoritaria, parásita (del universo del petróleo…).
Eso, Arabia Saudí año 2000.
Echemos una mirada al Uruguay 2020. Su espectro radial se «nutre» de un par o tal vez tres emisoras que repiten una letanía, rezos católicos… llena eres de gracia, el señor es contigo… a la mañana, a la tarde, al anochecer.
Las mentes que así se crean, o forman, son como las de los saudíes a que hice referencia. Aunque los contenidos sean distintos. Y uno hable de Allah y otro de Jehová…
Pero sigamos en el dial. Más de tres, ciertamente, a distintas horas, emiten, a los gritos, el «mensaje de Jesús», «de nuestro señor». Aquí el tono es distinto. No es el monocorde, lineal de la oración católica sino el grito arrebatado para que el radioescucha reaccione y atienda los llamados de la prosperidad. Porque estos mensajes, muy cristianos nos dicen, provienen de pastores que procuran llevar a su rebaño a la prosperidad. La invocación, continua, a la prosperidad revela que se dirige a gente escasa de recursos. Y lo suficientemente sencilla o simple como para atender esa posibilidad de conseguir plata.
En rigor, lo que hace el pastor, diezmo mediante, es conseguir dinero para sí. Con el resultado, aritméticamente inevitable, que el reclutado, el converso, el ‘elegido por dios’ tendrá algo menos de dinero que antes de dar el diezmo… pero es un asunto de fe.
No se trata sólo de iglesias o sectas protestantes. Tenemos en ascenso también el culto pagano a Iemanjá, que junto con el umbandismo provienen de Brasil (de África, vía Brasil) , y por más que ahora tratemos de acentuar su carácter ecológico, lo cierto que históricamente se formó en nuestro país en tiempos duros, políticamente hablando, como contracara de la realidad. Y que, como la floración de sectas protestantes, se amplía con la pauperización de la sociedad.
Y vayamos un poco más recorriendo el dial. Más audiciones que las religiosas, que ya son numerosas, tanto «como para oprimir el cerebro de los vivos», tenemos, en determinados horarios, las audiciones de fútbol…
Son tantas, que habría que instaurar competencias y torneos entre ellas para elegir la peor o la menos mala. O la mejor, porque queremos creer que también existen. Y son tan intensas, emocionalmente fanatizantes, que no puede uno menos que pensar que también el fútbol ha devenido opio de los pueblos. Con sus santos y sus sacerdotes más o menos supremos…
Como broche de un estado de nuestras mentalidades en Uruguay, tenemos, cada vez más, la enorme difusión de iglesias de las llamadas cristianas (protestantes): pentecostales, nazarenas, calvinistas, apostólicas, universales, espectaculares, mormonas, metodistas, anabaptistas, episcopales, bautistas, luteranas, sabatistas…
Por cualquier acceso acercándonos a Montevideo uno ve aparecer pequeñas capillas de diversos credos protestantes, cada pocas cuadras.
Y una iglesia como la Iglesia Universal del Reino de Dios, fundada en Brasil, asociada a Jair Bolsonaro y con viajes de «superación espiritual» a Israel, cuenta con tanto dinero, como para que podamos ver una ostentosa sede central en Montevideo (también en Buenos Aires), y los mejores locales disponibles en las pequeñas ciudades uruguayas, arrendados por la IURD. Locales que apenas se abren y convierten en «templo» algunas horas al mes, pagando sin problema tamaños alquileres…
Tenemos así una ofensiva «espiritual» fuerte sobre «el paisito». Aunque podamos alegrarnos viendo sus locales casi vacíos, tenemos que saber que un país succionado, exprimido rematando for export sus bienes naturales, como el agua, crecientemente enajenado, como lo podemos verificar con la cantidad de tierra comprada por extranjeros (fundamentalmente consorcios transnacionales) es un país introducido en un proceso de empobrecimiento, sanitario, alimentario, material, lento pero sostenido.
Y la contracara de lo que los capitales de inversión transnacional se llevan sobre la base de invocadas inversiones es, precisamente, nuestro empobrecimiento. Y este proceso, bien material, conlleva, ya lo hemos visto en muchos lados, un vuelco cada vez mayor a soluciones espirituales, religiosas, salvacionistas; lo que yo definiría como la capacidad humana de autoengaño.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.