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Guatemala

Pasó el show sobre la hambruna, pero el hambre real queda

Fuentes: Rebelión

Qué es importante en el mundo y qué no, no lo fija la gran mayoría de acuerdo a sus reales necesidades. Eso lo establecen monumentales poderes que toman las decisiones en nombre de todos. Aquella fórmula marxista de «la ideología dominante de una época es la ideología de la clase dominante» es inobjetable: pensamos lo […]

Qué es importante en el mundo y qué no, no lo fija la gran mayoría de acuerdo a sus reales necesidades. Eso lo establecen monumentales poderes que toman las decisiones en nombre de todos. Aquella fórmula marxista de «la ideología dominante de una época es la ideología de la clase dominante» es inobjetable: pensamos lo que esos grandes poderes quieren que pensemos.

Esto lo podemos ver en innumerables órdenes de cosas, pero con los medios masivos de comunicación es donde se hace más descarnadamente evidente. ¿Quién decide ahí las prioridades? Los millones y millones de consumidores de «mercaderías» culturales, sin dudas no. En principio, no tenemos más alternativas que consumirlas silenciosamente.

Introducimos el tema con estas palabras porque lo que queremos expresar encaja en un todo en estos esquemas: pensamos lo que nos dan ya digerido a través de los medios. Cada vez más nuestra fuente de información y garantía de verdad en el mundo es una pantalla de televisión. Lo «importante» lo deciden los «importantes». Y qué es importante y qué no, está en función de las agendas de esos poderosos.

Los países «poco importantes» son noticias en los noticieros sólo cuando se trata de catástrofes naturales, golpes de Estado, guerras o hechos sangrientos. De alguna manera, siempre están ligados a la noción de escándalo, de tragi-comedia. ¿Qué otra cosa podría esperarse de un «país bananero atrasado» desde esa lógica de dominación?

Guatemala, en Centroamérica, es una pequeña nación desconocida fuera de la región. ¿Qué se sabe de ella hoy? No mucho más que es dueña de una larga historia de dictadores, que produce bananas, que es pobre y violenta. Quizá alguien medianamente informado sepa que de allí salió la dirigente maya-quiché Riboberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, cuando se cumplía el quinto centenario de la llegada de los españoles a tierra americana. Pero, en realidad, poco y nada se sabe de Guatemala.

De hecho es la cuna de unas de las culturas más portentosas de la historia universal, los mayas, surgidos como gran civilización hace 4.000 años pero presentes en Mesoamérica desde hace 10.000, dueños de un fabuloso desarrollo en diversas materias (matemáticas -llegaron al concepto de cero-, astronomía, arquitectura, hidráulica, agricultura), derrotados militarmente y reducidos a la virtual esclavitud por la conquista española del siglo XVI transformando a sus descendiente en la mano de obra barata de la colonia, la misma que persiste en ese estado de derrota hasta el día de hoy, trabajando por migajas en la agro-exportación o en la moderna e hiper precarizada industria del ensamblaje (las maquilas, textiles fundamentalmente). Pero de todo eso el discurso dominante -el que nos manipula por los medios de comunicación de impacto global, esa industria de la perpetua desinformación disfrazada de «culta»- no dice nada. O dice sólo el discurso pintoresquista de la industria turística, aquel que invita a conocer el país para ver «la grandeza del pasado maya», para ver el «colorido» de sus trajes, o para ver lo que todavía queda de la selva del Petén antes que se termine de deforestar.

En otros términos, Guatemala nunca es noticia, salvo terremotos, huracanes…o «hambrunas», como lo que acaba de ocurrir.

Fuera de un breve período (1944-1954) en que el país contó con un gobierno con visos reformistas y antiimperialistas -ferozmente quitado del poder con un golpe de Estado montado por la CIA-, su historia política es una continuidad de gobiernos de derecha y de ultra-derecha, con una élite dominante absolutamente conservadora, refractaria al más mínimo cambio que intente, ya no quitarle privilegios, sino sólo modernizar la estructura social. Baste mencionar como ejemplo -uno solo, simple, pero suficiente para pintar de cuerpo entero la situación- que hasta el año 2006 existía una ley por la que el violador de una mujer quedaba libre de toda penalización si la ofendida, siendo mayor de edad, aceptaba casarse con él. La verticalista cultura patriarcal está instalada en la historia, en los imaginarios de toda la sociedad, en su sistema político, en la cotidianeidad, en sus relaciones más íntimas. Intentar cambiar eso puede costar la vida.

La actual administración del gobierno encabezada por Álvaro Colom -un empresario de línea política «suave», candidato presidencial por la guerrilla cuando ésta se desmovilizó luego de la firma de la Paz en 1996, así como próspero propietario de maquilas; un socialdemócrata «a la guatemalteca»- no tiene un proyecto de transformación revolucionaria ni cosa que se le parezca. Salvando las distancias, podría equiparárselo con Manuel Zelaya en Honduras: un dirigente de la élite empresarial que tomó algunas actitudes populistas, y no más que eso. Lo cual fue suficiente para que, en ambos casos, las respectivas oligarquías vernáculas -y la siempre presente vigilancia de Washington también- vieran ya una señal de preocupación. Con tanto «populismo radical» -como dicen ahora los poderosos, hacedores de opinión pública global-, con tanto movimiento social, campesinos e indígenas «movilizados» por Latinoamérica, con un presidente Chávez que, sin ser socialista, anda provocando simpatías en el pobrerío y en sectores de izquierda y hasta la tibia adhesión de algunos presidentes centroamericanos o caribeños (como Zelaya y Colom justamente, quizá más por el petróleo barato que por afinidades ideológicas), luego de observar todo eso, para la lógica dominante emanada de la Casa Blanca parece llegado el momento de poner un alto a ese avance.

Por lo pronto, en Guatemala, donde recientemente no prosperó como se esperaba un intento de desestabilización basado en un sensacionalista video del abogado Rodrigo Rosenberg, posteriormente asesinado (caso que de momento no se ha esclarecido), la derecha tradicional no es pro Colom. El sólo hecho de intentar levantar la carga fiscal (en Guatemala el impuesto a la renta ni siquiera llega al 12% del producto bruto interno, que fue lo que fijaron los ambiciosos Acuerdos de Paz) pone a la actual administración en el papel de «no confiable» para esa tradicional derecha conservadora. Si bien ahora, luego de fracasado -al menos de momento- la movida de ese agresivo video que pretendía desestabilizar al presidente Colom incriminándolo como asesino, no se ve un claro movimiento que esté preparando un escenario golpista, lo que termina de suceder con la «hambruna» marca la pauta: no hay golpe a la vista, pero sí obstáculos que fomentan la ingobernabilidad.

En Guatemala, desde hace cinco siglos el pobrerío pasa hambre, y mucho más aún los pueblos mayas, pobres entre los pobres. Eso no es ninguna novedad. Según datos recientes de Naciones Unidas, el 51% de su población está por debajo del nivel de pobreza (2 dólares diarios). En ese marco de cosas, la dieta regular de los habitantes del país de la «eterna primavera», como se le conoce (o de la «eterna dictadura», como chanceaba el poeta Luis Cardoza y Aragón) está dada por maíz y frijol. Comer bien los tres tiempos de comida tiene ya sabor de triunfo.

Es en ese sentido que hay que entender la reciente noticia de «hambrunas» que se difundió por el mundo. ¿Qué se estaba buscando? Es cierto, sí, que en el año 2009 se dio una fuerte sequía que arruinó muchos cultivos. En la zona oriental del país (área de campesinos pobres no indígenas), zona tradicionalmente árida de por sí, la falta de lluvias agravó el ya crónico déficit alimentario. Población acostumbrada a comer mal (algo de maíz y frijol tres veces por día durante todo el año, muy pocas carnes rojas, poca carne blanca, pocas frutas y verduras, escasos lácteos), en este período de sequía se encontró en situación crítica. Pero hay que aclarar que eso fue en un área puntual; no fue la totalidad de la población nacional.

El gobierno actual podría haber previsto mejor esa crisis, y más aún: la podría haber gestionado más eficientemente. No lo hizo, y lo peor: se encontró con una derecha que sacó provecho de la situación. Esta última difundió mediáticamente a los cuatro vientos que había una situación caótica, crítica, una hambruna de proporciones bíblicas; y junto a ello montó una agresiva campaña de ayuda a los damnificados. Fue una campaña efectista, bien realizada, que tocó el «sentimiento» de mucha población y que movilizó a enorme cantidad de buenos ciudadanos que llevaron su donativo. De más está decir que fue un parche, una ayuda puntual y circunstancial sin perspectivas de búsqueda de soluciones estructurales a largo plazo. Pero suficiente para propalar por todo el mundo, mostrando la «ineficiencia» del actual gobierno.

Ahora bien: ¿qué se está difundiendo de Guatemala? Sólo una ínfima punta del iceberg, en forma interesada y parcial, con una agenda oculta bajo la manga. En el momento de escribirse este material ya terminó la campaña de recolección de comida para los «hermanos damnificados». Y terminó también la campaña de visibilización -sensacionalista- de la población que se quedó sin sus cosechas. Terminada esta pornografía de la pobreza y de la hambruna, nada habrá cambiado para la gente que sufrió el evento, más allá de recibir este donativo puntual que este año le permitirá seguir sobreviviendo. Pero sí se habrá puesto un obstáculo más a una administración que no sabe por dónde seguir. Obviamente la cuestión de fondo no está en la administración de turno: con el actual presidente Colom, con los anteriores civiles que gobernaron desde el retorno de la democracia formal en 1986 luego de años de dictaduras, o con la lista de militares que se sucedieron todo el siglo XX, la situación de pobreza crónica de los olvidados de siempre, de esos campesinos pobres que ahora salieron por televisión exhibiendo su situación penosa o de los pueblos mayas, tan desnutridos y sub-alimentados como estos campesinos no-indígenas que se robaron la pantalla estos días, con cualquiera de esas administraciones las cosas no cambian. 51% de pobres, y un 25% de la población urbana viviendo en asentamientos precarios en los barrancos, no son producto del actual gobierno.

Podría pensarse que toda esta espontaneidad solidaria de numerosos guatemaltecos serviría para intentar acometer cambios de fondo. Pero no es así, en absoluto. No se pasó del asistencialismo más ramplón, del sensiblerismo incluso. Lo que la prensa mostró no fueron las causas profundas por las que hay población famélica -donde confluyen inequidades socioeconómicas históricas y deficiencias administrativas en la gestión del actual equipo de gobierno-; lo que se mostró, no sin cierto toque amarillista, fue la «tragedia» peliculesca de una población crónicamente desesperada, y la ineficiencia de un gobierno, acentuando ambas cosas, pero sin pretender analizar críticamente los motivos.

Este artículo no está destinado a público guatemalteco, por eso es importante que quien lo lea entienda la lógica imperante en todo esto: Guatemala, al igual que cualquier país pobre (que no son «republiquetas bananeras», como irrespetuosamente algunos les llaman) está hambrienta desde que existe como nación. Donar una bolsa de frijol o un litro de leche en polvo no está mal, por supuesto; pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. Se eligió (¿quién eligió?, ¿algún guatemalteco común?) difundir esta hambruna hasta el hartazgo porque eso conviene a una cierta agenda política. Pero de la pobreza crónica de más de la mitad de la población nacional, la misma que fue golpeada por una guerra interna que dejó secuelas para varias generaciones, de eso no se habla. Y mucho menos, se piden donaciones. «Algo está podrido en Dinamarca», sin duda.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.