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Polonia: las elecciones en las periferias

Fuentes: Rebelión

Las elecciones parlamentarias del pasado 9 de octubre trajeron novedades, aunque el saldo general es la continuidad: por primera vez desde la restauración de la democracia, seguirá el gobierno en función, encabezado por el primer ministro Donald Tusk y conformado por su Plataforma Cívica (PO) y el Partido Campesino (PSL). La PO obtuvo 39% de […]

Las elecciones parlamentarias del pasado 9 de octubre trajeron novedades, aunque el saldo general es la continuidad: por primera vez desde la restauración de la democracia, seguirá el gobierno en función, encabezado por el primer ministro Donald Tusk y conformado por su Plataforma Cívica (PO) y el Partido Campesino (PSL). La PO obtuvo 39% de los votos, la principal oposición de la Ley y Justicia (PiS) 29%, el Movimiento de Palikot (RP), un nuevo partido ganó 10%, seguido por el PSL 8% y la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD) 8%, ayer comunistas, hoy neoliberales.

 

Fue un plebiscito a favor de los gobernantes, pero también una votación en contra del regreso de la PiS al poder y la repetición de la paranoia – anticomunista, anti-rusa, etc. – del gobierno de Jaroslaw Kaczynski 2005-2007, un razonamiento de los que apreciaban ‘la normalidad’ que trajo Tusk.

La nueva derrota de la PiS por si sola podía haber sido una buena noticia, si no fuera un orto acto que divide la política entre los liberales-conservadores (PO) y conservadores-liberales (PiS). Hace 4 años la diferencia entre ellos fue casi igual.

Son el uno para el otro. Su sobredimensionado conflicto evita las cuestiones económicas y sociales, concentrándose en lo simbólico, como la pseudo-lucha por ‘la verdad’ sobre la catástrofe aérea en Smolensk, lo que le permite a las elites neutralizar la rabia generada por el capitalismo. Un viejo legado de la transformación post-89 que sofocó el lenguaje de la lucha e intereses de las clases, articulando los conflictos según las identidades y dirigiendo la frustración en contra de ‘los extraños’ (internos y/o externos).

El hecho de que Polonia ha sido el único país de la Unión Europea que se salvó de la crisis, manteniendo un crecimiento sostenido de cerca del 5% del PIB, favoreció esta estrategia (todo esto no fue gracias al gobierno, sino a una particular confluencia de factores, pero no le impidió a Tusk cosechar los votos por ‘un buen manejo de la crisis’).

Y si más bien la dicotomía entre la PO ‘abierta’, pro-europea y en vías de modernización y la PiS xenofóbica, anclada en un folclor católico-nacionalista, refleja algunas divisiones en la sociedad, no las representa todas y no da cabida a los verdaderos conflictos de intereses.

La novedad más grande es el resultado del movimiento quasi-izquierdista dirigido por Janusz Palikot, ex diputado de la PO un empresario millonario, lo que podría indicar que es posible romper el duopolio derechista y manifestar el descontento. Hasta hubo voces que votar por él fue la misma rabia que ronda por Madrid o Nueva York. Nada más erróneo. El mecanismo de la contención social en Polonia sigue intacto y su movimiento no es antisistémico , sino complementario a la hegemonía PO-PiS.

Palikot es un oportunista y su gente una mezcla de empresarios, celebrities y unos activistas de buena fe. Su triunfo no se debe a la autoorganización o una indignación, sino a un manejo hábil de los medios. Su lenguaje abiertamente anticlerical (una novedad en un país ultra-católico) mezclado con temas progresistas (los derechos LGBT o legalización de las drogas) atrajo a los jóvenes y a la gente insatisfecha con la ‘izquierda’ de la SLD.

Una mala noticia para este partido, pero muy buena para toda la izquierda real en Polonia. Y hay dos maneras de verla: puede que Palikot aglutinará a la nueva izquierda, aunque él como un izquierdista es un chiste (su pensamiento económico es cercano al libertarismo y no demuestra preocupación por el mundo de trabajo). O puede, que por carecer de la base social su movimiento se desintegrará, dejando un camino a una verdadera izquierda social. Esto sería mucho más provechoso.

Pero para la filosofa Agata Bielik-Robson, Palikot no será una efeméride, sino un sujeto en alza, y una esperanza para seguir con la modernización y laicización de la esfera pública. Proceso que la Europa Occidental ya ha experimentado (hasta a España le ha tocado).

La modernidad que llegó a Polonia después del 89 no nos convirtió en un país desarrollado, cómo aseguraban algunos, sino en las periferias del capitalismo global. Otros decían que nuestra modernización será particular, sin la secularización, ya que somos ‘un Cristo de las Naciones’.   La derrota de la Iglesia católica (¡10% para un movimiento anticlerical!) demostró que tampoco esto era cierto.

La estrategia de la ‘modernización conservadora’ de la PO – a decir de Bielik-Robson – que continuará ahora, consiste en no cuestionar el papel de las periferias y en introducir cambios graduales. En lo económico es el mejoramiento de la infraestructura (obras que benefician más al capital). En lo cultural la lenta diseminación de las ideas emancipatorias, sin molestar a la Iglesia.

Palikot puede acelerar los cambios culturales. Para que haya cambios en lo socio-económico hará falta un nuevo movimiento antisistémico , capaz de articular la política en función de los intereses de clase.

Su aparición sería una verdadera novedad y una buena noticia para la democracia en Polonia.

* Maciek Wisniewski es un periodista polaco.

Una versión ligeramente cambiada del comentario que apareció en La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2011/10/15/opinion/020a1mun

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.