Bélgica demostró ayer por qué es la capital del surrealismo. En Bruselas, a dos pasos del popular museo consagrado a René Magritte, un millar de estudiantes flamencos y francófonos se tomaron una cerveza, versionaron una canción de moda y se autoproclamaron protagonistas de «la revolución de las patatas fritas». Fue una de las concentraciones salpicadas […]
Bélgica demostró ayer por qué es la capital del surrealismo. En Bruselas, a dos pasos del popular museo consagrado a René Magritte, un millar de estudiantes flamencos y francófonos se tomaron una cerveza, versionaron una canción de moda y se autoproclamaron protagonistas de «la revolución de las patatas fritas».
Fue una de las concentraciones salpicadas por todo el país para protestar contra el récord mundial de días sin Gobierno nacional, una marca ostentada hasta ayer por Irak, con 249 días de abismo institucional. «Fête et frites!» (¡fiesta y patatas fritas!), gritaba sin cesar un joven frente al Palacio de Justicia, donde se celebró la concentración de la capital. «Han querido que creyésemos que valones, bruselenses y flamencos no podíamos vivir juntos», algo que «es mentira» , protestaba desde un improvisado podio una de las integrantes de la plataforma convocante No en nuestro nombre.
Renunciar al afeitado
En la capital se concentraron 1.100 estudiantes, según la Policía, o 2.500, según los organizadores. A ellos se sumaron varios centenares más en otras ciudades universitarias, por lo que la manifestación fue minoritaria e incluso marginal si se compara con las 35.000 personas reunidas sólo en Bruselas el mes pasado .
El tono de la convocatoria se inscribe en una serie de protestas extravagantes que incluyen la abstinencia sexual o la interrupción del afeitado masculino hasta que los partidos francófonos y flamencos se pongan de acuerdo sobre la reforma institucional. Sus desencuentros parten de las prioridades opuestas de los francófonos, que quieren una reforma menor, y de los flamencos, que piden un rotundo adelgazamiento del Estado federal.
Según Pascal Delwit, uno de los politólogos más respetados del país, la ausencia de nerviosismo se explica en parte porque Bélgica funciona «con relativa normalidad» sin Gobierno . Más allá de los sentimientos nacionalistas o unitarios de la clase política, la situación económica de Bélgica está fuera de la zona de peligro y tanto las regiones como las comunidades lingüísticas en las que se subdivide el Estado administran competencias clave para el día a día del país. Salvo el Presupuesto, «no hay grandes decisiones que tomar», reconoce Delwit.