Reconozco que la pregunta le podrá sonar algo ofensiva a un oído delicado. ¿Qué es esto? ¿Un simple particular interpelando a un pueblo entero, pidiéndole cuentas por el uso de un voto que, para regocijo de una mayoría de derecha cada vez más insolente, acabó haciendo de Berlusconi amo y señor absoluto de Italia y […]
Reconozco que la pregunta le podrá sonar algo ofensiva a un oído delicado. ¿Qué es esto? ¿Un simple particular interpelando a un pueblo entero, pidiéndole cuentas por el uso de un voto que, para regocijo de una mayoría de derecha cada vez más insolente, acabó haciendo de Berlusconi amo y señor absoluto de Italia y de la conciencia de millones de italianos? Aunque, de verdad, quiero decirlo ya, el más ofendido sea yo. Sí, precisamente yo. Ofendido en mi amor por Italia, por la cultura italiana, por la historia italiana, ofendido, incluso, en mi pertinaz esperanza de que la pesadilla llegue al final y de que Italia puede retomar el exaltador espirito verdiano que fue, durante un tiempo, su mejor definición. Y que no me acusen de estar mezclando gratuitamente música y política, cualquier italiano culto y honrado sabe que tengo razón y porqué.
Acaba de llegar la noticia de la demisión de Walter Veltroni. Bienvenida sea, su Partido Democrático comenzó como una caricatura de partido y acabó, sin palabra ni proyecto, como un convidado de piedra en la escena política. Las esperanzas que en él depositamos fueron defraudadas por su indefinición ideológica y por la fragilidad de su carácter personal. Veltroni es responsable, ciertamente no el único, pero en la coyuntura actual, el mayor, por el debilitamiento de una izquierda de que llegó a presentarse como salvador. Paz a su alma.
Sin embargo no todo está perdido. Es lo que nos dicen el escritor Andrea Camilleri y el filósofo Paolo Flores d’Arcais en un artículo publicado recientemente en «El País». Hay un trabajo por hacer junto a los millones de italianos que ya han perdido la paciencia viendo a su país siendo arrastrado cada día que pasa al ridículo público. El pequeño partido de Antonio di Pietro, el ex magistrado de Manos Limpias, puede convertirse en el revulsivo que Italia necesita para llegar a una catarsis colectiva que despierte para la acción cívica a lo mejor de la sociedad italiana. Es la hora. Esperemos que lo sea.