¿Qué conclusiones podemos extraer acerca de la Europa en qué vivimos a la vista de los resultados de las pasadas elecciones del 7 de junio?En primer lugar, con una holgada mayoría absoluta de abstencionistas, Europa gira hacia una radical desafección con el sistema institucional de la Unión Europea. Y no es para menos. En el […]
¿Qué conclusiones podemos extraer acerca de la Europa en qué vivimos a la vista de los resultados de las pasadas elecciones del 7 de junio?
En primer lugar, con una holgada mayoría absoluta de abstencionistas, Europa gira hacia una radical desafección con el sistema institucional de la Unión Europea. Y no es para menos. En el multitudinario y babélico Parlamento europeo, único organismo de la UE refrendado por la soberanía popular, se pronuncian brillantes discursos y se libran intensos debates, pero no se decide nada. Las decisiones se toman en la estrictamente antidemocrática Comisión Europea, que ejerce la función ejecutiva en la UE pero que no designamos los europeos con nuestros votos, sino los gobiernos en privadísimas negociaciones. O en el Banco Central Europeo, que tras sustraer el control de la política monetaria y financiera a los gobiernos nacionales, permite al gran capitalismo europeo gobernarse a sí mismo sin rendir cuentas a nadie. Y entonces… ¿en qué queda el Parlamento de la Unión? En poco más que un aparatoso cachivache decorativo, tercamente inútil e indignantemente caro, al que para bien o para mal los europeos han dado mayoritaria y desdeñosamente la espalda el pasado 7 de junio.
En segundo lugar, ese 43% de electores que sí se han dado por convocados a las urnas han impulsado un tajante viraje a la derecha en la práctica totalidad de los países de la Unión, desbaratando los castillos en el aire que las voces más optimistas de la izquierda habían levantado acerca de un hipotético vuelco progresista como consecuencia de la crisis económica. La realidad ha dicho exactamente lo contrario. Los grandes partidos del centro-izquierda se derrumban por igual donde gobiernan en solitario (España, Portugal, Gran Bretaña), donde gobiernan en coalición (Alemania) y donde ocupan la oposición (Francia, Italia). Un desplome que no beneficia a la izquierda radical más crítica con el capitalismo (que fragmentada en muchas pequeñas candidaturas obtiene, en general, modestísimos resultados), sino a las grandes formaciones conservadoras (que, escorándose cada vez más abiertamente a la derecha, han alcanzado una amplia mayoría en Bruselas), y en favor del descarnado populismo xenófobo de las formaciones de ultraderecha (que el 7-J han incrementado espectacularmente su electorado y su representación).
¿Por qué arrasa el abstencionismo, por qué triunfa la derecha, por qué se desmorona la izquierda? La respuesta a estas preguntas se halla al cabo de una complejísima ecuación que abarca factores económicos, políticos, sociales y culturales, y cuya resolución será tarea, no para un ciclo electoral, sino para toda una generación. Pero algunos de sus términos están ya expresivamente sobre la mesa. El centro-izquierda europeo carece de un discurso propio ante la crisis de la globalización neoliberal, de la que es tan cómplice como los conservadores. A despecho del impostado ecologismo y altermundismo del centro-izquierda en tiempos de campaña electoral, lo cierto es que socialistas y conservadores mantienen en Europa un consenso profundo en las materias más importantes, que impide a la socialdemocracia postularse como herramienta para la defensa de la clase trabajadora y alternativa creíble frente a la bancarrota capitalista. Mientras tanto, los partidos rojiverdes a la izquierda de los socialdemócratas, el sindicalismo combativo, los movimientos sociales, permanecen desactivados por su propia incapacidad estratégica, sus querellas irreales y bizantinas y su progresivo alejamiento de los malestares sociales reales, que cada vez se expresan más lejos del espacio público tradicional, de los mítines, de las huelgas, de las manifestaciones, de las urnas…
Malestares sociales que la profunda crisis en curso amplifica y que, en ausencia de una alternativa consistente que oferte valores y metas más elevados, deshacen los vínculos de solidaridad y responsabilidad colectivas, suplantan al civismo con el cinismo, extienden el desinterés sistemático por la esfera pública y el bien común, alimentan las más virulentas reacciones xenófobas, patrioteras y populistas… Un tercio de los europeos habita o bordea la pobreza; Europa incumple sistemáticamente sus compromisos medioambientales y de cooperación al desarrollo; Europa protege los paraísos fiscales y promueve la especulación financiera; Europa vende armas por doquier y palmea el lomo de los genocidas más inmundos del planeta; Europa otorga abultados avales electorales a sórdidos neonazis o bufones corruptos y soporta sin rechistar los interminables abusos de la clase corporativa… ¿Qué clase de régimen político le aguarda a una Europa entregada con semejante frenesí a estas tendencias liberticidas? ¿Es de veras consciente la izquierda europea de su calamitosa situación, del panorama que enfrenta, de los retos que le aguardan? ¿Se vislumbra en el horizonte europeo alguna alternativa política, social y cultural progresista, capaz de plantar cara a esta deriva embrutecedora y reaccionaria? ¿Qué será de Europa?
Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, junio de 2009
http://jfmoriche.blogspot.com [email protected]
[NOTA: una versión resumida de este texto se publicará en el número 57 (junio 2009) de La Crónica del Ambroz. Versión digital disponible desde http://www.radiohervas.es/]