La Guardia Húngara, un grupo paramilitar prohibido desde 2009, vuelve a atacar a los gitanos. El gobierno conservador le entregó un premio a un periodista antisemita y mantiene la prohibición de vivir en la calle a las personas sin techo.
Ciertas postales de la Hungría actual remiten a la Europa de entreguerras, en pleno ascenso del nazismo. Un periodista antisemita de la televisión estatal acaba de ser galardonado por el gobierno conservador del partido Fidesz. La tercera fuerza política del país, el ultraderechista Jobbik, propone que este año se rehabilite a Miklos Horthy, gobernante aliado de la Alemania de Hitler. La Guardia Húngara, un grupo paramilitar prohibido desde 2009, ataca a los gitanos ataviada con sus uniformes que remedan a las SS. Podrían enumerarse más casos, incluida la propuesta frustrada en diciembre pasado de confeccionar una lista de congresistas judíos que llevó al Parlamento un representante de la extrema derecha. Si en la Vieja Europa avanzan estas ideas, Hungría es la vanguardia. El pequeño país del Este vive hoy un rebrote de antisemitismo, que en buena medida se alienta desde el gobierno con algunas distinciones.
El Fidesz del primer ministro Viktor Orban entregó el reconocido premio Tancsics al conductor televisivo Ferenc Szaniszlo, un comunicador que además de atacar a los judíos fue multado en 2011 por llamar a los gitanos «primates». La población de ese origen es primera minoría en Hungría y en Europa sólo se ubica por detrás de Rumania, Bulgaria y España. Una semana después, el ministro que se lo concedió, Zoltan Balog, exigió que el conductor lo devolviera. «Al precio de que ahoguen nuestra patria, no quiero el premio», respondió Szaniszlo. Pero el gobierno también distinguió a Janos Petras, el cantante de un grupo de rock llamado Karpatia que participa de modo habitual en actos organizados por el Jobbik y compuso el himno de la ilegalizada Guardia Húngara. Doce periodistas premiados con el Tancsics en el pasado anunciaron que lo devolverían en señal de repudio.
Las demostraciones antisemitas no son nuevas en Hungría, pero han gozado de impunidad gracias a la tolerancia y/o respaldo de las tres principales fuerzas de la política nacional: el Fidesz, la fragmentada centroizquierda y el Jobbik. El mes pasado, en la Universidad ELTE de Budapest, fundada en 1635, aparecieron inscripciones que decían: «Judíos, la universidad es nuestra».
Con casi tres años en el poder, Orban ha ido generando políticas cuestionadas por la Unión Europea. La principal fue la introducción de varias enmiendas a la Constitución, que ahora limita las atribuciones del Tribunal Constitucional, impide a los medios de comunicación privados emitir propaganda política durante las campañas electorales, mantiene la prohibición de vivir en la calle a las personas sin techo y obliga a los estudiantes universitarios becados en Hungría a trabajar en el país durante un tiempo después de finalizar su carrera o a devolver el importe de la beca, entre otras restricciones. Amnistía Internacional y el Comité de Helsinki por los Derechos Humanos han criticado estas medidas, como también el Parlamento Europeo (PE). El belga Guy Verhofstadt, líder de los liberales en el PE, propuso suspender el voto de Hungría en la Eurocámara.
Orban ha respondido que no tolerará imposiciones o que juzguen a su país con un doble rasero. «Es una cuestión de soberanía nacional», dijo sin hacerse demasiado problema y amparado en el poder que detenta: tiene mayoría absoluta en el Parlamento de Budapest. El Fidesz busca fórmulas para legitimarse, incluso haciéndole concesiones a la ultraderecha del Jobbik. Una de ellas ha sido la rehabilitación de Miklos Horthy, el último almirante del Imperio Austrohúngaro que gobernó el país entre 1920 y 1944. Firme aliado de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, participó en la campaña contra la Unión Soviética y se anexó territorios de países vecinos, como Eslovaquia y Rumania. Recién sobre el final del conflicto se apartó de Alemania, fue protegido de Estados Unidos y terminó sus días en Portugal durante la dictadura de Salazar.
Con un escenario político corrido de ese modo a la derecha, en Hungría se mantiene la hegemonía del Fidesz y los neonazis; pese a que bajaron su intención de voto en las encuestas más recientes, vienen de obtener un 17 por ciento de adhesión en los comicios de 2010. La Guardia Húngara es la expresión más acabada de que las ideas del Führer se expresan sin pudor. Sus integrantes ponen en duda el Holocausto, hostigan con violencia a los judíos y desfilan por las calles enfundados en su uniforme negro. Ilegalizados, se las ingenian igual para realizar su entrenamiento militar en zonas rurales, hacerles la venia a sus superiores en público y tomar juramento con el movimiento. Están sospechados de atacar barriadas de gitanos a los tiros o con bombas incendiarias que provocaron varias muertes.
En Hungría, las expresiones racistas se naturalizaron al calor del poder. El Jobbik, con ese nombre que parece sacado de la saga de El señor de los anillos, no salió de una película de ficción. Tampoco Orban, el primer ministro que con sus actos de gobierno consolida un nacionalismo cerril que es funcional al líder ultraderechista Gabor Vona. Los dos tienen varias cosas en común. Y parece que comparten la misma nostalgia por la liturgia del nazismo.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-217105-2013-04-02.html