Mira que Zapatero había hecho lo posible por abrirle los ojos y dejarle las cosas claras, avisándole en su último periplo por el país hexagonal de que «el no es el desánimo y la tristeza; el sí, el optimismo y la alegría». Dando la espalda a la sabiduría del presidente del Gobierno español, la mayoría […]
Mira que Zapatero había hecho lo posible por abrirle los ojos y dejarle las cosas claras, avisándole en su último periplo por el país hexagonal de que «el no es el desánimo y la tristeza; el sí, el optimismo y la alegría». Dando la espalda a la sabiduría del presidente del Gobierno español, la mayoría del electorado francés ha votado que no.
Tal vez porque, cenizo de nacimiento, tiendo espontáneamente hacia el pesimismo y la tristeza, era partidario del no, ayer allá como otrora aquí. ¿Resultado tras el resultado? Que me siento más optimista y, desde luego, más alegre. Extraña paradoja.
Tiempo y ocasión va a haber sobrados para comentar en detalle lo sucedido y sus consecuencias, pero ya, tras las primeras salvas disparadas desde anoche por los paladines del sí –minoritarios en el electorado, pero abrumadoramente mayoritarios en los medios de comunicación-, me parece que no está de mal salirles al paso en algunos de sus argumentos-coartada principales.
Primera patraña que tratan de vender: «Hay que seguir adelante en el proceso de ratificación de la Constitución Europea porque, si bien Francia ha mostrado su oposición, son muchos más los europeos que le han dado su apoyo».
Falso. Salvo en el caso español, los otros estados que han aprobado el proyecto lo han hecho a través de sus teóricos representantes políticos, sin permitir que sus poblaciones respectivas se pronuncien. Pero éste es justamente un asunto en el que, según ha demostrado con claridad la experiencia francesa, los políticos profesionales no son necesariamente representativos de la opinión de la población. De haberse ceñido a la vía parlamentaria de ratificación, también Francia habría dado su aprobación a la mal llamada Constitución Europea.
Hay ocasiones en las que los parlamentos se divorcian de manera escandalosa del sentir popular mayoritario. Recuérdese que aquí vivimos el 14-D de 1988 una huelga general que fue prácticamente total pese a que su convocatoria contaba con un respaldo parlamentario mínimo. Incluso en el referéndum español sobre la Constitución Europea, el no obtuvo en las urnas un apoyo muy superior al que tenía en el Parlamento.
No es comparable el no francés al sí de Lituania, Hungría, Eslovenia, Italia, Grecia, Eslovaquia, Austria y Alemania, donde la población no ha sido consultada al respecto de manera directa (en algunos casos, como el de Alemania, por miedo a lo que pudiera decir).
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Mañana seguiré abordando otras patrañas que se están oyendo mucho: «los franceses han dado prueba de su egoísmo», «los franceses han votado, en realidad, sobre asuntos de política interior», «Francia no se resigna a su pérdida de liderazgo mundial», «habrá que hacer un nuevo esfuerzo de explicación de las virtudes de la Constitución y convocar un nuevo referéndum en Francia»… Y alguna más, si se tercia.