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Perú en la recta final

Fuentes: Rebelión

Aunque todavía no se conocen las últimas resoluciones de los órganos electorales referidas a candidaturas y tachas, bien puede decirse que entramos a la recta final, para los comicios del próximo 11 de abril.

Faltan, en efecto, menos de 60 días para el sufragio y el signo dominante   del periodo es la indecisión del electorado. La mayoría de los ciudadanos, interrogados por las encuestas, no muestran simpatía por los candidatos propuestos; y “Nadie”, resulta más favorecido con casi un 40% de las adhesiones requeridas. La indiferencia reina.

 Cualquier lector inadvertido podría suponer que los peruanos estamos contentos con lo que tenemos, y no queremos arriesgar una opinión en torno a un evento que nos luce confuso y contradictorio. No es verdad. Lo que ocurre es que nuestro país sufre cuatro crisis ostentosas y una quinta casi imperceptible.

Las primeras son la crisis política, económica, moral y sanitaria. Y la quinta, es la de la desconfianza, la apatía y el escepticismo,  que ha ganado el alma de los peruanos después de los fracasos de las últimas décadas.

Hay quienes aseguran que en política, hay semanas que duran años. Periodos en los que pareciera que el tiempo, no pasa nunca, y que nada ocurre, que todo permanece inmutable y que nada podrá cambiar.

En cambio, sucede de pronto que hay años que parecen semanas. Y es que de pronto todo se mueve y comienza a andar. Los pueblos aprenden en días lo que no percibieron en años.

Una mirada al escenario nacional de los últimos 50 años nos lleva a distinguir tres etapas en el Perú de nuestro tiempo. Una primera, entre 1968 y 1965, caracterizada por profundos cambios sociales que parecieron modificar radicalmente el rostro del país.

Fueron años en los que el Patriotismo y la Soberanía, la Conciencia Política y la Solidaridad, tomaron el corazón de los peruanos; y Tupac Amaru, José Carlos Mariátegui y Juan Velasco ganaron  un lugar de honor en el corazón de las grandes mayorías.      

Una segunda, transcurrió entre 1975 y 1990. El primero de estos lustros, fue el del inmovilismo. Y los otro dos, el desmantelamiento de los cambios revolucionarios que habían hecho en la vida de los peruanos. La tercera fase, a partir de 1990, marcó la restauración del Perú Oligárquico. Por eso, hay quienes  hoy, “se sienten” en una sociedad elitista, discriminadora, antidemocrática, machista y homofóbica. El retrato del Perú de antaño.

Este tercer periodo, en realidad se prologó por 30 años, entre 1990 y el 2020. Y estuvo signado por el dominio de un segmento social insensible y ajeno al sufrimiento de las grandes mayorías nacionales. La herramienta de su Poder fue, sin duda, la Constitución del 93 Carta impuesta de modo fraudulento.

Hay que admitir que la Pandemia que hoy agobia al mundo, y que costara en nuestro país la vida de miles de personas; tuvo, sin embargo, una secuela inesperada: nos mostró al desnudo la esencia de un “modelo” de dominación extremadamente cruel y perverso que destruyó la estructura productiva del país, acabó con los elementos formales de la economía e impuso prácticas inicuas en materia de trabajo, educación y salud.

Hoy los peruanos sabemos por qué colapsaron los servicios de salud; por qué las Clínicas Privadas hicieron su agosto a partir de marzo del 2020; por qué los laboratorios saquearon a los peruanos; por qué las farmacéuticas multiplicaron sus ingresos.

Sabemos, en suma, que “El Modelo” blindó el “afán de lucro” en beneficio del capital privado; y que la riqueza de unos cuantos; maceró en el hambre, y en la invalidez social de millones de peruanos.

El Neo Liberalismo asomó en su mayor dimensión cuando descubrimos que la crisis, era apenas la punta del Iceberg que lo ocultaba todo.

Por eso estas elecciones aparecen como más oportunas que nunca. Porque ellas nos dan la oportunidad de cambiar esta realidad, abrir otra vez para el Perú la puerta de la esperanza.

Bien se puede decir que las fuerzas económicas y sociales que hicieran real este dramático escenario, lucen -como lo dijimos antes- envilecidas, y en derrota.  Por eso asoman, a la contienda de abril,  desperdigadas, divididas, sin moral y sin figuras. Tienen ante sí,  el augurio de la derrota.

El pueblo tiene ante sus ojos, en estricto sentido, el camino del cambio. La posibilidad real de abrir paso a un escenario distinto que permita dejar atrás los años de miseria y de injusticia, de discriminación y de barbarie.

Resulta curioso, pero es la primera vez en muchos años que las fuerzas reales del progreso y del desarrollo pueden afirmar su victoria.  Para lograrla, sólo tienen que construir un proyecto elementalmente apropiado y una suma de voluntades que asemeje la unidad.

Es posible ganar el 11 de abril. Y es posible, incluso, hacerlo en primera vuelta. Si en los años 80 del siglo pasado, la izquierda fue alternativa de Gobierno y de Poder; hoy asoma como una esperanza verdadera.

Por eso resuenan los melódicos versos de ayer: “venceremos el día, que la tierra sea nuestra, Y en el corazón del futuro se haya muerto la pobreza”. Como antes, “la Unidad en la lucha, está primero”.