Merkel, Schäuble, Juncker, Tusk, Dijsselbloem, Schulz y Draghi están de enhorabuena: ahora es nada menos que la «izquierda radical» la que defiende su proyecto y la que aplicará el nuevo memorándum
Por desgracia, estaba ya muy claro que Grecia era llamada el 20 de septiembre a las urnas para legitimar una nueva comparsa de títeres dispuesta a ejecutar los designios de sus acreedores, recogidos en el Acuerdo de Préstamo de 2010 y en el nuevo Memorándum. El NO del referéndum fue interpretado hace semanas como un SÍ, y las elecciones fueron convocadas por la vía rápida con el único fin de ratificar en las urnas esta misteriosa asunción.
Esto explica -aunque no justifica- que el voto mayoritario fuera aplastantemente la abstención (45%). Lo explica, porque refleja el desengaño, la desconfianza y el «castigo» de buena parte del electorado; pero no lo justifica en absoluto porque, mientras no haya una ley electoral que declare nulas las elecciones a partir de una cierta tasa de abstención, la abstención se traduce únicamente en un mayor peso específico de cada voto que entra en las urnas. Y así, el desengaño y el supuesto castigo se ha traducido, por arte matemática, en un Parlamento arrasadoramente pro-rescate, donde no ha conseguido entrar siquiera un nuevo diputado disidente.
Semanas después de un insólito referéndum -el único de los últimos cuarenta años de «democracia»- en el que, con los bancos cerrados y contra todo pronóstico mediático, el 62% de los votantes expresaron un rotundo NO a un nuevo memorándum, gana las elecciones el mismo partido que, haciendo caso omiso al resultado del plebiscito convocado por su propia iniciativa, acaba de firmar el más oneroso de los memoranda y de conseguir que sea aprobado por el Parlamento… ¡gracias a los votos de la oposición! ¡Europa está encantada! Merkel, Schäuble, Juncker, Tusk, Dijsselbloem, Schulz y Draghi están de enhorabuena: ya no es sólo el neoliberalismo, ni el bipartidismo tradicional, ni la vieja democracia cristiana, ahora es nada menos que la «izquierda radical» (sic) la que defiende su proyecto y la que aplicará el nuevo memorándum. ¡Arrepentidos los quiere Europa!
Los votantes que hoy celebran el triunfo de Syriza son quienes creen aún en el discurso cándido de que es posible cambiar Europa desde dentro, de que un amplio frente de partidos de nueva creación conseguirá vencer al núcleo duro del euro y de la Unión y convertir Europa en un paraíso democrático y solidario. Pero los tiros no van por ahí: lo demuestra la intransigencia de las Instituciones y del Eurogrupo en las «negociaciones» del nuevo rescate, lo demuestra la creciente creación de superorganismos y tratados opacos y ajenos al control de los gobiernos y de los ciudadanos, lo demuestra la renuncia a la soberanía aparejada a cada cláusula de los memoranda, y lo demuestra, abiertamente, la reciente negativa en bloque de los países de la Unión Europea -a instancias del Ecofin- a aprobar la Resolución de Naciones Unidas sobre el marco de principios básicos para la reestructuración económica de los Estados endeudados: una resolución muy moderada que trata de salvaguardar en lo posible la soberanía nacional, la legalidad, la transparencia y los derechos de los Estados soberanos ante sus acreedores, y que, hace apenas diez días, el Gobierno de Syriza-ANEL se ha abstenido de firmar, pese a estar supuestamente reivindicando ante sus socios la reestructuración de una deuda inviable.
No sorprende, en el fondo: dicho gobierno tampoco ha apelado, para argumentar su reivindicación, a las declaraciones del propio Parlamento Europeo (14/5/2014) sobre la violación del derecho originario de la Unión por parte de los acuerdos firmados con la Troika; ni ha invocado la reciente declaración del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas acerca de que las políticas de austeridad aplicadas en Grecia contravienen la Carta de Derechos Humanos de la ONU, la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, y otros acuerdos internacionales; ni ha hecho suyos los recelos del propio FMI sobre la viabilidad de la deuda; ni siquiera ha hecho uso alguno del revelador informe de la Comisión de la Verdad sobre la legitimidad de la deuda, encargado por la propia presidencia del Parlamento griego a un equipo internacional de auditores encabezado por Eric Toussaint. La intención, pues, parece clara: adelante con el plan.
La aplicación del nuevo memorándum ya ha sido sancionada en las urnas. Aplicarlo será, a partir de ahora, «dar cumplimiento a la voluntad popular». El nuevo «presidente» de Grecia será el tecnócrata holandés Maarten Verwey, director general de la Comisión Europea para asuntos de reformas estructurales, y el Parlamento soberano sancionará sus planes, sesión tras sesión, para sosiego de los acreedores y avance del proceso de consumación europea.
Las medidas del nuevo memorándum no tienen nada que ofrecer al pueblo griego: lo prueba la experiencia de los últimos años, y nadie puede ya decir honestamente que dicha afirmación rotunda es sólo ideología o cábala. Todas las onerosas medidas que se han aplicado desde 2010 para afrontar la deuda pública la han elevado del 120% al 180% del PIB, y sigue creciendo. Mientras el PIB sigue disminuyendo, siguen disminuyendo los salarios, las pensiones, las prestaciones sociales, los derechos laborales, la riqueza nacional, la soberanía, la esperanza de vida. Y mientras siguen aumentando los impuestos, y el paro, y la emigración, y la tasa de suicidios, y la tasa de mortalidad. El nuevo memorándum traerá nuevos recortes en salarios, pensiones y gasto social; pero también aumentará la deuda en 83.000 millones más, de los que el 85% irá directamente a amortizar capital e intereses y a recapitalizar a la banca privada; y también aumentará el expolio, pues, ahí donde Grecia está desde hace años sometida al mayor plan de privatizaciones del mundo, ahora se le exige vender nuevos activos por la ingente suma de 50.000 millones de euros; y disminuirá la transparencia, pues se le exige eliminar los mecanismos de control estatal sobre los presupuestos y transferirlo directamente a Europa; y disminuirán, si aún es posible, los últimos reductos de soberanía, pues la firma con el Mecanismo Europeo de Estabilidad implica la acatación sin condiciones de sus directrices.
Grecia no tiene tiempo para esperar a que Europa cambie desde dentro. ¿Cuántas elecciones, cuántos gobiernos, cuántos memoranda han de sucederse todavía para que despertemos de una vez y pongamos fin a esta locura?