La estupefacción es total. Gobiernos, políticos, economistas, policías, sociólogos… siguen acongojados, balbuceando sinsentidos y absurdos, impotentes ante la revuelta que se extiende en decenas de ámbitos urbanos del estado francés. Día tras día, y a pesar de que las medidas represivas van mitigando de algún modo la explosión de furia popular en decenas de barrios […]
La estupefacción es total. Gobiernos, políticos, economistas, policías, sociólogos… siguen acongojados, balbuceando sinsentidos y absurdos, impotentes ante la revuelta que se extiende en decenas de ámbitos urbanos del estado francés. Día tras día, y a pesar de que las medidas represivas van mitigando de algún modo la explosión de furia popular en decenas de barrios periféricos, las claves que han generado esta espontánea revuelta urbana siguen siendo inabordables.
Desde la demagogia mediática se presentan los hechos como un compendio de factores clásicos que entremezclan la desestructura social crónica, las pésimas y gravosas condiciones de vida sociales, con la «no integración» inmigracional y de ahí con el integrismo islamista y casi-casi con que el propio Ben Laden dirige desde su refugio en las antípodas la «kale borroka» yihadista. Para vestir el santo, y a modo de ejemplo, se tipifica de modo inapelable que los revoltosos son musulmanes inadaptados de segunda y tercera generación. Tendenciosa maniobra. La verdadera denominación de tales actores no es otra que la de «ciudadanos franceses» eso sí, de segunda o tercera condición o categoría social y de origen cultural y religioso plural.
Lo cierto es que al margen de derivas tan absurdas y extremadamente sensacionalistas como la mentada apenas se ha abordado el tema desde una perspectiva global. Es decir, la tan cacareada «globalización» o «aldea global» en la residimos no ha servido ahora de marco para dar un sentido a los acontecimientos.
Así es. Las características sociológicas de las periferias marginales francesas, más los deseos de explicar la organización de los acontecimientos desde un prisma coherente y políticamente correcto, sin asumir la espontaneidad intrínseca del devenir de los hechos y la multilateralidad de los actores hace que la regla de tres interpretativa de lo que acontece en el estado francés solo sirva para explicar lo que acontece allí, como si fuera algo exclusivamente local.
Pero desde hace más de una década existe literatura técnica que habla de la caracterización de las guerras del siglo XXI. Diversos autores explican que el desarrollo urbano y las derivas comunes que éste conlleva, hará que en amplias zonas urbanas del planeta se desarrollen ámbitos bélicos de baja intensidad y frecuencia inconstante, como reflejo de un múltiple y estructural poliedro de variables explicativas.
Evidentemente entre éstas están todas las que actualmente explican de modo parcial la actual implosión francesa, pero sin olvidar que hay otras muchas que complementan de modo definitorio.
La entidad urbana como ámbito bélico
Las urbes mundiales del siglo XXI van constituyéndose como miniestados de inmensa concentración humana. Las ciudades y sus periferias serán los ámbitos donde se concentre más de la mitad de la población mundial durante éste siglo. El inmenso laberinto en el que se acaban convirtiendo las urbes de más de 5 millones de habitantes, permite que las diferencias sociales sean extremadamente visibles, patentes. Cualquier habitante de los marginados arrabales tiene acceso al lujoso centro. Pero no solo existen razones de desigualdad para explicar «la rabia». La misma fisionomía física del ámbito urbano, las dinámicas uniformizantes, el anonimato social que se deriva del individualismo intrínseco de la condición urbana articula nuevas formas de comportamiento, nuevas dinámicas psicológicas son ejes explicativos del concepto explicativo final: «la rabia».
La inhumanidad de la urbe y la competitividad que el totalitario sistema neoliberal impone, basado en el privilegio, la competencia desleal, el racismo y el clientelismo generan inmensas bolsas de ¿inadaptados? ¿excluidos? ¿marginados? que sin poder dar criterio ideológico a su impotencia y rabia se autoorganizan en nuevas formas comunitarias aideológicas e insolidarias.
Las bandas, las maras… la mayoría de las expresiones organizadas de la rabia, carecen de lógica o lectura ideológica. Los clanes urbanos canalizan estructuras de poder paralelas a las sistémicas, con sus propios valores, códigos y objetivos y son las que en ciertos momentos en los que estalla la ira popular, dan cierta forma organizada a las revueltas. Esto no es óbice para que ciertos grupos organizados también tengan su presencia en los saltos, pero sin que prevalezcan de modo general, ni sean fuente única de explicación.
¿Acaso al margen de la diferenciación idiosincrática lógica y correspondiente entre la realidad del Estado francés y la de los EE.UU por ejemplo existen diferencias entre las revueltas populares en Los Angeles tras el asesinato policial de Larry King hace casi una década, y los actuales acontecimientos en Europa? No es casualidad que la mayoría de las veces, estas revueltas estallen tras una «actuación» policial. La represión indiscriminada, la nunca casual ni puntual violencia y prepotencia policial, es la receta de contención y a la vez el catalizador de la rabia.
Pero además de las revueltas puntuales que desbordan al Sistema, éste coexiste en su cotidianidad con una creciente insumisión práctica pero aideológica. Las Megaurbes son las realidades que llevan de modo intrínseco el germen de la revuelta pero además no existe Megapolis mundial sin su distrito «liberado», en el que no entra la policía ni tiene presencia la institución municipal o estatal. Desde Madrid hasta Río de Janeiro pasando por Ciudad de México, Los Angeles o Moscú, cualquier ámbito urbano planetario permite desarrollar lógicas explicativas comunes, eso sí, desde la diferencia lógica que las caracterice respectivamente.
Al margen del razonamiento explicativo global, es indiscutible que la actual revuelta en el estado francés ha dejado en evidencia la vulnerabilidad del sistema. Durante los primeros días los daños se circunscribían a los ámbitos periféricos, no se había superado el umbral de lo asimilable por el Sistema. El desbordamiento llega cuando los afectados comienzan a ser ciudadanos «decentes», cuando «el desfase» se acerca al Centro y cuando, sobre todo, se ataca de modo organizado a la policía. Entonces la histeria institucional se desata y compagina la represión clásica ( llamamientos al ejército, toque de queda, leyes especiales) con incoherentes llamamientos a la «negociación» con los virtuales líderes de la revuelta. Patético. El sacrosanto estado » que nunca negocia con los violentos y los terroristas» buscando desesperadamente una interlocución, que además, y ahí está lo ridículo: no existe, por mucho que se empeñen, porque «la rabia» es la que lo explica todo.
Esa es la lección del «las revueltas». En esta prehistoria de lo que se avecina, en estos antecedentes de lo que serán «las guerras» del siglo XXI, «grupos de gamberros» autónomos, desideologizados y desorganizados demuestran que el Sistema tiene una jerarquía de tasas de violencia asumible. En función de la tasa de violencia de las protestas, la disposición negociadora o la «autocrítica social», hipócrita, obligada, falaz e insuficiente, del Sistema es visualizable.
Pero es tarde. La razón es estructural, los actores difusos, desestructurados y las opciones paliativas insuficientes, y es cuestión de tiempo. El día que «la rabia» adopte formas organizadas e ideológicas determinantes, el Sistema se tambaleará.
Gabirel Ezkurdia. Politólogo y analista internacional