Para muchas opciones de izquierdas, Islandia era un punto de referencia, mostrando el camino que las fuerzas progresistas debían seguir. Esta visión, ampliamente extendida, estaba basada en una lectura de lo que había ocurrido en aquel país durante el periodo entre 2008 y 2009, cuando la población se rebeló en contra de que el Estado […]
Para muchas opciones de izquierdas, Islandia era un punto de referencia, mostrando el camino que las fuerzas progresistas debían seguir. Esta visión, ampliamente extendida, estaba basada en una lectura de lo que había ocurrido en aquel país durante el periodo entre 2008 y 2009, cuando la población se rebeló en contra de que el Estado salvara a los bancos que habían llevado el país a la ruina mediante sus actividades especulativas. En lugar de salvarlos, la población exigió que se llevara a los tribunales a los dirigentes de los bancos y al gobierno que los había supervisado y ayudado en sus especulaciones, demandando también que se estableciera una nueva Constitución basada en una amplia participación popular, eligiendo una coalición de un partido de izquierda, el Partido Socialdemócrata, con el Partido Verde, para que se constituyera en gobierno y dirigiera el país en el periodo de Transición. Tal versión de los hechos permitía un optimismo a las fuerzas progresistas y democráticas de otros países europeos que habían experimentado crisis financieras semejantes, consecuencia también del comportamiento especulativo de la banca, facilitado por la desregulación financiera, en boga durante el periodo neoliberal iniciado en los años ochenta. Es más, en esta versión se suponía que si un país tan pequeño como Islandia (320.000 habitantes) había hecho lo que había hecho, otros podrían también hacerlo.
Cinco años más tarde, sin embargo, la coalición de izquierdas fue masivamente derrotada y salió vencedora la única coalición de partidos de derechas, la misma que había sido prácticamente expulsada del gobierno por considerársela responsable de la enorme crisis que llevó al país al desastre. ¿Por qué? ¿Qué había pasado?
La respuesta conservadora y liberal
La respuesta que han dado la mayoría de medios conservadores y liberales a esta pregunta es la de que considera la derrota de las izquierdas a su falta de realismo y experiencia de gobierno que, intentando aplicar medidas utópicas e irreales, antagonizaron a la población, votando de nuevo a aquellas fuerzas políticas más realistas, más pragmáticas y con mayor experiencia gubernamental, terminando con el periodo experimental iniciado en las revueltas bien intencionadas (las derechas siempre son muy condescendientes hacia las izquierdas y hacia los movimientos sociales) pero excesivamente ingenuas y poco realistas, del periodo 2008-2009. La votación en la última elección, pues, traduciría una vuelta a la realidad.
Tal versión muy sesgada a favor de las derechas carece, sin embargo, de credibilidad. Lo que ha ocurrido es muy distinto a lo que se refleja en esta versión de los hechos. En realidad, es casi opuesto a lo que tales voces indican. Lo que pasó fue un indicador más del desfase entre los movimientos sociales que tuvieron un enorme impacto en lo acaecido en el periodo 2008-2009 y los partidos políticos con representación parlamentaria, incluyendo los de izquierda, que intentaron canalizar tales movimientos. Este desfase y distancia explica que, una vez elegidos, los partidos gobernantes de izquierda (el Partido Socialdemócrata y el Partido Verde), aunque sensibles a algunas de las demandas de los movimientos sociales y del enorme movimiento popular, siguieron políticas distintas, e incluso opuestas, a las que tales movilizaciones habían exigido, creando una gran frustración y decepción, que explica su merecida derrota en las últimas elecciones, las primeras en las que la población pudo expresar su desagrado. Veamos los datos.
El colapso de los tres bancos (que se dejaron colapsar por parte del Estado) -Glitnir, Kaupthing y Landsbanki- en 2008 era inevitable y hubiera sido imposible para el Estado poder absorber su deuda (que era diez veces mayor que su PIB). La exigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) de que Islandia pagara a los acreedores -principalmente bancos británicos y holandeses- era irrealizable. De ahí el enfado e indignación de la mayoría de la población que salió a la calle. Tal exigencia del FMI era, además, profundamente injusta, pues demandaba que fuera la población islandesa la que pagara a los acreedores por deudas contraídas por responsables bancarios islandeses en complicidad con personalidades políticas, que carecían de mandato popular para llevarlas a cabo (una situación idéntica a la ocurrida, por cierto, en España).
En respuesta a este enfado, la estructura de poder (banqueros, magnates de flotas pesqueras y grandes empresas) se vio en la necesidad de ceder, pues la situación había alcanzado niveles amenazantes para sus intereses. Pero su intento se basó en diluir la aplicación de tales exigencias. Un banquero, por ejemplo, fue llevado a los tribunales, pero muchos otros (la mayoría) salieron ilesos. Y la coalición elegida contribuyó en gran manera a esta dilución. Lo que los conservadores y liberales definieron como realismo era una moderación y practica pactista parlamentaria que frustró a los movimientos sociales que les votaron. Ni que decir tiene que tal coalición hizo reformas que paliaron algo la situación desastrosa que la crisis había creado entre la clase trabajadora. (ver Laurie Penny «Iceland’s elections: A shattered fairy tale», New Stateman, 08/05/2013).
El desfase entre el Nuevo gobierno y los movimientos sociales
Pero el gran error de la coalición gobernante fue creer que el futuro de Islandia estaba en la Unión Europea. Tal creencia estaba reflejada en su programa electoral, elemento no compartido por la mayoría de la población, que estaba en contra de la integración de Islandia en la UE. La coalición de izquierdas que se había opuesto a las exigencias del FMI (a que se pagara a los acreedores europeos) aceptaba ahora, en cambio, las políticas de austeridad que dictaba la Troika (el mismo FMI junto con el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) como condición para su entrada a la Unión Europea. La aceptación de tales prácticas de austeridad fue la causa de la enorme frustración y desencanto de la población hacia el gobierno de coalición de izquierdas y su posterior derrota electoral. Fue este movimiento a la derecha del gobierno de izquierdas el que causó su fracaso electoral, tal como ha ocurrido en todos los gobiernos de izquierda que han seguido tales políticas de austeridad en la UE (ver José M. Tirado «Iceland’s Crippling Elections», CounterPunch, 29.04.13). Este gran desfase entre los movimientos sociales (que exigían cambios más profundos, e incluso opuestos en algunos puntos importantes, a los que se estaban realizando) por una parte, y los partidos de izquierda (que se caracterizaron por su gran moderación y escasa vocación transformadora, temerosos de enfrentarse con la estructura de poder del país) por la otra, originaron este debacle electoral. Contribuyó a ello la desmovilización de los movimientos sociales tras la elección del gobierno de coalición de izquierdas.
Fue esta derrota de las izquierdas la que causó la victoria de las derechas, las cuales no compartían el entusiasmo de las izquierdas por la Unión Europea. El partido mayoritario dentro de las derechas era el partido agrícola y de la pesca, temeroso de la integración en la UE. Y un elemento central de sus campañas fue prometer reducir el enorme endeudamiento familiar a base de concesiones públicas que, con carácter de rentabilidad, tenían gran atractivo popular. Ahora bien, la mayor causa de la derrota de la coalición de izquierdas fue la enorme decepción que sus políticas crearon. País tras país, partidos gobernantes de izquierda han sido expulsados del poder por aplicar políticas de austeridad que carecían de apoyo y mandato popular. Así de claro.
Fuente: http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2013/05/28/que-paso-en-islandia/