En este maravilloso y contrastante país, cuya extensión territorial apenas alcanza al tamaño de algunos municipios de países de América del Sur, se desencadenan apasionantes historias inconclusas, edulcoradas con estridentes falacias. Y el asunto no es que quienes detentan la hegemonía cultural en el país conviertan sus mentiras en verdades infalibles mediante su maquinaria mediática, […]
En este maravilloso y contrastante país, cuya extensión territorial apenas alcanza al tamaño de algunos municipios de países de América del Sur, se desencadenan apasionantes historias inconclusas, edulcoradas con estridentes falacias. Y el asunto no es que quienes detentan la hegemonía cultural en el país conviertan sus mentiras en verdades infalibles mediante su maquinaria mediática, sino que siempre hay «pueblo» que cree y defiende esas falacias como verdades casi dogmáticas.
Por algún capricho histórico, a este policromático y megadiverso rincón del planeta, sus «fundadores y héroes» (que no ganaron guerra alguna) lo denominaron Guatemala. Una toponimia fonética que ya condiciona a sus habitantes al «hundimiento o derrota psicológica». Mucho más, cuando en el argot latinoamericano, para metaforizar la derrota permanente se suele decir: «De Guatemala a guatepeor».
Otro tanto ocurre con el nominativo de «chapín» con el que citadinos mestizos se autonominan con aires de orgullo nacional. La literatura nos indica que en el siglo XV las españolas llamaban chapín a sus zapatillas de caña alta (escarpines). Y, en honor a la presencia de algunas de estas prendas en los pies de los invasores españoles, ahora, los guatemaltecos se autonombran chapines (zapatillas femeninas de caña alta).
Hace algunas semanas atrás, informes oficiales sobre condiciones socioeconómicas del país desató una cascada apasionante de opiniones sobre la pobreza del 60% de la población del país. Incluso afloraron estigmas supersticiosas de: «son pobres porque son haraganes, libidinosos, borrachos…» Pero casi nadie advirtió que en Guatemala no hay pobres, sino empobrecidos.
Y es más, esos 60% de empobrecidos trabajan mucho más que nadie (incluso como esclavos fuera y dentro del país), pero el Estado le pone un salario mínimo de $ 360.00 mensual (casi todos reciben por debajo de este monto) cuando el costo de la canasta básica vital es de $ 850.00. Sólo para la canasta alimenticia se requiere $ 450.00 mensuales ¿Cómo puede un país salir del empobrecimiento, desnutrición y analfabetismo en estas condiciones adversas?
En los últimos días, desde los medios de información, se caricaturiza al país crispado, confrontado internamente, a raíz de la captura de cerca de una veintena de militares retirados relacionados con masacres y asesinatos durante los últimos tiempos del conflicto armado interno (1960-1996), como si los pueblos y sectores del país en algún momento de su historia hubieran estado unidos o integrados en un proyecto de país o nación.
Más allá de las justificaciones emocionales o familiares, es asombroso oír proclamaciones públicas de: «Los militares son nuestros héroes de la Patria. Si no fuera por ellos, Guatemala sería otra Cuba u otra Nicaragua». Son personas de clase media, muchos profesionales, que creen y proclaman estas falacias. ¿Será que no saben ni por leídas virtuales que Cuba se encuentra a miles de años luz adelante en Latinoamérica gracias al socialismo? ¿O será que ellos aún creen que en Guatemala y el mundo la mayoría somos idiotas crédulos?
El Ejército guatemalteco, para vencer a los 15 mil guerrilleros, desapareció cerca de 50 mil personas, masacró cerca de 200 mil vidas humanas, la mayoría indígenas que nada tenían que ver con el conflicto armado interno. ¿A esa acción criminal del propio Estado se puede denominar «heroísmo»?
Y, ahora, cuando se intenta juzgar a los responsables, hay un sector de la población citadina que dice que eso es venganza. Venganza sería que familiares de las y los masacrados y desaparecidos aplicasen el principio bíblico de ojo por ojo, diente por diente. El no investigar y sancionar estos y otros crímenes sería un premio y promoción para el crimen sanguinario que ya se apoderó del país.
La gran verdad incómoda es que en esta Guatemala de los chapines nada ocurre fuera de la voluntad del gobierno de los EEUU. Las últimas apoteósicas hazañas legales contra los corruptos gobernantes y ex militares criminales es para tranquilizar y re adormecer al hambriento pueblo que intenta despertar. La finalidad es estabilizar en Centro América al sistema neoliberal que se desestabiliza por sus costos socioambientales crecientes. Y, en este objetivo geoestratégico quienes fueron pupilos útiles del Imperio en sus tiempos mozos, ahora, son residuos humanos sacrificables (¡feliz culpa imperial!).
Casi nadie desea debatir en Guatemala la urgente tarea de la refundación del país mediante un proceso constituyente ascendente y plurinacional. Hay un miedo (a la derrota) casi atávico que enmudece conciencias e inmoviliza voluntades creativas para repensar y reorganizar el país colapsado. Incluso los mismos abuelos revolucionarios (vencidos militar y electoralmente) asumen que «no hay condiciones políticas, ni correlación de fuerzas favorables para refundar Guatemala». «Si vamos por la constituyente nos va a ir peor», dice la clase media revolucionaria o no. Este es el dispositivo instalado que corporiza el cotidiano y performativo dicho popular de: «De Guatemala a la guatepeor».
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