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OTAN: la sombra de los euromisiles

Fuentes: cirpes.net

Traducido por Caty R.

Ya están reunidos todos los ingredientes para revivir, treinta años después, «la crisis de los euromisiles».

La cruzada antiterrorista tras el 11-S, sus ramificaciones en Afganistán y los caprichos antinucleares de la administración Bush en Iraq han favorecido algunas alineaciones -como la de Polonia-. ¿La arrogancia de la superpotencia intimida los que tuvieron la osadía de oponerse?

Bélgica puede encuadrarse en esta categoría. En la cumbre de la OTAN en Riga, Bruselas votó en contra de la resolución de la Comisión Asuntos Exteriores y de la Defensa del Senado (en la que se contemplaba la retirada de las armas nucleares almacenadas en Kleine Brogel, según el artículo VI del Tratado de No Proliferación, TNP). ¿Por qué esta cuestión se presentó en un segundo plano después de un gran debate a todo color y decenas de audiciones? «Por su oposición a la guerra de Iraq», explicaba recientemente Arnaud Ghys de la CNAPD (Coordinadora nacional -belga- de acción por la paz y la democracia, N. de T.).

Pero en Berlín la situación es distinta. Los alemanes, incluidos por Rumsfeld en la «Vieja Europa» desde la puesta en escena antinuclear en Iraq, ya no están dispuestos a cualquier sacrificio por la solidaridad atlántica, ni a tolerar que sus vecinos del Este experimenten una tecnología estadounidense para ajustar sus cuentas con Moscú. Se piense lo que se piense del puñetazo sobre la mesa de Putin en el Wehrkunde en febrero, y con todo respeto a la miopía francesa sobre el asunto (electoralismo obliga), el futuro debate sobre la seguridad europea pasa también por una reflexión sobre las relaciones entre Rusia y Europa.

Para ver un poco más claro y volver a poner las cosas en su sitio desde el asunto de los euromisiles, no hay ninguna razón para falsear el debate -y mucho menos enterrarlo- debido a la adhesión precipitada de países calificados de «mal europeizados», cuya función principal parece ser la desestabilización del conjunto europeo en nombre del radicalismo transatlántico.

La aventura afgana no tiene nada que ver con la OTAN; y por otra parte, la aventura nuclear iraní tampoco. Pero Estados Unidos intenta una vez más embarcar a los aliados en su «visión global». Estamos asistiendo a algunas repeticiones.

No vale la pena filosofar sobre la sutil distinción entre «alianza global» y «alianza de socios globales». Si el «fuera de zona», out of area, es objeto de toda clase de contorsiones desde los años 70, no es de buen tono recordar, sobre todo desde el 11 de septiembre de 2001, que el Tratado del Atlántico Norte afirma que «la acción de la OTAN está limitada al territorio de los miembros»; todo el mundo prefiere olvidar que los artículos 5 y 6 presentan un proyecto de autodefensa colectiva, una respuesta colectiva «en caso de ataque armado contra Europa o Estados Unidos».

Los aliados más europeistas esperan que la OTAN no se amplíe codiciando a los japoneses, australianos y mañana a los israelíes. Ese es, al menos, el deseo expresado por el Quai d’Orsay (Ministerio de Asuntos Exteriores francés, N. de T.) por boca de Jacques Chirac el 28 de noviembre; pero la posición francesa es delicada. Y con razón, «Hay más soldados franceses que estadounidenses bajo la bandera de la OTAN» recordaba recientemente Richard Duqué, representante permanente de Francia en la OTAN, y añadía: «lo que es un poco paradójico». Si se piensa en la implicación en el cenagal afgano, la paradoja puede costar cara. «Con el tiempo, las fuerzas de la OTAN corren el riesgo de aparecer como un ejército de ocupación» pronostica el ministro de Defensa belga. Ahora que el triunfalismo estadounidense ya no es admisible en Iraq, algunos aliados buscan una «estrategia de salida» en Afganistán, un país que constituyó el plato fuerte de la cumbre de Riga (contrariamente a las previsiones).

De Kabul a Teherán

Con treinta años de diferencia la jugada se ve venir. Como se veía venir entonces. En la actualidad los europeos corren el riesgo de verse embarcados, a su pesar, en una campaña anti-ADM (armas de destrucción masiva) como la que se vio en Iraq, en la que dichas armas pertenecían al reino de la fantasía y no al de la realidad. Francia se incorporó desde 1995 al mando integrado de la OTAN; es más, París es copresidente de una comisión contra la proliferación nuclear de la OTAN. En el debate sobre los euromisiles, París intentó manipular la información confidencial. Recordemos el famoso eslogan: «Los misiles están en el Este y los pacifistas en el Oeste». Si los responsables franceses dan a entender mañana que la amenaza principal viene de Teherán, se harán eco de esta tesis de Mitterrand que encantó a Reagan pero no engañó nadie.

En la actualidad los polacos afirman que los antimisiles no tienen nada que ver con los rusos, pero añaden sin miedo al ridículo que este despliegue les dará una garantía de seguridad «frente a Moscú». En su momento, los misiles instalados en Comiso no se destinaban a Oriente Medio aunque su alcance tampoco podía llegar a Moscú. ¡Si un misil iraní que existe sobre todo en la imaginación del Pentágono va a mirar mañana hacia los pueblos de Europa del Este…, se puede esperar que haya dirigentes europeos que recuerden que un antimisil destinado a interceptar un misil iraní puede reprogramarse contra un misil ruso!

Reabrir un debate eludido

En el informe del Senado belga sobre el futuro de la OTAN -en el que los senadores franceses harían bien en inspirarse- sólo un párrafo se refiere a la oportunidad o no de desplegar en 2011 los sistemas antibalísticos en Europa central (Polonia o República Checa) para interceptar un ataque de misiles NBC iraníes. ¿Por qué tanta discreción? A la espera de las consecuencias: el rearme ruso y el cuestionamiento del Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, Tratado sobre misiles de alcance medio y más corto, N. de T.) del TNP, los dirigentes polacos (y checos) parecen olvidar que su territorio está en el continente europeo. ¿Y los otros aliados? Mientras tergiversan desde Riga con respecto a la financiación común de las operaciones estadounidenses, se ve venir otra factura: el precio de la contraproliferación nuclear que desea Washington.

En resumen no es la primera vez que esta coalición heteróclita, destinada oficialmente a proteger el espacio europeo, se inventa nuevas misiones y no cumple las que le corresponden según su Acta de creación. ¿Con el telón de fondo del fiasco de la IED (Identidad Europea de Defensa, N. de T.) actualizada hay un nuevo riesgo de «desacoplamiento»? La expresión ya no está de actualidad aunque la «pareja» transatlántica sobrevive a golpe de riñas conyugales rituales. La expresión no figura ya en ninguna parte, y sin embargo…

Si la primera crisis desembocó en el Tratado INF (de hace veinte años), la crisis actual puede tener la ventaja de desembocar en un debate eludido, prorrogado, obstruido: el de la identidad europea. En el conjunto de los 27 países miembros, la opinión favorable respecto a la OTAN pasó de un 69% en 2002 a un 55% en 2006. En Polonia, por ejemplo, las opiniones favorables han bajado de un 64% en 2002 a un 48% en 2006.

Texto original en francés: http://www.cirpes.net/article164.html

Ben Cramer es un periodista independiente francés especialista en cuestiones nucleares, civiles y militares.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.