Semeja un círculo vicioso de difícil aunque no imposible salida. También en América Latina el neoliberalismo, con sus privatizaciones y reducciones de los gastos públicos, se ha erigido en potenciador por excelencia de la COVID-19, y esta por su parte está provocando más desigualdad, más hambre…; en fin, más capitalismo paroxístico, con el grueso del “salvataje” fluyendo hacia los bancos, las grandes compañías, en detrimento de las multitudes.
Ahora, al buscar el “motor impulsor” del statu quo recordemos que ya antes del megacontagio se ahondaban la indignación y la rabia contra las élites que se alejan de las bases, incumplen promesas democráticas y aplican ajustes sobre las mayorías. Como resultado, una ola de manifestaciones populares que a la altura del décimo mes del año IPS calificaba de “otra Revolución de Octubre”, trasuntada en hirvientes protestas callejeras en Ecuador, Chile, Haití…,
“Si el estallido en Ecuador se explica por el ‘paquetazo’ del FMI, en Chile se explica porque las recetas del llamado Consenso de Washington (de políticas neoliberales de finales del siglo XX) se han ido inoculando por dosis hasta que llegaron a una saturación”, señalaba a la agencia noticiosa el analista Gustavo González.
Pero lo reseñado supone apenas un breve paneo de una circunstancia multiplicada en el hemisferio, y que se materializa incluso en los Estados Unidos, donde la repulsa al racismo y a la brutalidad policial supone una suerte de capa exterior de un proceso más profundo: la sublevación contra la esencia del régimen, cuyos graves efectos sobre el pueblo, varado en un “limbo de necesidades”, en imagen de Heldelberto López Blanch (digital Rebelión), se han acabado de destapar con el paso “triunfal” del SARS-CoV-2, que ha remitido al globo a “terapia económica”.
Tras apuntar que las providencias para combatir el patógeno debilitarán a nivel planetario la inversión, la innovación, el empleo, la educación, el comercio, las cadenas de suministros y el consumo, un estudio del Banco Mundial (BM), aludido por el colega, concluye que devendrán (devienen) perjudicadas en extremo las naciones en desarrollo (mejor nombrarlas subdesarrolladas) con frágiles sistemas de salud y dependientes en demasía del intercambio, el turismo, las remesas del exterior, la venta de materias primas.
Mientras en abril la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en voz de su secretaria ejecutiva, Alicia Bárcena, vaticinaba entre otras consecuencias de la extendida dolencia una contracción de la economía de 5, 3 por ciento, calificándola de la peor desde 1930, el guarismo palidece en el último anuncio: “El PIB caerá -9,1 por ciento en 2020 y su nivel per cápita será similar al observado en 2010, lo que significa un retroceso de 10 años”. Otra “década perdida”, en la que se avizora el desplome de al menos 15 por ciento en el trasiego de mercancías; y considerables aumentos del paro, el hambre y –no faltaba más– de la desigualdad. El organismo calcula que el número de individuos en situación de pobreza se incrementará en 45,4 millones el año en curso, con lo que pasarían de 185,5 millones en 2019 a 230,9 millones en 2020, el 37,3 por ciento de la población del subcontinente.
Por su lado, el BM prevé que caerán estrepitosamente cinco de las más voluminosas economías: las de Brasil, México, Argentina, Chile y Perú. Según el “leal saber y entender” de la institución, las dos primeras se constreñirán ocho y 7,5 por ciento, respectivamente. 7,3, la tercera, que ya sufría una bancarrota, atizada por el nefasto accionar del presidente Mauricio Macri, quien apostó por el más completo endeudamiento. La cuarta, hasta hace poco presentada como paradigma de macrocrecimiento, exhibirá -10 (así que escocerán más los apretones del cinturón impuestos por Sebastián Piñera, aventajado discípulo de los ultraliberales Chicago Boys), y la quinta, -12 por ciento.
De entre los ramalazos que han enriquecido a los menos en desmedro de los más sobresale la desnacionalización de la salud pública, víctima “propiciatoria” del manojo de medidas “sugeridas” por el Imperio, el FMI y el BM dizque para conjurar la crisis tan “campante”, desatando el mercado y comprimiendo los fueros del Estado. Esas normativas han sumido en el caos a “Nuestra América”, sin que su máximo arquitecto, EE.UU., todavía empeñado en detentar un “patio trasero”, haya intentado brindar la necesaria ayuda, abismado en un enorme atolladero, dada la ofrenda de sus propios mecanismos de salubridad a “Poderoso Caballero”. Por cierto, “Don Dinero” obligó a clausurar, en Brasil, el solidario programa Más Médico, el cual convocó a cerca de 20 000 especialistas cubanos, que durante cinco años atendieron la “friolera” de 113 359 000 pacientes, en más de 3 600 municipios. Hoy el gigante sudamericano registra una de las más altas tasas de infección del nuevo coronavirus en el mundo.
¿Casualidad? No, igualmente en Ecuador y Bolivia el cese de la exitosa colaboración en la esfera, dispuesto por autoridades que han vendido el alma al diablo, o sea al Tío Sam, a todas luces ha influido en la situación de cadáveres atiborrando las morgues, abandonados a la intemperie y arracimados en cementerios que han llegado a cerrar sus puertas al incesante arribo de “despojos”.
Ante una posible duda sobre lo expuesto hasta aquí, vayamos más allá. Precisemos que lo denunciado representa apenas un ángulo de un panorama que se desdobla en “detalles”, mencionados por Álvaro Verzi Rangel en Rebelión, tales el que “el sencillo mensaje de lavarse las manos frecuentemente es para muchas familias, más que consejo, una ilusión o burla, en una región donde el 40% de hogares carece de acceso a agua potable […]. ¿Alguien se preguntó cómo sufren el Quédate en casa aquellas familias que habitan en hacinamiento de pocos metros cuadrados, donde viven, duermen, cocinan? Estas palabras como cuarentena, confinamiento, aislamiento, carecen de sentido para quienes encuentran en la calle, en la vereda de sus poblaciones marginales, la única posibilidad de sobrevivir”.
¿Tamaño entuerto dependerá estrictamente de lo material? Claro que no. Mientras un coloso como China ha levantado modernos centros asistenciales a toda velocidad, batallando con la desbocada epidemia con tensiones estatal y civil mancomunadas, la industrializada Italia se ha planteado el dilema de a cuáles enfermos priorizar la terapia y a cuáles condenar a una muerte segura; el Gobierno de España se ha visto compelido a ordenar a la medicina particular ponerse a su disposición. Y al momento de escribir esta columna, los “pletóricos” EUA compartían con sus vecinos del sur la condición de epicentro de la trasmisión de la COVID-19. Algo evocado no solo desde la izquierda, sino por analistas como Arturo Wallace, en la muy británica BBC.
Qué decir entonces de un pedazo del orbe en que “incluso Brasil, que tal vez tenga el sistema de salud más ambicioso de toda la región, invierte poquísimo en salud pública: 3,8% del PIB […] De hecho, con un gasto en salud per cápita de US$ 1.076 anuales, en 2017 América Latina destinó a salud tres veces menos que los países de la Unión Europea, que en promedio gastan US$3.364 por cabeza, según cifras de la Organización Mundial de la Salud. Y esa cifra incluye al gasto privado, que en aproximadamente un tercio de los países de la región latinoamericana es de hecho mayor que el gasto público”.
¿Por qué, a pesar de agobios en buen grado provocados por el acerado y poliédrico cerco gringo, Cuba eroga para el sector dos mil millones 486 mil dólares, 10, 6 por ciento de su presupuesto, en tanto Chile, que le sigue en cantidad, 2 mil millones 229 mil, tibio 4,9 por ciento, conforme a datos de la OPS? Sí, una “pobreza irradiante”, calificada con el poeta, permite a este archipiélago actitudes épicas como marchar a la vanguardia en número de camas hospitalarias y de médicos per cápita, en la equidad de acceso a la cura de enfermedades…
A guisa de paliativos para una metástasis figuran diez propuestas de la FAO y la Cepal con eco largo; la más comentada, la garantía de un “bono contra el hambre”, consistente en “transferencias monetarias, canastas, o cupones de alimentos, por el equivalente a 47 dólares mensuales, que representan 70 por ciento del ingreso marcador de la línea de pobreza extrema en la región”. Eso más la estipulación de socorros financieros –créditos y subsidios– a empresas agropecuarias, familiares; de ajuste de los protocolos de higiene en la producción y el transporte de comestibles y en los mercados mayoristas y minoristas; de mantenimiento de las fronteras abiertas al comercio agrícola y evitación del proteccionismo que contribuya al alza de los precios de los productos….
Al “decálogo”, no agotado aquí, se le adiciona el llamado de la Cepal, por intermedio de su líder, a la profundización de la integración, “la mejor respuesta de los países de América Latina y el Caribe ante la COVID-19”, dadas las “capacidades productivas poco sofisticadas y fragmentadas, por lo que se requiere escalar las capacidades nacionales y regionales, principalmente en la producción y provisión de bienes de primera necesidad”. Además, deviene “imperativo aplicar inmediatamente y de manera eficiente las medidas de contención sugeridas por la Organización Mundial de la Salud, fortalecer los sistemas de salud y garantizar acceso universal a pruebas, medicamentos y curas”. Específicamente con respecto a Cuba y Venezuela, urge levantar las sanciones “para permitir su acceso a alimentos, suministros médicos y pruebas de COVID-19 y asistencia médica”.
Es tiempo de solidaridad, no de exclusión, concluye Bárcena, en la misma cuerda de la Mayor de las Antillas, que defiende a capa y espada y mediante desinteresados gestos la salvaguarda de toda la humanidad, y brega por garantizar a sus naturales una pitanza básica; recursos primordiales: agua, energía…; y por perfeccionar la gratuita, ecuménica sanidad. Contraste entre el socialismo y el capitalismo que nadie alcanzará a solapar completamente, porque “por sus frutos los conoceréis”, reza el Evangelio. Por sus actos los distinguirán, traduce la vida, y lo demuestra el criollo enfrentamiento de la pandemia.