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Qué penita lo de la UE

Fuentes: Rebelión

A merced de agudas diferencias entre los Estados miembros, del ascendiente de cosmovisiones ideológicas distintas y de una inquietante indefinición ante las grandes cuestiones, nos cuenten lo que nos cuenten la política exterior de la UE no cobra vuelo. El resultado principal, dramático, no es otro que la ausencia de una línea estratégica que permita […]

A merced de agudas diferencias entre los Estados miembros, del ascendiente de cosmovisiones ideológicas distintas y de una inquietante indefinición ante las grandes cuestiones, nos cuenten lo que nos cuenten la política exterior de la UE no cobra vuelo. El resultado principal, dramático, no es otro que la ausencia de una línea estratégica que permita pensar en pasado mañana. Es verdad, aun así, que no falta quien, legítimamente, sostiene que la carencia de una política de perfiles claros algo acarrea de saludable, no en vano de emerger ésta acaso nos veríamos obligados a lamentar muchos de sus contenidos.

Procuremos, con todo, algunos signos de la miseria de estas horas y empecemos por los que nos aporta el contencioso bielorruso de las últimas semanas. Sabido es que los miembros de la UE se han comprometido a impedir la entrada, en los Estados respectivos, del presidente Lukashenko y de algunos de sus colaboradores más directos. Aunque nada mayor tengo que decir en defensa de Lukashenko, cuya condición autoritaria y prepotente parece fuera de discusión, debo preguntarme por qué tanta atención a su caso y tan poca al de otros. ¿Cuándo impedirá la UE la llegada a nuestros aeropuertos de los emires saudíes o de los dirigentes chinos? ¿O es que alguien piensa en serio que las reglas del juego de la democracia, signifique ésta lo que signifique, se violentan más en la Bielorrusia de Lukashenko que en Arabia Saudí o en China? ¿Tratarían los responsables comunitarios de la misma manera a Lukashenko si Bielorrusia dispusiese de respetables reservas de materias primas energéticas o fuese una prometedora contraparte comercial? Más allá de ello, hora es ésta de recordar que no es oro todo lo que reluce en la política que la UE despliega en los aledaños de Rusia, de la mano de un juego interesado de arrinconamiento progresivo de Moscú que obedece obscenamente al designio de mejorar la posición propia. Por detrás de ese proyecto se barrunta, del lado de la Unión, una aceptación callada de una política, la norteamericana, en la que despuntan inquietantes elementos agresivos.

Una segunda fuente de miserias es el conflicto palestino-israelí, de la mano ahora de recortes notables en los fondos que la UE dispensa a la Autoridad Nacional Palestina, y ello por mucho que se señale machaconamente que la ayuda humanitaria mantendrá su peso. Aunque se repita, también de forma machacona, lo contrario, la UE parece irreparablemente entrampada, una vez más, en la política que dictan los gobernantes norteamericanos, a la que se suma, bien es cierto, una inercia histórica de impresentable apoyo, acompañado de tediosa tolerancia, al Estado de Israel. ¿Cómo es posible que no se le plantee, en estas horas, exigencia alguna a este último? ¿Es que olvidan nuestros dirigentes que Israel ha incumplido sistemáticamente unos acuerdos de paz, los suscritos en el decenio de 1990, que los gobernantes israelíes han dado reiteradas veces por muertos? ¿Qué fundamento tiene el constante martilleo con la condición terrorista de Hamás en un escenario en el que todos los días tenemos conocimiento del enésimo ‘asesinato selectivo’ cometido por el ejército israelí, a menudo con el resultado de niños y adolescentes muertos? ¿Tomarán nuestros gobernantes nota de lo que por momentos se antoja evidente: el mayoritario voto que los palestinos han regalado a Hamás no es un premio al rigorismo religioso de este último, sino, antes bien, y por encima de todo, un rechazo franco de unos planes de paz que poco más contemplaban que un Estado palestino cercenado y satelizado desde Israel?

Buceemos, en fin, en otra fuente de noticias inquietantes: Irán y su programa militar. Es probable que anden sobrados de razón quienes sostienen que, pese a la apariencia de dureza, la UE a la postre se muestra renuente a asumir medidas severas contra Irán. No se olvide –se dice– que estas últimas difícilmente podrían mostrar otro cariz que el que corresponde a una negativa a adquirir el crudo iraní, con las consecuencias esperables en materia de subida en los precios internacionales de aquél (ya de por sí desmesuradamente altos en virtud de interesadas operaciones especulativas a las que no son ajenos, por cierto, los propios gigantes comunitarios del petróleo). Las cosas como fueren, para conseguir que Irán renuncie a dotarse de armas nucleares lo primero que la UE debe hacer es desprenderse de los lamentables dobles raseros que hoy abraza: ¿por qué a Irán se le plantean exigencias sin cuento y en cambio éstas desaparecen como por ensalmo en el caso de dos Estados, la India y, de nuevo, Israel, que no son, llamativamente, firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear? La UE prefiere ignorar, al tiempo, que las autoridades iraníes tienen motivos sobrados para recelar de los movimientos de Estados Unidos, una potencia que cuenta hoy con 130.000 soldados en Iraq y con presencias militares nada despreciables en los también vecinos Afganistán y Pakistán. ¿Por qué Bruselas, que critica legítimamente los excesos a los que se entrega todos lo días el presidente iraní, prefiere guardar silencio, en cambio, ante la repetición de muchos de los términos de la jugada con que Washington inició, años atrás, su operación de agresión en Iraq y ante las amenazas, israelíes y norteamericanas, de destrucción de las instalaciones nucleares iraníes?

Concluyamos: hay pocos motivos para sentirse satisfechos con la política exterior que la UE abraza en estas horas y muchos para sugerir que se impone un cambio de rumbo. No deja de sorprender, sin embargo, que entre nosotros sea tan ruidoso el silencio con que políticos y expertos prefieren seguir obsequiando a tanta miseria.