Nueve días continuados de violencia en la periferia de París muestran la impotencia del Gobierno francés para hacer frente al conflicto social y la profundidad de los factores que la están generando. Durante años se vienen acumulando en las periferias urbanas millones de pobres y excluidos a los que no se le está dando más […]
Nueve días continuados de violencia en la periferia de París muestran la impotencia del Gobierno francés para hacer frente al conflicto social y la profundidad de los factores que la están generando.
Durante años se vienen acumulando en las periferias urbanas millones de pobres y excluidos a los que no se le está dando más espacio social que el de la miseria, la informalidad o el crimen. Es natural que, antes o después, comencemos a notar sus consecuencias.
Durante mucho tiempo se ha estado considerando que la pobreza era, fundamentalmente, un fenómeno rural porque era en esas zonas es donde efectivamente se concentraban en mayor medida los parias del planeta. Pero la propia miseria ha actuado como un impresionante mecanismo de propulsión que ha enviado a millones de personas desde la actividad agraria cada vez más empobrecida hasta las metrópolis.
El fenómeno se ha generalizado en todo el orbe, si bien en algunos lugares ha alcanzado ribetes realmente espectaculares. En Corea del Sur, por ejemplo, en sólo 20 años la población ha pasado de ser el 80% rural al 80% urbana y más o menos así ha ocurrido en otros muchos países. La coincidencia de esa gran transformación con la aplicación de las políticas liberales que han debilitado las estructuras de bienestar en todo el mundo, ha dado como resultado la aparición de la nueva y masiva pobreza urbana. En las ciudades de América Latina había 44,2 millones de pobres en 1970 y a finales de siglo alrededor de 130 millones e incrementos de la misma proporción se han dado en que casi todos los lugares del mundo.
El fenómeno se ha producido también en los países ricos y entre ellos en los europeos de nuestro entorno. Aunque quizá de una manera más soterrada y menos visible, también nuestras barriadas periféricas se han ido convirtiendo en bolsas de pobreza y marginalidad cada vez más desprotegidas.
Esta nueva pobreza es mucho más dañina que la que tradicionalmente se asentaba en los espacios rurales por muchas razones. La monetización de las relaciones sociales excluye en mayor medida a quien no dispone de recursos suficientes, la vulnerabilidad es mucho mayor porque son más débiles los lazos de interrelación social y la fragilidad de las estructuras en las que se basa la nueva marginalidad urbana obliga a recurrir a actividades informales como la droga que suelen estar vinculadas a altos niveles de delincuencia y violencia colateral. Todo ello hace que la pobreza urbana sea mucho más excluyente y empobrecedora, y tremendamente difícil romper el infernal círculo vicioso en el que crece y se reproduce.
Hace cuatro se tradujo al castellano un libro del sociólogo francés Loic Wacquant cuyo expresivo título era `Parias urbanos´. Marginalidad urbana a comienzos del milenio. Una obra que estos días cobra una enorme actualidad.
En él se hace un análisis de los guetos estadounidenses y de la marginalidad en los barrios franceses que no deben haber leído quienes ahora se empeñan en hacer frente al conflicto de la periferia parisina a base de mera fuerza policial.
Wacquant mostró que el gueto racial en Estados Unidos había pasado a ser una especie de hipergueto como consecuencia de cuatro transformaciones que han producido las políticas neoliberales de nuestro tiempo: la degeneración de las relaciones laborales y la precarización del trabajo, la segregación racial (que más adelante ha afectado a los hispanos y a todo clase de inmigrantes en muchas de nuestras ciudades), el debilitamiento del Estado de Bienestar y la disminución de las políticas públicas de protección social.
En su opinión, eso ha producido dos fenómenos de los que ahora se nutre la exclusión, la marginalidad y la violencia en muchos otros guetos. Por un lado la estigmatización de esos territorios y, por otro, la búsqueda de salidas en la economía informal y, especialmente en la droga. De ambos no puede nacer sino el coctel explosivo del que aún no hemos visto más que su muy iniciales manifestaciones.
Wacquant descubre en su libro que en los barrios marginales de Detroit han desaparecido hoy día los lazos de socialización o solidaridad inter e intragrupal que existían hace veinte años y que han sido sustituidos por «despacificación, desdiferenciación e informalización».
Ahora, cuando ese submundo que han creado las políticas de los últimos años se levanta, lo más fácil es limitarse a decir que se trata «de esa gentuza» a la que simplemente hay que pararle los pies. Se olvida, sin embargo, que esos guetos, esos territorios sin ley, y la propia violencia que desde allí se está irradiando, no han sido creados por los propios excluidos. El gueto, los numerosos barrios o espacios marginales de nuestras ciudades se definen como tales desde fuera porque, como bien dice Wacquant, los de dentro han perdido incluso la capacidad de crear identidades propias colectivas o individuales. Parafraseando a Marx, podríamos decir que no es la naturaleza la que crea a unos seres humanos sin nada más que su miseria y a otros con el privilegio de tener todo a su alcance. Cuesta trabajo entenderlo pero han sido los propios parisinos los que han creado a quienes ahora destrozan sus calles, queman sus automóviles y amenazan la tranquila existencia que a los de dentro de los guetos se les había negado. Y todos los demás somos los que hemos creado la amenaza que más pronto que tarde se lanzará igualmente contra nosotros.
De hecho, como algo menos agresivo pero quizá mucho más significativo cabe interpretar la ocupación forzada de viviendas que estos últimos días se ha producido en un pueblo granadino. Un problema muy simbólicamente cerrado cuando el juez dictaba que los ocupantes no habían podido mostrar título alguno que mostrara su derecho a disfrutar de las viviendas. ¡Gran descubrimiento!
Michel Foucault, el filósofo francés más bien maldito y poco recordado, escribió acerca de cómo nuestras sociedades gobiernan muy desigualmente los ilegalismos y ese es en realidad lo que está ocurriendo. ¿Cómo no vincular los hechos violentos que ahora contemplamos a las políticas que durante todos estos años han estado dedicando suelo y recursos a la construcción de viviendas e infraestructuras para privilegiados mientras los han negado para proporcionarlas a los sectores menos favorecidos? Cuando los marginados salen por la noche, cuando los que han sido excluidos para beneficiar sólo a los privilegiados se hartan y se dedican a destruir lo que odian porque se les ha negado a ellos, los causantes últimos de todo eso no pueden eludir su responsabilidad. Enviando unos cuantos miles de policías podrán apagar un fuego, pero no evitará que renazcan las hogueras de violencia y odio que provocan la exclusión y la injusticia.
Juan Torres López (http://www.juantorreslopez.com) es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España) y colaborador habitual de Rebelión