El resultado de las elecciones legislativas celebradas en Portugal el pasado 27 de septiembre ha supuesto un cambio de escenario político en el país. Además, en consonancia con el ascenso de La Izquierda y la derrota histórica de la socialdemocracia en Alemania, ofrece nuevas perspectivas en el proceso de recomposición de la izquierda europea. Cuatro […]
El resultado de las elecciones legislativas celebradas en Portugal el pasado 27 de septiembre ha supuesto un cambio de escenario político en el país. Además, en consonancia con el ascenso de La Izquierda y la derrota histórica de la socialdemocracia en Alemania, ofrece nuevas perspectivas en el proceso de recomposición de la izquierda europea.
Cuatro años de lucha
Tras la contestación social contra el gobierno de derechas de Durao Barroso y su fracaso político, las elecciones anticipadas que convocó hace cuatro años dieron una victoria histórica por mayoría absoluta al Partido Socialista. Ya en esos comicios las fuerzas a su izquierda (Partido Comunista y Bloco de Esquerda, especialmente éste último) ascendieron, conquistando un espacio electoral superior al 14%, algo atípico para la situación de la izquierda en el continente europeo en este ciclo histórico marcado por la reacción ideológica, las contrarreformas neoliberales y las luchas de marcado carácter defensivo. En este contexto global, y con la masiva expresión social de cambio derivada hacia la vía electoral que otorgó una mayoría histórica al PS, la incógnita estaba en la autoridad que la política que desarrollase el nuevo gobierno de José Sócrates iba a encontrar entre la clase trabajadora portuguesa.
A diferencia de lo ocurrido en otros países (el primero de ellos el Estado español), la senda de gestión neoliberal y contrarreformas antisociales emprendida por el gobierno de Sócrates, sí encontró una respuesta obrera masiva que fue extendiéndose en el tiempo, y que explica la recomposición dada en el campo de la izquierda en estas elecciones. Pese a los cambios operados en la estructura de la producción y la pérdida de peso de los batallones pesados de la clase obrera, éstos han continuado jugando un papel decisivo en la lucha de clases, y una de las diferencias con otros países es que estos sectores clave han conectado con amplias capas de jóvenes trabajadores precarios, los profesores, médicos y funcionarios de la administración pública, así como los trabajadores del medio rural. Ciertamente, en este punto la actitud combativa de la dirección de la principal central sindical (la CGTP, mayoritariamente influida por el PCP) ha supuesto un factor importante para la concreción de la respuesta social a las medidas del gobierno o a su incapacidad y falta de voluntad política para atajar los graves problemas sociales de la población: la subida del desempleo (que ya supera el medio millón, con una tasa superior al 9%), el aumento de la precariedad laboral, el aumento de las desigualdades sociales, la pérdida de poder adquisitivo, la degradación de los servicios públicos, la apertura de puertas a la privatización progresiva del Servicio Nacional de Salud, los ataques a las condiciones laborales de los profesores de la enseñanza pública, etc. La participación cotidiana y la regular actividad militante que impulsa la CGTP han vuelto a servir de catalizador para un nuevo ciclo de ascenso de las luchas.
Ya desde 2006 comenzó el ciclo de luchas, con las manifestaciones nacionales contrarias a la política económica y social del gobierno Sócrates. El 12 de octubre reunió a 100.000 personas en Lisboa, lo que se repitió el 2 de marzo de 2007 y de nuevo durante la cumbre de la Unión Europea en octubre con más de 200.000 asistentes. El 30 de mayo de 2007 el malestar se concentró en la convocatoria de huelga general realizada por la CGTP, centrada en defenderse del mayor ataque contra la clase trabajadora de toda la legislatura: la reforma del Código de Trabajo, que además incumplía la promesa electoral del PS de revocar los cambios más graves realizados en la anterior legislatura por la derecha. En su lugar, la reforma lo que proponía era profundizar en la desregulación laboral y la multiplicación de contratos precarios, minar el papel de la negociación colectiva, reducir el poder del sindicato en las empresas, abaratar el coste del despido y hasta la posibilidad legal de aumentar la jornada laboral hasta las 12 horas diarias o las 60 semanales. En este sentido, era una prueba palpable más de la deriva seguida por la práctica totalidad de gobiernos socialdemócratas en las últimas décadas: aplicar en materias decisivas y de carácter estructural las recetas de la patronal. La respuesta a la convocatoria de huelga general movilizó de forma significativa a las grandes empresas industriales y de transportes, aunque tuvo un seguimiento desigual en otros sectores como los servicios. En este sentido tuvo un seguimiento similar al 20-J en el Estado español. Las manifestaciones fueron masivas, en consonancia con lo acontecido en meses anteriores, demostrando la creciente simpatía de una franja importante de la población hacia las críticas por la izquierda al gobierno y su rechazo de la reforma laboral. No obstante, el factor clave de la movilización fue el ser útil para dar una respuesta unificada al creciente rechazo a la política del gobierno y ofrecer continuidad al ciclo ascendente de luchas nacido anteriormente. Así mismo, vinculó las protestas concretas dadas a un estadio mayor en la politización de los sectores implicados en las luchas. Este ambiente se reflejó así mismo en el voto en contra a la reforma de varios diputados socialistas, entre ellos el candidato independiente a las presidenciales de 2006, Manuel Alegre. Desgraciadamente, actitudes como éstas no se han reflejando en ningún sentido en el seno del PS, con la posible cristalización de una corriente interna crítica finalmente fracasada. El total control del partido por parte del aparato y su práctica política de las últimas décadas han calado y han potenciado una inercia de inactividad y vida militante que no va más allá del electoralismo oficial. A esto se une el hecho de que sectores como el de Alegre (pese a su espectacular resultado en las presidenciales: un 20% frente al 14% del candidato oficial del PS, Mario Soares) no le han dado ninguna continuidad a sus críticas, más allá de tímidas protestas a medidas concretas del gobierno. Defender la unidad con BE y PCP sin articular una propuesta política antagónica con la política de la dirección del PS es quedarse a medias y finalmente bloqueado por los acontecimientos. Con el apoyo de la derecha en la Asamblea de la República, el PS sacó su reforma laboral adelante. De nuevo en 2008 continuó el ciclo de movilizaciones, profundizándose y concentrándose en 2009, «el año de todas las luchas», cuyo ejemplo más comentado fue la de los profesores de la educación pública, contrarios a una reforma en la evaluación de su docencia. Ante todo este ciclo, el gobierno, cegado por su mayoría absoluta, se negó a realizar absolutamente ningún cambio en su política, ni siquiera en la composición del ejecutivo. Incluso tras perder en las europeas de junio (donde PCP y BE sumaron más del 21% y el PS se quedó en el 26%) Sócrates afirmó que no cambiaría una coma de su hoja de ruta. Y acabó pagándolo en las elecciones legislativas.
Unos resultados que abren un nuevo escenario
Durante la campaña electoral, los dirigentes del PS lanzaron el espantajo del ya clásico «¡Que viene la derecha!» e insistieron hasta la extenuación en que lo que «realmente» se dirimía en esta contienda era si ganaba el PSD de Ferreira Leite o ellos, despreciando así al electorado. Los sondeos se hicieron eco de este eje de la campaña, y hacia la última semana de la misma se fue dilucidando que el empate técnico que aventuraban entre PS y PSD se estaba convirtiendo en una probable victoria del PS. Incluso los dirigentes de éste partido se hicieron ilusiones en repetir la mayoría absoluta de 2005, cuando algunas encuestas les otorgaban un 40%, mientras la intención de voto al Bloco y al PCP disminuía. Sócrates ha sido plenamente consciente, pese a sus declaraciones, de que su enemigo real era el BE, la formación que estaba en mejores condiciones de agrupar al electorado socialista crítico con su política, y actuó en consecuencia durante toda la campaña. Pese a ello, no consiguió sus objetivos: la mayoría absoluta de su gobierno ha sido la principal derrotada en estas elecciones. Y en consecuencia, los protagonistas de darle expresión política a la base social que se rebeló contra el gobierno Sócrates han sido los vencedores: la izquierda anticapitalista, que ha logrado superar el millón de votos con casi un 19% de los sufragios. El contexto de descrédito de la política «oficial» y de los políticos profesionales en el que se han dado estos resultados es también una parte importante a analizar. La participación ha sido de poco más del 60%, la más baja de la historia de Portugal. Contrasta notablemente con los altísimos índices de participación de la época posterior a la Revolución de Abril, cuando rondaban el 90%, y que siguieron una inercia de desmovilización que ha abarcado los últimos treinta años (acentuándose en la última década) hasta llegar al pobre dato actual. El que un referente en la izquierda aparezca desligado de los escándalos de corrupción, las negligencias de la gestión al dictado del modelo imperante e impulsora de una dinámica de participación, debate y movilización, ha jugado un papel fundamental en que pese a la continuidad de la apatía y el descrédito de la política en amplios sectores de la población, en los que se han movilizado se haya transformado la situación.
El Partido Socialista ha sido la fuerza más votada, con 2.068.665 votos (36,6%) y 96 escaños. Pierde más de 400.000 votos y se queda lejos, a veinte escaños, de la mayoría absoluta. El neoliberal PSD entra en una profunda crisis al obtener prácticamente los mismos malos resultados que en 2005, 1.646.097 (29,1%) y 78 escaños. La gran (y desagradable) sorpresa de la jornada electoral fue el ascenso del derechista CDS-PP, una formación que ha esgrimido en los últimos años una deriva hacia la xenofobia social y la demagogia populista más reaccionaria, y de cuya subida serán seguramente responsables aquellos que, en la derecha, le han visto como una opción más «consecuente» ante la apatía derrotista del PSD de las últimas semanas. Ha obtenido 592.064 votos (175.000 más) subiendo del 7,2% al 10,5% y pasando de 12 a 21 diputados. La Coalición Democrática Unitaria, liderada por el PCP, se mantiene con una ligera subida, obtiene 446.174 votos (7,9%) y gana un escaño, subiendo de 14 a 15 su representación. Sube unas décimas en todos los distritos obteniendo similares resultados a hace cuatro años, excepto en el alentejano distrito de Beja (uno de sus feudos) donde sí sube notablemente, del 24% al 29%. No obstante su fuerza, geográficamente, sigue intacta: con un gran peso en el Alentejo, en Setúbal y Lisboa, mientras obtiene resultados discretos en el norte.
A falta del recuento del voto exterior, el Bloco de Esquerda ha sumado 557.109 votos (9,8%) y 16 diputados: con seis puntos menos de participación, el BE suma casi 200.000 votos más y dobla su representación parlamentaria. Se expande también geográficamente: en 2005 obtuvo escaños en los dos distritos más poblados (Lisboa y Oporto) y en el distrito de alta concentración industrial y feudo de la izquierda de Setúbal. Ahora, además de ascender notablemente en estos distritos clave (pasa del 6,7% al 9,2% en Oporto; del 8,8% al 10,8% en Lisboa y del 10,3% al 14% en Setúbal), ha obtenido escaños en Faro (con el mejor porcentaje del país, 15,4%), Santarém, Coimbra, Leiria, Aveiro y Braga. La expansión refuerza la idea de su capacidad para arrebatarle votos a la socialdemocracia, debido a que en el norte, la zona tradicionalmente más inclinada a la derecha y donde el voto de opciones como el PCP y el BE era generalmente testimonial, el Bloco ha pasado en todos los distritos de porcentajes de entre el 2% y el 6% a porcentajes que van desde el 5,5% de Vila Real (el distrito más fuerte de la derecha de todo el país) hasta el 10,8% de Coimbra. También es interesante comprobar como ha obtenido en torno al 10%-11% en los distritos del Alentejo, el feudo jornalero histórico del Partido Comunista, donde éste se ha mantenido y el PS ha sufrido caídas de quince puntos. A la expansión geográfica hay que sumarle la expansión social que tiene implícita, y que sin duda, es una de las valoraciones con más futuro de la jornada. El Bloco ha conseguido, en el contexto antes referido, movilizar el voto de la juventud, de los sectores periféricos o nuevos de la clase trabajadora, principalmente en las zonas urbanas; lo que se ha traducido en ser visto como una alternativa factible y merecedora de confianza, de los que en otro contexto político hubiesen simplemente votado al PS «para que no vuelva la derecha».
El nuevo escenario que se abre va a servir para hacer reflexionar a numerosos sectores en la izquierda, tanto en el BE como en el PCP. Éste mantiene, tras verse sometido en las últimas dos décadas a fuertes pruebas históricas, una fuerza militante aún poderosa, con 60.000 militantes, con un poder municipal muy extenso, una influencia determinante en la práctica sindical de la CGTP y un poder de convocatoria significativo, como han demostrado en los últimos años la Fiesta de su semanario, Avante! y las numerosas movilizaciones de decenas de miles realizadas. Sin embargo, muchos militantes comunistas reflexionarán sobre por qué el principal referente capaz de expresar políticamente el rechazo a las políticas del gobierno PS ha sido un partido tan joven y con relativamente tan pocos afiliados como el Bloco. Por qué el PCP es incapaz de expandir su influencia política más allá de donde tradicionalmente ha sido hegemónico o mayoritario, ya hablemos geográfica o socialmente. Por su parte, en el seno del BE es irremediable el desarrollo del debate interno acerca de en qué condiciones ser gobierno, a nivel municipal (el 11 de octubre otra prueba importante serán las elecciones municipales) y principalmente a nivel nacional. Este debate es clave en la definición de referentes anticapitalistas a nivel europeo, que principalmente nutren su creciente influencia en el rechazo de sectores importantes de la clase trabajadora a la política de «reformismo sin reformas» de la socialdemocracia y los partidos comunistas o sus sucesores que ocasionalmente se han aliado a ella en esta política. Sin duda, su fuerza vendrá en el futuro en aparecer como antagónicos a caer en esa práctica de gobiernos de gestión, demostrando que para llevar a cabo medidas para recuperar los derechos perdidos, garantizar los servicios públicos y aplicar una política a favor de la clase trabajadora hay que chocar con el sistema capitalista y sus dinámicas, acabando por trascenderlo.
«Nada será como antes»
Pese a los matices que han introducido los resultados electorales, el escenario que se preveía anteriormente se ha confirmado: Portugal tendrá un gobierno en minoría presidido por José Sócrates que ha sufrido un importante desgaste social y electoral, mientras su flanco izquierdo se fortalece como no lo hacía desde hace décadas y es refrendada su estrategia de crítica a las políticas antisociales implementadas y rechazo a sustentar la acción de gobiernos nominalmente de izquierdas que sin embargo defrauden a su base social aplicando en las cuestiones clave las recetas de la derecha. Pese al intento de «abrazo del oso» que durante la campaña intentó defender el ex presidente portugués Mario Soares (perfecto ejemplo de la deriva neoliberal del PS), planteando públicamente que no rechazaría un gobierno de coalición con el Bloco, la dirección socialdemócrata liderada por Sócrates ha dejado meridianamente claro que va a optar por gobernar en minoría y buscar acuerdos puntuales en el parlamento, que en su opinión serán preferentes en materia social con PCP y BE, y en materia económica con PSD y CDS-PP. Una total contradicción que vuelve a subrayar que la línea política va a implicar el intento de acuerdos con el PSD para una estrategia de Bloco Central o «gran coalición», no en el gobierno como ya ocurrió en el pasado, pero si en la acción legislativa. Esto debido a que el CDS-PP está crecido, es consciente de que su imagen derechista le ha traído votos, y de que podría abocarse al desastre en el futuro si volviera a pactar con el PS, ya que después de hacerlo en los 80 sufrió una severa derrota y acabó pagándolo con una larga «travesía en el desierto».
Que lejos por tanto se ve la perspectiva de que las políticas del nuevo gobierno se acerquen a lo propuesto por la CGTP en su comunicado de valoración de las elecciones: evitar despidos, invertir en la creación de empleo estable, garantizar el derecho constitucional a la negociación colectiva derogando el Código de Trabajo, combatir la precariedad laboral, alargar la cobertura de desempleo que ya tiene un déficit de 200.000 parados, promover un aumento real de salarios y pensiones, aumentar la presión fiscal a las rentas altas, y en definitiva, reorientar todas las políticas económicas. Cerca se ve en cambio la movilización social, que necesitará de victorias más allá del avance en el terreno electoral, para adentrarse en un estadio más avanzado para las fuerzas de izquierdas y anticapitalistas, que en el ciclo de los últimos cuatro años protagonizaron enormes movilizaciones, pero casi siempre de carácter defensivo. Indudablemente los principales objetivos estarán en la seguridad social, con la convergencia de las pensiones al salario mínimo y recuperar poder adquisitivo tras décadas de bajadas, en la educación pública, en la fiscalidad, promoviendo un impuesto a las grandes fortunas y, teniendo en cuenta los prolongados efectos de la crisis económica, en el terreno laboral. En este aspecto la lucha de masas puede encontrar un nuevo impulso yendo a por todas a la derogación de la reforma del Código de Trabajo y su renegociación. Derogar todas las políticas aplicadas hasta ahora implica construir en la movilización una hoja de ruta alternativa que por la fuerza de la realidad actual acabará por ser incompatible con el capitalismo. No obstante, y como declaró Francisco Louçã, coordinador del Bloco, «con estos objetivos, con este refuerzo extraordinario, comienza un nuevo día para la izquierda portuguesa, nada será como antes».
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