Retomaremos el concepto de crisis formulado por Jorge Beinstein.
Simplificando tal vez demasiado, podría definir a la crisis como una turbulencia o perturbación importante del sistema social considerado más allá de su duración y extensión geográfica, que puede llegar a poner en peligro su propia existencia, sus mecanismos esenciales de reproducción. Aunque en otros casos le permite a este recomponerse, desechar componentes y comportamientos nocivos e incorporar innovaciones salvadoras.[1]
¿UNA TEORÍA DE LA CRISIS POLÍTICA PARA LOS ESTADOS COLONIALES?
Considero que los Estados coloniales necesitan ser teorizados de una manera diferente a como lo hacemos con esta estructura de poder en el capitalismo avanzado. Sus particularidades políticas surgen de totalidades diferentes -economía, cultura, politicidad, historia, etc.- y por eso son tan relevantes las investigaciones de JC Mariátegui, JM Argüedas, Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, Eduardo Galeano, Sergio Bagú, Friederich Katz, René Zavaleta, Luis Tapia, Bolívar Echeverría, etc. que investigaron desde la praxis humana, desde los cambios en la realidad objetiva totalizada y destotalizada, sin adherirse a esencias, que trataron de entender su momento histórico en su enorme complejidad de relaciones sociales. Entendieron que el lenguaje y las interpretaciones de la realidad existen a través de una serie de praxis y teorías, que dan lugar a su funcionamiento, desenvolvimiento, despliegue y que van más allá de fetiches y sustancias. Pero no es suficiente, la totalidad son gobernantes y gobernados, muchos jóvenes investigadores aportan con detalles, pero carecen de capacidades para desarrollar totalizaciones, destotalizaciones y volver a nuevas totalizaciones.
Beinstein nos ofrece una valiosa idea, sin llegar a precisar concepto; para él una crisis, de cualquier tipo, es una perturbación y estaría siempre latente, una potencialidad que aparece en una sucesión de ciclos cada vez más degradados y en ese sentido, es un concepto muy vinculado al declive, a la decadencia de la civilización capitalista a la que pertenecemos. Desde esta perspectiva, en Perú vivimos una crisis prolongada, permanente, con perturbaciones históricas, que ha descubierto formas de recomponerse que surgen de la larga experiencia de un Estado privatizado, no nacional, que continúa bajo los parámetros de la acumulación originaria, recolonizadora, que se repite cíclicamente. Luego de las privatizaciones para salir de una gran perturbación económica (1990), el Estado opta por la construcción de un país extractivista minero en las últimas tres décadas, enfrentando nuevamente a los pueblos originarios a quienes se les despoja de sus territorios, sufriendo la violencia de esta nueva dominación territorial, con el objeto de concesionarlos. De este modo, podemos definir una crisis como un período de inestabilidad, desequilibrios, dificultades, cambios, y de transformaciones profundas, como las reformas neoliberales que ya tienen tres décadas, pero que no llegan a un punto de inflexión que determinaría la supervivencia o la desaparición de instituciones o del propio Estado. Para llegar a una crisis, deben surgir momentos, acontecimientos que conduzcan a un período de desajustes intempestivos, a la imposibilidad de gobernar, más allá de una coyuntura dificultosa o complicada, más allá de una situación en la que los conflictos sociales se recrudecen, apareciendo rebeldías como el aymarazo, el moqueguazo, el arequipeñazo, etc. creando condiciones para una transformación, pero que se queda en reajustes localizados afectando solo parcialmente al sistema total de dominio.
Una crisis que debe ser vista como un proceso, en movimiento, como un momento que intensifica y a veces antagoniza la lucha de clases, pero que dada la situación popular de desorganización y división a nivel macro regional y nacional, ante la ausencia de un proyecto común destituyente que construya nuevos poderes, el proyecto neoliberal puede recomponerse y volver a un equilibrio inestable con otro ciclo. Las crisis están incubadas desde el nacimiento del llamado Estado republicano, que ni fue Estado liberal, ni nacional, ni republicano. Fue un ente político de dominio y mando, de coerción, estructurado internamente de modo colonial. Los regímenes políticos fueron mayoritariamente militares, oligárquicos o neoliberales, que llegaron con instituciones, constitución y gobiernos saqueadores y corruptos. En resumen, la potencialidad de la crisis política siempre estuvo presente y así vamos de un momento histórico a otro.
Para aprehender la crítica del Estado, en el actual momento histórico hay que recurrir al análisis de la historia y de la economía política, tal y como existe en el mundo colonial real, debemos superar el riesgo, teórico y práctico, de colocar al Estado en un embalaje y la economía en otro, ello no nos permite observar las interconexiones existentes entre ambos dominios. No puede ser que veamos las luchas políticas solo circunscritas a los límites de la competencia electoral, respecto a lo que algunos llaman espacio democrático y que en realidad es un espacio de dominación donde se define quienes mandan y quienes obedecen, allí se definen los intereses compartidos por el poder en las alturas por los ciudadanos individuales o agrupados, y menos los intereses colectivos y el bien común. Al mantener la separación fetichista entre el Estado y el mercado, la lucha de clases económica se queda reducida al crecimiento, a la inversión privada, a la racionalidad mercantil, a la rentabilidad empresarial y la competitividad económica; y no se ven el desempleo, la precariedad laboral, la sobreexplotación y menos la recolonización por despojo, el extractivismo y el rentismo. Prada Alcoreza, desde la realidad boliviana, nos dice que la crisis es un proceso y que vivimos una crisis múltiple permanente (de ser así, la crisis pierde ser una particularidad no?):
Hay una genealogía de la crisis, que puede ser datada de los inicios mismos de la República, que puede ser ubicada con sus distintas tonalidades, en las distintas etapas del ciclo largo, del ciclo mediano y del ciclo corto de la historia, que puede dibujarse de acuerdo con los perfiles que aparecen en historia reciente. Lo que tiene que quedar claro es que asistimos a una acumulación de eventos, correspondientes al desenvolvimiento de la crisis, que han venido sedimentándose, en los mismos cimientos y arquitectura del Estado. Las primeras etapas de la crisis han sido sorteadas, de una u otra manera, en la construcción institucional; las siguientes etapas de la crisis quizás han sido soslayadas por consolidaciones institucionales, por aposentamientos y consolidaciones dilatadas de la República. Las subsiguientes etapas de la crisis, con sus propias características y singularidades, han sido evadidas o transferidas por propuestas de características populistas, buscando salir de la crisis con ampliación y profundización de los derechos individuales, políticos, civiles, del trabajo y, por último, más tarde, colectivos. [2]
En un estado colonial existe un proyecto hegemónico entre los de arriba que es el del despojo de las riquezas del país por trasnacionales y la lumpen-oligarquía, Los políticos que representan este proyecto son grupos mafiosos de depredadores que no necesitan de proyectos de país, pues ya lo tienen. La aparente fragmentación del poder (Alberto Vergara) en realidad es una concentración del mismo en manos de grupos de políticos cohesionados por el saqueo, el conservadurismo, la religión, la cultura gansteril, la economía ilegal. En Perú, nunca hubo democracia, y ahora ni la mercantilizada representación, pues hay mecanismos para deshacer lo conseguido en las urnas, cuando la contra-hegemonía popular se expresa. Tampoco ya existen derechos humanos y colectivos, es un estado de emergencia generalizado donde todo opositor al poder es un terruco. Es así, que el proceso de crisis es multidimensional –ecológica, económica, política, cultural- pero generalmente sigue siendo un proceso y, por tanto, no es terminal, pues está condicionada por la lucha antagónica etnoclasista.
Cuando hablamos de crisis del Estado en su conjunto, se está señalando que se procesa también con respecto a la sociedad civil, como parte del Estado, donde las clases dirigentes tradicionales corroídas por sus propias actividades y contradicciones, como el despojo-corrupción, que van siempre unidos, se revelan cada vez más incapaces de dirigir a toda la nación. Más complejo aún por las características de una nación en formación, todavía llena de diferencias y tensiones geoculturales, sometida a un colonialismo interno y al mismo tiempo por una recolonización múltiple de un imperio y diversas trasnacionales y el capital financiero. Los poderes del Estado, las instituciones se mercantilizan y se privatizan, se escinden en torno a organizaciones criminales, mientras que la burocracia, las altas finanzas, la Iglesia y todos aquellos organismos relativamente independientes de la opinión pública refuerzan sus posiciones en el interior del Estado.
Con el primer Alan García (1985’1990) la repercusión de una crisis económica en el conjunto del Estado puede provocar, de esta manera, el desplazamiento de la base histórica del Estado, dando paso a la supremacía del capital financiero, extractivista y rentista y en nuestros países periféricos, de los agentes más o menos directos del imperialismo. Desde esta perspectiva, no hubo una crisis política, al parecer esta, la realmente existente solo ocurrió en el tercer gobierno de Fujimori, cuando ante el escándalo público de los videos de Montesinos, sufrió una crisis de pánico y huyo del país. Fue un acontecimiento en el que fue decisiva, aunque inconducente a un verdadero cambio, la marcha de los cuatro suyos. Una rebelión pacífica que confluyó con clases medias contra hegemónicas, una rebelión popular y cierta resistencia obrera y campesina, La oposición fue importante, pero no decisiva, Ella marcó el comienzo de un nuevo gobierno, hastiado por el sabotaje de los medios, que con intereses fragmentados, apenas tenía como único motivo la vigilancia del partido gobernante para desestabilizar limitadamente a un régimen que llegó a estar en una profunda crisis política, resultado de varios factores coincidentes: a) una elección tormentosa, transgrediendo su propia legalidad b) la presión internacional, c) las revelaciones de Montesinos y sus operaciones encubiertas, d) las luchas internas dentro del legislativo y el círculo íntimo de confianza del presidente, e) violar los pactos con el narcotráfico y el crimen organizado que no pueden operar sino con vínculos orgánicos y con poderosas instituciones imperiales (CIA, DEA), ya establecidos, f) alterar las relaciones con los grupos, nacionales y transnacionales, de poder económico y político al exigir acciones y control de empresas sin autorización imperial. Su rol como asesor de inteligencia y jefe del SIN le permitió amasar un enorme poder a cambio de su participación en magnicidios, tráfico de armas y drogas, corrupción, espionaje y muchos delitos graves. Pero el poder de Montesinos también le permitió construir una red de poder con reverentes contactos consolidados en actas de sumisión y elementos extorsivos. Los personajes a su disposición incluyen altos mandos militares, jueces y fiscales, obedientes funcionarios de gobierno en redes multinivel, empresarios, prensa mermelera, que se distanciaron de Fujimori, pero que le daba un margen considerable de acción más allá de sus circunstancias de ser un delincuente para la percepción popular. Como vemos, confluyeron un conjunto de circunstancias para configurar una crisis política, donde, por un lado, los conflictos intrapartidarios y con los aliados marcaron su primer declive y, por otro, la presión internacional que recayó sobre el régimen tras la elección del 2000 y principalmente, el distanciamiento de sus aliados en la CIA y la DEA, quienes ante los vínculos con las FARC y los narcos por fuera de las instituciones oficiales de control, decidieron presionar al gobierno para quitarles el blindaje político, separarlos del aparato estatal y perseguir por sus acciones. Si en esta coyuntura de crisis, SL, el MRTA y otros colectivos unificados desde abajo, desde los pueblos andinos y originarios, rearticulados, en las grandes ciudades, probablemente la situación revolucionaria se hubiese convertido en una revolución.
Las abstracciones liberales expresadas en conceptos se han naturalizado y se utilizan sin mayor reflexión. Categorías como: Estado, poder, sociedad civil, soberanía, nación, ciudadanía, democracia, estado de derecho, partidos, etc. vistos desde la práctica y de sus concreciones en países semicoloniales, dependientes, pierden contenido histórico por su propia naturaleza y más aún con el neoliberalismo. En estas circunstancias hemos sido incapaces de construir nuevas categorías para no llamar de una manera a lo que no es. Los conceptos son expresiones inconcretas, por ejemplo, el de Estado, que “es la expresión abstracta de los medios, formales y sustanciales, de unificación, regulación y control de la sociedad humana desunida. Como tal, el Estado es el producto de relaciones y condiciones que son específicas al seno de determinadas sociedades…”[3]. El Estado no es una cosa, el Estado no es un sujeto, el Estado es una relación social, elíptica y no inmediatamente comprensible, con esta visión nos colocamos en una dimensión muy distinta en la que se abren direcciones para la investigación y la práctica totalmente diferentes y muy fecundas, lo que equivale a decir que el capital no es una cosa, sino una relación entre las personas mediada por la instrumentalidad de las cosas. Análogamente, podemos decir que el Estado es una relación social entre las fuerzas políticas mediada por las instituciones o, mejor, por la materialidad institucional del Estado, que está incrustada a su vez en un conjunto más amplio de relaciones sociales.
A su vez, el Estado –como vemos, concreto y abstracto a la vez- es un ente que organiza directamente el poder político, en tanto conjunto de medios para lograr determinados objetivos, responde a quienes tienen el poder y le han impreso un carácter determinado a partir de sus intereses e ideología. De tal manera que el Estado, se constituye en el instrumento de las clases o élites que han construido el régimen, el cual se orienta a mantener y garantizar la pervivencia del statu quo, que no es otra cosa que el interés económico, social, cultural y político de quienes se constituyen en la clase dominante local y los poderes externos que ejercen su dominio al interior de la nación en la cual está constituido. Es decir, el Estado ha sido el ente que reproduce las condiciones de desarrollo del proyecto de las clases sociales o elites dominantes y, por consiguiente, las condiciones que determinan o condicionan las posibilidades del ciudadano o de los sujetos oprimidos y subordinados para ser parte del poder, para ser representados o excluidos de este, o para que predomine su carácter de simples consumidores o ejecutores de decisiones tomadas sin su conocimiento, consulta o decisión particular. Es sociedad política, más sociedad civil.
Una economía política y una concepción de la política crítica van juntas y no pueden limitarse a realizar exámenes de la política económica, de la macroeconomía o de la inversión y el crecimiento en el primer caso, o un análisis comparativo de las instituciones, o la revisión contable de los votos, o la psicología de los políticos, en el segundo. Más bien, juntas deben abordar la incrustación de lo político en la compleja lógica más amplia de la sociedad y la articulación existente entre las diferentes instituciones y campos económicos, culturales y sociales. Gramsci definió el poder del Estado como el conjunto integral de actividades teóricas y prácticas mediante las cuales las clases dominantes no solo justifican y conservan su dominio, sino que logran también ganarse el consenso activo de aquellos a quienes dominan. Este concepto supera la concepción institucional, o la idea de que es la suma del territorio-lengua-nación, e incluso va más allá de la dominación de una clase sobre las otras, para situarnos frente a otra dinámica enraizada en la naturaleza del mismo, que pretende entenderlo como sociedad política más sociedad civil o, dicho de otro modo, como consenso revestido de coerción: la hegemonía.
En una perspectiva histórica de larga data, el régimen político se vincula a un capitalismo colonial, como materialización de las relaciones estructuradas desde una economía y una política colonial; esta última se manifestará en la vida política posterior, que con el tiempo va logrando una relativa autonomía, siendo más las relaciones de continuidad. El poder político y las instituciones cada vez más ocultan el cimiento fundamental del régimen político que es la propiedad privada y sus expresiones en empresas trasnacionales y nativas, como capital extractivista asociado al bancario, financiero y comercial. A estos “avances” institucionales se les atribuye la construcción de un régimen democrático, aunque de él no tenga casi nada. Este modo de pensar surge del uso de una filosofía política bastante alejada de nuestra realidad. La propiedad de los medios de producción y de las instituciones creadas para su defensa, genera las posibilidades de ser fuente y recurso de poder político, constituye una condición fundamental para acceder, influir o dirigir el poder político y para darle forma y contenido al resto de instituciones, normas y procedimientos que integran el régimen político. Es desde las instituciones, y las leyes, donde quienes dan conducción al régimen político condicionan la lucha por el poder, el ejercicio del poder, la toma de decisiones fundamentales y los medios para ello. Desde allí se fijan los fines y objetivos que pueden ser perseguidos por gobernantes y gobernados, configurando con el tiempo una cultura política sumisa donde aparentemente se independiza la política, pero en realidad se fetichiza al Estado y al gobierno, imponiéndose las ideas y valores predominantes con relación a la política y al poder, en su objetivo central de controlar las vías aceptadas para acceder y mantener, al mismo tiempo, el despojo y la posesión sobre los medios de producción. En la historia, de la extracción minera de oro y plata, se pasa a las haciendas y plantaciones agrarias, de allí al caucho, el guano y el salitre; luego la pesca y los bosques; y últimamente a la agroindustria y vuelta a la minería asociada a las revoluciones industriales de occidente. La infraestructura, el comercio, la construcción, la banca y los servicios hoy están vinculados a la minería y la agroindustria. Perú, siempre extractivista, rentista, su síntesis es la nefasta CONFIEP, matriz del despojo y el saqueo. Con esas relaciones de clase no se supera la condición colonial, que siempre está renovándose.
En este sentido, el Estado capitalista tiene la capacidad de recomponerse para asegurar la dominación del capital, a medida que van cambiando las formas de acumulación. Cuando observemos que en el proceso político se desata una crisis, esta no será de naturaleza política o de naturaleza económica, será una crisis de la relación capitalista que se puede expresar en formas políticas o formas económicas. La manera de aumentar la plusvalía para salir de dicha crisis es el aumento del despojo del subsuelo y/o el aumento de la explotación a través del manejo de la crisis con medidas productivistas y la violencia. La acumulación originaria es, para Marx, el proceso histórico por el cual nacen las condiciones para que sea posible el capitalismo, la compulsión extra-económica para el despojo fue un pre-requisito del proceso continuo e inherente de las sociedades modernas. En la periferia, por medio de la acción estatal, se da la separación del productor agrario de sus medios de producción sin creación de asalariados industriales y más bien una transferencia de valor a la economía mundial. Se complementan el despojo como presupuesto del capital en la periferia y como resultado de su existencia en el centro. En momentos de crisis o mayor demanda, esta reaparece, por medio de mecanismos de expropiación extraordinaria del subsuelo y sus riquezas y del capital sobre el trabajo, implementados por el Estado, para evitar problemas en la reproducción del capital. El Estado aparece así, como el aspecto político de la producción y reproducción del capital. La crisis económica hoy es potencial, la deuda externa está creciendo y llega a los 90 mil millones de dólares, mientras que las reservas son una cuarta parte. Si la potencia dominante exigiese el pago de esa deuda, podría desatar una crisis recesiva como ya lo vivió el País. Esto significa que las crisis pueden ser manipuladas de acuerdo a conveniencias.
Las dimensiones constitutivas y funciones del régimen político, nos referimos al conjunto de burocracias, a la modalidad constitucional y legal, al sistema de creencias (ideología y religiosidad), a la cultura del hacer y al filtro social de territorio, poblaciones e intercambios económicos, –que, por tanto, forman parte del Estado- también viven una crisis potencial. Están bajo control porque a) las burocracias en los más altos niveles como los ministerios de economía o de minería son impuestas desde fuera, b) aparecen los consultores y asesores expertos en impunidad; c) la Constitución y las leyes son para proteger al sistema y a las grandes corporaciones y no al bien común; d) las creencias retroceden a la barbarie desplegándose un temible conservadurismo patriarcal, xenofóbico, antiaborto, homofóbico, racista, con reconstrucción de identidades excluyentes y represivas. E) Una dimensión más que se trata de ocultar será el de la representación como imagen y como conjunto de prácticas políticas y relaciones sociales del poder político, una imagen del Estado que aparece como conflicto de organizaciones criminales, de corrupción generalizada, de fraude y cinismo. F) Serán los medios de comunicación e información los que proporcionan sentido a la acción de grupos, comunidades y sociedades, perdidas en laberintos imaginarios.
Ahora son las trasnacionales y otras grandes empresas las que marcan la ausencia o presencia del Estado en territorios y comunidades específicas, haciendo referencia al contexto social más amplio marcado por los poderes del Estado y que encuadran el funcionamiento político estatal. Mientras las comunidades afectadas por el extractivismo ecocida se encuentran desconectadas, las transnacionales se asocian directamente con el poder estatal para destruir a sangre y fuego las estructuras de comunidades campesinas e indígenas, organización obreras, ciudadanas, liderazgos sociales, defensores de derechos de pueblos o de la ciudadanía, y la necesaria territorialidad de ese poder, es decir, del ejercicio desnudo de la violencia del Estado sobre los habitantes de un territorio nacional. Estas empresas han desencadenado, por otra parte, un tumultuoso proceso de apropiación privada de los bienes comunes antes estatizados, un gigantesco despojo a cada comunidad nacional, y la constitución de las cúspides de la burocracia estatal en nueva clase dominante propietaria de vastos capitales privados de este proceso de apropiación por despojo, así como sus repercusiones en los equilibrios mundiales de poder entre naciones y clases, parecen estar todavía lejos de las mediciones existentes y tal vez no tengan antecedentes en la historia.
Con esta panorámica visión de los cambios en el Estado y el régimen político veamos sus conexiones con la nación en formación y con las nacionalidades. Perú nunca llegó a ser una nación y ello también le sirvió al Estado para mantener su dominación sobre las culturas originarias. Utilicemos un texto de José Raymundo Trinidades donde critica al proyecto no nacional de Bolsonaro. Esto significa que la nación puede también ser alterada en su contenido. Señala que el concepto de nación tiene que ver con cinco condiciones fundamentales cuya interacción e integridad nos permitirá hablar o no de nación: 1) La garantía de las condiciones de vida de la población que habita un territorio, 2) la producción de nuevos conocimientos y tecnología que permiten hablar de civilización, 3) La diversidad cultural que establece la codificación de un pueblo, 4) el factor territorial y geopolítico, control sobre el territorio y sobre las bases naturales que establecen una convivencia civilizatoria y 5) El poder monetario nacional para mantener un patrón de precios gobernado por la moneda que hace posible controlar las relaciones comerciales internas con reglas para la apropiación de la riqueza y para la transferencia de parte de esta al exterior.[4]
Estos factores pueden ser desagregados [5], pero pensemos en los 5 aspectos mencionados. En lo primero, el exterminio fue una constante y tuvo su límite en la necesidad de esclavos o siervos. La oligarquía no respetó los conocimientos previos, por tanto, no se utilizaron ni conservaron; tampoco le interesó ingresar a la civilización industrial que ya está entrando a su quinta revolución. La rica diversidad cultural fue víctima de epistemicidio, expropiación puntual y se mantuvo en guetos regionales folclorizados y desintegrados. El racismo multidimensional contribuyo enormemente a la fragmentación. El despojo territorial fue y es una imposición violenta o engañosa. En lo económico se impusieron normas centralizadas y monopólicas para la explotación, apropiación de ganancias y exportación de capitales. Con el proyecto neoliberal todas las anteriores tendencias se intensifican, definiendo la soberanía nacional; una destrucción que lleva a la no nación. Algunos breves ejemplos aclaran el concepto; el despojo y saqueo, la flexibilidad laboral, la ley “pulpin”, las AFP o afores, las disposiciones sobre mayor productividad imponen la precarización y el desempleo y atentan contra un factor. Paralelamente, la reforma educativa neoliberal destruye la escuela como a la universidad y no permite pensar en una escuela, universidad y una sociedad autónomas y nos conducen a pensar en un pueblo sin historia y sin futuro.
Con esto entenderemos por qué la nación trata de un vínculo dinámico entre seres humanos y por qué la estatización de la vida social está siempre atravesada por el conflicto, marcada por el autoritarismo y el respeto a las jerarquías, inculcado en la escuela religiosa y las fuerzas armadas y que es desbordada frecuentemente por la política autónoma de las clases subalternas. El ethos colonial protegerá los elementos que identifican al sistema de opresión y explotación. Resalta, en este sentido, la propiedad privada como el gran estructurante económico, social de una minoría y el Estado como el máximo cohesionador político e ideológico a través símbolos, desfiles, días feriados, el futbol, la comida. Factores íntimamente relacionados e influyéndose mutuamente en la reproducción de relaciones sociales y políticas correspondientes, en este caso, al capitalismo colonial. El problema es que los pueblos van reconociendo que el Estado es de pocos, es no nacional, y no existen bases para ser democrático republicano. Allí radica el fundamento de una crisis potencial y permanente. En su lugar, la izquierda popular empieza a desarrollar proyectos políticos susceptibles de unificar a las fuerzas subalternas contra el poder social único del capital. La creación del frente nacional de lucha que agrupa a los andinos serranos y costeños, amazónicos y las grandes metrópolis.
El régimen político es en sí mismo un factor de crisis, pues se sustenta y al mismo tiempo contribuye a reproducir las condiciones económicas, la propiedad, el régimen de acumulación; la estructura social y las relaciones de explotación; culturales, con discriminación y racismo, de limitado acceso a conocimientos y medios de desarrollo, que en conjunto no delimitan una ciudadanía, y más bien condicionan la lucha por para darle una orientación al poder y para asignar un papel determinado al gobernante y a las distintas sujetos sociopolíticos que participan del mismo régimen. Como parte de tales condiciones, el régimen político de un Estado no se comprende sin tomar en cuenta las instituciones y normas que lo articulan a otros Estados y poderes en el ámbito regional y mundial, los cuales condicionan las posibilidades y limitaciones del régimen político –y sus componentes fundamentales– circunscrito a un Estado determinado. Las reacciones internacionales ante el genocidio ordenado por los usurpadores Boluarte-Otarola expresan esto último. Sin embargo, no llega a producirse una situación de crisis política dela que nos hablaba el gran estratega de la revolución Rusa, Vladimir Lenin:
“La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable; tal o cual crisis en las ‘alturas’, una crisis de la política de la clase dominante, abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. (Que ‘los de arriba no puedan vivir’ como hasta entonces)
- Una agravación, superior a la habitual, de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. (Que ‘los de abajo no quieran’ vivir como antes)
- Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas, que en tiempos ‘pacíficos’ se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por la situación de crisis en conjunto como por las ‘alturas’ mismas, a una acción histórica independiente.”[6]
Con el neoliberalismo, las crisis tienen una particularidad que posibilita la dificultad para resolver las múltiples y grandes contradicciones surgidas con su desenvolvimiento. El proceso de la crisis actual difiere de sus precedentes históricos por cuanto la estamos viviendo desde un contexto de «divorcio entre el poder y la política». Ese alejamiento provoca una «ausencia de la agencia o capacidad de acción» necesaria para hacer aquello que toda crisis exige por definición: elegir un modo de proceder y aplicar la terapia indicada para seguir el camino que se ha escogido. Ese proceso debe continuar hasta crear un nuevo espíritu del tiempo, como lo llama la filosofía alemana (Zeitgeist); hasta que la revolución de las conciencias se convierta en garantía de que el poder del Estado construya las bases plurinacionales, saque de la miseria a las mayorías o sea destruido.
Notas:
[1] Jorge Beinstein, Pensar la decadencia El concepto de crisis a comienzos del siglo XXI, http://www.rebelion.org/docs/16396.pdf, 2005.
[2] Raúl Prada Alcoreza, La vorágine de la crisis múltiple, ecológica, civilizatoria, del sistema mundo moderno y de los Estado nación, Bolpress, julio 2022
[3] Lawrence Krader, (1980) El Estado, en la teoría y en la historia. Ediciones El Caballito, México, 1980.
[4] José Raymundo trinado Barreto, Detener el proyecto no nacional: defender la universidad pública y la soberanía nacional, Carta Maior, 26/08/2019 https://www.cartamaior.com.br/?/Editoria/Politica/Deter-o-projeto-de-nao-nacao-defender-a-universidade-publica-e-a-soberania-nacoinal/4/45068
[5] No revisaremos cada uno de los aspectos que se requieren para construir una nación. Cada quien se dará cuenta de que el Estado colonial fue incapaz de hacer lo más mínimo para lograrlo. En el primer punto, la calidad de vida depende de algunas condiciones que satisfacen el deseo de vivir y construir futuro: a) garantía de sostenibilidad alimentaria, b) acceso básico al trabajo que honra al ser humano, c) garantía de la vejez, la dignidad de la seguridad social que permite mantener el honor de quien trabajo toda su vida, d) el apoyo educativo, que permite comprender la vida convertida en creatividad y planificación, e) garantía de salud que cumpla con las estipulaciones básicas de cura y prevención. En el segundo punto. Para conseguir esta capacidad será necesario a) una red educativa universalizada, accesible para todos, con un patrón de transferencia lingüística y de aprendizaje que socializa el conocimiento promedio de la humanidad. B) Una red de educación pública superior para la recreación continua del conocimiento hasta el logro de nuevos conocimientos y c) una red de experimentación y problematización de una ciencia de vanguardia. En el tercer punto. La diversidad cultural se refiere a la integración e interacción entre las diferencias y la disposición de darse entre sí. La negación de la diversidad y la imposición por la fuerza de reglas que violan la multilateralidad abortan la condición nacional. El cuarto factor tiene que ver con el control sobre el territorio y sobre las bases naturales que establecen la convivencia civilizatoria centrada en el uso colectivo y público sobre la apropiación privada e individual, la transformación de la naturaleza en una perspectiva tecnológica y uso por parte de la civilización nacional y el respeto en el uso de la naturaleza bajo la condición del mantenimiento generacional y la permanencia del planeta. Una condición geopolítica es la experimentación del poder militar de civilización y defensa territorial, de subordinación a los intereses de la sociedad, lo contrario es atentar contra la democracia y la civilidad. (Ibid. Raymundo Trinidade Barreto, P.3 y ss.).
[6] Vladimir Lenin, La bancarrota de la II Internacional, Mayo-junio de 1915.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.