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Ucrania

Petro Poroshenko, el latinista

Fuentes: Rebelión

Si duda en su vasta experiencia como empresario, lo que lo convirtió en el hombre más rico de Ucrania, fabricando chocolates y armas, más de una vez Petro Poroshenko, a la sazón también presidente de Ucrania, espurio, pero presidente al fin, habrá recordado el latinazgo atribuido a Flavius Renatus Vegetius: «Si vis pacem, para bellum» […]

Si duda en su vasta experiencia como empresario, lo que lo convirtió en el hombre más rico de Ucrania, fabricando chocolates y armas, más de una vez Petro Poroshenko, a la sazón también presidente de Ucrania, espurio, pero presidente al fin, habrá recordado el latinazgo atribuido a Flavius Renatus Vegetius: «Si vis pacem, para bellum» (Si quieres la paz prepárate para la guerra). Las pruebas al canto, desde que se han puesto en vigencia los recientes acuerdos de Minsk, que firmó con lo que se conoce como el grupo de Normandía (Rusia, Alemania, Francia y Ucrania) Kiev, no ha dejado de demostrar que Poroshenko es un gran latinista.

Si bien los recientes acuerdos que entraron en vigor el día 15 de febrero deteniendo la guerra que Kiev venía perpetrando contra las jóvenes repúblicas populares de Lugansk y Donetsk, y que a pesar de contar con todo el apoyo militar y estratégico de la OTAN, los ejercito del rey de chocolate se aproximaba a una derrota irreversible. La guerra que había prometido ganar en un mes, ya lleva casi un año y no solo no la gana sino que la está perdiendo.

Las tropas que retornan a Kiev, después de entrar en vigencia el acuerdo, desde del pantano al que fueron empujados por los burócratas neo nazis que se encaramaron en el poder el 14 de febrero de 2014, lo hacen humillados, desmoralizados y con más de una demanda, que de no ser por la intervención solapada de occidente la corona del rey del chocolate ya habría comenzado a derretirse.

Es difícil creer que las decisiones de Poroshenko, aupado por Occidente, tras la entrada en vigor los acuerdos de Minsk, haya un anhelo de paz, según se ve en los actos es solo un respiro, en busca de un rápido rearme de su ejercito exhausto y más próximo al motín que a la «gloria».

En el frente social, Poroshenko no está en mejor situación que en lo militar, la gente se va cansado, ya no solo de la guerra, sino también de la corrupción, la falta de reformas, el aumento constante de la presión fiscal, la inflación, la desocupación y el abandono a su suerte de los miles de desplazados por la guerra y la ingerencia cada vez mayor del empresario sionista Igor Kolomoisky, quién se apura más por sus obras en Israel y rearmar al partido neo nazi, «Svoboda» prácticamente una Guard Corps de él y sus intereses privados, dejando por fuera al pueblo ucraniano.

Desde que entró en vigencia el tratado de Minsk, Ucrania no ha dejado de sembra pistas acerca de cuales serán sus pasos en un futuro no muy lejano.

Las promesas, en el campo militar y diplomático, de Poroshenko son tan difíciles de creer como en lo político en 2013; un año antes de consagrarse presidente anunció que se había deshecho de las acciones, del conglomerado industrial que produce autobuses, trolebuses y vehículos para el Estado; una reciente investigación ha demostrado que Poroshenko sigue siendo uno de los principales accionistas. Cuando se presentó a las elecciones del 25 de mayo del año pasado anunció que iba a vender todos sus activos, a excepción de su cadena de televisión Canal 5, radios y periódicos. Hasta ahora nada de eso lo ha cumplido. Incluso ha comprado nuevas empresas, la joya de la corona de su imperio chocolatero «Roshen», ha multiplicado por nueve sus ganancias en 2014.

Tampoco lo hizo con los grandes astilleros Lenínska Kuznya y otras muchas de sus empresas, a las que ha incorporado varias de altas tecnologías.

Por la vuelta

Si bien el alto el fuego, la condición básica del acuerdo, se ha acatado con algunas irregularidades, tiende a generalizase, mucho más después de la retirada de más de cinco mil hombres del ejercito ucraniano sitiados por las tropas independentistas en el estratégico nudo ferroviario de Dabaltsevo, el permiso de la retirada otorgado por los altos mandos de Donetsk y Lugansk, a pesar de que dicho punto no estaba estipulado en los acuerdos, ha evitado no solo una matanza, sino lo que hubiera definido el curso irremediable de la guerra.

Como respuesta a ese gesto, Poroshenko ha continuado con su escalada belicista; más allá de seguir proveyéndose de armamento por parte de Washington, Kiev ha cortado el suministro de gas a las poblaciones del Este como Donbass más allá de que los acuerdos de Minsk obligaban a Kiev a abastecer de gas a esas regiones.

Esta última acción fue calificada de genocida por el presidente ruso Vladimir Putin, por lo que fiel a su estilo responderá en pocos días cortando los suministros de gas ruso a Ucrania.

Poroshenko sabe perfectamente que más allá de la devastación que sus ejércitos y las bandas paramilitares ha provocado en las zonas disputadas, no ha podido quebrar el espíritu de lucha de los milicianos, ni de la población civil, lo que contrasta más todavía con la derrota moral del ejercito ucraniano.

Con el fin de subsanar esta situación, el presidente de Ucrania trata de desesperadamente de reverdecer el ejército con grandes campañas de reclutamiento forzado a todos los jóvenes de más de dieciséis años a incorporarse, incluso el llamado ha alcanzado a muchos de los jóvenes de Chernobil que viven desde hace años en el exterior.

Poroshenko ordenó para este año la oleada de reclutamiento obligatorio en tres tandas: la primera fue el veinte de enero, la segunda será en abril, y la última en julio, siendo el período de servicio militar obligatorio de dieciocho meses. Pero más allá de las campañas de reclutamiento que han sido un fracaso, se sabe que el grupo neofascista Pravy Sektor ha decidido hacerse cargo del problema organizando grandes levas y razias con las que literalmente son secuestrados los futuros combatientes.

Para entrenar a los nuevos y «espontáneos» miembros de los ejércitos de Poroshenko, Estados Unidos, Gran Bretaña y Polonia han dispuesto de asesores militares que entrenarán a los novatos en diferentes centros de entrenamiento, principalmente en el tétrico campo militar de Yávorov en la provincia de Lvov en la frontera con Polonia por donde ya han pasado miles de mercenarios de la ultra derecha europea desde hace dos a años.

La situación está sacando de caja a la jefa de Europa, también canciller alemana Ángela Merkel, que ya no sabe como hacerle entender a Washington que su aliento belicista a Kiev está llevando a la eurozona a la debacle. El año pasado las sanciones rusas contra la Unión Europea significaron veinte dos mil millones de dólares, quizá de seguir así este año la cifra se acreciente ostensiblemente.

Kiev, con nuevo armamento, instructores militares, tropa renovada y créditos blandos para inversiones militares se va a volver a tentar de probar suerte. Petro Poroshenko, que sabe mucho de latinazgos y dichos populares, seguramente estará pensando en aquel refrán que dice: «No hay mejor defensa que un buen ataque».

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. Colabora con diferentes medios escritos y radiales de América Latina. Dirige en Facebook : «Línea Internacional», «Revista Hamartia» y «Jornada Latinoamericanas», «Revista Archipielago» (México), «Caratula» (Nicaragua), «A Plena Voz» (Venezuela), Radio Madre (AM. 530) y Radio Grafica (FM 89.3)). Colabora con «Rebelión» y «El Correo de la Diáspora argentina».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.