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Agresión a Berlusconi

Pero, ¿por qué me odian?

Fuentes: Rebelión

En estos momentos en que escribo, tras el catedralazo que recibió la noche del domingo Silvio Berlusconi en Milán, llevamos en Italia dos días de flujos y reflujos, de políticos que afirman que «Berlusconi se lo ha buscado» y tiempo les falta para que la mayoría de ellos se retracte de lo dicho, por posibles […]

En estos momentos en que escribo, tras el catedralazo que recibió la noche del domingo Silvio Berlusconi en Milán, llevamos en Italia dos días de flujos y reflujos, de políticos que afirman que «Berlusconi se lo ha buscado» y tiempo les falta para que la mayoría de ellos se retracte de lo dicho, por posibles reprimendas políticas, y quién sabe si no sociales.

Quizá sea la sorpresa lo que más entusiasma del asunto. «Pero, ¿por qué me odian?» preguntaba esta mañana Berlusconi al clarividente Verzé, su confesor espiritual. Quizá sea que la manta se le quedara corta o que el héroe haya dejado de ser intocable. La invasión inesperada de su áurea bursátil le ha hecho caer de su podio de mito. El caso es que se ha montado un revuelo que puede ser radiografía de qué pasiones arrastra el berlusconismo popular. Y en este momento no podemos hacer menos que recordar los Diálogos de Séneca. En uno de ellos, escena III, Nerón le pregunta al filósofo: «¿Por qué me llaman criminal? He dado todo por ellos». En ese momento el ensangrentado Nerón se pone serio y se queja de que los ciudadanos «le hacen lucir como una caricatura, una burd a imagen de tirano». La delicia viene inmediata, Séneca le responde con la tranquilidad suya: «No. Has sido tú, que en estos ocho años te has consagrado a hacer una burla de ti mismo».

Aquí no se trata de una afrenta directa contra un político, sino contra la figura que él mismo ha blandido. Hacía sólo dos días que en la jornada de clausura del congreso del Partido popular europeo, el primer ministro italiano subió al escenario perfumando de eslóganes su intervención, «l os jueces me persiguen porque son comunistas» , para concluir, «menos mal que en Italia todavía está Silvio, un político con dos cojones (sic)«. Rápidamente los intérpretes se aceleraron a traducir «un político fuerte» y lindezas análogas. ¿Con qué cara se hubiera quedado la anfitriona Merkel al oír al mercader la versión original?

El escritor Claudio Magris lleva tiempo dando voz a su idea de que en Europa no hay una cultura política sino una cultura pop. El hombre de Estado se vuelve icono y el Gobierno se convierte en un álbum de cromos. Tartaglia no le tiró el recuerdo a la cara porque representaba un alto cargo del Estado. Sin o porque tenía delante a Silvio. Está claro que Berlusconi no habla a las cabezas, sino a las vísceras. Y de ahí no pueden salir sino pasiones u odios incontrolados. De hecho, su pregunta no es banal: ¿por qué me odian? La catedral de Milán también es otro símbolo que hay que saber encajar.

Un hombre que ha hecho piruetas para salvarse del manotazo de la justicia, ahora recibe un catedralazo de un ciudadano, loco, claro. De eso se encargarán, de subrayarlo, los medios, porque hay que estar un poco loco para acometer tamaña misión, camino que todo héroe-mito debe recorrer. A una hora de que se propagara por la red la noticia, se creó en Facebook un grupo pidiendo que se le reconociera a Tartaglia su ataque (santo subito! , gritan en italiano). Al día siguiente ya tenía 50.000 suscritos. El ministro de Justicia, tan polémico él, ahora propone perseguir legalmente a los fundadores del grupo, que se traduce en el viejo caballo de batalla: atizar contra la libertad de expresión del ciudadano en general y del periodista en particular.

Sobreviene a la cabeza el título de la primera novela del joven Maestre, Matando dinosaurios con tirachinas . Este dinosaurio, en cambio, muestra parámetros humanos, quizá superiores, papales, donando el perdón inmediato y público al loco. «Lo perdono», ha proferido magnánimo. Pobre hombre, ya perdonado, que no sabía lo que hacía. Su primera versión de los hechos fue: «No sé, lo vi ahí y le lancé lo primero que tenía». En sus bolsillos, se ha descubierto, también llevaba una cruz. La interpretación hubiera sido, en esta hipótesis, rocambolesca.

Gonzalo Hernández Baptista es miembro de los grupos Rebelión y Tlaxcala.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.