En camino está el proceso de recuperación de la imagen del dictador Salazar. Las nuevas generaciones de analistas e historiadores de diferentes cuadrantes repiten que, bien vistas las cosas, sin apasionamiento, fue un gran economista, el hombre de estado que proporcionó largos años de estabilidad financiera El agravamiento de la crisis estructural del capitalismo y […]
En camino está el proceso de recuperación de la imagen del dictador Salazar. Las nuevas generaciones de analistas e historiadores de diferentes cuadrantes repiten que, bien vistas las cosas, sin apasionamiento, fue un gran economista, el hombre de estado que proporcionó largos años de estabilidad financiera
El agravamiento de la crisis estructural del capitalismo y las derrotas del imperialismo en el Medio Oriente y en América Latina coinciden con campañas de ámbito mundial que forjan explicaciones falsas para sus fracasos y desvían la atención de los problemas fundamentales de la humanidad.
Una de esas campañas, de contornos ostensiblemente reaccionarios, se dirige a los partidos políticos. En Europa y en algunos países latinoamericanos asume gran intensidad. En ella desempeñan papel fundamental los órganos de comunicación social.
Se ha hecho casi una moda atribuir a los partidos políticos la responsabilidad por los desastres que afectan a los pueblos.
Al inicio de los años 90, después de la implosión de la Unión Soviética y de la instalación allí del capitalismo, la gran moda fue «el fin de la historia» que anunciaba el advenimiento de una era de felicidad y paz para la humanidad. Duró poco el ejercicio de futurología, porque la ideología redentora y eterna, el neoliberalismo globalizado, comenzó luego a acumular fracasos y las guerras preventivas de los Estados Unidos asumieron proporciones de tragedia mundial.
Ahora, en orquestación bien ensayada, los pueblos son bombardeados con una tesis absurda: las dificultades de la gobernabilidad crecen de manera alarmante en regímenes políticos muy diferentes por culpa de los partidos políticos. Ellos serian un cáncer incurable que corroe el tejido social. Los mass media multiplican los ejemplos para demostrar que la salvación estaría, si no en la desaparición de los partidos, al menos en la adopción de regímenes de nuevo tipo que redujesen al mínimo su participación en el funcionamiento de las instituciones. La tesis, para ser más convincente, es ilustrada con reportajes y crónicas sobre la corrupción del PT de Brasil, la cadena de escándalos de la política italiana, los periódicos casos de financiamientos ilícitos de los partidos alemanes, y hasta los amoríos de ministros y diputados británicos.
En Portugal la campaña asume características peculiares. Aunque eso no siempre se explicita, la justificación del colonialismo y el blanqueamiento del fascismo cumplen un papel en el concierto anti-partidos.
Sería un error subestimar el efecto de esa algazara en la opinión pública. Los media, en entrevistas realizadas en la calle, aprovechan el descontento cada vez más generalizado de la ciudadanía para introducir a despropósito el tema de los partidos. Es frecuente que gente honesta, pero sin formación política, envuelta por preguntas capciosas, se encamine al tipo de respuestas que el reportero pretende oír.
El periodista no menciona a Sócrates y su política reaccionaria, no alude siquiera a la ofensiva contra la función pública y los profesores, a las medidas que se dirigen a destruir el Servicio Nacional de Salud y la Seguridad Social en general, olvida el tema de las privatizaciones. Habla de la carestía, de escándalos que envuelven a diputados, de la demagogia parlamentaria, esboza el cuadro de las luchas internas en los partidos que tienen desgobernado Portugal. Objetivo: empujar a la persona interrogada a una conclusión: ¡la culpa de lo que ahí está pasando es de los partidos!
Es útil recordar que en los últimos meses se ha vuelto a escribir y a hablar mucho de Salazar y de Marcelo Caetano so pretexto de efemérides y de obras publicadas sobre ambos. Sus nombres aparecen, además, en una lista de los mayores portugueses de la historia, que se someterá a votación popular. La imbecilidad de la iniciativa no merecería comentario alguno si no fuese por la atención que le concede la comunicación social con divulgación de opiniones de muchas personalidades.
En camino está el proceso de recuperación de la imagen de Salazar. Las nuevas generaciones de analistas e historiadores de diferentes cuadrantes repiten que, bien vistas las cosas, sin apasionamiento, fue un gran economista, el hombre de estado que proporcionó largos años de estabilidad financiera, sacando al país del caos en que lo sumergiera la I República. Conscientemente desconocen la historia. En realidad, él era licenciado en derecho, fue profesor sin someterse a concurso y, aun cuando fue profesor de Economía política en Coimbra, no acompañó en lo más mínimo la evolución de las ciencias económicas.
En cuanto al fascismo, simuladores de cultura con columnas permanentes en los principales diarios de Lisboa y de Porto esbozan el retrato de un hombre con defectos, sí, apegado al poder, pero de gran saber, que creía en su proyecto de Portugal, un patriota calumniado al cual no se ajusta el calificativo de dictador. La distorsión de la realidad es tan profunda que algunos intelectuales que se dicen de izquierda niegan la existencia del fascismo en Portugal.
Sobre el tema han sido escritas miles de palabras, en un esfuerzo que entró por las universidades para sustentar que al Estado Nuevo portugués le faltan componentes que permiten definir como fascista un régimen. Al señalar las diferencias entre la Gestapo y la PIDE algunos analistas casi presentan a los chicos de Silva Pais como una policía política de rutina.
Esa actitud ha predominado también en los textos dedicados al campo de concentración de Tarrafal.
Marcelo Caetano recibe un tratamiento casi cariñoso en la mayoría de los medios de comunicación social portuguesa. En el balance de las conmemoraciones del centenario de su nacimiento predominó la apología del hombre y del político. El espacio y el tiempo que dedicaron al acontecimiento fueron tan torrenciales que un amigo peruano -poco familiarizado con nuestra historia- al pasar por Lisboa me preguntó si Caetano era un héroe nacional, contemporáneo de Vasco de Gama.
El denominador común de los artículos, conferencias y programas televisivos dedicados a Marcelo Caetano puede ser sintetizado en cuatro puntos:
1. No fue fascista.
2. El marcelismo se encaminaba a democratizar la sociedad portuguesa y promover una descolonización lenta, armoniosa.
3. Caetano era un reformador social, con una concepción progresista de la historia.
4. No supieron entenderlo y fue traído.
Creo oportuno llamar la atención a una situación muy negativa. La complicidad de la comunicación social portuguesa con la derecha – transparente en los articulos de columnistas de los principales diarios- contribuye a anestesiar la conciencia social del pueblo portugués. Marx y Lenin enunciaron una realidad al recordar que la ideología de la clase dominante marca decisivamente las sociedades capitalistas.
Lo que ha pasado con el centenario de Marcelo Caetano no debe ser encarado como excepción. Ello se inserta en un proceso complejo.
Recuerdo que durante la visita de Jorge Sampaio a Chile, como presidente de la República, él sintió tal entusiasmo con aquello que oyó y vio allí, que exteriorizó la admiración en un elogio desgarrado al «modelo económico chileno». ¿Tendría Sampaio conocimiento de que en la patria de Salvador Allende «el modelo económico» chileno, ultra liberal, heredado de la dictadura, recibió el rótulo de «pinochetismo sin Pinochet» por parte de las fuerzas progresistas locales?
Un periodista portugués, integrado en la comitiva presidencial, al aludir al golpe militar fascista del 11 de septiembre de 73, le llamó «la revolución chilena».
Expresiva de la apertura de los media a iniciativas de la derecha más oscurantista es la cantidad de noticias, artículos y entrevistas dedicados a un partidito ultra reaccionario. La organización (40 000 votos en las últimas elecciones) es un fantasma, tal como el creador. Pero los periódicos (que ignoraron prácticamente el homenaje nacional al general Vasco Gonçalves) abren, generosos, sus columnas a los disparates de ese personaje de opereta.
Significativa es también la atención dispensada por la prensa nativa a iniciativas que, en el ámbito de la Unión Europea, intentan alcanzar a partidos y organizaciones comunistas. Un proyecto, presentado por una república báltica, cuya meta era la ilegalización del comunismo a escala continental, fue comentado elogiosamente por analistas portugueses. La misma gente que ve muy naturales las ilegales medidas que en la República Checa ilegalizaron la juventud comunista.
No estamos ante situaciones puntuales. La campaña contra los partidos, particularmente, se inserta en un proyecto ambicioso, pensado, que nada tiene de ingenuo.
Obviamente, muchas de las críticas que se dirigen a la acción desarrollada por los partidos que han ejercido el poder alternadamente – el PS, el PSD y el CDS- son procedentes. Pero es esclarecedor que en la campaña en marcha esos partidos nunca son citados por su nombre. La acusación es genérica, totalizante. El blanco son los partidos, todos, como pieza del sistema. En otras palabras, aquello que se ataca, lo que es cuestionado, son las instituciones. De su existencia han nacido todos los males de la República.
El discurso anti-partidos recuerda, por el estilo y el lenguaje, lo que Salazar, inspirado en sus maestros de la Action Française y en los ideólogos de la Italia de Mussolini y de la Alemania nazi, vulgarizó en el Portugal de los años 30.
Lanzo este alerta aunque tengo la peor impresión de los partidos cuyos dirigentes han desgobernado Portugal desde el 25 de noviembre de 1975, imponiendo al país políticas de derecha cada año más reaccionarias.
Ya lo afirmé y lo repito: identifico en el funcionamiento del actual sistema de poder, en Portugal, una dictadura de la burguesía de fachada democrática.
Pero, atención. El origen del desastre no está en las instituciones y sí en el uso que de ellas se hace, en su instrumentalización en beneficio de la clase dominante y contra los intereses de los trabajadores, del pueblo portugués.
Además, los partidos no forman un todo homogéneo. El Partido Comunista se ha opuesto firmemente, desde el 25 de noviembre, a las políticas que han conducido al país al pantano en que se hunde. Es un partido revolucionario, que siempre se ha batido a favor de una auténtica democracia.
¿Qué queda de la campaña anti-partidos si le arrancamos la máscara? Una aversión transparente al 25 de abril, a las conquistas del pueblo que recolocaron a Portugal, por un breve período, en la historia. El discurso anti-partidos oculta mal el hambre de autoridad que siente la élite en el poder.
La lluvia de elogios despejada sobre Sócrates, un político sediento de poder, por los grandes del capital y sus portavoces en el sistema mediático, ayuda a comprender el objetivo inconfesando de la campaña en marcha.
No es al hombre, a fin de cuentas un político mediocre, al que los Belmiro, los Amorim, los Espírito Santo & Cia Ltda. admiran, sino aquello que él, por su acción, simboliza: la superposición del poder personal , tutelado por el capital, al poder emanado del pueblo.
Sintetizando: la actual campaña contra los partidos está dirigida realmente contra lo que resta de las instituciones creadas por la Revolución del 25 de abril.
Serpa, 10 de noviembre de 2006
Traducción de Marla Muñoz
odiario.info