En toda la cobertura de los atentados de Londres de la semana pasada hay una verdad básica que está luchando por ser oída. Es la siguiente: nadie duda de la atroz deshumanidad de aquellos que colocaron las bombas, pero también nadie debería tener duda de que esto ha estado siendo preparado desde el día en […]
En toda la cobertura de los atentados de Londres de la semana pasada hay una verdad básica que está luchando por ser oída. Es la siguiente: nadie duda de la atroz deshumanidad de aquellos que colocaron las bombas, pero también nadie debería tener duda de que esto ha estado siendo preparado desde el día en que Tony Blair se junto con George Bush en su sangrienta invasión y ocupación de Irak. Ellas son las «bombas de Blair», y este no puede permitirse evadir su culpabilidad con un suntuoso discurso sobre «nuestro modo de vida», lo cual su propia violencia opresora desnudó en otros países.
En verdad, la única advertencia confiable de la inteligencia británica en los preparativos para la invasión de Irak fue aquella que preveía un agudo aumento del terrorismo «teniendo Gran Bretaña y los británicos como blanco». Un comité de la Cámara de los Comunes verificó entonces esta advertencia. Si Blair hubiera prestado atención en vez de conspirar para engañar a la nación afirmando que Irak representaba una amenaza, los londinenses que murieron el jueves podrían hoy estar vivos, así como decenas de miles de iraquíes inocentes.
Tres semanas atrás, un informe clasificado de la CIA reveló que la invasión angloamericana de Irak había transformado aquel país en un punto focal del terrorismo. Ninguna de las agencias de inteligencia encaraba Irak como punto focal antes de la invasión, a pesar del régimen tiránico. Al contrario, en 2003 la CIA relataba que Irak «no representaba ninguna amenaza terrorista para sus vecinos» y que Sadam Hussein era «implacablemente hostil a Al-Qaeda».
La invasión de Blair y Bush alteró todo esto. Al invadir un país derrotado e indefenso en el corazón del mundo islámico y árabe, su aventura se hizo auto realizable; la irresponsabilidad épica de Blair trajo los horrores diarios de la nación iraquí para Gran Bretaña. Durante más de un año él presionó a los británicos para «que cambien de posición» en relación a Irak y la semana pasada parecía que sus maestros de la manipulación y la buena fortuna se habían juntado las manos. El premio para Londres de las Olimpiadas de 2012 creó la ilusión pasajera de que todo estaba bien, a pesar de los sucios eventos en un distante país.
Además de eso, la reunión del G8 en Escocia y de la campaña «Hacer que la pobreza pase a la Historia» que la acompañó y el circo de celebridades servido como una cobertura temporal para lo que es argumentablemente el mayor escándalo político de los tiempos modernos: una invasión ilegal, brutal y cobarde concebida en mentiras y que, bajo el sistema del derecho internacional establecido en Nuremberg, representó un «supremo crimen de guerra».
Al largo de las últimas dos semanas, el contraste entre la cobertura del G8, sus marchas y conciertos pop, y uno que otro evento «global» fue impresionante. El Tribunal Mundial de Irak, en Estambul, no tuvo virtualmente ninguna cobertura, aunque la evidencia que produjo, la más terrorífica hasta a la fecha, haya sido el espectro silencioso en las extravagancias de Geldoff.
El tribunal realizó una seria investigación pública internacional acerca de la invasión y la ocupación, una especie que los gobiernos no se atreven a efectuar. Sus peritos, testigos oculares, dijo la escritora Arundathi Roy, uno de los miembros del jurado, «demuestran que aún aquellos de nosotros que han intentado acompañar la guerra de cerca no están conscientes de una parte de los horrores que fueron desencadenados en Irak».
El testimonio mas chocante fue presentado por Dahr Jamail, uno de los mejores reporteros que trabajan Irak. Este describió como los hospitales asediados de Faluja fueron sujetos a una táctica norteamericana de castigo colectivo. Los US marines asaltaban los equipos del hospital impidiendo que los heridos entraran, y tiradores de élite (snipers) norteamericanos disparaban a las puertas y ventanas donde los remedios y sangre de emergencia quedaban fuera del alcance de los heridos. Los niños y los ancianos, fueron acribillados frente a sus familias, a sangre fría.
Imagine por un momento el mismo desgarrador estado de cosas impuesto a los hospitales londinenses que recibieron las víctimas de los atentados de este jueves. ¿Inimaginable verdad? Bien, esto sucede, en nuestro nombre, importando poco si la BBC relata esto, lo que es raro. Cuando alguien pregunta acerca de esto en una de las «conferencias de prensa» llevadas a escena en las cuales Blair se permite conmover ante las cámaras sobre si «¿nuestros valores sobrevivirán a los de ellos»? Silencio no es periodismo. En Faluja, ellos conocen «nuestros valores» demasiado bien.
Mientras los dos hombres responsables de la matanza en Irak, Bush y Blair, estaban codo a codo en Gleneagles, ¿porqué no fue hecha la conexión de su fraudulenta «guerra al terror» con el atentado en Londres? Y cuando alguien en la clase política dirá que los humos y los espejos de Blair en relación a la «cancelación de la deuda» en la mejor de las hipótesis equivale menos que el dinero que el gobierno gasta en una semana en brutalizar Irak, donde la violencia británica y norteamericana es la causa de la duplicación de la pobreza infantil y de la desnutrición desde que Sadam Hussein fue derribado (Unicef). La verdad es que el alivio de la deuda que el G8 esta ofreciendo es letal porque sus «condicionalidades» brutales de economías rehenes, sobrepasan cualesquier tenues beneficios. Esto fue tabú durante la semana del G8, cuyo tema era no tanto hacer la pobreza pasar a la historia y sí silenciar, pacificar y opacar la disidencia y la verdad. Las ridículas imágenes sobre las pantallas gigantes detrás de las estrellas pop en Hyde Park no incluían las fotos de los médicos iraquíes asesinados con la sangre chorreando de sus cabezas, cortadas por los snipers de Bush. La vida real se hace más satírica que la sátira alguna vez podría ser.
Allí estaba Bob Geldoff en las primeras páginas como el bobo de la corte, ostentando su cara sonriente sobre el hombro del sonriente Blair, el criminal de guerra. Allí estaba un heroicamente esbozado Bono, celebrando con Jeffrey Sachs como si fueran los salvadores de los pobres del mundo mientras apoyan como «misericordiosa» la «guerra al terror» de George Bush como uno de los mayores hechos de su generación, y allí estaba Paul Wolfowitz, radiante y prometiendo pasar la pobreza a la historia: este es el hombre que, antes de pasar a tener el control del Banco Mundial, era un apologista del régimen genocida de Suharto en Indonesia, fue uno de los arquitectos del golpe «neo-con» de Bush y uno de los responsables de las masacres en Irak y de la noción de la «guerra sin fin». Para los políticos, estrellas pop, líderes de la iglesia y personas pulidas que creen en Blair y Gordon Brown cuando declaran su «gran cruzada moral» contra la pobreza, Irak era un enredo. La muerte de más de 100 mil iraquíes debido principalmente al tiroteo y bombas norteamericanas – el relato de un estudio amplio y examinado por científicos antes de la publicación (peer-reviewed) en The Lancet – fue eclipsado del debate de los medios dominantes.
En nuestras libres sociedades, lo que no se menciona es que «el estado perdió el juicio y está castigando a demasiadas personas inocentes», como escribió otrora Arthur Miller, «y así la evidencia tiene que ser negada internamente». No sólo negada, sino tergiversada por toda una corte: Geldoff, Bono, Madonna, McCartney etc., cuyo «Live 8» fue la antítesis total del 15 de Febrero de 2003 cuando dos millones de personas en sus corazones y cerebros, mostraron su ira en las calles de Londres. Blair casi ciertamente utilizará la atrocidad de la semana pasada y la tragedia para un nuevo empobrecimiento de los derechos humanos básicos en Gran Bretaña, tal como Bush lo hace en América. El objetivo no es seguridad, pero si mayor control. Por encima de todo esto, la memoria de sus víctimas en Irak, de «nuestras» víctimas, se exige el retorno de nuestra ira. Y nada menos es debido a aquellos que murieron y sufrieron en Londres la semana pasada, innecesariamente.