Globalización. Si tuviera que imaginarme un nombre para un lugar en el auge de la globalización le llamaría «Puerto Rico». Ese lugar me lo imagino como un puerto de pescadores cuyos ancestros fueron esclavos de alguna colonia europea y durante siglos se tuvo que dedicar a la producción agrícola de alguna materia prima que no […]
Globalización. Si tuviera que imaginarme un nombre para un lugar en el auge de la globalización le llamaría «Puerto Rico».
Ese lugar me lo imagino como un puerto de pescadores cuyos ancestros fueron esclavos de alguna colonia europea y durante siglos se tuvo que dedicar a la producción agrícola de alguna materia prima que no alimenta (azúcar, café o tabaco). Me lo imagino luego tomada por la fuerza de un país como Estados Unidos a tal punto que la sumó como un Estado más. Pero con la globalización este puerto, como todos los puertos del mundo, empezaron a ser lugares donde circulaban contenedores llenos de mercancías, donde se radican empresas multinacionales que aprovechan el puerto y la mano de obra barata y se recibían contingentes de turistas y el puerto se enriquece y derrama en una mejora económica de toda la población y con mayúsculas se lo nombra «Puerto Rico».
Imaginémonos ahora que nuestro Puerto Rico es una isla y para desarrollarse necesita adaptarse a la vida moderna y no tiene grandes ríos, ni muchos recursos fósiles para generar energía. No importa, nuestro puerto es Rico y comprará la energía. Como toda isla, la electricidad no la puede traer por cable así que montará generadores y para activarla usará el recurso energético más versátil: el petróleo. El mismo petróleo le servirá para aumentar su producción industrial, para llevar los turistas a dar vueltas por entre los corales o para usar automóviles y hacer muchas cosas en muy poco tiempo.
La isla no tiene recursos pero, en comparación, el petróleo es sumamente barato y los beneficios cada vez son mayores.
La orgía de la globalización hace que los nuevos jóvenes no puedan comprender los ideales independentistas o los rencores míticos de la esclavitud y disfruten todo lo que la vida moderna les ofrece, a tal punto que en el climax de esa amnesia sobre las raíces aparece un cantante que se hace llamar «Daddy Yankee» (papito yanqui) y no sólo no es desterrado por la comunidad, ni mucho menos lapidado sino que se lo aplaude y se lo imita y las madres quieren que sus hijas se casen con uno como él. Sí, dirán que exagero pero bueno, es para que la metáfora sea más eficiente.
Bueno, ahora imagínense que ese cantante difunde un corte de su disco llamado «gasolina», con el estribillo que dice «a ella le gusta la gasolina»: ¿qué les parece? Por supuesto se convierte en el hit de la isla. La gasolina convirtió al puerto en «Rico». La gasolina ha sido el verdadero Dios.
Y este cantante cooptado por las multinacionales que quieren conquistar el mercado de la segunda lengua más hablada del mundo empiezan a difundir este hit y el estilo de música al que podemos llamar «reggaetón» pero que no tiene nada que ver con el Reggae, esa música que recordaba las raíces africanas y luchar por los derechos, porque la idea es justamente vaciar de sentido todo lo viejo, añejo, hay que resignificar la cultura, incluso la idea que se tiene del ser «latino».
La cuestión es que este cantante y sus seguidores empiezan a promocionar los carros de alta gama, las motocicletas veloces, los yates y cualquier cosa que tenga motor. Pero, para hacerlo bien esquemático, ese mismo año del hit «Gasolina» (2004) la isla empieza a tener problemas para mantener el consumo de petróleo, la materia prima básica para desarrollar la economía y mantener ese grado de consumo que promueven los nuevos ídolos. Imagínese que justo ese año por el aumento del precio del petróleo deben bajar un poco la importación y el año siguiente un poco más y entra en recesión y unos años después por un crash en el país que más turistas le aporta (y que además es el dueño de la isla) les cuesta un poquito más aún acceder al maná del petróleo y hacer resurgir la economía.
Usted se imaginará que se olvidan de esos músicos y se ponen a trabajar de nuevo y vuelven a valorar el esfuerzo y condenar el derroche.
Pues no.
Aprovechan que pueden pedir préstamos; bueno, de algo sirve ser parte de la primera potencia mundial. Y piden préstamo tras préstamo para cumplir el mandato global de mantenerse en el sistema consumista. Obviamente el precio del petróleo en algún momento bajará y todo volverá a la normalidad, volverán los cruceros abarrotados de turistas, pagarán la deuda y no problem.
Pero no.
El petróleo se mantiene durante tres años a un precio inalcanzable para las finanzas de la isla y para cuando cae (10 años después del hit) ya no hay forma de pagar las deudas que alcanzan el 75% de su PIB, de todos la más endeudada es la compañía eléctrica y para colmo de males los ingresos por las ventas de los discos de sus cantantes se quedan en las arcas de las multinacionales y los dólares que podrían sobrar los cantantes siguen derrochándolos sin enterarse que su país está en bancarrota. Cientos de miles de personas abandonan la isla en esos años.
Imaginémonos ahora que este Puerto Rico entra en cesación de pago. «Listo» dirá usted, «ya está, hace como Argentina, no paga y listo».
Imposible, este Estado no tiene independencia. Las decisiones se toman en el congreso de la Nación (o sea de EE.UU.). Y en ese congreso nuestro país tiene voz pero no voto.
Pinta mal ¿no?
Ahora imagínese que en el mundo hay muchas islas que dependen del petróleo (como Chipre) o países que tienen más de cien islas como Grecia o Indonesia. ¿Cómo les ha ido con tres años de petróleo impagable? Ahora imagínese que vive en la isla llamada Planeta Tierra que cada año empiece a tener menos petróleo: ¿a qué planeta le vamos a pedir prestado para pagar nuestro derroche? ¿A qué planeta emigrarán nuestros habitantes?
Hay dos formas de resolver este entuerto: o bien cambiar las canciones para promover, en las nuevas generaciones, el ahorro y la simplicidad voluntaria, o bien hacer como en la época de los romanos donde mientras todo se caía se les ofrecía al pueblo las carreras de cuadrigas y se les cantaba «A ella le gusta mi yegua arisca» mientras las elites se quedaban con los recursos año a año decrecientes.
Pero para poner un final feliz digamos que viven en un lugar donde hay buen clima todo el año, así que no se mueren de frío, las distancias no son muy largas así que con una buena bicicleta o un caballo se puede llegar a todos lados y hay frutos tropicales para comer que no necesitan cocción.
Sí, ya sé que ahí la metáfora del planeta Tierra la estoy echando por tierra, pero bueno, no hay que desmotivar al lector en este periodo de transición.
Para darse una idea visual de esta relación entre el reggaetón y el consumo de petróleo los invito a ver este vídeo intitulado «Reggasolina».